sábado, 11 de marzo de 2017
Veinte personas, hoy sábado por
la mañana, reunidas en Valencia del Ventoso para hablar del territorio donde
vivimos y del papel que una asociación cultural como el Colectivo Manuel Peláez debe desempeñar en el desarrollo de la
comarca. Llegamos de Zafra, de Los Santos de Maimona, de Valverde de Burguillos,
de Valencia del Ventoso… mitad funcionarios, mitad autónomos, mitad hombres,
mitad mujeres, algún parado, mucho artista, varios docentes, aunque pocos jóvenes.
Cada vez me gusta más este tipo
de encuentros. Hasta ahora se habían celebrado en Zafra, pero a partir de
ahora, en coherencia con lo que se propone, serán itinerantes por toda la zona.
Y hoy ha tocado Valencia. De anfitriones han ejercido Lorenzo, María y Miguel
Ángel. Hemos reflexionado durante dos horas y pico alrededor de una mesa y
después nos hemos tomado unos vinos y un cocido con garbanzos de aquí, de los
mejores.
Las actividades culturales en una asociación como la nuestra son
importantes, pero −aunque entendamos la cultura en un sentido integrador e integral,
no como guinda− no deben ser las únicas. También son necesarias las actividades más políticas, la
preocupación por esta polis expandida que es la comarca, en un colectivo que no
tiene adscripción partidaria alguna, pero en el que gozamos de la oportunidad
de trabajar juntas personas de distintas opciones políticas, especialmente en
el ámbito de la izquierda. Aquí hay militantes o simpatizantes del PSOE, de
Izquierda Unida, de PODEMOS, algún anarquista y no afiliados ni afiliadas a
ningún partido. Es de las pocas asociaciones que conozco en las que hacen cultura
y política, sosegadamente, gentes de distintos partidos. En un
mundo de crecientes uniformidades, solo me interesa la diversidad, los sitios
donde hay gente que opina distinto. Me aburren la unanimidad, las banderías y los
sectarismos.
Pero, además de la cultura y la
política, está la conciencia. Actividades
de concienciación, de ese radicalismo republicano civil que tanta falta hace en
España. Por eso el Colectivo está solicitando, por ejemplo, a los ayuntamientos
de la zona espacios donde se habiliten entierros civiles. Muchos se ponen de
perfil, por eso será un empeño lento y sostenido, pero lo lograremos. Tenemos
toda la vida por delante. Es de justicia y de sentido común.
Y, en definitiva, está también el
desarrollo del territorio. Gente
preocupada por cómo afrontamos el futuro de nuestros municipios, de nuestra
comarca. Cómo nos enfrentamos a la despoblación, al envejecimiento de nuestros
pueblos, a la realidad de casas sin
gentes y gentes sin casas, a una juventud que huye de la escasez de
oportunidades…
Reivindicamos la vida rural. Vivir en una pequeña ciudad o en un pueblo, en
pleno siglo XXI, no es ninguna miseria. Además de ser un orgullo, es un
privilegio. Y ahí estamos. Haciendo cultura, haciendo política, concienciando y
trabajando, modestísimamente, por el desarrollo de nuestros pueblos desde una
asociación cultural.
jueves, 1 de septiembre de 2016
FELIPE TRIGO, HÉROE NACIONAL
2 de septiembre
de 1916. Se cumplen cien años de la muerte de Felipe Trigo. De obra singular,
hizo del compromiso social y del erotismo los contenidos básicos de unas
novelas que lograron gran éxito en los tres primeros lustros del siglo XX. Fue
un escritor profesional, que se ganó bien la vida con sus libros y que se la
quitó cuando estaba en plena fama.
Su peripecia
vital fue, como su obra, también singular y, en ocasiones, contradictoria. Y
hay aspectos de su biografía que no han sido suficientemente divulgados, si no
investigados. Uno de ellos es la "etapa marxista”: los artículos en El Socialista, la relación con Pablo
Iglesias y su participación, el 28 de julio de 1887, en la fundación de la
primera agrupación socialista de Extremadura, la de Cabeza del Buey, pueblo de
su mujer, Consuelo Seco.
Otro pasaje
biográfico de Trigo poco divulgado es la estancia en Filipinas, como médico
militar, y el regreso a España como héroe nacional. El 27 de septiembre de 1896
(también este mes es el aniversario) se sublevaron los tres centenares de
tagalos del batallón disciplinario de Fuerte Victoria, en Mindanao. Trigo fue
herido (unos dicen que a machetazos y otros, a balazos) y dado por muerto. Pero
estaba vivo y pudo arrastrarse hasta escapar y llegar al fuerte más próximo,
donde dio la alarma y puso en guardia a los militares españoles. Felipe Trigo
fue uno de los dos únicos supervivientes del ataque y regresó a España inválido
de su mano izquierda. Recibido por ministros y hasta por la reina regente, la
prensa le trató como “el héroe de Fuerte Victoria”, fue propuesto para la Cruz
Laureada de San Fernando (que finalmente no se le concedió), ascendió a teniente coronel y alcanzó una fama que le sirvió para apoyar el
resurgir fulgurante de su carrera literaria.
