sábado, 31 de octubre de 2015

DESARROLLO LOCAL, HISTORIA Y LITERATURA: en torno al "árbol del pan" y sus frutos

Presentación de la X Feria de la Castaña

Cabeza la Vaca, viernes 30 de octubre de 2015

Buenas noches. Agradezco al Ayuntamiento de Cabeza la Vaca, como principal institución organizadora de la Feria de la Castaña, que me haya invitado a estar hoy aquí con ustedes. Mi agradecimiento es, en primer lugar, por permitirme recuperar, con este acto, una parte importante de mi vida, la de los años que viví vinculado a Cabeza la Vaca y al resto de localidades de la comarca de Tentudía.

Desde finales de 1993 mi actividad profesional transcurrió en estas tierras. Primero como director de la Escuela Taller de Monesterio (que años después pasó a ser la Unidad de Desarrollo y Formación para el Empleo “Las Moreras” o “Antonio Morales Recio”, en recuerdo del amigo que fue su subdirector y que murió en el ejercicio de sus funciones). Después como director-gerente del Centro de Desarrollo Comarcal de Tentudía, creado en 1996. Y que estuvo muy unido a este municipio debido a la elección como primer presidente de Manuel Vázquez Villanueva, alcalde entonces de Cabeza la Vaca, con quien trabajé codo con codo durante los primeros años de vida del centro.
Desde CEDECO impulsamos la iniciativa comunitaria LEADER y a través de ella se diseñó el proceso de desarrollo territorial de la comarca y se comenzaron a financiar numerosas iniciativas empresariales y sociales que redundaron en beneficio, eso creo, de ese desarrollo. Durante diez años permanecí -yo, que soy de Zafra- muy cerca de este trozo de Extremadura.

Los escritores recordamos la vida por lo que hemos escrito. Y sobre Cabeza la Vaca uno ha escrito algo. Al principio, estudios sociales y económicos en mi función de técnico de desarrollo territorial.
El primero fue hace ya veintitrés años, en 1992, sobre la subcomarca de los Servicios Sociales de Base de Monesterio, Montemolín, Calera de León y Cabeza la Vaca. Lo redacté dentro de un encargo al Taller Zafra de Educación Popular, la empresa en la que trabajé de 1988 a 1993, antes de incorporarme a finales de ese año a mi nuevo puesto de trabajo en Monesterio.
Después de este estudio vinieron otros, incorporados ya al proceso de dinamización de estas tierras, como el “Plan Estratégico de Desarrollo Territorial  sobre la subcomarca de Monesterio”, presentado como trabajo del master de Desarrollo Local que cursé en 1996 en la Universidad Autónoma de Madrid, o “La comarca de Tentudía vista por su gente”, un dictamen social sobre el desarrollo de la comarca de Tentudía elaborado a partir de las opiniones de los participantes en un curso relacionado con el LEADER. Por cierto, que en ese curso de hace veinte años (tan importante para lo que después vino) participaron varios vecinos y vecinas de Cabeza la Vaca, que no quiero dejar de citar: Juan Barroso, Manuel Belmonte, Ana Caballero, Pilar Colorado, Tobías Fabián, Elena Lavado, Blasa Lemos, Carmen Macías, José Martínez, Antonio Mateos, Rosario Pérez, Rosa Pérez, Rufina Ramos, Isabel Romero y Pepa Vázquez. Sobre nombres como estos se ha construido el progreso de esta comarca.
El siguiente escrito relacionado con esta localidad que recuerdo haber hecho tuvo un carácter histórico-literario: “Crónica de la maravillosa invención de Tentudía” se titulaba. Fue un texto largo que apareció en 2001, en uno de los volúmenes, Tentudía, la montaña mágica, espléndidamente editados por la Diputación de Badajoz y dedicados a las diversas comarcas de la provincia. En ese texto escribía sobre cómo “la profundidad de las cuevas de Fuentes de León tiene su envés en la altura del caserío de Cabeza la Vaca, el más alto de toda la provincia de Badajoz”. Escribía también que por ello no es casualidad que la patrona sea Nuestra Señora de los Ángeles (con permiso de San Benito Abad). Y escribía sobre el origen del nombre y del poblamiento.
“No hay constancia en Cabeza la Vaca de poblamiento anterior al Medievo al contrario que la mayoría de los núcleos comarcanos -decía- reduciéndose su antigüedad al siglo XIV. Quizás por esta bisoñez del caserío los naturales destacan orgullosos cómo Felipe II concedió al lugar el título de Villa en 1594 y le otorgó el privilegio de impartir justicia. De esa época data la Cruz del Royo…”

