domingo, 27 de abril de 2008

El incendio de La Gomera


Esto del blog no deja de ser un instrumento contra la desmemoria. Y no, no lo digo ahora por aquello de la memoria histórica; me refiero a la personal. Con la excusa del blog me obligo a rememorar, a dar pespuntes entre mis recuerdos y la actualidad. Así me ocurre ahora con las noticias de los incendios recientes de La Gomera, que me activan el recuerdo de un viaje a esa isla hace veintiún años.

Por entonces trabajaba en Madrid, en la Federación Española de Universidades Populares, y desde allí viajaba a otros puntos de España para dar cursos sobre animación sociocultural. El 11 y 12 de mayo de 1987 impartía un curso de iniciación a las Universidades Populares dirigido a los alcaldes de los pueblos de la isla de La Gomera. Llegué al anochecer en el ferry desde Tenerife y lo primero que oí cuando el barco atracaba en el puerto de San Sebastián de la Gomera fue el famoso silbo gomero, lanzado por un paisano no sé si como rito turístico. El delegado del gobierno en la isla, el majorero Álvaro García González, era uno de los asistentes al curso. En uno de los recesos hizo de cicerone y me llevó a conocer el parque de Garojonay, que unos meses antes había sido declarado patrimonio mundial por la UNESCO. El delegado era uno de los supervivientes del incendio forestal que en septiembre de 1984 asoló la isla y mató a 20 personas, entre ellas el gobernador civil de Tenerife, Francisco Afonso Carrillo.

El coche oficial paró en un tramo de carretera cerca del Roque de Agando, en pleno bosque de laurisilvas, y Álvaro García me invitó a bajar y me explicó, al lado de un inmenso barranco, cómo tres años antes, a las 3 de la tarde del 11 de septiembre de 1984, una inversión térmica y el cambio de vientos provocó que una enorme bola de fuego subiera pendiente arriba y pillara desprevenida a la comitiva de autoridades – él entre ellas- que había ido a inspeccionar las labores de extinción. A pesar del tiempo transcurrido, el hombre seguía emocionándose al relatarme cómo el gobernador, su secretario, el chofer y uno de los guardias civiles que le acompañaban quedaron abrasados con los brazos abiertos –quizás de sorpresa- al alcanzar el fuego la carretera donde se encontraban. Él logró salvarse al quitarse toda la ropa, ya prendida, y agacharse bajo el coche. El resto del viaje siguió relatándome cómo, en otras zonas de la isla, algunos prefirieron morir despeñados barranco abajo que ser alcanzados por las llamas.

Ese mismo día, por la noche, solo frente al mar, leía un libro que había comprado unos meses antes en Barcelona, Porque nunca se sabe, una recopilación de textos sobre y frente al poder escritos por Châtelet, García Calvo, Subirats, Chomsky y otros. En una de las páginas de ese libro escribí dos versos que ahora sé que realmente estaban inspirados en el relato del delegado del gobierno en La Gomera y en el último gesto de ese gobernador civil calcinado en el ejercicio del poder: qué vértigo de mar / se abre en tu abrazo.

1 comentario:

José Manuel Díez dijo...

Querido José María:
En mi blog te he dejado un premio. En él también se valora tu lucha contra la desmemoria...
Pasa a recogerlo cuando quieras.

Un abrazo

JM