jueves, 7 de octubre de 2010

El día que terminó el siglo XVIII


El 24 de septiembre de 1810 un hombre maduro, de baja estatura y con ropajes eclesiásticos pidió la palabra en un local de la Isla de León, cerca de Cádiz. Allí, en el antiguo teatro de comedias de lo que hoy es San Fernando, se habían reunido en Cortes por primera vez los diputados llegados de todos los puntos de España, rebeldes a la invasión del ejército francés. Ese hombre fue el primero que tomó la palabra para proclamar los valores de la libertad, afirmar que en las Cortes residía la soberanía nacional, y que convenía dividir los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Era el diputado Diego Muñoz Torrero, extremeño de Cabeza del Buey, sacerdote, que había sido rector de la Universidad de Salamanca. Un cronista ha dicho que cuando, después de hablar, Muñoz Torrero se sentó, el siglo XVIII había concluido.

Y es que ese día comenzó el parlamentarismo en España. La obra de las Cortes terminó con la promulgación de la Constitución de Cádiz, en 1812, la primera de la historia constitucional española. A partir de entonces, hoy hace doscientos años exactos, las nociones de libertad, soberanía o constitución han formado parte del vocabulario colectivo, aun cuando los frecuentes períodos dictatoriales o de merma de las libertades hayan hecho añorarlas más que practicarlas.

El papel de Extremadura en aquellos hechos fue muy importante. Un nutrido grupo de políticos extremeños alcanzó gran protagonismo en las Cortes, integrando el núcleo director de los liberales en la cámara, de quienes Muñoz Torrero fue el líder natural. Manuel Mateo Luján, extremeño de Castuera, fue quien propuso a la cámara el primer decreto, donde se concretaban los principios que Muñoz Torrero había apuntado. Junto a ellos destacaron los también extremeños Antonio Oliveros (de Villanueva de la Sierra), Manuel María Martínez de Tejada (de Zafra), Francisco Fernández Golfín (de Almendralejo), José María Calatrava (de Mérida) y Juan María de Herrera (de Cáceres), todos ellos diputados liberales. En Cádiz, hubo extremeños en las Cortes y fuera de ellas, en otras instancias de poder: Bartolomé José Gallardo (de Campanario) fue el bibliotecario; Juan Álvarez Guerra (de Zafra) fue ministro o secretario de Estado de Gobernación; Manuel José Quintana (de Madrid, pero originario de Cabeza del Buey) fue vocal de la Junta Superior de Censura…

En el Cádiz de 1810 se inicia el período en el que mayor protagonismo político han tenido los extremeños en la política nacional. Durante los primeros decenios del sistema liberal dos decenas de extremeños integraron la élite política del país. En poco más de treinta años, tres extremeños fueron presidentes del gobierno de España; diez extremeños, ministros —hasta en veinticinco ocasiones—, y otros diez, presidentes de las Cortes, del Congreso de los Diputados o del Senado. Nunca más Extremadura ha contado tanto en España.

Ahora nos empeñamos en construir una nueva imagen de Extremadura que haga justicia a los avances logrados en los últimos decenios. Es importante que recuperemos e integremos en esa nueva imagen —y no es paradoja— los momentos y personajes más brillantes de nuestra historia, que fueron los humanistas del XVI y los políticos liberales del XIX.

El 24 de septiembre de 2010 es un día de conmemoración para Extremadura porque hace dos siglos un grupo de naturales de nuestra tierra contribuyó a cambiar la historia de España. Soy consciente de que la celebración de los hechos que aquí se glosan no forma parte de los intereses prioritarios de la sociedad extremeña, pero un pueblo no puede alimentarse sólo de lo evidente. Si no vivimos el presente conscientes de nuestro pasado poco futuro tenemos.

(Texto del artículo publicado, con el título "Se cumplen 200 años de las Cortes de Cádiz", en el diario HOY el 24 de septiembre de 2010)

sábado, 13 de febrero de 2010

Hemos conocido la noticia


Hemos conocido la noticia de las 114.266 detenciones ilegales de desaparecidos del franquismo, hombres y mujeres marginados durante muchos años del discurso oficial de nuestra democracia, que son rehabilitados ante nosotros gracias a las asociaciones para la Recuperación de la Memoria Histórica, los investigadores y familiares.

Sus vidas conmovedoras y su sacrificio a favor de la libertad y la democracia, junto a las de sus compañeros represaliados, deben ser reconocidos sin distinción por quienes se consideran sensibles y demócratas como parte inolvidable del sacrificio español del siglo XX. Les debemos reconocimiento a su esfuerzo y esperanza por un mundo mejor en los años más terribles de la historia europea.