Mencionaba la plaza de toros, la principal de la comarca, sin callejón y adosada a otros edificios; la Torre del Reloj, del siglo XVIII, y algún sucedido célebre como el relatado por el tantas veces fantasioso Juan Mateo Reyes Ortiz de Tovar, que en sus Partidos Triunfantes de la Beturia Túrdula, dice que el año 1755 cerca de Cabeza la Vaca,
se hundió un poco de sierra y tal fue el montón de aguas que salieron de sus entrañas que parecía un diluvio, quedando los naturales atemorizados. Después a los pocos días se recogieron y no han vuelto a salir.

Terminaba esas menciones a Cabeza la Vaca en la “Crónica de la maravillosa invención de Tentudía” con un suceso que desarrollé en un artículo unos años después. “Nazis en Cabeza la Vaca” se llamaba, y en él historiaba la muerte en accidente de seis aviadores de la Legión Condor en la sierra de la Buitrera, aquí al lado, el 16 de abril de 1938. Lo publiqué, en colaboración con el historiador Francisco Espinosa, en el número de octubre de 2002 de la revista local “El Rollo”. En él sacamos a la luz también las magníficas fotos de la agencia EFE sobre la erección de un monolito por parte de la Legión Cóndor en la cima de la Buitrera en mayo de 1939. Y lo acompañamos de otra fotografía realizada por Jordi Macías con la apariencia actual -bueno, de hace ya trece años- del monolito.
Y lo último que he escrito sobre esta localidad es este texto que ahora les leo presentándoles la Feria de la Castaña en su décima edición. Si hasta aquí hay, en mis textos sobre Cabeza la Vaca, tanto muestras de temas socioeconómicos, como literarios e históricos, en este último texto que aquí les ofrezco se me antoja que se mezclan todos ellos. Ejerzo, pues, en él –con la excusa de la castaña- mis tres dedicaciones y obsesiones: la de técnico de desarrollo territorial, la de escritor y la de historiador.

