sábado, 26 de abril de 2014

Juan Manuel Llerena, un intelectual apasionado y apasionante


Lo de hoy ha sido estupendo. El homenaje a un hombre pletórico, proteico, estupendo a sus 91 años mediados. ¡Qué tipo! Los Santos de Maimona, 12 de la mañana. Hemos intervenido: Ángel Bernal, Manuel Lavado, Juan Guardado, Juan Tovar, Antonio Zapata, Juan Santos Rincón y yo. Y todos rodeando a este portento de la naturaleza que es Manolo Llerena. En la foto, el homenajeado, mi amigo Juan Santos y yo. Aquí el texto que he leído en su homenaje. 



Al final resulta que, como decía Miguel de Unamuno, aquí, después de irnos, solo dejamos memoria. Si acaso. Por eso merece la pena ejercer la generosidad de la memoria con los otros, con los que merecen la pena de los otros, con los buenos de todos nosotros. Esa generosidad que llamamos reconocimiento, homenaje, admiración, recuerdo vivo.
Deberíamos hacer más homenajes. Basta con dedicar un tiempo a algunas de las mujeres, a algunos de los hombres, que hay en nuestros pueblos para darnos cuenta de lo que nos estamos perdiendo si no los conocemos más, del beneficio que nos hacen a todos por vivir y haber vivido de cara a la gente. Y de cuánto merecen un reconocimiento.
Homenajear a quien lo merece sin ser poderoso ―aunque algún poderoso, pocos, también se lo merezca― es uno de los ejercicios más honrados de la convivencia. Dicen que la solidaridad es la ternura de los pueblos. Pues bien, el reconocimiento  hacia los otros –no hacia los de arriba, sino hacia los iguales- es la fe de vida de una comunidad, el certificado de su verdadera convivencia.
Pero los homenajes hay que hacerlos en vida de la gente. Las elegías se hacen sin que pueda quejarse nadie. Y eso no vale. Para este empeño de reconocimiento ciudadano, público, cívico, de poco sirve tener al homenajeado en horizontal. Tiene que estar en pie.
Como hoy, felizmente, le ocurre a Juan Manuel Llerena.
Estamos ante uno de los más estimables intelectuales nacidos en esta Extremadura nuestra, y no solo por la persistencia de sus 91 años sino por su excelencia, por su hondura. No sólo por su largueza, sino por su anchura de vida.  
Dijo Engels que en la mano se concentra todo lo humano. Pero, en puridad, no es la mano lo que nos distingue, sino el intelecto, la capacidad de entender y crear, aunque esa actividad se aplique luego en lo cotidiano y en lo manual. Manolo Llerena pudo estudiar porque, precisamente, a su padre no le hacían falta sus manos. Él es una muestra de vida intelectual. Pero ni eso conlleva la frialdad que el tópico atribuye a lo de cuello para arriba ni tampoco significa que su vida haya seguido una única ruta.
La vida, el trayecto intelectual de José Manuel Llerena tiene, al menos tres ejes: la actividad docente, la tarea literaria y la reflexión y divulgación religiosa. Docencia, literatura y religión o por seguir el orden cronológico de sus apetencias durante su larga vida: religión, docencia y literatura. Y alguna incursión en la política y en el teatro, entre otros afanes. Y todo eso apasionadamente.
Nacido en Los Santos de Maimona, el 27 de diciembre de 1922, se crio entre Los Santos y Zafra. Fue estudiante –según él malo, pero no me lo creo- del instituto republicano de Zafra, alumno de José Pérez Gómez, de Lengua y Literatura; de José Perales Vidal, de Historia; de Enrique Canito, de Francés; de Eliseo Ortega, de Filosofía... Aquí vivió los años de la guerra, las heridas de la guerra, las muertes de la guerra.