Escrito por
josemarialama
a las
09:41
0
comentarios
sábado, 27 de agosto de 2016
Marca Extremadura
Esta es una de las imágenes más
importantes de la historia de Extremadura. Es conocida, aunque no toda la gente sabe su significado completo. Se trata de la miniatura que situó Elio Antonio
de Nebrija, primer gramático de la lengua castellana, en la primera página de
la segunda edición de uno de sus libros: Introductiones
latinae. El ejemplar que abre la miniatura
es, según Eustaquio Sánchez Salor, una reimpresión de 1493-94 de esa segunda edición y perteneció al placentino
Juan de Zúñiga, último maestre de Alcántara y amigo del andaluz Nebrija.
Reproduce una de las lecciones
del maestro Nebrija en la llamada Academia de Zúñiga, la corte renacentista de
humanistas y letrados que el maestre de Alcántara creó en Zalamea de la Serena
a finales del siglo XV. El centro de la imagen lo ocupa Nebrija, que tiene a su
derecha a un asistente con un libro en las manos. A la izquierda de la imagen
está Juan de Zúñiga, atendido por un paje y escuchando la disertación. En el
lado derecho de la imagen varias personas asisten también a la clase. De pie,
tres mujeres, las tres hermanas del maestre (Isabel, Elvira y María) y sentados,
cuatro hombres. Uno de ellos, con bonete rojo, es el hijo de Nebrija, Marcelo
de Lebrija, también escritor. Es posible que alguno de los otros tres, o el que
está de espaldas, sea el maestro de capilla Solórzano, el mayor músico de
España por entonces, el médico Juan de la Parra o el astrólogo judío Abasurto,
Abraham Zacuto, autor del Tratado de las
influencias del cielo. Ellos tres eran algunos de los más asiduos a la
corte de Zúñiga y no es extraño que fueran retratados por el miniaturista.
Este emblema iconográfico de
Extremadura resume una de las épocas más brillantes de la cultura en la región,
cuando Nebrija escribió en Zalamea de la Serena la primera gramática castellana
y el primer diccionario de la lengua. Expresa uno de esos episodios de
excelencia cultural (hay más) que a algunos les extraña que sucedieran en
Extremadura, cuya historia parece que sólo haya dado para miserias o para
destellos de dudosa épica como la conquista de América.
Cualquier proyecto de imagen y
promoción de Extremadura debe incorporar iniciativas de reconciliación con
nuestro pasado. La mejor tarjeta de presentación es la trayectoria previa,
siempre que −como es el caso− esté llena de experiencias prestigiosas. Esta
imagen de la Academia de Zúñiga, con el maestro Nebrija impartiendo una lección
a finales del siglo XV en Zalamea de la Serena, es una imagen de Marca Extremadura.
Escrito por
josemarialama
a las
14:28
0
comentarios
sábado, 13 de agosto de 2016
El año sin verano
Hace doscientos años, en 1816, no
hubo verano. Una enorme erupción, en abril de 1815, del volcán Tambora, en Indonesia, unido a otras circunstancias, provocó una bajada radical de
temperaturas y la alteración del clima en todo el mundo. Nevó donde y cuando no
tenía que nevar (¡en el centro de España, un 11 de agosto!), llovió
copiosamente, las cosechas se malograron, los precios subieron y la escasez se
extendió por todos lados. Durante los años siguientes, Turner pudo pintar sus cielos
gracias a las cenizas en suspensión que dejó el Tambora.
A un grupo de jóvenes escritores
ingleses el fenómeno les cogió en Suiza, a orillas del lago Leman. Lord Byron, Claire
Clairmont, Percy Shelley, Mary Godwin y el doctor Polidori pasaban las tardes
encerrados en Villa Diodati por culpa del mal tiempo. Del 16 al 19 de junio de
1816 idearon allí, a modo de juego, varias historias de terror. La de la jovencísima Mary Godwin
fue el germen de uno de los principales personajes de terror conocidos:
Frankenstein. Otro de los participantes, el doctor Polidori,
publicó poco después su novela El Vampiro,
primera del género vampírico al que pertenece Drácula.
La historia es sabida, aunque
quizás no tanto las evidencias de ese año sin verano en lugares más anónimos. El
año pasado se leyó en el Departamento de Física de la Universidad de
Extremadura una tesis doctoral de María Isabel Fernández Fernández: El clima en la región de Zafra durante el
período 1750-1840. A partir del rico fondo documental de Feria del
Archivo Histórico Municipal de Zafra, la autora reconstruye la situación
climatológica de Zafra desde mediados del siglo XVIII a mediados del XIX. La
fuente básica son las cartas del contador del duque de Medinaceli en Zafra al propio duque,
informándole de los aconteceres del Estado de Feria. Al comienzo de cada una de
estas cartas semanales se describe el tiempo meteorológico.
Gracias a la investigación de
María Isabel Fernández sabemos que 1816 también fue en Zafra un año sin verano,
de muchas lluvias y temperaturas frías, por culpa de la erupción del Tambora.