Porque la Feria de la Castaña entiendo que es, en primer lugar, una iniciativa vinculada con el desarrollo de esta tierra. La excepcionalidad de las manchas de castaño de este término, tan meridionales, que existen quizás gracias a la altura del caserío más elevado de toda la provincia y a la humedad consiguiente, han situado la castaña de Cabeza la Vaca como una pieza básica del desarrollo del municipio.
Durante mucho tiempo la castaña ha estado en regresión. No sólo aquí, en todos lados. De ser un producto agrícola, por su uso alimentario para la población y para el ganado, cuando fallaba el cereal, ha pasado a ser un producto prácticamente forestal. Y eso a pesar de que siguen siendo notables las potencialidades económicas de los castaños y sus posibles aprovechamientos, sean de la madera o del fruto, y de éste fresco o elaborado (almíbar, bombones, harina, mermelada…). En Cabeza la Vaca, la producción de castaña, a diferencia del otro foco castañero del norte de Extremadura, ha estado más vinculada al aprovechamiento del fruto que al de la madera, y la recolección (destinada la mayoría a harina) ronda anualmente –según tengo entendido- los 200.000 kilos.
De todas formas, la importancia del castaño viene dada también por la compatibilidad de su cultivo con otras actividades que permiten el desarrollo rural, como la caza, la pesca, el turismo, la micología, etc. Y es que el castaño no es un cultivo excluyente.
Pero más allá de la incidencia real que los castaños tengan en la economía de la zona, su valor es también identitario, tiene que ver con la identidad, con vuestra identidad. Y no hay desarrollo de un territorio sin identidad. Esa siempre ha sido una preocupación al emprender procesos de desarrollo de una zona, de un municipio o de una comarca. El desarrollo no es sólo una cuestión cuantitativa, tiene que ver sobre todo con la capacidad que tiene un pueblo de reconocerse a sí mismo y de diseñar su futuro. Y eso atañe más a la cualidad que a la cantidad.
El trabajo que venís haciendo, desde hace ya diez años, en torno a la castaña, a su promoción y valoración tiene que ver con el desarrollo no sólo porque se trate de un producto que incide en la economía. Tiene que ver con el desarrollo sobre todo porque se trata de un producto que incide en la cultura y en la identidad, en vuestra tradición y personalidad.
Durante unos días, y alrededor de la castaña, instalaréis un mercado verde y artesano, con productos de temporada; organizaréis rutas de la tapa, quedadas cicloturistas, rutas senderistas, talleres de cocina, exposiciones de caballos y enganches, demostraciones de herrajes, concursos de postres y dulces de castaña, cursos de transformación y elaboración de este fruto, cursos sobre el manejo del castañar. Bajo la tutela del ayuntamiento y con la colaboración de la Diputación de Badajoz y numerosas empresas y asociaciones, entre ellas el Centro de Desarrollo Comarcal de Tentudía, durante unos días vais a insistir en vuestra identidad, vais a hablar de una de vuestras señas de identidad. Y eso es lo primordial.
Así lo han entendido también otros muchos pueblos peninsulares, que por estas fechas celebran festividades similares alrededor de la castaña. Como Marvao, en Portugal, que algún año ha tenido representación en vuestra feria y que anualmente celebra la Festa do Castanheiro. Como Alcaucín, en Málaga, y su Día de la Castaña. O los también malagueños Pujerra y Genalguacil. Como la Festa da Castaña en Breixa, Silleda, Galicia. El magosto de los pueblos del norte. O, en Extremadura, y con un carácter más genérico, el Otoño Mágico, una programación de actividades en el cacereño Valle del Ambroz que se acerca ya a las veinte ediciones.

Y es que la castaña no es un fruto cualquiera; es un fruto con personalidad, propicio para forjar identidades. Haré de historiador. Aunque se dice que lo introdujeron los romanos en la Península Ibérica, ya los celtas lo tenían por un fruto totémico, y el castaño era uno de sus árboles sagrados.
Los celtas. Resulta significativo si tenemos en cuenta que Cabeza la Vaca, como el resto de estas tierras del sur de Extremadura, desde Zafra hasta aquí, y desde aquí a la desembocadura del río Sado en Portugal, atesora una peculiaridad histórica: la de ser –en el siglo II antes de Cristo- tierra celta, a diferencia del origen étnico distinto del resto de la provincia: los túrdulos de Azuaga o los lusitanos de Mérida. Esto era la Beturia Céltica, ese círculo cultural prerromano ubicado en la cuenca del río Ardila y que tiene manifestaciones en Capote, en la Sierra de la Martela, en los Castillejos de Fuente de Cantos, en Belén de Zafra… Prácticamente toda la comarca actual de Tentudía fue Beturia Céltica. Y en lo más alto de este territorio céltico es significativo que aún perviva el árbol sagrado de los celtas, el castaño.
Es, por tanto, un vestigio histórico. Pero también simbólico. La castaña introduce el otoño. Es el otoño. Si el verano es el sol, la primavera las flores y el invierno la nieve, el otoño es la castaña. El otoño siempre ha estado vinculado a la noción de muerte, a la caída de la hoja, a ese acabarse cíclico de la naturaleza. Y en ese escenario de expiración, de fallecimiento, la castaña ejerce como representación de la vitalidad. No es casual la vinculación de la castaña a la festividad de los muertos, de los difuntos (que tampoco es casual que se celebre al comienzo del otoño). La chaquetía, que decimos en mi pueblo. Es una unión por contraste. Esos once días que van de Tosantos a San Martín, del 1 al 11 de noviembre, son los de la celebración del magosto, la gran hoguera, el gran fuego alrededor del cual se asaban las castañas y se adoraba la fecundidad de la tierra. Por cada castaña que estallaba en el fuego un alma del purgatorio que se libraba, decía la tradición.