Y después Badajoz y Madrid. Se libró de la mili de tres años de entonces gracias a ser hijo de sexagenario y sólo tener hermanas. Empezó a trabajar, alrededor de 1943, como oficinista en la Delegación Nacional de Juventudes de la Secretaría General del Movimiento. Gloria Fuertes, casi en la mesa de al lado. Hizo la carrera de Filosofía y Letras del 46 al 50. Después, asistió a un curso o dos de bibliotecario en la Biblioteca Nacional. Y salió en la portada de ABC vestido de Juan Tenorio, uno de los personajes literarios que promovió la Biblioteca Nacional en una fiesta hace, día arriba día abajo, exactamente 61 años.
Alrededor de los años 50 asiste a reuniones en la casa encendida, la casa de Luis Rosales. De la mano del poeta extremeño Alfonso Albalá y del narrador madrileño Medarno Fraile. A mitad de camino entre su vocación y su devoción, entre la carrera y las tertulias, en esos años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, conoce a Rafael Lapesa, a Dámaso Alonso, a Emilio García Gómez, a Carlos Bousoño, a Alfonso Sastre, a Sánchez Ferlosio, a Juan Guerrero Zamora…
De familia de hondas convicciones religiosas, es hombre religioso, pero como él dice más de la parte evangélica que de la dogmática. De joven fue colaborador desde el primer número, y luego secretario, de Espiritualidad Seglar, la revista del otro catolicismo frente al nacionalcatolicismo del régimen. La publicación la pagaba el teólogo Enrique Miret Magdalena y en ella confluyeron el filósofo José Luis Aranguren, el notario ultra Blas Piñar, el primero falangista y luego comunista padre Llanos, , el militar demócrata Luis Pinilla, el comunista Carlos París, Alfonso Prieto ―uno de los democristianos del Contubernio de Munich―, el sacerdote José María Javierre, En el primer número de Espiritualidad Seglar, Llerena escribe un artículo sobre un jesuita italiano, el padre Lombardi, fundador del Movimiento por un Mundo Mejor, que acababa de dar una conferencia en Madrid planteando una renovación del cristianismo.
Sobre esta época dirá Manolo Llerena
Aunque  por parte de todos había descontentos con el régimen,  estas reuniones  no tenían nada  de políticas , de tal modo que agotado el franquismo, de la vasija que  estábamos cociendo fueron a parar  cachos  a todas las “sensibilidades”, desde  Blas Piñar, colaborador en varios números, hasta el propio Miret  para citar el alma del grupo.
Pero permítaseme  decir sin  fundamento, pues  luego  viviría lejos de todos ellos, que bastantes  que entonces  apuntaban a contestatarios  no pasarían de la democracia  cristiana  conservadora. Lo más difícid de la libertad  es  tener el valor de ejercerla cuando ya no estamos oprimidos.