Lo que nunca sabremos es si las inclemencias del tiempo facilitaron, también
aquí, algunas veladas literarias de jóvenes ideando historias. Si las hubo, no
alcanzaron la trascendencia de esas noches suizas en las que nació Frankenstein.
Escrito por
josemarialama
a las
11:56
0
comentarios
sábado, 6 de agosto de 2016
Ochenta años
Todos los 7 de agosto, de
madrugada, recuerdo la salida, aún a oscuras, de los hombres del comandante
Castejón desde Los Santos a Zafra. Eran las 3 de la madrugada. Recuerdo que ese
día nadie, de los que no se habían marchado, pudo dormir. Las sábanas blancas colgaban
de los balcones. Recuerdo a mi bisabuela Lola, que colgó el sacudidor de trapos
blancos “para que hubiera paz”. El alcalde, Pepe González, había reunido en la
plaza a la gente la noche anterior para recomendar que no se resistiera a las
tropas. Aún había esperanza de que eso evitara la masacre. Recuerdo el cañoneo a
las 5 de la mañana sobre la estación, donde un tren partía. Los proyectiles del
artillero Fernando Barón buscaban también la Fábrica de la Luz, cerca del
cuartel de la Guardia Civil, y recuerdo el estruendo de alguno al impactar en
la esquina de la calle Ancha.
Después, a las 7 de la mañana, se
me viene siempre a la cabeza Cirilo, único resistente, empuñando el arma subido
a un cinamomo hasta caer abatido por los soldados. Recuerdo a las tropas
entrando en el Campo de Sevilla. Y al capitán Fuentes en la puerta de Santa
Marina. No hizo falta que liberara a nadie porque la guardia había sido
levantada a primera hora, antes de marcharse del pueblo las autoridades
republicanas.
A las 8 de la mañana recuerdo a
las tropas en el Ayuntamiento. El nombramiento de la Gestora, con los ricos del
pueblo. Y las primeras listas. Y las discusiones para poner y quitar nombres. Y
las primeras 500 pesetas encima de una mesa para evitar una captura. Recuerdo las
puertas abiertas de las casas para que los moros no las echaran abajo. Y cuando
alguna encontraban cerrada, la rapiña en el interior,
los muebles volando por los balcones y la mercadería en la puerta. Una máquina
de coser, algún reloj: “¡Paisa, barato, barato!”.
A las 11 recuerdo la misa en La
Candelaria. El templo abarrotado y los “detente bala”, hechos con las monedas
de El Rosario, en los pechos de los militares. Y a don Daniel en el púlpito. Y
a Juan Galán concelebrando antes de unirse a las tropas y de pedir su pistola.
Recuerdo al medio centenar de personas capturadas, en círculo, en el centro de
la plaza Grande, esperando. Y a la gente alrededor, con brazaletes blancos,
mirándolas. Y a los soldados deambulando con las armas en la mano. Y a Castejón
sentado en un sillón que le había sacado a la calle don Tomás, el farmacéutico.
Nunca se me olvida el calor de las
12 de la mañana de ese día. Y la comitiva por la calle Sevilla de vuelta a Los
Santos. La gente aplaudiendo, atemorizada, o escondida tras los visillos. Y la
cuerda de presos, atados en grupos de siete u ocho, con las caras desencajadas:
Antonio Amaya, Ángel Caño, Bárbara Bizarro, Luis Mata, Diego Luna, Paca
Infante, Luis Madroñero, la “Reverte”, Antonio Guerrero, Teodomiro Trujillo, Julián
Vitorique, los Coronel, los Montaño… Y don Rafael, el modelista, fuera de la cuerda,
pero sin querer separarse de doña Juana, la maestra, también apresada.
Recuerdo ese mediodía de hace
ochenta años como si fuera hoy. Los camiones, los caballos, las tropas… Aún oigo
el sonido atroz de las balas de los fusilamientos, que cada cinco minutos detenían
la marcha de los “conquistadores”, y veo alejarse por la carretera de Los Santos
la polvareda de la historia fatal de ese día.
[Zafra en agosto de 1936. Dibujo
de Justo Calderón]
Escrito por
josemarialama
a las
21:12
3
comentarios
lunes, 1 de febrero de 2016
Una historia coral de la transición
Una vez más
nos reunimos en Zafra alrededor de la historia. En los últimos años han sido
muchas las ocasiones en que estas veladas culturales, que tan frecuentes son en
nuestra ciudad, han tenido un motivo histórico. Y con la compañía de muchos
historiadores hemos reflexionado sobre el pasado reciente de España.
Paul
Preston, Josep Fontana, Francisco Moreno, Francisco Espinosa, Alberto Gil
Novales, Ian Gibson, Julián Casanova… han sido algunos de los historiadores
contemporaneístas que nos han acompañado aquí, en Zafra, en los últimos diez años.
Actos organizados por el Colectivo Manuel J. Peláez, por la Asociación de
Recuperación de la Memoria Histórica, por el Seminario Humanístico de Zafra o
por el Centro de Estudios del Estado de Feria y que nos han permitido indagar
en nuestra historia común y debatir sobre los diversos enfoques de la misma.