Sí, es evidente que la castaña no es un fruto cualquiera. Alrededor de la castaña hay refranes, tradiciones, costumbres y hasta personajes. Como la famosa María Castaña, una castañeira gallega que vivió a finales del siglo XIV, se rebeló contra el obispo de Lugo y ha pasado al lenguaje popular como representación de tiempos lejanísimos: los tiempos de Maricastaña.
Tras la castaña hay tradición, historia, simbología y literatura. Son muy numerosos los dichos y refranes relacionados, lo cual indica la importancia que siempre ha tenido en nuestras vidas.
Sacar las castañas del fuego.
Se parecen como un huevo a una castaña.
Valer menos que una castaña.
Cada cosa a su tiempo y la castaña en Adviento.
Castañas en Navidad, saben bien y pártense mal
Por San Eugenio, castañas al fuego
Por San Martín se hace el magosto, con castañas asadas y vino o mosto

El árbol del pan, llamó Jenofonte al castaño. Y en esa definición está la explicación de su importancia. Aunque hoy la castaña esté más en el ámbito de la gourmetería, antiguamente fue un alimento esencial. De ahí su importancia y su omnipresencia en nuestras tradiciones. Las que recuerda Pablo Neruda en uno de sus poemas, la “Oda a una castaña en el suelo”:
Del follaje erizado
caíste
completa,
de manera pulida,
de lúcida caoba,
lista
como un violín que acaba
de nacer en la altura
y cae
ofreciendo sus dones encerrados,
su escondida dulzura,
terminada en secreto
entre pájaros y hojas,
escuela de la forma,
linaje de la leña y de la harina,
instrumento ovalado
que guarda en su estructura
delicia intacta y rosa comestible.

(…)

Celebráis la décima edición de la Feria de la Castaña de Cabeza la Vaca. Que sepáis que con ella impulsáis, año a año, una iniciativa de desarrollo del territorio, económica y turística, pero también lleváis a cabo un ejercicio de singularidad, histórico y simbólico, de reencuentro con vosotros mismos, con vosotras mismas, al acercaros –como los antiguos celtas− al tronco del castaño a  recoger el fruto que durante tanto tiempo fue el único pan. Que lo disfrutéis.
Muchas gracias.