También de esta faceta de divulgador de publicaciones religiosas, montó en Madrid en 1954 una editorial con Pepe Ruiz, un chófer del Parque Móvil del Ministerio, que era apoderado del entonces torero y después dramaturgo Salvador Távora. La editorial se llamó Ediciones del Pez y sacó dos libros. Uno del propio Miret Magdalena, ¿Qué eran los sacerdotes obreros?, y otro de un autor americano,  Leo J. Trese, Vaso de Arcilla.
Para Manolo Llerena, la docencia comienza, si mis datos no son erróneos, en Azuaga, a los 33 años, al ser nombrado director del Instituto Laboral, donde como luego veremos tuvo hasta que comprar autocares. Allí estuvo de 1955 a 1958. Uno de esos años, 1956, se casó en Madrid. Le viven 6 hijos.
Tras unos meses en la capital, en el Ministerio, pasó a La Carolina, desde 1959 a 1966. Y una tarde de domingo de octubre de 1966 llegó a El Ejido, en Almería, por entonces aún parte del municipio de Dalías, para poner en marcha el instituto. A Juan Manuel Llerena le encomendaban la puesta en marcha de centros educativos atendiendo a que, además de su formación docente y de sus clases de Lengua y Literatura, atesoraba una experiencia administrativa, burocrática, de sus años ministeriales en Madrid. Y ese Llerena gestor, experto en administración de centros, es otra de las facetas de una vida multiforme, que compagina ―agua y aceite― con su afición al teatro, y a su fomento en los centros docentes por los que ha pasado, por la que ha recibido el reconocimiento de sus alumnos.
Se jubiló en el instituto granadino “Mariana Pineda” de El Zaidín, adonde llega por traslado en 1979 después de algún rifirrafe político.
Manolo Llerena tiene mucha inquietud política. En sus textos hay frecuentes menciones a la política y a los problemas sociales. Suele abordar estos asuntos desde posiciones progresistas. De El Ejido fue concejal en los últimos años del franquismo por el tercio de entidades culturales, pero por poco lo linchan. Eran los años en los que El Ejido (y Manolo Llerena) reivindicaba su segregación del municipio de Dalías, al que pertenecía. Acabó consiguiendo su autonomía, pero no sin conflictos y disturbios de los que fue una de las víctimas nuestro homenajeado de hoy.
A Juan Manuel Llerena le hubiera gustado ser escritor, y lo es, pero no publicó su primer libro hasta que se jubiló. Aunque escribe desde joven. Llegó a presentar un libro, hoy perdido, al premio Adonais el año que ganó Valente, en 1954. Ya jubilado ha publicado tres libros de poemas: Desde El Ejido, La Realidad, el Tiempo y los Adjetivos, y El camino del Amarillo. No hablo de su poesía, que abordará luego Juan Santos Rincón, pero sí me gustaría señalar que sus textos memorísticos merecerían, sobre todo aquí, en Los Santos de Maimona, una edición patrocinada. No sabéis la que os estáis perdiendo por no tener ya editados esos magníficos Itinerarios de un adolescente o el resto de fragmentos de la memoria de Manolo Llerena que, en cierto modo, es la memoria de todos vosotros y vosotras, la memoria de Los Santos de Maimona de finales del primer tercio del siglo XX.
No sé si fruto de su larga vida o de la convicción de que –como decía al comienzo- sólo somos memoria, la obra literaria de Manolo Llerena es esencialmente memorística, está basada sobre todo en el recuerdo de lo vivido, de la pasión por lo vivido.
Y lo que él ha vivido apasionadamente ha sido mucho como hombre de letras, poeta, editor, gestor, escritor y maestro. En definitiva, como intelectual apasionado.

Manolo, gracias por tu vida. 

miércoles, 23 de abril de 2014

Zambrano




23 de abril, Día del Libro. Bajo al buzón y el heraldo me trajo Lo que dejó la lluvia, el último poemario de José Antonio Zambrano, publicado por Calambur con la colaboración de la Editora Regional de Extremadura. José Antonio nos leyó los poemas de este libro en Zafra el año pasado, 16 de marzo, en una de las sesiones ahora interrumpidas, ¡ay!, de "Poesía en el Dropo", los encuentros alrededor de poesía inédita cercana organizados por el Colectivo Manuel J. Peláez.

viernes, 18 de abril de 2014

La última resignación de Gabo


Esta mañana he vuelto a leer "La tercera resignación", el primer cuento del libro de relatos Ojos de perro azul, de Gabriel García Márquez. Fue el primero que leí de él, el día que cumplí 17 años, y con el que me enganché a su literatura. Y también fue el primero que él mismo vio publicado en su vida. Lo que fue una primicia para él lo fue también para mí.

En sus memorias primeras, Vivir para contarla, García Márquez escribe lo siguiente, tras saber -el 13 de septiembre de 1947- que el cuento se había publicado en El Espectador:

Mi primera reacción fue la certidumbre arrasadora de que no tenía los cinco centavos para comprar el periódico.
La lectura de hoy, con GGM de corpore in sepulto, me ha resultado un tanto tétrica, más allá del tono macabro del relato. Todo sea por el maestro que "sabrá entonces que va a subir por los vasos capilares de un manzano y a despertarse mordido por el hambre de un niño en una mañana otoñal".