Una vez más
nos reunimos aquí para hablar de nuestra historia reciente. En esta ocasión con
la excusa de la presentación de un libro, que aunque no sea una monografía
histórica al uso, es un libro de historia. Ahora veremos de qué manera. Y cuyo
autor, aunque no sea un historiador, es un excelente cronista y escritor,
aunque él prefiere considerarse, sencillamente, un periodista.
333 historias de la transición es el
libro y Carlos Santos, el autor.
Carlos
Santos es especialmente conocido hoy como subdirector del programa “No es un
día cualquiera” de Radio Nacional de España, que dirige Pepa Fernández las
mañanas de los sábados y domingos. Además, conocemos su rostro gracias a las
intervenciones en tertulias políticas televisivas como la de Al rojo vivo de la Sexta. Pero, la
trayectoria periodística de Carlos Santos Gurriarán es ya dilatada y va camino
de los cuarenta años.
Natural de San
Cebrián de Castro (Zamora), aunque muy vinculado a Almería, es licenciado en
Filología Hispánica y en Periodismo. En 1999 entró a trabajar en Radio Nacional
de España, tras su paso, como presentador, por Canal Sur Radio y Canal Sur
Televisión. Anteriormente, había sido editor de la revista Cambio 16, director de La Voz de Almería, redactor de Diario 16, El Imparcial o El Noticiero
Universal y corresponsal en Madrid de Mundo
Diario.
Ha
trabajado con Julio César Iglesias, con Carlos Herrera, Juan Ramón Lucas o Pepa
Fernández. Ha tocado todas las teclas (las radiofónicas, las televisivas y las
de papel) del oficio periodístico. Y lo ha hecho desde funciones y cometidos
distintos: presentando un programa informativo, llevando un espacio de música,
hablando de gastronomía, opinando de política, dirigiendo formatos, dibujando
con la palabra unos soberbios retratos de los personajes invitados a la radio,
y escribiéndolo todo desde 1978 en su libreta colorá.
Hay un
elemento que destaca especialmente en Carlos Santos. A este tipo le gusta la
mezcla, se resiste a esa pureza que algunos enarbolan como principio de la
existencia, y que tantos disgustos nos ha traído a lo largo de nuestra historia.
Se enorgullece de que entre sus apellidos los haya castellanos, vascos,
lusitanos y gitanos. Hace alarde de haber nacido en Castilla, de haber sido
criado en Almería, de haber estudiado en Barcelona, de vivir en Madrid, de tener
casa en Sevilla y de haberse enamorado de un pedazo de Extremadura. Se
considera un español de España, al que le viene como anillo al dedo la
trashumancia semanal de No es un día
cualquiera.
Es
periodista, pero también escritor. Le interesa la política y la historia, pero
también la literatura, la música y la gastronomía. Escribe, toca el piano y,
con una túnica negra y un tambor, participa todos los años en la rompida de Andorra de Teruel. Tiene algo
de proteico, y no porque cambie de ideas, sino porque cambia de forma. Y desde
todas las que adopta reivindica la igualdad de derechos de la gente, pero desde
la diversidad.
Aunque no
alardee de ello, además de periodista es, como digo, escritor. Y la precisión
es necesaria, porque no todos los periodistas lo son. Es autor de varios libros
relacionados con la naturaleza y en colaboración con Joaquín Araujo, como Los Arconocales, parque natural y Cabo de Gata, espléndida austeridad.
Pero, sobre todo, ha escrito un libro sobre la vida de un misionero español, su
tío Luis Gurriarán, en una comunidad maya: Guatemala,
el silencio del gallo.
333 historias de la transición es el
nombre de su último libro. El subtítulo Chaquetas
de pana, tetas al aire, ruido de sables, suspiros, algaradas y… consenso. Se
trata de una crónica a partir de los testimonios recopilados por el autor en
sus conversaciones con numerosos testigos de una época, la transición española
de la dictadura a la democracia, que también él tuvo ocasión de vivir en
primera persona.
Aunque la
cronología de la transición siempre ha sido objeto de controversias, Carlos
Santos inscribe su relato entre el año 1975, año de la muerte del dictador, y
1981, año del golpe de Estado. Realmente, empieza un poco antes, porque en el
arranque del libro “coge algo de carrerilla” y abre el relato en los años
sesenta. Y tampoco termina exactamente en 1981, porque hay menciones a hechos
posteriores.
Este libro
se inserta, pues, en la fecunda bibliografía sobre la transición política española
de la dictadura a la democracia. Más concretamente en esa bibliografía del yo,
memorística, de biografías, testimonios y memorias personales.
Hay mucho
libro biográfico y autobiográfico, pero la mayoría, por no decir todos, son de
celebridades, de hombres públicos, de políticos o personajes conocidos. En ese
sentido, el libro de Carlos Santos -memorialista, sí− tiene una peculiaridad:
es un libro a partir de testimonios de gente, en su mayor parte, desconocida.
Aunque también hay algún famoso, son sobre todo familiares y amigos del propio
Carlos los que le han legado sus testimonios. Y Carlos no suele identificar de
quién es el testimonio cuando lo relata. Salvo excepciones, la única pista es
la relación de cincuenta y tantos nombres que aparece en los agradecimientos.
