domingo, 16 de septiembre de 2007

Genealogía de los rojos


Un artículo anterior en este blog (“Carta sobre el asesinato de Lorca”, del 12 de septiembre pasado) ha suscitado varios comentarios, entre otros, del historiador Francisco Espinosa y del escritor Juan García Gutiérrez. A las dudas sobre la autenticidad de la carta firmada por Manuel Luna en la que se relatan algunos pormenores del asesinato del poeta granadino, se añadían incluso otras sobre la existencia del artículo de Melchor Fernández Almagro que provocó la misiva del tal Luna. Sánchez Paulette ya ha señalado que Gibson habla del caso en su último libro, y Espinosa ―que pone en tela de juicio todo este asunto― ha comprobado que el artículo está transcrito en los anexos de ese libro.

A falta del libro de Gibson, he recurrido a mi amigo Jordi Pedrosa para conseguir la reproducción de la página (nº 3) de La Vanguardia Española del 6 de mayo de 1939 donde aparece el artículo de Fernández Almagro y lo reproduzco a continuación íntegro. No es sino una pieza más de esa literatura sectaria y de propaganda que el franquismo convirtió en historiografía. Lo más significativo es que sea Melchor Fernández Almagro, un historiador de cierto prestigio, quien diga estas payasadas. Para ilustrar el artículo me sirvo del famosísimo anuncio de “Los rojos no usaban sombrero” utilizado por una conocida sombrerería madrileña durante los primeros años de la posguerra.