Por ello, sin entrar en la causa "sub judice" que respetamos, es motivo de celebración el trabajo encomiable del titular del Juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón de tramitar este sumario de la época franquista tras la aprobación de la Ley de Memoria histórica, por lo que implica de reparación pendiente por nuestra democracia. Por ello lamentamos el desproporcionado ataque a su labor desde ámbitos determinantes que han creado alarma en nuestra sociedad e indefensión en los demandantes.

Quienes dignificaron la democracia con la inmolación de sus vidas forman parte de uno de los capítulos más generosos de la memoria española del siglo XX y por ello no queremos permanecer impasibles ante la evidencia de este crimen contra la humanidad que se perpetró contra ellos en nombre de un Estado golpista, ni ante las maniobras para separar del Juzgado competente este caso
.

Promotores del manifiesto
Ernesto Sabato, Antonio Gamoneda, Jose Saramago, Juan Goytisolo , Jose Manuel Caballero Bonald, Jose Luis Sampedro, Emilio Lledó, Paco Ibáñez, José Vidal Beneyto, Iam Gibson, entre otros.

Si quieres apoyar este manifiesto envía tus datos personales a esta dirección de correo electrónico.
hemosconocidolanoticia@gmail.com


Fotografía, El País, Luis Sevillano

sábado, 6 de febrero de 2010

Instituto de Seguros contra accidentes de trabajo en el reino de Bohemia


En julio de 1908 Franz Kafka lograba un empleo en un instituto de seguros de Praga. Su sección de trabajo era la de “Prevención de accidentes y elaboración de recursos”. Su biógrafo y amigo Max Brod dice que para Kafka el empleo no debía tener nada que ver con la literatura:


La ocupación material y el arte de escribir debían permanecer totalmente separados entre sí (…) Lo que ambos anhelábamos intensamente era un empleo con “horario simple”, es decir, desde la mañana hasta las 2 o 3 de la tarde (…); tendríamos las tardes libres. Los empleos privados, con su horario de mañana y de tarde, no dejaban tiempo libre para el trabajo literario, paseos, lectura, teatro, etc. Y aun cuando se volviera a casa a las tres de la tarde: había que comer y reponerse un poco del trabajo antiespiritual; luego, cuando se deseaba llegar al estado de libertad, no quedaba mucho del día.


Siempre me ha preocupado qué relación establezco entre la vida y el trabajo, de qué forma entiendo mi ocupación profesional. Hay una visión que podríamos denominar “cristiana” del trabajo. Parte de la consideración de que es un castigo divino, de que si Adán y Eva no hubieran pecado no necesitaríamos trabajar (maldito sea el suelo por tu causa. Con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Génesis, 17). Esta consideración “negativa”, fatigosa, del trabajo conlleva avalorar todo lo que hacemos fuera del horario laboral. La imagen risueña del dominguero expresa esta satisfacción castiza ante el ocio y, aunque vagamente, late bajo la opinión kafkiana del trabajo.


Nunca he compartido esa visión del asunto. Ni la que considera malo trabajar ni la que plantea separar el trabajo y la actividad intelectual o creativa. Siempre he tenido ocupaciones laborales que me han apasionado. Y, por tanto, casi nunca he tenido demasiado tiempo libre, porque he metido el ocio (esto es, el disfrute) dentro del “negocio”. En eso no soy ni kafkiano ni cristiano.

jueves, 28 de enero de 2010

El divino capitán

No es un libro nuevo, aunque nunca esté de más reivindicar a Francisco de Aldana. A pesar de la recomendación clásica de Cernuda, que lo proclamó como uno de los mejores, y de la insistencia en los años ochenta de Ángel Campos, nunca leí con detenimiento al "divino capitán". Ahora, sí. Hay veces que es inevitable que cada lectura encuentre su acomodo en el tiempo, nos aborde en un momento preciso -y no en otro- de nuestro recorrido.

El otro día, volviendo de Sevilla, me leí la edición de sus Sonetos propuesta por Raúl Ruiz en 1984. Arranca con estilo:

Con toda seguridad, sería del agrado de Borges una biografía que se desarrolla entre dos conjeturas: un nacimiento que carece de documentación y una muerte que se sumerge en las brumas del sebastianismo.

Cita oportunamente el informe de Diego de Torres sobre su muerte épica al lado del rey Sebastián de Portugal:

Y el día de la batalla, andando a pie por le haber muerto el caballo, le encontró el rey y le dijo: "Capitán, ¿por qué no tomáis caballo?". Y él dicen que le respondió: "Señor, ya no es tiempo sino de morir, aunque sea a pie". Y con la espada en la mano, tinta en sangre, se metió entre los enemigos, haciendo el oficio de tan buen soldado y capitán como él era.

Recoge los elogios de Lope de Vega, Quevedo, Cervantes o Gil Polo sobre su personalidad de vate y soldado:

con gran razón los hombres señalados
en gran duda pondrán si él es Petrarca
o si Petrarca es él, maravillados
de ver que, donde reina el fiero Marte,
tenga el fecundo Apolo tanta parte.