Estos testimonios los hilvana el autor con algunas referencias bibliográficas y
su propia experiencia biográficas.
Por tanto,
memoria colectiva, no individual; memoria de la gente, no de celebridades. Y memoria
de escenas, fragmentaria, no lineal: “álbum de fotos”, le llama él. Trescientas
treinta y tres fotos. El otro día me preguntaba alguien si este era un libro de
anécdotas. En modo alguno. Nunca incluiría yo, entre los rasgos del libro, la
condición de anecdótico. No es un libro de anécdotas. Habla de los mismos
hechos que integran la historia del período tal y como nos la cuentan los
libros de historia. La muerte de Franco, Arias y el espíritu del 12 de febrero,
la primera prensa en libertad, los siete magníficos, los crímenes de Atocha, la
ultraderecha, Suárez, los pactos de la Moncloa, el viejo profesor, el PSOE de
“socialistas antes que marxistas”, el Partido comunista de la famosa bandera
rojigualda, los asesinatos de ETA, el ruido de sables, el golpe de Tejero…
Pero aborda
la historia del período desde una perspectiva no sujeta a los parámetros
historiográficos. Adopta el enfoque galdosiano o del Unamuno que reivindicaba
la intrahistoria de los hechos. Los historiadores estamos tan atentos a
descubrir causalidades a veces no reparamos en las casualidades. Este libro se
basa en estas últimas, porque no deja de ser una casualidad que cada uno de
quienes aportan sus testimonios en estas 333 historias estuvieran donde estaban
para poder ofrecérnoslos.
No es por
tanto mal procedimiento este de basarse en casualidades. Más aún cuando el
período ofrece alguna coincidencia estremecedora, como esos cinco años, tres
meses y tres días que van desde el 20 de noviembre de 1975 al 23 de febrero de
1981, exactamente el mismo tiempo que va desde el 14 de abril de 1931 al 17 de
julio de 1936.
Por otro
lado, Carlos Santos recorre este tramo de la historia fijándose en aspectos no
sólo estrictamente políticos, sino culturales, psicológicos. Hace mención al
cine, al teatro, a la televisión, a la radio, a la literatura, y sobre todo a
la música de la época. Según sus propias palabras: “La idea no es relatar los
mecanismos políticos que desembocaron en la construcción de un Estado de
Derecho tras una dictadura. La idea es dar las claves, recrear la atmósfera y
el ánimo colectivo de un momento histórico en el que todos los protagonistas lo
tenían claro: las cosas nunca volverían a ser como eran.”
333 historias de la transición es, en
definitiva, una propuesta novedosa de presentar la transición de la dictadura a
la democracia, memorialista, colectiva, coral, y en el que late la
reivindicación del autor de un período histórico clave en nuestro pasado
reciente.
(Presentación del libro de Carlos Santos 333 historias de la transición. Zafra, 25 de enero de 2016)
(Presentación del libro de Carlos Santos 333 historias de la transición. Zafra, 25 de enero de 2016)
Escrito por
josemarialama
a las
09:17
0
comentarios
sábado, 31 de octubre de 2015
DESARROLLO LOCAL, HISTORIA Y LITERATURA: en torno al "árbol del pan" y sus frutos
Cabeza la Vaca, viernes 30 de octubre
de 2015
Buenas noches.
Agradezco al Ayuntamiento de Cabeza la Vaca, como principal institución
organizadora de la Feria de la Castaña, que me haya invitado a estar hoy aquí
con ustedes. Mi agradecimiento es, en primer lugar, por permitirme recuperar,
con este acto, una parte importante de mi vida, la de los años que viví vinculado
a Cabeza la Vaca y al resto de localidades de la comarca de Tentudía.
Desde finales de
1993 mi actividad profesional transcurrió en estas tierras. Primero como
director de la Escuela Taller de Monesterio (que años después pasó a ser la
Unidad de Desarrollo y Formación para el Empleo “Las Moreras” o “Antonio
Morales Recio”, en recuerdo del amigo que fue su subdirector y que murió en el
ejercicio de sus funciones). Después como director-gerente del Centro de Desarrollo
Comarcal de Tentudía, creado en 1996. Y que estuvo muy unido a este municipio
debido a la elección como primer presidente de Manuel Vázquez Villanueva, alcalde
entonces de Cabeza la Vaca, con quien trabajé codo con codo durante los
primeros años de vida del centro.
Desde CEDECO
impulsamos la iniciativa comunitaria LEADER y a través de ella se diseñó el
proceso de desarrollo territorial de la comarca y se comenzaron a financiar
numerosas iniciativas empresariales y sociales que redundaron en beneficio, eso
creo, de ese desarrollo. Durante diez años permanecí -yo, que soy de Zafra- muy
cerca de este trozo de Extremadura.
Los escritores
recordamos la vida por lo que hemos escrito. Y sobre Cabeza la Vaca uno ha
escrito algo. Al principio, estudios sociales y económicos en mi función de
técnico de desarrollo territorial.
