jueves, 1 de septiembre de 2016

FELIPE TRIGO, HÉROE NACIONAL

2 de septiembre de 1916. Se cumplen cien años de la muerte de Felipe Trigo. De obra singular, hizo del compromiso social y del erotismo los contenidos básicos de unas novelas que lograron gran éxito en los tres primeros lustros del siglo XX. Fue un escritor profesional, que se ganó bien la vida con sus libros y que se la quitó cuando estaba en plena fama.

Su peripecia vital fue, como su obra, también singular y, en ocasiones, contradictoria. Y hay aspectos de su biografía que no han sido suficientemente divulgados, si no investigados. Uno de ellos es la "etapa marxista”: los artículos en El Socialista, la relación con Pablo Iglesias y su participación, el 28 de julio de 1887, en la fundación de la primera agrupación socialista de Extremadura, la de Cabeza del Buey, pueblo de su mujer, Consuelo Seco.

Otro pasaje biográfico de Trigo poco divulgado es la estancia en Filipinas, como médico militar, y el regreso a España como héroe nacional. El 27 de septiembre de 1896 (también este mes es el aniversario) se sublevaron los tres centenares de tagalos del batallón disciplinario de Fuerte Victoria, en Mindanao. Trigo fue herido (unos dicen que a machetazos y otros, a balazos) y dado por muerto. Pero estaba vivo y pudo arrastrarse hasta escapar y llegar al fuerte más próximo, donde dio la alarma y puso en guardia a los militares españoles. Felipe Trigo fue uno de los dos únicos supervivientes del ataque y regresó a España inválido de su mano izquierda. Recibido por ministros y hasta por la reina regente, la prensa le trató como “el héroe de Fuerte Victoria”, fue propuesto para la Cruz Laureada de San Fernando (que finalmente no se le concedió), ascendió a teniente coronel y alcanzó una fama que le sirvió para apoyar el resurgir fulgurante de su carrera literaria.

sábado, 27 de agosto de 2016

Marca Extremadura

Esta es una de las imágenes más importantes de la historia de Extremadura. Es conocida, aunque no toda la gente sabe su significado completo. Se trata de la miniatura que situó Elio Antonio de Nebrija, primer gramático de la lengua castellana, en la primera página de la segunda edición de uno de sus libros: Introductiones latinae. El ejemplar que abre la miniatura es, según Eustaquio Sánchez Salor, una reimpresión de 1493-94 de esa segunda edición y perteneció al placentino Juan de Zúñiga, último maestre de Alcántara y amigo del andaluz Nebrija.

Reproduce una de las lecciones del maestro Nebrija en la llamada Academia de Zúñiga, la corte renacentista de humanistas y letrados que el maestre de Alcántara creó en Zalamea de la Serena a finales del siglo XV. El centro de la imagen lo ocupa Nebrija, que tiene a su derecha a un asistente con un libro en las manos. A la izquierda de la imagen está Juan de Zúñiga, atendido por un paje y escuchando la disertación. En el lado derecho de la imagen varias personas asisten también a la clase. De pie, tres mujeres, las tres hermanas del maestre (Isabel, Elvira y María) y sentados, cuatro hombres. Uno de ellos, con bonete rojo, es el hijo de Nebrija, Marcelo de Lebrija, también escritor. Es posible que alguno de los otros tres, o el que está de espaldas, sea el maestro de capilla Solórzano, el mayor músico de España por entonces, el médico Juan de la Parra o el astrólogo judío Abasurto, Abraham Zacuto, autor del Tratado de las influencias del cielo. Ellos tres eran algunos de los más asiduos a la corte de Zúñiga y no es extraño que fueran retratados por el miniaturista.