GENEALOGÍA DE LOS ROJOS
Extranjera tenía que ser —dado su alejamiento de nuestras realidades— la persona que acaba de preguntarnos:
―Pero, ¿es que, entre los rojos, no había más que criminales...?
Quien así expresaba cierto asombro, no se decidía a creer que en las redadas hechas por la Policía, de traidores a España, no figurasen hombres de pensamiento más o menos peligroso o envenenado, que por alguna circunstancia de su vida o de su carácter, pudiesen merecer, siquiera en grado mínimo, una presunción de buena fe; sino criminales natos y netos, responsables de delitos comunes, con todas sus consecuencias, sin nada que justificase, ni muchísimo menos, ninguna interpretación benigna de ideas y conductas. Criminales todos, en efecto...
Con veracidad irrecusable, afirmó Menéndez y Pelayo que ningún heterodoxo español se levantó jamás tres palmos sobre el suelo. Pero si no contamos, por ejemplo, con un protestante de talla digna de especial consideración, tampoco la ha alcanzado, ya en lo contemporáneo, afiliado alguno al socialismo o al anarquismo, herejías de nuestra edad. Unos y otros se han limitado a seguir, sin matices propios, desprovistos de personalidad intelectualmente estimable, las doctrinas, aprendidas en los libros… —si en los libros las aprendieron―, o en las conversaciones de los “clubs”, cafés y tabernas. El marxismo, al cabo, es una teoría, venenosa en grado máximo, pero teoría que requiere estudio. Y es típico de los marxistas españoles que llegaron a profesarla, sin pretensiones ideológicas de ninguna especie, como las manifestadas por sus correligionarios de los países escandinavos, de Bélgica o de Inglaterra, donde se infiltran por sinuosos caminos de proselitismo intelectual. Por lo que hace a España, las llamadas Casas del Pueblo no tenían otras puertas francas que la del odio a todo lo existente, y la del crimen, encubierto o palmario.
De suerte, que ninguno de los fementidos sujetos que han ganado, por salpicaduras de la sangre vertida, el titulo de “rojos”, puede contar con antecedentes de esta índole en la historia del pensamiento español, porque el capítulo que pudiera afectarles está por escribir, y la materia por ser producida.... El pensamiento español nunca ha sido rojo. Y si, entre otros fenómenos de menor cuantía, se ha dado el krausismo, es evidente que ni este trascendió a la masa, quedando confinado a unas cuantas tertulias universitarias, ni directamente influyó en la desmoralización de la conciencia popular. Los krausistas cometieron pecados y yerros, a los que no es ajeno el muy grave de sembrar las horrendas negaciones que han dado frutos de sangre, harto conocidos. Pero ellos, personalmente, no practicaron el crimen y aún se mostraron opuestos, con remilgos no sabemos hasta que punto sinceros, a la efusión de sangre.
Más que los hombres del 73, promotores de una República, antes contraría, al sentimiento nacional por sus principios que criminales por sus procedimientos, quienes marcan el abolengo de nuestros rojos de hoy son las turbas que en cualquier momento de nuestra azarosa historia contemporánea, se lanzaron al pillaje en toda su escala, al crimen en todas sus formas, al franco asesinato...
Plantado, en una de las encrucijadas que, de vez en cuando, solían presentar la opción alternativa a la ley o a la anarquía, don Francisco Martínez de la Rosa, en 1821, escapó por la fácil línea de la literatura al uso, diciendo unas palabras que bien pueden definir el equívoco propio del liberalismo democrático de la Monarquía constitucional y de la República burguesa. A saber: “No veo la imagen de la libertad en una furiosa bacante, recorriendo las calles con hachas y alaridos; la veo, la respeto, la adoro en la figura de una grave matrona que no se humilla ante el poder, que no se mancha ante el desorden…”
La invencible fuerza suasoria de la realidad en torno, hizo saber al buen Martínez de la Rosa que la matrona de su símil no sólo se manchaba con el desorden, sino con las violencias do mayor infamia, y que, pese a todos los distingos, se comportaba exactamente igual que la furiosa bacante por él apostrofada. Con una u otra retórica, han sido muchos los políticos que han creído, por modo análogo, que la libertad, paradójicamente, es una, prudente y dócil pupila, capaz de plegarse al gusto de sus tutores. Los republicanos de 1931 no recogieron lección alguna del pasado, y sin prever —porque unos no podían y otros no querían— la degradación del pueblo en plebe, se lanzaron al ensayo de un régimen sin principios, frenos, ni contrapesos. Las premisas de aquellos juristas con gorro frigio prejuzgaron la conclusión que los descamisados de siempre no tardaron en deducir.
En semejante proceso debieron reparar cuando guardasen memoria de Francisco Ferrer Guardia, verdadero progenitor del republicanismo que puso a España en trance de muerte. Este sí que quiso todo lo que las turbas ensayaron en 1909 y volvieron a realizar, en mucha mayor escala, con extensión e intensidad insuperables, en toda la España del Frente Popular. Ferrer Guardia empezó por ser un republicano progresista, de los que creían en Ruiz Zorrilla, empeñado en sacar de su chistera la paloma imposible de una “República de orden”. Y acabó siendo anarquista de los auténticos, de los que derivaron resueltamente al delito sin atenuaciones, seductor de mujeres para robarlas, confabulado con las Internacionales para toda empresa de destrucción, aquí o allá; inductor de terribles atentados, cuando no participante directo en su perpretación; flor genuina de las logias más caracterizadas, que hizo de la dinamita, de la tea y del puñal, instrumentos de acción política y de pedagogía societaria.
El tronco de los revolucionarios anarco-marxistas que hubieran dado al traste con nuestra España, de no mediar, providencialmente, la espada de Franco, está en Ferrer, y éste, a su vez, hinca sus raíces en la más infame tradición de los crímenes del siglo XIX. Sus discípulos inmediatos, los “jóvenes bárbaros de 1909”, a través de años y generaciones se enlazan, hacia atrás, con los que en el Trienio liberal asaltaron la Cárcel de la Corona, para asesinar al cura Vinuesa; con los que, en 1834, se dieron a feroz matanza de frailes; con la Mano Negra; con el bandolerismo andaluz: con los anarquistas del fin de siglo, que sembraron el terror en Barcelona… Y se enlazan, hacia adelante, con los pistoleros del sindicalismo y de otras tenebrosas organizaciones, dentro y fuera, de Cataluña; con los revolucionarios de 1917, que ya volaron trenes e iniciaron el macabro sistema de los “paseos”; con los dinamiteros de Asturias de 1934; con los que, bajo la capa del poder público, se especializaron, en estos últimos años, en los distintos ramos del crimen: asalto de fincas, incendio de edificios religiosos y civiles, caza de hombres...
No es otra la genealogía de los rojos, asesinos y desvalijadores de España. La existencia entre aquéllos de algún que otro abogado, de unos cuantos catedráticos y hasta de algunos sedicentes católicos, no quiso decir que en la siniestra familia ácrata-marxista se diesen matices varios de carácter ideológico o de extracción social, sino que todos, solidariamente, se hundían en una común traición a lo más puro y noble del genio hispánico.



