sábado, 30 de agosto de 2008

Desde fuera, de Álvaro Valverde

Recupero, sobre la hierba, frente a Los Inválidos de Paris, la lectura del último libro de Álvaro Valverde, Desde fuera. Leía estos poemas el 11 de julio, en el campo, en Burguillos, el último día que compartí con Carmina Unamuno y Luis Santos. Daba vueltas alrededor de la piscina para secarme mientras musitaba con el poemario en las manos y ambos, bajo unas adelfas, me observaban. Varias veces estuve tentado de decirles unos versos. Quizá como desahogo por no haberlo hecho me fui hasta la carretera, donde hay cobertura, y envié un sms a Álvaro: Me tienes conmovido.

Tendemos a evitar aquello que asociamos a una desgracia. Por eso, tras la muerte de Luis y Carmina, no he vuelto al libro —a pesar de su belleza— hasta estos días de agosto en Francia. Y la experiencia ha sido tan placentera como la primera e incompleta lectura. He disfrutado mucho. Pero también me ha estremecido la coincidencia de tanta muerte cercana con estos poemas, que forman muchos de ellos —así los he leído— una reflexión sobre la muerte. Álvaro escribe desde la madurez, cerca de ese otoño inminente de la vida, y eso otorga a la palabra siempre meditativa del placentino una trascendencia sobrecogedora: En realidad, no sé / si vamos al encuentro de la muerte / o si venimos ya de su certeza.

La muerte merodea el libro. De los setenta y cinco poemas, casi en un tercio hay menciones a ella. El viaje, el paseo o el río, metáforas esenciales de la vida, acompañan la meditación: Mi vida es este río que me lleva, / esta apacible huida hacia la muerte. O … desde el nacimiento hasta la muerte / la vida es un paseo de unos metros.

Aunque en ocasiones asoma en el poema la amargura, y el texto se convierte también en grave cartografía de la desolación, el poeta le planta cara a la inevitable fatalidad de la vida (Respeto y humildad para los muertos, / más no, nunca jamás, para la muerte) con la palabra.

Decía José Ángel Valente que la palabra poética no reconoce finalidad ni se sujeta a intención. No comunica propiamente, convoca… Y eso es lo que hace Álvaro en este libro: convocar al lector a su poesía, ofrecerle desde la madurez de un poeta ya mayor (no en edad, sino en obra) un recorrido por su propuesta poética. Esa que, jalonada con las entregas de Territorio (1985), Las aguas detenidas (1989), Una oculta razón (1991), A debida distancia (1993), Ensayando círculos (1995), El reino oscuro (1999) y Mecánica terrestre (2002), constituye hoy una de las más solventes de la poesía española.

Si en una primera lectura puede parecer que el poemario carece de la unidad de otros del autor, pronto se advierte que esto no es así. Aunque dos de las series del libro (“Sur” y “Lugares del otoño”) habían sido publicadas antes y separadamente, y aunque hay poemas tan dispares en apariencia como los de “Imaginario” y “Entonces la muerte”, todos los textos del libro se engarzan en un mecanismo cuya unidad consiste precisamente en la diversidad con que se nos ofrece, que es la de la propia poesía de Álvaro. Él ha logrado su solidez de hoy gracias a una rica y diversa experiencia poética. En sus veintitrés años de poesía publicada ha transitado por la escritura fragmentaria, elegíaca o conversacional, ha ensayado metapoesía, narratividad o intimismo, hasta lograr una voz propia, que reflexiona sin estridencias sobre el tiempo, la memoria, el olvido, la soledad o la muerte, y hasta dominar como un maestro el ritmo interno de los textos, esa respiración inconfundible de sus poemas.

Alguien ha resumido en dos términos la poesía de Álvaro Valverde: "morar" y "mirar". Este libro se ordena en cierto modo a partir de estas claves de morar (el sueño cobijado entre los muros) y mirar (no somos sino aquello que miramos), del territorio y del viaje, de la esencia y de la existencia, de lo que en el texto de la solapas se denominan poemas "de interior” y poemas "de exterior”, o “Desde dentro” y “Desde fuera”, como significativamente se titulan las series que abren y cierran el libro.