Este emblema iconográfico de Extremadura resume una de las épocas más brillantes de la cultura en la región, cuando Nebrija escribió en Zalamea de la Serena la primera gramática castellana y el primer diccionario de la lengua. Expresa uno de esos episodios de excelencia cultural (hay más) que a algunos les extraña que sucedieran en Extremadura, cuya historia parece que sólo haya dado para miserias o para destellos de dudosa épica como la conquista de América.

Cualquier proyecto de imagen y promoción de Extremadura debe incorporar iniciativas de reconciliación con nuestro pasado. La mejor tarjeta de presentación es la trayectoria previa, siempre que −como es el caso− esté llena de experiencias prestigiosas. Esta imagen de la Academia de Zúñiga, con el maestro Nebrija impartiendo una lección a finales del siglo XV en Zalamea de la Serena, es una imagen de Marca Extremadura. 

sábado, 13 de agosto de 2016

El año sin verano


Hace doscientos años, en 1816, no hubo verano. Una enorme erupción, en abril de 1815, del volcán Tambora, en Indonesia, unido a otras circunstancias, provocó una bajada radical de temperaturas y la alteración del clima en todo el mundo. Nevó donde y cuando no tenía que nevar (¡en el centro de España, un 11 de agosto!), llovió copiosamente, las cosechas se malograron, los precios subieron y la escasez se extendió por todos lados. Durante los años siguientes, Turner pudo pintar sus cielos gracias a las cenizas en suspensión que dejó el Tambora.

A un grupo de jóvenes escritores ingleses el fenómeno les cogió en Suiza, a orillas del lago Leman. Lord Byron, Claire Clairmont, Percy Shelley, Mary Godwin y el doctor Polidori pasaban las tardes encerrados en Villa Diodati por culpa del mal tiempo. Del 16 al 19 de junio de 1816 idearon allí, a modo de juego, varias historias de terror. La de la jovencísima Mary Godwin fue el germen de uno de los principales personajes de terror conocidos: Frankenstein. Otro de los participantes, el doctor Polidori, publicó poco después su novela El Vampiro, primera del género vampírico al que pertenece Drácula.

La historia es sabida, aunque quizás no tanto las evidencias de ese año sin verano en lugares más anónimos. El año pasado se leyó en el Departamento de Física de la Universidad de Extremadura una tesis doctoral de María Isabel Fernández Fernández: El clima en la región de Zafra durante el período 1750-1840. A partir del rico fondo documental de Feria del Archivo Histórico Municipal de Zafra, la autora reconstruye la situación climatológica de Zafra desde mediados del siglo XVIII a mediados del XIX. La fuente básica son las cartas del contador del duque de Medinaceli en Zafra al propio duque, informándole de los aconteceres del Estado de Feria. Al comienzo de cada una de estas cartas semanales se describe el tiempo meteorológico.

Gracias a la investigación de María Isabel Fernández sabemos que 1816 también fue en Zafra un año sin verano, de muchas lluvias y temperaturas frías, por culpa de la erupción del Tambora. Lo que nunca sabremos es si las inclemencias del tiempo facilitaron, también aquí, algunas veladas literarias de jóvenes ideando historias. Si las hubo, no alcanzaron la trascendencia de esas noches suizas en las que nació Frankenstein. 

sábado, 6 de agosto de 2016

Ochenta años

Todos los 7 de agosto, de madrugada, recuerdo la salida, aún a oscuras, de los hombres del comandante Castejón desde Los Santos a Zafra. Eran las 3 de la madrugada. Recuerdo que ese día nadie, de los que no se habían marchado, pudo dormir. Las sábanas blancas colgaban de los balcones. Recuerdo a mi bisabuela Lola, que colgó el sacudidor de trapos blancos “para que hubiera paz”. El alcalde, Pepe González, había reunido en la plaza a la gente la noche anterior para recomendar que no se resistiera a las tropas. Aún había esperanza de que eso evitara la masacre. Recuerdo el cañoneo a las 5 de la mañana sobre la estación, donde un tren partía. Los proyectiles del artillero Fernando Barón buscaban también la Fábrica de la Luz, cerca del cuartel de la Guardia Civil, y recuerdo el estruendo de alguno al impactar en la esquina de la calle Ancha.

