Los sonetos "subiditos" de Tomás Segovia
Vicente Gallego dedica una antología a algunos de los otros poetas de la generación del 50: Ricardo Defarges, Luis Feria, Manuel Padorno, Fernando Quiñónes, Tomás Segovia y César Simón [el 50 del 50 (seis poetas de la generación de medio siglo), Pretextos, 2006].
Es una selección peculiar, en la que el poeta Vicente Gallego se guía sólo por su criterio de lector y escoge sin atenerse a las convenciones de los antólogos: por no citar no cita ni la procedencia de los poemas. En las primeras páginas del libro, Gallego nos advierte de que la antología está incompleta porque debería haber contado con una treintena de poemas de Antonio Gamoneda: el autor nos remitió a su agente literario y éste, una vez consultado, respondió que los derechos no estaban disponibles. El nalgueo —como dicen en mi pueblo— se cuela por todos lados y hasta un libro de poesía se abre con cuitas de patio de vecinos.
Uno de los antologados es el poeta valenciano del exilio —y por culpa del exilio, más mexicano que valenciano— Tomás Segovia, reciente Juan Rulfo. Vicente Gallego incluye en la muestra de este poeta tres textos de esa curiosa Colección Reservada de Sonetos Votivos que en su momento situaron al colaborador de Octavio Paz (Plural, Vuelta) en la cúspide de la poesía lúbrica en lengua castellana. Aunque sus virtudes son otras muchas, me resisto a obviar (ya se sabe, sábado sabadete) uno de esos sonetos subiditos de Tomás Segovia:
Es una selección peculiar, en la que el poeta Vicente Gallego se guía sólo por su criterio de lector y escoge sin atenerse a las convenciones de los antólogos: por no citar no cita ni la procedencia de los poemas. En las primeras páginas del libro, Gallego nos advierte de que la antología está incompleta porque debería haber contado con una treintena de poemas de Antonio Gamoneda: el autor nos remitió a su agente literario y éste, una vez consultado, respondió que los derechos no estaban disponibles. El nalgueo —como dicen en mi pueblo— se cuela por todos lados y hasta un libro de poesía se abre con cuitas de patio de vecinos.
Uno de los antologados es el poeta valenciano del exilio —y por culpa del exilio, más mexicano que valenciano— Tomás Segovia, reciente Juan Rulfo. Vicente Gallego incluye en la muestra de este poeta tres textos de esa curiosa Colección Reservada de Sonetos Votivos que en su momento situaron al colaborador de Octavio Paz (Plural, Vuelta) en la cúspide de la poesía lúbrica en lengua castellana. Aunque sus virtudes son otras muchas, me resisto a obviar (ya se sabe, sábado sabadete) uno de esos sonetos subiditos de Tomás Segovia:
¿Pero cómo decirte el más sagrado
de mis deseos, del que menos dudo;
cómo, si nunca nombre alguno pudo
decirlo sin mentira o sin pecado?
de mis deseos, del que menos dudo;
cómo, si nunca nombre alguno pudo
decirlo sin mentira o sin pecado?
Este anhelo de ti feroz y honrado,
puro y fanático, amoroso y rudo,
¿cómo decírtelo sino desnudo,
y tú desnuda, y sobre ti tumbado,
y haciéndote gemir con quejas tiernas
hasta que el celo en ti también se yerga,
único idioma que jamás engaña;
y suavemente abriéndote las piernas
con la lengua de fuego de la verga
profundamente hablándote en la entraña?
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