El primero fue hace
ya veintitrés años, en 1992, sobre la subcomarca de los Servicios Sociales de
Base de Monesterio, Montemolín, Calera de León y Cabeza la Vaca. Lo redacté
dentro de un encargo al Taller Zafra de Educación Popular, la empresa en la que
trabajé de 1988 a 1993, antes de incorporarme a finales de ese año a mi nuevo
puesto de trabajo en Monesterio.
Después de este
estudio vinieron otros, incorporados ya al proceso de dinamización de estas
tierras, como el “Plan Estratégico de Desarrollo Territorial sobre la subcomarca de Monesterio”, presentado
como trabajo del master de Desarrollo Local que cursé en 1996 en la Universidad
Autónoma de Madrid, o “La comarca de Tentudía vista por su gente”, un dictamen
social sobre el desarrollo de la comarca de Tentudía elaborado a partir de las
opiniones de los participantes en un curso relacionado con el LEADER. Por
cierto, que en ese curso de hace veinte años (tan importante para lo que
después vino) participaron varios vecinos y vecinas de Cabeza la Vaca, que no
quiero dejar de citar: Juan Barroso, Manuel Belmonte, Ana Caballero, Pilar
Colorado, Tobías Fabián, Elena Lavado, Blasa Lemos, Carmen Macías, José
Martínez, Antonio Mateos, Rosario Pérez, Rosa Pérez, Rufina Ramos, Isabel
Romero y Pepa Vázquez. Sobre nombres como estos se ha construido el progreso de
esta comarca.
El siguiente
escrito relacionado con esta localidad que recuerdo haber hecho tuvo un
carácter histórico-literario: “Crónica de la maravillosa invención de Tentudía”
se titulaba. Fue un texto largo que apareció en 2001, en uno de los volúmenes, Tentudía, la montaña mágica, espléndidamente
editados por la Diputación de Badajoz y dedicados a las diversas comarcas de la
provincia. En ese texto escribía sobre cómo “la profundidad de las cuevas de
Fuentes de León tiene su envés en la altura del caserío de Cabeza la Vaca, el
más alto de toda la provincia de Badajoz”. Escribía también que por ello no es
casualidad que la patrona sea Nuestra Señora de los Ángeles (con permiso de San
Benito Abad). Y escribía sobre el origen del nombre y del poblamiento.
“No
hay constancia en Cabeza la Vaca de poblamiento anterior al Medievo al
contrario que la mayoría de los núcleos comarcanos -decía- reduciéndose su
antigüedad al siglo XIV. Quizás por esta bisoñez del caserío los naturales
destacan orgullosos cómo Felipe II concedió al lugar el título de Villa en 1594
y le otorgó el privilegio de impartir justicia. De esa época data la Cruz del
Royo…”
Mencionaba la plaza
de toros, la principal de la comarca, sin callejón y adosada a otros edificios;
la Torre del Reloj, del siglo XVIII, y algún sucedido célebre como el relatado
por el tantas veces fantasioso Juan Mateo Reyes Ortiz de Tovar, que en sus Partidos Triunfantes de la Beturia Túrdula,
dice que el año 1755 cerca de Cabeza la Vaca,
se
hundió un poco de sierra y tal fue el montón de aguas que salieron de sus
entrañas que parecía un diluvio, quedando los naturales atemorizados. Después a
los pocos días se recogieron y no han vuelto a salir.
Terminaba esas
menciones a Cabeza la Vaca en la “Crónica de la maravillosa invención de
Tentudía” con un suceso que desarrollé en un artículo unos años después. “Nazis
en Cabeza la Vaca” se llamaba, y en él historiaba la muerte en accidente de
seis aviadores de la Legión Condor en la sierra de la Buitrera, aquí al lado,
el 16 de abril de 1938. Lo publiqué, en colaboración con el historiador
Francisco Espinosa, en el número de octubre de 2002 de la revista local “El
Rollo”. En él sacamos a la luz también las magníficas fotos de la agencia EFE
sobre la erección de un monolito por parte de la Legión Cóndor en la cima de la
Buitrera en mayo de 1939. Y lo acompañamos de otra fotografía realizada por
Jordi Macías con la apariencia actual -bueno, de hace ya trece años- del
monolito.
Y lo último que he
escrito sobre esta localidad es este texto que ahora les leo presentándoles la Feria
de la Castaña en su décima edición. Si hasta aquí hay, en mis textos sobre
Cabeza la Vaca, tanto muestras de temas socioeconómicos, como literarios e
históricos, en este último texto que aquí les ofrezco se me antoja que se
mezclan todos ellos. Ejerzo, pues, en él –con la excusa de la castaña- mis tres
dedicaciones y obsesiones: la de técnico de desarrollo territorial, la de
escritor y la de historiador.
Porque la Feria de
la Castaña entiendo que es, en primer lugar, una iniciativa vinculada con el
desarrollo de esta tierra. La excepcionalidad de las manchas de castaño de este
término, tan meridionales, que existen quizás gracias a la altura del caserío
más elevado de toda la provincia y a la humedad consiguiente, han situado la
castaña de Cabeza la Vaca como una pieza básica del desarrollo del municipio.