Después, a las 7 de la mañana, se me viene siempre a la cabeza Cirilo, único resistente, empuñando el arma subido a un cinamomo hasta caer abatido por los soldados. Recuerdo a las tropas entrando en el Campo de Sevilla. Y al capitán Fuentes en la puerta de Santa Marina. No hizo falta que liberara a nadie porque la guardia había sido levantada a primera hora, antes de marcharse del pueblo las autoridades republicanas.

A las 8 de la mañana recuerdo a las tropas en el Ayuntamiento. El nombramiento de la Gestora, con los ricos del pueblo. Y las primeras listas. Y las discusiones para poner y quitar nombres. Y las primeras 500 pesetas encima de una mesa para evitar una captura. Recuerdo las puertas abiertas de las casas para que los moros no las echaran abajo. Y cuando alguna encontraban cerrada, la rapiña en el interior, los muebles volando por los balcones y la mercadería en la puerta. Una máquina de coser, algún reloj: “¡Paisa, barato, barato!”.

A las 11 recuerdo la misa en La Candelaria. El templo abarrotado y los “detente bala”, hechos con las monedas de El Rosario, en los pechos de los militares. Y a don Daniel en el púlpito. Y a Juan Galán concelebrando antes de unirse a las tropas y de pedir su pistola. Recuerdo al medio centenar de personas capturadas, en círculo, en el centro de la plaza Grande, esperando. Y a la gente alrededor, con brazaletes blancos, mirándolas. Y a los soldados deambulando con las armas en la mano. Y a Castejón sentado en un sillón que le había sacado a la calle don Tomás, el farmacéutico.

Nunca se me olvida el calor de las 12 de la mañana de ese día. Y la comitiva por la calle Sevilla de vuelta a Los Santos. La gente aplaudiendo, atemorizada, o escondida tras los visillos. Y la cuerda de presos, atados en grupos de siete u ocho, con las caras desencajadas: Antonio Amaya, Ángel Caño, Bárbara Bizarro, Luis Mata, Diego Luna, Paca Infante, Luis Madroñero, la “Reverte”, Antonio Guerrero, Teodomiro Trujillo, Julián Vitorique, los Coronel, los Montaño… Y don Rafael, el modelista, fuera de la cuerda, pero sin querer separarse de doña Juana, la maestra, también apresada.

Recuerdo ese mediodía de hace ochenta años como si fuera hoy. Los camiones, los caballos, las tropas… Aún oigo el sonido atroz de las balas de los fusilamientos, que cada cinco minutos detenían la marcha de los “conquistadores”, y veo alejarse por la carretera de Los Santos la polvareda de la historia fatal de ese día.


[Zafra en agosto de 1936. Dibujo de Justo Calderón]

lunes, 1 de febrero de 2016

Una historia coral de la transición

Una vez más nos reunimos en Zafra alrededor de la historia. En los últimos años han sido muchas las ocasiones en que estas veladas culturales, que tan frecuentes son en nuestra ciudad, han tenido un motivo histórico. Y con la compañía de muchos historiadores hemos reflexionado sobre el pasado reciente de España.

