Puñeteros libros
Llevo dos semanas con obras en casa. Cubrimos con un plástico los libros del estudio y así evitamos vaciar las baldas (foto 1). Pero después de los albañiles ha llegado el pintor y ya no ha habido manera de eludir el trajín. Todos los libros han saltado al suelo como ratones. Al estar la casa llena de muebles descolocados algunos de estos bichos inquietos han alcanzado la escalera (foto 2). Menos mal que vivo en un ático y que a partir de mi casa los peldaños sólo suben a la garita del ascensor. Sabía que por ahí no podían escapar y los he dejado —en castigo— toda la noche al relente (aunque me he levantado varias veces para vigilarlos: estaban acurrucados unos junto a otros, con una mezcla de frío y arrepentimiento).
Siempre he creído que las bibliotecas son animales silenciosos aunque no estáticos, sometidos a un movimiento continuo que obliga a cambiar la disposición de los volúmenes cada cierto tiempo para acomodar esa vivacidad a la rigidez de los estantes. Pero en esta ocasión se han pasado. Casi logran huir de mí.
Al final he vencido —no sin esfuerzo— y han vuelto al redil. Fijaos: parece que no han roto un plato, tan quietecitos (foto 3).
8 comentarios:
Muy bien, tío. Pero, al lado de la precisión y belleza del lenguaje, en mi manía de perfeccionista, no puedo dejar de echar de menos algunas comas.
Besos
Luis
Me gustaría saber qué se han explicado los unos a los otros, ahí en su campamento. Se habrán sentido como los niños pequeños que por primera vez se van de convivencias con el colegio.
Enhorabuena por tu biblioteca. Todos tenemos sorpresas cuando suceden estos movimientos y renovaciones. Me alegro de que vuelvas a la poesía. Saludos.
Querido Josemari. ¿Vuelves a la poesía? ¡Joder! Lo de la biblioteca - por cierto, falta algún cuadro, alguna foto, algún recuerdo espatarrante- parece una instalación de " arte povero". De manera que vuelves a la poesía. Entonces, ahora, sí,te escribiré el cuento EL CONTADOR DE MUERTOS. La poesía.
Tu-mi amigo Salazar y yo hemos pensado regalarte un serón para que almacenes los libros que luego quemarás en honor de las musas. También un tarro de incienso de cofrade para las jumeras rituales. Todo por la poesía.
Tus libros vuelven al redil porque son pocos y no se te han desmandado. Los míos ya han invadido pasillos, biblioteca, dormitorio, escaleras y salones..Están intratables. Pido consejo ¿hay algún método anticonceptivo para impedir que se reproduzcan como conejos?
Luego no tengo queja de ellos que han salido buenos muchachos pero cualquier día me echan de la casa.
Los más díscolos son los jóvenes. Recién llegados saltan de un estante a otro -culos de mal asiento- sin estar conforme con sitio alguno. Ni siquiera yo sé donde ponerlos. Los más mayores ya conviven desde hace tiempo con otros afines y se pasan las horas entre ellos dialogando sobre los mismos temas, sin hacer bulla.
Los peores, ya digo, son los jóvenes: un libro de historia recién editado, mocetón de buena planta, liga sin decoro con cualquier novela; y las poesías, coquetas y presumidas, mueven las caderas delante de los tratados filosóficos -de espaldas como armarios.
Cuando llega algún viejecito le busco un sitio alejado del bullicio. No sea que me lo descuajaringuen.
Tratas en tu último post el problema de los recién llegados y su afán de batracios saltadores y la verdad es éste tema apasionante. Sinceramente que sean venerables pensionistas con dedicatoria autógrafa comprado en subasta o novedad de mesa sin enfriar aún, es lo menos. El problema serio es que ambos buscan un sitio en nuestra vida -y lo que es peor-, en la estanterías...y aquí viene la tostada: ¿Cómo solventar el problema de meter de ocupa a un libraco en su sitio natural, si allí ya no cabe ni una plaquette de poesía?. Por poner un ejemplo, en mi caso el crecimiento de Galdós (actualmente 63 libros) llevó a desplazar los de Azorín (117 ejemplares) más abajo y esto hizo (como en remodelación de gobierno africano) que fueran cayendo sin espacio los libros que había por ahí y al final como por un movimiento sísmico,tuve que desterrar a algunos libros a la escalera donde hacen pilas. Al principio sólo caían los más débiles (por ejemplo las novelas de Alvaro Valverde que me parecieron tan malas) luego la cosa pasó a mayores y creciendo la biblioteca y de paso la antipatía hacia ese personaje tan buen poeta como fantático adulador de presidentes (de él es la frase "Mi presidente" que recuerda otros clichés tipo "La más grande"), pasaporté a los reinos superiores del descansillo de la lavadora todos sus libros y otros muchos que por allí remoloneaban. Y este es el dilema ¿está uno siendo justo? Esos libros que tanto nos han acompañado se ven ahora sin una mala balda donde descansar...
Las bibliotecas tienen algo de registro arqueológico del corazón y la cabeza de su dueño y en cierto modo debería estar prohibido alterar estas capas estratigráficas.
UN saludo atento
Por cierto yo no soy ese anónimo que pide fotografías y recuerdos en la biblioteca, al revés si hay algo que me repeluzna (Más incluso que ver cómo Belén Esteban cierra los ojos al hablar,) es ese tipo de búhos, fotos de la suegra o los niños, entradas al Museo Ermitage o al metro de Tokio, abrecartas con mango en forma de delfin, gatos tipo egipcio pero en plan plástico total etc con que algunos salpimentan las estanterias. Toda biblioteca, estimado anónimo 1 es en sí misma recuerdo y fotografía.
Por otra parte hablar de instalación de arte povero (es povera en realidad) sólo me señala que en tu biblioteca no hay ningún libro sobre dicho arte y me da ideas para regalarte en navidad alguno que seguro que no lo tendrás repe y de paso al ocupar un hueco te permitirá quitar esa estatua premio de no se qué certamen literario (que suelen ser feas a morir).
En fin, perdonad el tono pero soy de la asociación "dejen los libros en paz y no los junten con el mercadillo del todo a cien y las fotos de las vaciones en Chipiona"
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