La mano
La mano, además de ser negación de mí mismo, siempre me ha sugerido dos textos. Cuando pronuncio la palabra mano se me viene a la cabeza un poema de Aleixandre y un breve ensayo de Engels. No puedo evitarlo. El poema ―Mano entregada― lo leí por primera vez en la misma antología en la que conocí de verdad a los poetas del 27. Ese libro de portada verde que escribieran al alimón Joaquín González Muela y Juan Manuel Rozas y que éste nos recomendó en Literatura de 2º, durante la carrera de Historia: La generación poética de 1927 (Ediciones Alcalá, Madrid, 1974):
Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.
(…)
Pero, sobre todo, con la palabra mano me acuerdo del bellísimo ensayo de Friedrich Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono al hombre, que escribiera en 1876 y que leí en las Obras escogidas de Marx y Engels editadas por la editoral Progreso de Moscú. Son dos volúmenes que aún conservo, encuadernados en tela rosa, y que compré a finales de los setenta en la librería Vicente, de la plaza grande de Cáceres. La belleza de la inteligencia:
Antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido convertido en cuchillo por la mano del hombre, debió haber pasado un período de tiempo tan largo que, en comparación con él, el período histórico conocido por nosotros resulta insignificante. Pero se había dado ya el paso definitivo: la mano se hizo libre y podía adquirir ahora cada vez más destreza y habilidad; y esta mayor flexibilidad adquirida se transmitía por herencia y se acrecía de generación en generación. Vemos, pues, que la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también producto de él.
Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.
(…)
Pero, sobre todo, con la palabra mano me acuerdo del bellísimo ensayo de Friedrich Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono al hombre, que escribiera en 1876 y que leí en las Obras escogidas de Marx y Engels editadas por la editoral Progreso de Moscú. Son dos volúmenes que aún conservo, encuadernados en tela rosa, y que compré a finales de los setenta en la librería Vicente, de la plaza grande de Cáceres. La belleza de la inteligencia:
Antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido convertido en cuchillo por la mano del hombre, debió haber pasado un período de tiempo tan largo que, en comparación con él, el período histórico conocido por nosotros resulta insignificante. Pero se había dado ya el paso definitivo: la mano se hizo libre y podía adquirir ahora cada vez más destreza y habilidad; y esta mayor flexibilidad adquirida se transmitía por herencia y se acrecía de generación en generación. Vemos, pues, que la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también producto de él.
2 comentarios:
A mí se me viene a la cabeza la descripción del desnudo femenino en uno de los poemas de Neruda:
"Desnuda eres tan simple como una de tus manos, lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente".
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