jueves, 25 de junio de 2015

Las memorias de Vicente Herrera, singular autodidacto

Decía José Ortega y Gasset que los españoles no escribimos autobiografías porque concebimos la vida como un permanente dolor de muelas, frente a otros europeos que sí sienten placer por lo pasado.  El filósofo fue uno más de los que constató la escasez de este género literario en España, aunque las razones aducidas para esta supuesta aversión del español hacia lo autobiográfico no siempre fueran las mismas. Además del rechazo al pasado o a la propia escritura (el padre Feijoo decía que el español tomaba antes la espada que la pluma), hay quien afirma que somos flacos de memoria o pudorosos para sincerarnos. Razones demasiado raciales para tener fundamento.
El caso es que, si alguna vez ha sido cierta esa sospecha, hoy no es más que un tópico. A partir de la muerte de Franco, fue notable el incremento bibliográfico de la llamada “literatura del yo”: autobiografías, memorias, diarios, epistolarios... Junto al innegable crecimiento cultural experimentado por el país, el motivo de este renacimiento es que el género confesional exige libertad y no es cuestión de airear a los cuatro vientos nuestros pensamientos si hay riesgo de ir a la cárcel por ellos.
Además, el pasado español del siglo XX tiene en su mitad uno de esos “hachazos históricos” que condiciona la existencia de todo un país. La Guerra Civil convirtió de golpe en dramáticamente singulares las vidas de muchas personas anónimas. Y no fue hasta después de la muerte del dictador cuando pudieron publicarse los relatos de vida generados por ese acontecimiento. Si a esto unimos que el devenir español de estos últimos cuarenta años también ha generado otras excepcionalidades históricas alrededor de la propia transición política y de la recuperación de las libertades y de las nuevas instituciones democráticas, ya tenemos sobre el escenario algunas de las circunstancias que explican el buen momento que atraviesa en España el género memorístico.
Los escritores y los políticos han sido los principales autores de estos textos, pero el auge de lo autobiográfico no es atribuible sólo a las celebridades. Hay mucha memoria ciudadana, mucho modesto relato de individuos sin notoriedad pública en la última bibliografía memorística española.
En Extremadura, salvando las distancias económicas y sociales, todo debería de ser más o menos parecido al resto de España. O, al menos, eso defiendo siempre. Aunque en esta ocasión me faltan argumentos para sostenerlo. Porque es verdad que en los últimos cuarenta años se ha practicado poco en la región a diferencia de en Españael género autobiográfico. No hay que buscar las razones en la idiosincrasia extremeña y sí en las ya citadas condiciones socioeconómicas. Porque, en literatura, escribir sobre el yo puede entenderse como una cualificación del escribir sobre los otros, y aquel tipo de textos sólo surgen si de éstos hay suficientes muestras.
En definitiva, hay pocos libros autobiográficos escritos en los últimos años por extremeños. Sin pretender ser exhaustivo, entre los escritores están José Antonio Gabriel y Galán, que escribió  Diario 1980-1993; el poeta Santos Domínguez Ramos, que tituló Memorial de un testigo sus notas autobiográficas editadas en 2002; el cacereño asturiano José Luis García Martín, que nos ofrece desde hace años sus diarios bajo distintos títulos, los últimos de los cuales han sido Para entregar en mano y Línea roja, y Luis Landero, que acaba de publicar su novela autobiográfica El balcón en invierno.
Entre los políticos han hecho incursiones en la escritura autobiográfica, aunque con modalidades distintas, Manuel Veiga López (Confidencias y semblanzas, 1994), Alberto Oliart (Contra el olvido, 1998), Alfonso González Bermejo (Los primeros momentos, 2004), Enrique Sánchez de León (Extremadura, de todos, 2004) o Juan Carlos Rodríguez Ibarra (Rompiendo cristales, 2008).
Pero ya decía que las memorias no son sólo de celebridades. También hay personas anónimas o de menor relevancia pública que nos han ofrecidos sus recuerdos, la mayoría de ellos sobre la guerra y la posguerra. Algunos de los textos de este tipo son: Recordando mi memoria, del barcarroteño Manuel Lobato Benavides; Hacia otros horizontes, de Luis Vasco Durán, de Monesterio; Memorias de un comunista, de Elías Zafra Viola, o Así fue pasando el tiempo, de la miliciana extremeña María de la Luz Mejías Correa.
El libro que el lector tiene entre sus manos, Memorias. Semblanza de una época, de Vicente Herrera Silva, se inserta, pues, en esa edad de oro de la autobiografía que vivimos en España desde hace cuatro décadas. Y lo hace compartiendo rasgos de los tres tipos de autores de textos autobiográficos mencionados. Porque Vicente Herrera es un hombre político, y por tanto su libro debería incluirse en el grupo de las memorias de políticos. Pero él nació en 1936, en pleno “hachazo” de la guerra, en una familia socialista en la que el padre estuvo ocho años en la cárcel y la madre, tres. La importancia que cobra en su libro el contexto hace que se convierta también en una de esas memorias ciudadanas de testigos de la guerra y la posguerra. Y, finalmente, aunque Vicente no se dedica a la literatura ni es un escritor profesional, éste no es el primer libro que firma y como podrá comprobar el lectorescribe magníficamente. Por eso esta obra no está muy lejos de ser considerada una de esas autobiografías de ilustrados que también mencioné anteriormente.