Paul Preston, Josep Fontana, Francisco Moreno, Francisco Espinosa, Alberto Gil Novales, Ian Gibson, Julián Casanova… han sido algunos de los historiadores contemporaneístas que nos han acompañado aquí, en Zafra, en los últimos diez años. Actos organizados por el Colectivo Manuel J. Peláez, por la Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica, por el Seminario Humanístico de Zafra o por el Centro de Estudios del Estado de Feria y que nos han permitido indagar en nuestra historia común y debatir sobre los diversos enfoques de la misma.
Una vez más nos reunimos aquí para hablar de nuestra historia reciente. En esta ocasión con la excusa de la presentación de un libro, que aunque no sea una monografía histórica al uso, es un libro de historia. Ahora veremos de qué manera. Y cuyo autor, aunque no sea un historiador, es un excelente cronista y escritor, aunque él prefiere considerarse, sencillamente, un periodista.
333 historias de la transición es el libro y Carlos Santos, el autor.
Carlos Santos es especialmente conocido hoy como subdirector del programa “No es un día cualquiera” de Radio Nacional de España, que dirige Pepa Fernández las mañanas de los sábados y domingos. Además, conocemos su rostro gracias a las intervenciones en tertulias políticas televisivas como la de Al rojo vivo de la Sexta. Pero, la trayectoria periodística de Carlos Santos Gurriarán es ya dilatada y va camino de los cuarenta años.
Natural de San Cebrián de Castro (Zamora), aunque muy vinculado a Almería, es licenciado en Filología Hispánica y en Periodismo. En 1999 entró a trabajar en Radio Nacional de España, tras su paso, como presentador, por Canal Sur Radio y Canal Sur Televisión. Anteriormente, había sido editor de la revista Cambio 16, director de La Voz de Almería, redactor de Diario 16, El Imparcial o El Noticiero Universal y corresponsal en Madrid de Mundo Diario.
Ha trabajado con Julio César Iglesias, con Carlos Herrera, Juan Ramón Lucas o Pepa Fernández. Ha tocado todas las teclas (las radiofónicas, las televisivas y las de papel) del oficio periodístico. Y lo ha hecho desde funciones y cometidos distintos: presentando un programa informativo, llevando un espacio de música, hablando de gastronomía, opinando de política, dirigiendo formatos, dibujando con la palabra unos soberbios retratos de los personajes invitados a la radio, y escribiéndolo todo desde 1978 en su libreta colorá.
Hay un elemento que destaca especialmente en Carlos Santos. A este tipo le gusta la mezcla, se resiste a esa pureza que algunos enarbolan como principio de la existencia, y que tantos disgustos nos ha traído a lo largo de nuestra historia. Se enorgullece de que entre sus apellidos los haya castellanos, vascos, lusitanos y gitanos. Hace alarde de haber nacido en Castilla, de haber sido criado en Almería, de haber estudiado en Barcelona, de vivir en Madrid, de tener casa en Sevilla y de haberse enamorado de un pedazo de Extremadura. Se considera un español de España, al que le viene como anillo al dedo la trashumancia semanal de No es un día cualquiera.
Es periodista, pero también escritor. Le interesa la política y la historia, pero también la literatura, la música y la gastronomía. Escribe, toca el piano y, con una túnica negra y un tambor, participa todos los años en la rompida de Andorra de Teruel. Tiene algo de proteico, y no porque cambie de ideas, sino porque cambia de forma. Y desde todas las que adopta reivindica la igualdad de derechos de la gente, pero desde la diversidad.
Aunque no alardee de ello, además de periodista es, como digo, escritor. Y la precisión es necesaria, porque no todos los periodistas lo son. Es autor de varios libros relacionados con la naturaleza y en colaboración con Joaquín Araujo, como Los Arconocales, parque natural y Cabo de Gata, espléndida austeridad. Pero, sobre todo, ha escrito un libro sobre la vida de un misionero español, su tío Luis Gurriarán, en una comunidad maya: Guatemala, el silencio del gallo.
333 historias de la transición es el nombre de su último libro. El subtítulo Chaquetas de pana, tetas al aire, ruido de sables, suspiros, algaradas y… consenso. Se trata de una crónica a partir de los testimonios recopilados por el autor en sus conversaciones con numerosos testigos de una época, la transición española de la dictadura a la democracia, que también él tuvo ocasión de vivir en primera persona.