Además de una obra con sentido, ésta es también una soberbia colección de poemas, con algunos memorables, como “Tras abandonar la casa”, “El viaje de mi vida”, “El señor de la guerra”; “Postal del sur”, “La ciudad secreta” o “Cáparra”. De todos ellos, elijo el dedicado a Rotterdam, de “Lugares del Otoño”, una joya que resume el magnífico trabajo del poeta, cuya lectura recomiendo vivamente.

MIRAS. En el café, gente distinta
que bebe mientras lee o que conversa
ajena a lo que pasa por la calle.
Afuera, el ventanal muestra fachadas
de casas siempre iguales que entristecen;
una ciudad que vive adormecida
a la luz mortecina del otoño.
Ves bicicletas
alineadas enfrente de la puerta
y su quietud es todo un símbolo
de lo que en realidad ocurre:
poco, o muy poco, o casi nada.
La vida tiene a veces estas cosas:
no sabes si es que el tiempo se detiene
o eres tú mismo
el que, sin previo aviso,
se ha dado finalmente
por vencido.

miércoles, 27 de agosto de 2008

La nueva librería Universitas


Hacía algunos meses que no iba por la Librería Universitas de Badajoz. Me dijeron que habían hecho una buena reforma. Esta mañana he estado allí y es verdad: desde hace tres meses la han convertido con mucho en la mejor librería en varios centenares de kilómetros a la redonda. Hay que ir a Salamanca, Madrid o Sevilla para encontrar, como aquí, un local de 800 metros cuadrados y miles de volúmenes en exposición. Estantes y más estantes llenos de libros clasificados por materias y el detalle bohemio de algunas mesas de mármol con sillas alrededor, dispuestas para la tertulia o la consulta de algún ejemplar, como si de un café se tratara.
La noticia es tan importante que me extraña no encontrar mención de ella en ninguno de los principales medios de comunicación extremeños. No se trata de publicitar la reforma de un negocio cualquiera. La reforma de la librería Universitas es una noticia cultural de primer orden. Porque es un equipamiento cultural más de Extremadura, como un auditorio o una sala de exposiciones. Universitas corrobora así una experiencia de más de treinta años en la edición y venta de libros, y en la promoción de la lectura. Enhorabuena a José María Casado y a su equipo.

sábado, 23 de agosto de 2008

Edipo Rey


Ayer asistí en Mérida, con Eva y unas amigas, a la representación de Edipo Rey. La versión que ofrecen Jorge Lavelli y José Ramón Fernández es magnífica. Teatro en estado puro, sin aditamentos escénicos. Luz, coros y movimientos de actores entre el público y por un escenario limpio. Apenas algún fragmento con música en plena tragedia. La propuesta formal es minimalista y destaca aún más porque está acompañada de una interpretación de actores parcialmente contraria: afectada, antinaturalista, casi histriónica en el Edipo de Ernesto Alterio.

Existe riesgo en esta fórmula, pero funciona. Aunque hay quien opina distinto —incluso en el grupo de amigos—, Alterio interpreta un papel soberbio. Sus movimientos extremados y su entonación con altibajos y gritos adquieren en el escenario del Teatro romano de Mérida un carácter clásico, antiguo, verosímil.

El recurso, también clásico, de los coros aporta un contrapunto esencial de los actores. Habla la conciencia o el pueblo, pero también son ellos parte del escenario, como figurantes junto a las columnas o haciendo de bambalinas, tras las que se oculta momentáneamente Edipo.

Además de un plus de complicidad del público extremeño, la presencia entre el elenco de Juan Luís Galiardo añade solvencia en su papel de Tiresias. Y una excepcional Carme Elías, que intrepreta a Yocasta, madre y esposa del joven Edipo, contestataria frente a la tradición del oráculo.

