martes, 27 de diciembre de 2005

Carrillo y "La batalla de Madrid"


Leo La batalla de Madrid (2004), de la magnífica colección "Contrastes" de la editorial Crítica. El autor, Jorge M. Reverte, es periodista y ha escrito varias novelas negras alrededor del reportero y detective Gálvez. En 2001 editó junto a su hermano, también escritor, Javier Reverte, las memorias bélicas de su padre, Jesús Martínez Tessier. Con La batalla de Madrid continúa una serie que inició La batalla del Ebro, en 2003, y que al parecer acabará en trilogía sobre los principales acontecimientos bélicos de la guerra civil (¿La batalla de Badajoz?, quizá no: muchos muertos pero poca batalla).

El libro tiene estructura de diario y aborda los sucesos de los primeros cuatro meses de acoso franquista a Madrid, del 27 de septiembre de 1936 al 22 de enero de 1937. Está bien escrito y tiene ritmo literario. El autor se adscribe a esa loable tendencia de historiar sin renunciar a narrar, y convierte incluso a algunos de los protagonistas reales de la trama en hilos conductores del relato. Uno de los máximos ejemplos de esa manera de escribir la guerra es
Luis Romero, y La batalla de Madrid recuerda a algunos de los pasajes de su Tres días de julio. Por eso extraña no encontrar su nombre entre la amplia bibliografía consultada por Reverte.

Pero lo más relevante de este libro está en el "Apéndice", donde se reproduce un documento inédito que esclarece uno de los sucesos más dramáticos de la guerra y el más funesto para la causa de la República: el asesinato de centenares de presos derechistas en Paracuellos del Jarama cuando, supuestamente, eran trasladados hacia Valencia para evitar que fueran liberados por los militares que atacaban la capital. Reverte ha encontrado en el Archivo de la CNT un acta de la reunión convocada por el Comité Nacional de la CNT en Madrid a las 10.30 horas del 8 de noviembre de 1936. En ella se mencionan los acuerdos alcanzados el día anterior con los socialistas que tienen la Consejería de Orden Público (esto es, Santiago Carrillo y José Cazorla, miembros de Juventudes Socialistas) sobre lo que debe hacerse con los presos:
Primer grupo. Fascistas y elementos peligrosos. Ejecución inmediata, cubriendo la responsabilidad.
Segundo grupo. Detenidos sin peligrosisdad, su evacuación inmediata al penal de Chinchilla. Con todas las seguridades.
Tercer grupo. Detenidos sin responsabilidad, su libertad inmediata con toda clase de garantías sirviéndonos de ello como instrumento para demostrar a las embajadas nuestro humanitarismo.

El texto es lacónico pero ejerce de discurso de varios folios contra Santiago Carrillo. Aunque no se dice quiénes participaron en la reunión entre CNT y JJSS, sus responsables entonces eran Amor Nuño y Santiago Carrillo, jóvenes ambos de 20 años. El dirigente comunista —y muchos con él— siempre ha atribuido a la extrema derecha las acusaciones que lo vinculaban a las sacas de noviembre y diciembre de 1936. Y siempre las ha negado. A finales de los años 70 del siglo pasado, en uno de sus textos de defensa más tempranos, decía:

...tomé la decisión de trasladar a Valencia a esos detenidos. En el camino hacia Valencia, fuerzas que en ese momento no pudimos concretar quienes eran se apoderan del convoy y ejecutan a los presos fuera ya del terreno de mi jurisdicción. ¿Cuál es mi responsabilidad? Mi responsabilidad es no haber sacado una brigada al frente para proteger hasta Valencia a esos prisioneros. Pero en ese momento en el frente de Madrid no se podía sacar no ya una brigada, sino ni un soldado... Era una cuestión militar. Yo no he intervenido personalmente. Ni me considero responsable en nada de la desaparición de esos hombres.
El acta rescatada por Reverte introduce en el asunto un giro importante y coloca a Carrillo en muy mala posición. Es sintomático que ni siquiera aludiera a este documento al
responder al artículo que Patxo Unzueta le dedicaba hace unos meses en El País, “El honor de Carrillo” , a pesar de que el periodista vasco se basaba precisamente en el texto de Jorge M. Reverte para solicitar del viejo político un reconocimiento público de su responsabilidad.

P.S.: En estos casos la principal diferencia entre un historiador y un revisionista de extrema derecha es que el historiador —cuyo desvelo esencial debe ser siempre por las víctimas— da fe de los hechos sin condicionarle la ideología de quienes los protagonizan.

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