Durante mucho
tiempo la castaña ha estado en regresión. No sólo aquí, en todos lados. De ser
un producto agrícola, por su uso alimentario para la población y para el ganado,
cuando fallaba el cereal, ha pasado a ser un producto prácticamente forestal. Y
eso a pesar de que siguen siendo notables las potencialidades económicas de los
castaños y sus posibles aprovechamientos, sean de la madera o del fruto, y de
éste fresco o elaborado (almíbar, bombones, harina, mermelada…). En Cabeza la
Vaca, la producción de castaña, a diferencia del otro foco castañero del norte
de Extremadura, ha estado más vinculada al aprovechamiento del fruto que al de
la madera, y la recolección (destinada la mayoría a harina) ronda anualmente –según
tengo entendido- los 200.000 kilos.
De todas formas, la
importancia del castaño viene dada también por la compatibilidad de su cultivo
con otras actividades que permiten el desarrollo rural, como la caza, la pesca,
el turismo, la micología, etc. Y es que el castaño no es un cultivo excluyente.
Pero más allá de la
incidencia real que los castaños tengan en la economía de la zona, su valor es
también identitario, tiene que ver con la identidad, con vuestra identidad. Y
no hay desarrollo de un territorio sin identidad. Esa siempre ha sido una
preocupación al emprender procesos de desarrollo de una zona, de un municipio o
de una comarca. El desarrollo no es sólo una cuestión cuantitativa, tiene que
ver sobre todo con la capacidad que tiene un pueblo de reconocerse a sí mismo y
de diseñar su futuro. Y eso atañe más a la cualidad que a la cantidad.
El trabajo que
venís haciendo, desde hace ya diez años, en torno a la castaña, a su promoción
y valoración tiene que ver con el desarrollo no sólo porque se trate de un
producto que incide en la economía. Tiene que ver con el desarrollo sobre todo
porque se trata de un producto que incide en la cultura y en la identidad, en
vuestra tradición y personalidad.
Durante unos días,
y alrededor de la castaña, instalaréis un mercado verde y artesano, con
productos de temporada; organizaréis rutas de la tapa, quedadas cicloturistas,
rutas senderistas, talleres de cocina, exposiciones de caballos y enganches,
demostraciones de herrajes, concursos de postres y dulces de castaña, cursos de
transformación y elaboración de este fruto, cursos sobre el manejo del
castañar. Bajo la tutela del ayuntamiento y con la colaboración de la Diputación
de Badajoz y numerosas empresas y asociaciones, entre ellas el Centro de
Desarrollo Comarcal de Tentudía, durante unos días vais a insistir en vuestra
identidad, vais a hablar de una de vuestras señas de identidad. Y eso es lo
primordial.
Así lo han
entendido también otros muchos pueblos peninsulares, que por estas fechas
celebran festividades similares alrededor de la castaña. Como Marvao, en
Portugal, que algún año ha tenido representación en vuestra feria y que
anualmente celebra la Festa do
Castanheiro. Como Alcaucín, en Málaga, y su Día de la Castaña. O los también malagueños Pujerra y Genalguacil.
Como la Festa da Castaña en Breixa,
Silleda, Galicia. El magosto de los
pueblos del norte. O, en Extremadura, y con un carácter más genérico, el Otoño Mágico, una programación de
actividades en el cacereño Valle del Ambroz que se acerca ya a las veinte
ediciones.
Y es que la castaña
no es un fruto cualquiera; es un fruto con personalidad, propicio para forjar
identidades. Haré de historiador. Aunque se dice que lo introdujeron los
romanos en la Península Ibérica, ya los celtas lo tenían por un fruto totémico,
y el castaño era uno de sus árboles sagrados.
Los celtas. Resulta
significativo si tenemos en cuenta que Cabeza la Vaca, como el resto de estas
tierras del sur de Extremadura, desde Zafra hasta aquí, y desde aquí a la
desembocadura del río Sado en Portugal, atesora una peculiaridad histórica: la
de ser –en el siglo II antes de Cristo- tierra celta, a diferencia del origen
étnico distinto del resto de la provincia: los túrdulos de Azuaga o los lusitanos
de Mérida. Esto era la Beturia Céltica, ese círculo cultural prerromano ubicado
en la cuenca del río Ardila y que tiene manifestaciones en Capote, en la Sierra
de la Martela, en los Castillejos de Fuente de Cantos, en Belén de Zafra…
Prácticamente toda la comarca actual de Tentudía fue Beturia Céltica. Y en lo
más alto de este territorio céltico es significativo que aún perviva el árbol
sagrado de los celtas, el castaño.
Es, por tanto, un
vestigio histórico. Pero también simbólico. La castaña introduce el otoño. Es
el otoño. Si el verano es el sol, la primavera las flores y el invierno la
nieve, el otoño es la castaña. El otoño siempre ha estado vinculado a la noción
de muerte, a la caída de la hoja, a ese acabarse cíclico de la naturaleza. Y en
ese escenario de expiración, de fallecimiento, la castaña ejerce como
representación de la vitalidad. No es casual la vinculación de la castaña a la
festividad de los muertos, de los difuntos (que tampoco es casual que se celebre al
comienzo del otoño). La chaquetía, que decimos en mi pueblo. Es una unión por contraste.