Y, lo más importante, ofrece sonetos impecables del autor de una de las piezas, la "Epístola a Arias Montano", más sobresalientes de la poesía española. He aquí uno de esos sonetos inconcebibles de Aldana:


En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto varïar vida y destino,
tras tanto de uno en otro desatino
pensar todo apretar nada cogiendo,

tras tanto acá y allá yendo y viniendo,
cual sin aliento inútil peregrino
-¡oh Dios!-, tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mi mal ministro siendo...,

hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se esconde,
pues es la paga dél muerte y olvido,

y en un rincón vivir con la victoria
de sí, puesto el querer tan sólo adonde
es premio el mismo Dios de lo servido.

sábado, 23 de enero de 2010

Dulce Libertad



A principios del año pasado me llamó Enrique Villareal, alias "El Drogas", cantante del grupo de rock Barricada. No había hablado con él en la vida, pero estuvimos una hora al teléfono. Me contó su enganche con los temas de la memoria histórica a partir de la lectura de La voz dormida de Dulce Chacón. "Llevo leídos más de cincuenta libros de historia de la guerra desde entonces, entre ellos el tuyo", me dijo y me pidió que escribiera un texto sobre Dulce y su relación con la memoria histórica para un próximo disco que iban a publicar. Después de varios avatares, a los que no ha sido ajena mi colaboración, el disco salió en noviembre pasado con el título "La tierra está sorda". Además de un disco con 17 canciones, es un libro de 175 páginas con artículos de varios historiadores, entre los que están Julián Casanova, Javier Rodrigo, Emilio Majuelo o Francisco Espinosa. Mi texto se titula "Dulce Libertad":

La memoria histórica, que atañe al pasado de todos, provoca paradójicas experiencias personales. En pocas ocasiones lo colectivo y lo individual están tan relacionados, y sólo excepcionalmente la historia adquiere más carnalidad, más coetaneidad, que con la guerra civil española de 1936. No creo haber sido el único en sufrir un golpe emocional cuando descubrí la inmensa barbarie de esos años, cuando me percaté del destrozo causado, en mi consciencia de esos hechos, por tanta manipulación franquista y tanta equidistancia posfranquista.

Algo así le ocurrió a Dulce Chacón. También para ella desvelar el pasado supuso una peripecia personal. Venía del lado de los vencedores. Su familia ­—no es infrecuente entre quienes nos hemos empeñado en la recuperación de la memoria— era de derechas. Su madre era la hija del conde de Osilo, un aristócrata de Almendralejo; su padre fue alcalde de Zafra y procurador en las Cortes de Franco en los años sesenta, y su tío, Federico Chacón, un capitán de la guardia civil involucrado en la represión del maquis extremeño. Antonio Chacón, a quien se recuerda como un buen alcalde, murió de una dolencia cardíaca a los cuarenta y cinco años de edad. Por entonces, Dulce era una niña que jugaba por las calles de Zafra ajena a que veintitantos años antes en esas mismas calles otros habían llorado por el asesinato, debido a sus ideas políticas, de casi doscientas personas. Lustros después, cuando ella supo por fin lo que había ocurrido, toda su experiencia vital —los recuerdos, la familia, los valores— dio la vuelta sobre sí y logró ver al otro lado del espejo.

El encontronazo de Dulce con la verdad colectiva, su peripecia personal por culpa de la historia, tuvo un episodio capital, el punto exacto donde esa parte de su vida relacionada con Zafra giró sobre sí misma: conocer a Libertad González, hija de José González Barrero, buen alcalde republicano de Zafra, asesinado —también a los cuarenta y cinco años de edad— por un grupo de falangistas en 1939 en el campo de concentración de Castuera. Tuve el privilegio de propiciar ese primer encuentro entre Dulce y Libertad. Consciente de su trascendencia, Dulce hizo hueco en La voz dormida para introducir, como dos personajes más, a Libertad y a su padre, el otro alcalde de Zafra:

Don José. Se llamaba don José. Llevaba a su mujer del brazo, y un sombrero panamá. Atardecía. Don José iba con un traje de lino, y con su esposa del brazo. Tenían una hija que se llamaba Libertad.