M. Fernández Almagro

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, José Mari

Ante todo, gracias, querido José María Lama, por habernos facilitado, con admirable prontitud, el artículo del antiguo crítico literario de ABC, Sr. Fernández Almagro. El deseo de adular al Régimen contribuyó, sin duda, a que muchos intelectuales se prostituyeran de manera deplorable: era obligado mostrarse adictos al Régimen y podía parecer una señal de desafección el no hacerlo. Sin duda, el crítico literario se creyó en el caso de hacer méritos con los detentadores del poder, escribiendo ese panfleto maniqueo, en el que el escritor despliega su ‘erudición’ para entroncar al ‘rojerío’ con todo lo peor de la historia. Siguiendo su árbol genealógico, podría haberse remontado a Caín, pero, claro, debió de caer a tiempo en la cuenta de que, por ese camino, llegaría fácilmente a remontarse hasta el propio árbol genealógico de los suyos. Su genealogía está injerta en el más genuino maniqueísmo. Demonizar al enemigo fue una de las prácticas más triviales de la propaganda del Régimen. Aquí se traza una sinopsis panorámica de la heterodoxia, en la que caben desde el krausismo (que queda, provisionalmente, exonerado de crímenes de sangre, si bien se trata de una doctrina claramente adscrita al campo de lo reprobable) y así va el desenvuelto genealogista, de rama en rama, por ese árbol genealógico del Mal, (le faltó nombrar a la serpiente paradisíaca) . Las turbas revolucionarias desfilan ante nuestra atónita mirada: los anarquistas, el bandolerismo del XIX, Ferrer, los atentados de Barcelona, los dinamiteros de Asturias… Y atravesando, victoriosa, esta marabunta, esta hez de la historia, que vino a concentrarse en las hordas del Frente Popular, ‘la espada victoriosa de Franco’, mediando providencialmente para contener toda esta barbarie…¡Qué bonito!

¡Intelectuales del Régimen, pelotilleros del Dictador! Lástima que empleaseis vuestro ingenio y vuestra inspiración, o vuestra ciencia, en conchabaros con el franquismo: Pemán, Manuel Machado, Marañón… Esa fidelidad os empequeñece ante la Historia.

Finalmente, un comentario para la publicidad,como siempre “arrimando el ascua a su sardina”, “andando y haciendo vencejos”, “llevando el agua a su molino”,etc.…LOS ROJOS NO USABAN SOMBRERO. (Mensaje subliminal : no seais como ellos. Usadlo y haremos negocio nosotros) Pues claro que no usaban sombrero, capullos. Ese era un privilegio reservado a los señoritos. Además, ¿de dónde iban a sacar el dinero para comprarlos?

Anónimo dijo...

"El deseo de adular al Régimen contribuyó, sin duda, a que muchos intelectuales se prostituyeran de manera deplorable: era obligado mostrarse adictos al Régimen y podía parecer una señal de desafección el no hacerlo."
Dice textualmene garciguti.
Pos lo mismo qe ahora, mi querido comentarista, lo misto que ahora, con el agravante de que si entonces lo hacían era incluso para sobrevivir, y hoy lo hacen por avaricia, trepar, poltrona, chalet, nivel de vida, bocata jamón pata negra... Si entonces se podía "comprender", hoy es incomprensible, y también peligroso criticarlo, aunque sea contradictorio,que el Régimen de hoy es así de chulo...
Con mis respetos y agradecientos