Aunque la cronología de la transición siempre ha sido objeto de controversias, Carlos Santos inscribe su relato entre el año 1975, año de la muerte del dictador, y 1981, año del golpe de Estado. Realmente, empieza un poco antes, porque en el arranque del libro “coge algo de carrerilla” y abre el relato en los años sesenta. Y tampoco termina exactamente en 1981, porque hay menciones a hechos posteriores.
Este libro se inserta, pues, en la fecunda bibliografía sobre la transición política española de la dictadura a la democracia. Más concretamente en esa bibliografía del yo, memorística, de biografías, testimonios y memorias personales.
Hay mucho libro biográfico y autobiográfico, pero la mayoría, por no decir todos, son de celebridades, de hombres públicos, de políticos o personajes conocidos. En ese sentido, el libro de Carlos Santos -memorialista, sí− tiene una peculiaridad: es un libro a partir de testimonios de gente, en su mayor parte, desconocida. Aunque también hay algún famoso, son sobre todo familiares y amigos del propio Carlos los que le han legado sus testimonios. Y Carlos no suele identificar de quién es el testimonio cuando lo relata. Salvo excepciones, la única pista es la relación de cincuenta y tantos nombres que aparece en los agradecimientos. Estos testimonios los hilvana el autor con algunas referencias bibliográficas y su propia experiencia biográficas.
Por tanto, memoria colectiva, no individual; memoria de la gente, no de celebridades. Y memoria de escenas, fragmentaria, no lineal: “álbum de fotos”, le llama él. Trescientas treinta y tres fotos. El otro día me preguntaba alguien si este era un libro de anécdotas. En modo alguno. Nunca incluiría yo, entre los rasgos del libro, la condición de anecdótico. No es un libro de anécdotas. Habla de los mismos hechos que integran la historia del período tal y como nos la cuentan los libros de historia. La muerte de Franco, Arias y el espíritu del 12 de febrero, la primera prensa en libertad, los siete magníficos, los crímenes de Atocha, la ultraderecha, Suárez, los pactos de la Moncloa, el viejo profesor, el PSOE de “socialistas antes que marxistas”, el Partido comunista de la famosa bandera rojigualda, los asesinatos de ETA, el ruido de sables, el golpe de Tejero…
Pero aborda la historia del período desde una perspectiva no sujeta a los parámetros historiográficos. Adopta el enfoque galdosiano o del Unamuno que reivindicaba la intrahistoria de los hechos. Los historiadores estamos tan atentos a descubrir causalidades a veces no reparamos en las casualidades. Este libro se basa en estas últimas, porque no deja de ser una casualidad que cada uno de quienes aportan sus testimonios en estas 333 historias estuvieran donde estaban para poder ofrecérnoslos.
No es por tanto mal procedimiento este de basarse en casualidades. Más aún cuando el período ofrece alguna coincidencia estremecedora, como esos cinco años, tres meses y tres días que van desde el 20 de noviembre de 1975 al 23 de febrero de 1981, exactamente el mismo tiempo que va desde el 14 de abril de 1931 al 17 de julio de 1936.
Por otro lado, Carlos Santos recorre este tramo de la historia fijándose en aspectos no sólo estrictamente políticos, sino culturales, psicológicos. Hace mención al cine, al teatro, a la televisión, a la radio, a la literatura, y sobre todo a la música de la época. Según sus propias palabras: “La idea no es relatar los mecanismos políticos que desembocaron en la construcción de un Estado de Derecho tras una dictadura. La idea es dar las claves, recrear la atmósfera y el ánimo colectivo de un momento histórico en el que todos los protagonistas lo tenían claro: las cosas nunca volverían a ser como eran.”

333 historias de la transición es, en definitiva, una propuesta novedosa de presentar la transición de la dictadura a la democracia, memorialista, colectiva, coral, y en el que late la reivindicación del autor de un período histórico clave en nuestro pasado reciente. 

(Presentación del libro de Carlos Santos 333 historias de la transición. Zafra, 25 de enero de 2016)