Sólo convivieron unos años. Cada vez que se encontraban, se miraban a los ojos como quien contempla otra posibilidad de la vida. Quizá, en algún momento, a Dulce le hubiera gustado cambiar su papel por el de Libertad. Que su padre hubiese sido alcalde de Zafra, sí, pero de izquierdas. Que, ya que había de morir joven, lo hubiera hecho por sus ideas. Que sus familiares no hubieran sido vencedores sino vencidos… Quizá, en algún momento de ese juego de espejos, a Dulce le hubiera gustado ser Libertad. No sé. Nadie es dueño de su destino, construimos el nuestro a partir de circunstancias que nos son ajenas, aunque a veces la vida accede a enseñarnos alguno de sus mecanismos. Era una mujer con un inmenso cariño a su familia. Por eso, el deseo de ser Dulce Libertad le duraría, si acaso, sólo un instante, hasta que —escrutando además el vientre oscuro de la bestia que es la memoria— reparara en uno de esos engranajes ocultos: las coincidencias entre sus padres, tan lejanos. La coincidencia de Zafra, de la guerra, de la alcaldía, de la bondad, de la muerte a los cuarenta y cinco años de edad, y de esa extraña habilidad para dar nombre a las hijas.




miércoles, 20 de enero de 2010

Earth Song





Gracias a un correo de la antropóloga portuguesa María Dulce Simoes conozco un videoclip de Michael Jackson del que no tenía ni idea o no me acuerdo (aunque en mi caso la desmemoria empieza a parecerse al desconocimiento). Y el caso es que me reconcilia con quien, aunque magnífico artista, nunca fue santo de mi devoción.
La canción, Earth Song, de 1995, fue un exitazo -me entero ahora-en Reino Unido. El video estuvo nominado a los Grammy el año siguiente. Pero ambos fueron silenciados en Estados Unidos -censurados, dice Dulce.
Ella me lo manda con subtítulos en portugués, pero he buscado -para favorecer su comprensión- una copia con subtítulos en español (el formato es demasiado grande y con algún error).

Creo que es una magnífica canción y un buen videoclip.

domingo, 17 de enero de 2010

Una historia extraña de Extremadura


"En España no es frecuente conmemorar centenarios de acontecimientos relacionados con las libertades. Nuestra historia, en ese sentido, no da —por desgracia— para mucho. Por eso es especialmente gozoso reunirse en un acto que en cierto modo implica la celebración de los doscientos años del inicio del proceso constitucional español. Ese es, en cierto modo y salvando las distancias, un cumpleaños “democrático”.

Este motivo de satisfacción, digamos, nacional (aunque con tanto debate sobre el término no sé si empleo bien aquí la palabra) lo es también doblemente para los extremeños. Ya que fueron paisanos nuestros algunos de los principales protagonistas de aquellos acontecimientos. Con la intención de rememorar esos hechos y reivindicar el papel de Extremadura en ellos, el área de Cultura y Acción Ciudadana de la Diputación de Badajoz nos encargó a la empresa extremeña e-Cultura el diseño y coordinación del libro que hoy presentamos: Extremadura y la modernidad. La construcción de la España constitucional (1808-1833).

Esta obra aborda en nueve artículos lo más sustancial de aquellos años del primer liberalismo extremeño, el costoso arranque de una historia que coincidió en sus comienzos con la guerra contra los franceses (1808) y en dos ocasiones se vio interrumpida (1814 y 1823) y reanudada (1820 y 1833). Hay un cuadro desplegable en las primeras páginas del libro. Gracias a él sorprende saber que en apenas cuarenta años, de 1808 a mitad de siglo, tres extremeños fueron presidentes del gobierno de España; diez extremeños, ministros —hasta en veinticinco ocasiones—, y siete, presidentes de las Cortes, del Congreso de los Diputados o del Senado.
Estamos por tanto ante una historia extraña de Extremadura."
(...)
"Decía al comienzo que este libro habla de una historia extraña de Extremadura. Hasta hace apenas unos lustros -seis, siete- desde la creación de la Universidad de Extremadura, de la Facultad de Filosofía y Letras, de los departamentos de historia y de la generación de nuevos historiadores extremeños, la historia de Extremadura estaba hecha casi exclusivamente de fastos, de grandes gestas. Creo que hay momentos históricos injustamente olvidados y que merecen más notoriedad que otros renombrados. Señalo dos. Hay más. El humanismo extremeño del XVI al XVII con figuras como Arias Montano, Francisco Sánchez El Brocense o Pedro de Valencia, y estos años inaugurales del siglo XIX.

El libro que hoy presentamos con la colaboración del Grupo de Estudios sobre la Historia Contemporánea de Extremadura, este libro, "Extremadura y la modernidad. La construcción de la España constitucional (1808-1833)" es una obra colectiva que pretende recuperar uno de los momentos históricos de los que más orgullosos deberíamos sentirnos los extremeños y las extremeñas: la participación de nuestra región en el primer liberalismo español. La cultura y la historia nunca son superfluas —menos aún en tiempos de crisis— porque contribuyen a edificar la identidad de los pueblos, uno de nuestros principales asideros. Esta obra quiere ser una aportación a la identidad democrática y de libertades —que también la tiene y la tuvo— de Extremadura. "


De la presentación del libro Extremadura y la modernidad. La construcción de la España constitucional (1808-1833).

Cáceres, 14 de enero de 2010