Me sorprende enterarme de que los actores llevaban micrófono. En todo momento creí que era la mítica acústica del Teatro de Mérida. Es lo único —quién sabe—que Sófocles hubiera impugnado.

sábado, 16 de agosto de 2008

Un libro de viajes decimonónico


Me dicen que Josep Fontana ha tenido mucho que ver en el rescate de este magnífico libro de viajes por la España de la primera guerra carlista. No me extraña, porque la labor del maestro Fontana y de Gonzalo Pontón en la edición de libros de historia de la editorial Crítica es soberbia y ha convertido la editorial catalana en el principal sello para quienes gustamos de este tipo de obras.


Una nueva colección, con el nombre de “El tiempo vivido” y primoroso diseño, se acaba de abrir con Dos años en España durante la guerra civil, 1838-1840 del barón Charles Dembowski. El autor, italiano de origen polaco y residencia en Francia, recorrió varias ciudades españolas durante los años finales de la década de los treinta del siglo XIX. A partir de las cartas que enviaba a varios amigos (Merimée y Stendhal, entre otros) compuso este libro, que publicó por primera vez en París en 1841. Sólo una edición, de 1931, existía hasta ahora en castellano. Lo que resulta incomprensible ante el interés de un libro que es un buen relato de la situación de España en plena guerra carlista, con detalles sabrosísimos de las costumbres populares y una especial atención a las coplas y canciones oídas por el viajero en su ruta. Deliciosa lectura.

París


Dicen que compite con Nueva York como capital cultural del mundo y que sólo Roma es digna de ella. Más allá del juego inane de las comparaciones, Paris me ha parecido una ciudad soberbia. Tiene uno la certeza de estar pisando el escenario de los principales acontecimientos de la historia contemporánea de Occidente (la Revolución Francesa, Napoleón, la Comuna, la ocupación nazi, mayo del 68…) y de los hechos y personajes culturales más relevantes (Voltaire, Baudelaire, el impresionismo, Wilde, Picasso, el existencialismo…).


Me ha interesado casi todo lo que he visto, salvo el horrendo Palais de Chaillot y el pastiche del Sacré-Coeur. La catedral de Notre Dame es magnífica. En Montmatre, alrededor de la place du Tertre, o en las colecciones del impresionante Museo d`Orsay, se aprecia la personalidad artística de la ciudad, como la literaria se mantiene viva en las calles del Quartier Latin. He disfrutado con el sosiego y la belleza del museo Rodin, con el cosmopolitismo de Le Marais y con el embrujo de ese monumento fúnebre a las celebridades parisinas que es el cementerio de Pere Lachaise. Además, la Tour Eiffel, el Louvre, la place des Vosgues o "La Dama y el Unicornio" del Cluny.


He hecho turismo de exteriores y de interiores, turismo de vistas y de detalle. Pero me vuelvo con la insatisfacción que uno tiene ante lo inabarcable. A pesar de las apariencias, Paris no es una ciudad turística, que pueda vivirse de paso. Es necesario comprar el pan diariamente durante varios meses para vivir esta ciudad. Por eso envidio a Eva, que hace años lo hizo, y a Juan, que en unos años lo hará.

Imagen del Museo D`Orsay

sábado, 2 de agosto de 2008

Egagrópila


Ayer, primer día de vacaciones. Y el ritual acostumbrado: por la mañana ordeno los papeles y libros apilados desde hace meses en el despacho, visito la tienda de curtidos de Cayetano Berciano en la calle Sevilla y como con Paco Espinosa en un restaurante de Zafra (este año tocaba Josefina). Así empiezo siempre el verano. Aunque esta vez no nos acompaña en la comida Jordi Pedrosa, que hasta mañana no bajará desde Bilbao.


Cayetano me regala una palabra: egagrópila. Bola de pelos, plumas y huesos regurgitadas por los buitres y otras aves. (Hace treinta años Rozas me obligó a quitar “regurgitar” de un poema). Y comentamos que no estaría mal titular así una entrada de blog sobre la estupidez del tal Lluis Suñé con lo de apadrinar niños extremeños. Pero no merece la pena. ¿Qué tiene eso del nacionalismo que hasta quienes se dicen de izquierdas acaban sustituyendo el sentimiento de clase por el de grupo?


En fin. La comida, bien. Mañana, París. A ver si así pasamos página de estos meses extraños.