Memorias de un político, recuerdos de un niño de la guerra y la posguerra, y autobiografía de un autodidacto. Esa es la triple identidad de este libro, acorde a las tres facetas de la personalidad de su autor.
Natural de Alconchel, donde nació el 3 de diciembre de 1936, Vicente Herrera ha sido alcalde de su pueblo natal, democráticamente elegido, durante veinte años, desde 1979 hasta 1999. A partir de 1983 compaginó la alcaldía, durante un cuatrienio, con el puesto de diputado provincial. En 1987 dejó la Diputación de Badajoz y pasó como diputado regional a la Asamblea de Extremadura, donde se mantuvo durante tres legislaturas, en todas ellas como miembro de la Diputación Permanente y portavoz del grupo parlamentario socialista.  Tras dejar la Asamblea y la alcaldía en 1999, siguió siendo concejal de Alconchel y fue elegido de nuevo diputado provincial, ejerciendo la vicepresidencia segunda de la Diputación y la portavocía del grupo socialista hasta el año 2003. En septiembre de 2001 había sido nombrado miembro del Consejo de Dirección de El Socialista, el órgano de prensa del PSOE, tras asumir la secretaría general del partido Jose Luis Rodríguez Zapatero y la dirección de la revista Ludolfo Paramio. Estuvo vinculado a esta publicación durante seis años, hasta 2007. Su último cargo político fue la presidencia del Consejo Asesor de Radio y Televisión Española en Extremadura, que ejerció de 2004 hasta 2011.
Pero además de su vertiente política, Vicente Herrera tiene una faceta profesional (es técnico en electrónica y mantuvo abierto durante muchos años su taller en Alconchel) y otra vital o personal. Esta última es la determinante y de la que nos ofrece en sus memorias unos pasajes más relevantes, tanto sobre su infancia y juventud como sobre su personalidad adulta. Vicente Herrera pasó sus primeros tres años en la cárcel, donde habían detenido a su madre. Primero estuvo ocho meses en la cárcel de Olivenza y después más de dos años en la de Badajoz.
A la sombra del palacio de Godoy,
en la cárcel provincial de Badajoz,
prisionera de la guerra me encontraba
sin justicia, sin consuelo y sin amor.
Esa es la letra adaptada de un pasodoble famoso que su madre recordaba. Hay mucha emoción en las primeras páginas de este libro, donde el autor nos relata la vida en la cárcel de su madre, Carlota Silva Galán, y sus sacrificios por sacar adelante una familia en la que faltaba el padre, Vicente Herrera Díaz, encarcelado por sus ideas políticas. Para todo ser humano son importantes sus padres, pero cobran un sentido especial en la peculiar peripecia vital de Vicente: un niño cuyos primeros años los vive en la cárcel junto a su madre, y cuya infancia, ya en libertad, transcurre con la ausencia del padre, también encarcelado. No es extraño que dos de los capítulos principales de este libro se titulen así: “Mi madre” y “Mi padre”.
La vida en Alconchel de una familia de represaliados políticos no fue fácil. Gracias a la memoria y a la pluma de Vicente Herrera conocemos cómo, a pesar de las sombras, fueron saliendo para adelante y cómo vivió también los gozos de la infancia: los juegos de la edad, las travesuras, los primeros hallazgos y el descubrimiento de un entorno rural con sus personajes y sus lugares, sus ritos y sus aventuras.
El autor extrae de la experiencia de la infancia su paso por la escuela y configura un capítulo aparte con los recuerdos escolares. Lo hace en consonancia con el papel que la escuela tuvo en la forja de su carácter. La figura de don Guillermo, el maestro, le marcó de por vida:
…la extraordinaria influencia que supuso su paso por mi vida, porque aparte de lo que me enseñara que fue mucho para la obligación que tenía lo verdaderamente importante es que me enseñó a aprender. Despertó en mí la curiosidad por averiguar el porqué de las cosas, a darle la vuelta y a buscar contradicciones, algo que después me he dado cuenta de que es muy útil para el desarrollo cognitivo y que, dicho sea de paso, algún desasosiego ha causado a quienes han tenido que bregar conmigo.
Si don Guillermo le hizo interesarse por la cultura y el conocimiento, la afición a los útiles y a las herramientas le surgió gracias a las visitas a la fragua-carpintería de Feliciano, otro maestro, pero carpintero. Esos dos maestros le proporcionaron el gusto por el trabajo intelectual y por el trabajo manual que, si para muchos son contrarios, para Vicente Herrera son complementarios y siempre han ido parejos a lo largo de su vida. 
Uno de los pasajes más intensos de este libro está a caballo entre el capítulo dedicado a la escuela y el que trata sobre la adolescencia y juventud del protagonista. En él nos narra el drama personal que a un joven de once años le supuso no poder continuar los estudios debido a la situación económica de su familia. Cursar el bachillerato se había convertido en una obsesión, pero finalmente no pudo hacerlo. Sobre esa frustración, superándola, edificó Vicente Herrera su proyecto de vida. La falta de formación académica la suplió sobradamente con una formación autodidacta basada en la lectura, en la escritura, y en la conciencia y la reflexión sobre su entorno. Y este autodidactismo ha pasado a ser, por encima de cualquier otro, el rasgo principal de su carácter. Así lo entendió su compañero de escaño Desiderio Guerra Corrales cuando en 1997 hubo de elegir un detalle de la personalidad de Vicente como motivo del retrato parlamentario rimado que le dedicó en Pido la palabra:
Portavoz Vicente Herrera,
singular autodidacto,
a la oposición altera
cuando les menciona “el pacto”.

