sábado, 12 de enero de 2008

En la muerte del poeta Ángel González


La poesía también es, en cierto modo, pasión de enamorado. Al menos ese fue mi caso. Empecé a gustar los versos cerca del corazón. Salinas y La voz a ti debida ocuparon durante meses las lecturas de novios, allá por 1978. Pura adolescencia. Pero poco después fue Ángel González quien ejerció de oráculo, invocado al oído de alguna chavalilla. Me suena a frivolidad reducir la obra de este poeta mayor a sus poemas amorosos, como el bellísimo “Me basta así”. Es también un poeta moral (“Introducción a las fábulas para animales”), un poeta político (“Elegido por aclamación), y hasta metafísico, como en “Glosas a Heráclito”, máximo ejemplo de otro de sus rasgos: el humor. Precisamente la cuarta de esas glosas, titulada “Interpretación del pesimista”, es uno de esos textos clave que me han acompañado siempre:

Nada es lo mismo, nada
permanece.
Menos
la Historia y la morcilla de mi tierra:

se hacen las dos con sangre, se repiten.

Me acabo de enterar que Ángel González ha muerto esta madrugada. Y me llegan al recuerdo de golpe todos sus poemas releídos. Pero, como fue un poeta de mi adolescencia, quiero que sea uno especialmente ―en el que nos veíamos tan reflejados entonces― el que acompañe a estas palabras escritas en su memoria.


Inventario de lugares propicios al amor

Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al Norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscribe
la caricia (con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
―sin interés alguno―
en niños, perros y otros animales)
y el “no tocar, peligro de ignominia”
puede leerse en miles de miradas.
¿A dónde huir, entonces?
Por todas partes, ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.






1 comentario:

Francisco José Najarro Lanchazo dijo...

Esta vez no fueron diez centímetros tan sólo... Se nos fue.