A pesar del notable currículum político de Vicente Herrera, es significativo que el papel que ocupa en este libro la experiencia vivida en ese campo sea menor que la de su otra vida. Apenas tres capítulos se dedican a esos treinta y dos años que transcurren desde 1979 hasta 2011, ni siquiera un quinto de las páginas de este volumen, mientras que al relato de su vida hasta 1979 sus cuarenta y tres años primeros dedica cuatro quintas partes.
Vicente Herrera es un hombre culto y eso se nota en cada una de las páginas de este libro. Y un hombre inquieto, apasionado. La mezcla de esos dos rasgos se muestra en algunas de las ocurrencias de su vida, como cuando leyó un diccionario de la A a la Z, el Aristos, de la editorial Sopena, o cuando su afición al cine le convirtió en socio empresarial del cine local. Ni todos los aficionados al cine acaban de empresarios del sector, ni todos los amantes de la lectura se leen un diccionario entero. Ambas son evidencias de que la cultura de Vicente Herrera es la de un hombre de acción. Cultura en movimiento, apasionada, comprometida… que configuran una personalidad casi proteica que le hacen participar en una tuna (la Tuna Miraflores de Alconchel), “fabricar” un modelo propio de televisor (el VIHESI), ejercer la alcaldía de su pueblo durante veinte años, ser uno de los pioneros en Extremadura de la exhumación de restos de represaliados de la guerra civil (el 24 de septiembre de 1981 aprobó el Ayuntamiento de Alconchel una propuesta suya en ese sentido) o coordinar en 2010 una publicación sobre su paisano Francisco Vera, huellas de su vida y su obra. Todo en uno.
Por eso, quizás, Vicente Herrera también ha escrito en este libro muchos libros en uno, y todos ellos escritos con solvencia, con emoción y rigor, y con rasgos de humor que añaden atractivo a su lectura. Memorias. Semblanza de una época es, en parte, un libro de historia, porque en algunos de sus capítulos relata los hechos de un tiempo, la posguerra, desde la perspectiva de una familia de represaliados políticos. También es un relato antropológico porque habla de un espacio, el medio rural, y de la vida de sus gentes. Es, por otro lado, una autobiografía en sentido estricto cuando nos cuenta los avatares de un joven empeñado en superar su situación socioeconómica mediante la liberación de la cultura y la educación. Y, finalmente, son las memorias de un político que nos permiten disponer de una fuente primaria sobre el papel de los primeros ayuntamientos democráticos y la creación de la autonomía extremeña.
En definitiva, Memorias. Semblanza de una época es una crónica de la posguerra, una semblanza de lo rural, una historia de vida y las memorias políticas de un singular autodidacto.
[Prólogo de Memorias. Semblanza de una época, de Vicente Herrera Silva]


sábado, 7 de febrero de 2015

Los supervivientes de la lengua... de Morán

Se lo acabo de decir a mi hermano Miguel Ángel: leo con fruición El cura y los mandarines de Gregorio Morán. El polémico ensayo de este periodista cercano a historiador me atrapa. Debo reconocer que las barbaridades que dice de unos y de otros escritores (de 1962 para acá) son, por excesivas y generalizadas, sospechosas, pero me cautiva la cultura de este hombre, al que conozco de algunos de sus libros anteriores, como el soberbio Miseria y grandeza del Partido Comunista de España, y por sus artículos, las "Sabatinas intempestivas" en La Vanguardia.

El cura y los mandarines tiene errores importantes. Como confundir a dos hombres de Ínsula, esa revista verde entre el erial: José Luis Cano y Enrique Canito, este último catedrático de francés del instituto republicano de Zafra (en la página 211 atribuye a Cano el sobrenombre de "Canito", mezclando en una única persona dos personalidades). Pero, a pesar de este y otros fallos, la lectura del libro merece la pena.

Es tal el número de sus damnificados que, en ese campo de batalla lleno de muertos y heridos por sus invectivas, me sorprendió mucho, como indemne elogiadísimo, Ángel Álvarez de Miranda. El casi desconocido historiador y escritor español de la mitad de siglo, padre de un reputado académico de la Lengua actual, es de los pocos que no es criticado en un libro del que debo escribir una nota de la que ya tengo el título: "Los supervivientes de la lengua... de Morán", o algo así. Y la encabezaré (por aquello de la A y del orden de aparición en la obra) con AAM.

miércoles, 7 de enero de 2015

ÁLBUM DE IMÁGENES DE LA ESPAÑA DECIMONÓNICA

Uno de los libros de viajes fundamentales sobre la España del siglo XIX es el Manual para viajeros por España y lectores en casa de Richard Ford, escrito a partir del viaje que este adinerado inglés hizo con su familia en 1830-1833. Se sabía que Ford había hecho algunos dibujos a su paso por las ciudades, pero sólo se habían publicado los de Granada y Sevilla en ediciones de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. También ha habido alguna exposición parcial, desde la de Londres de 1974, pero nunca hasta ahora se había dado a conocer en España una selección significativa de los quinientos dibujos y acuarelas que hizo sobre ciudades y pueblos españoles y que son propiedad de la familia Ford. 

De ahí la importancia de la exposición RICHARD FORD. VIAJES POR ESPAÑA (1830-1833) que, con más de doscientos dibujos y acuarelas, ofrece la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en colaboración con la Fundación MAPFRE, y que está abierta en la sede madrileña de la calle de Alcalá de la academia desde el 25 de noviembre pasado hasta el próximo 1 de febrero. La exposición está acompañada de un magnífico catálogo con la reproducción de las imágenes expuestas.

Los dibujos de Richard Ford son, como dice el comisario de la exposición, Francisco Javier Rodríguez Barberán, el registro de un mundo desaparecido. Unos años antes de la invención de la fotografía, Ford nos ofrece un catálogo de la apariencia urbana de la España decimonónica, un interesantísimo álbum prefotográfico de España. 

Como ejemplo del interés de esta exposición he elegido un dibujo, hasta ahora inédito, de Zafra, hecho por Richard Ford el 17 de mayo de 1832.