Esos once días que van de Tosantos a San Martín, del 1 al 11 de noviembre, son
los de la celebración del magosto, la gran hoguera, el gran fuego alrededor del
cual se asaban las castañas y se adoraba la fecundidad de la tierra. Por cada
castaña que estallaba en el fuego un alma del purgatorio que se libraba, decía
la tradición.
Sí, es evidente que
la castaña no es un fruto cualquiera. Alrededor de la castaña hay refranes,
tradiciones, costumbres y hasta personajes. Como la famosa María Castaña, una
castañeira gallega que vivió a finales del siglo XIV, se rebeló contra el
obispo de Lugo y ha pasado al lenguaje popular como representación de tiempos
lejanísimos: los tiempos de Maricastaña.
Tras la castaña hay
tradición, historia, simbología y literatura. Son muy numerosos los dichos y
refranes relacionados, lo cual indica la importancia que siempre ha tenido en
nuestras vidas.
Sacar las castañas del fuego.
Se parecen como un huevo a una castaña.
Valer menos que una castaña.
Cada cosa a su tiempo y la castaña en Adviento.
Castañas en Navidad, saben bien y pártense mal
Por San Eugenio, castañas al fuego
Por San Martín se hace el magosto, con castañas asadas y
vino o mosto
…
El árbol del pan, llamó Jenofonte al
castaño. Y en esa definición está la explicación de su importancia. Aunque hoy
la castaña esté más en el ámbito de la gourmetería,
antiguamente fue un alimento esencial. De ahí su importancia y su omnipresencia
en nuestras tradiciones. Las que recuerda Pablo Neruda en uno de sus poemas, la
“Oda a una castaña en el suelo”:
Del
follaje erizado
caíste
completa,
de manera
pulida,
de lúcida
caoba,
lista
como un
violín que acaba
de nacer
en la altura
y cae
ofreciendo
sus dones encerrados,
su
escondida dulzura,
terminada
en secreto
entre
pájaros y hojas,
escuela
de la forma,
linaje de
la leña y de la harina,
instrumento
ovalado
que
guarda en su estructura
delicia
intacta y rosa comestible.
(…)
Celebráis la décima edición
de la Feria de la Castaña de Cabeza la Vaca. Que sepáis que con ella impulsáis,
año a año, una iniciativa de desarrollo del territorio, económica y turística, pero
también lleváis a cabo un ejercicio de singularidad, histórico y simbólico, de
reencuentro con vosotros mismos, con vosotras mismas, al acercaros –como los
antiguos celtas− al tronco del castaño a
recoger el fruto que durante tanto tiempo fue el único pan. Que lo
disfrutéis.
Muchas gracias.
Escrito por
josemarialama
a las
13:18
0
comentarios
jueves, 25 de junio de 2015
Las memorias de Vicente Herrera, singular autodidacto
Decía José Ortega y Gasset que los españoles no escribimos
autobiografías porque concebimos la vida como un permanente dolor de muelas,
frente a otros europeos que sí sienten placer por lo pasado. El filósofo fue uno más de los que constató
la escasez de este género literario en España, aunque las razones aducidas para
esta supuesta aversión del español hacia lo autobiográfico no siempre fueran
las mismas. Además del rechazo al pasado o a la propia escritura (el padre
Feijoo decía que el español tomaba antes la espada que la pluma), hay quien
afirma que somos flacos de memoria o pudorosos para sincerarnos. Razones
demasiado raciales para tener fundamento.
El caso es que, si alguna vez ha sido cierta esa
sospecha, hoy no es más que un tópico. A partir de la muerte de Franco, fue
notable el incremento bibliográfico de la llamada “literatura del yo”:
autobiografías, memorias, diarios, epistolarios... Junto al innegable
crecimiento cultural experimentado por el país, el motivo de este renacimiento
es que el género confesional exige libertad y no es cuestión de airear a los
cuatro vientos nuestros pensamientos si hay riesgo de ir a la cárcel por ellos.
Además, el pasado español del siglo XX tiene en su mitad
uno de esos “hachazos históricos” que condiciona la existencia de todo un país.
La Guerra Civil convirtió de golpe en dramáticamente singulares las vidas de
muchas personas anónimas. Y no fue hasta después de la muerte del dictador
cuando pudieron publicarse los relatos de vida generados por ese acontecimiento.
Si a esto unimos que el devenir español de estos últimos cuarenta años también
ha generado otras excepcionalidades históricas alrededor de la propia
transición política y de la recuperación de las libertades y de las nuevas
instituciones democráticas, ya tenemos sobre el escenario algunas de las
circunstancias que explican el buen momento que atraviesa en España el género memorístico.
Los escritores y los políticos han sido los principales
autores de estos textos, pero el auge de lo autobiográfico no es atribuible
sólo a las celebridades. Hay mucha memoria ciudadana, mucho modesto relato de
individuos sin notoriedad pública en la última bibliografía memorística
española.
En Extremadura, salvando las distancias económicas y
sociales, todo debería de ser más o menos parecido al resto de España. O, al
menos, eso defiendo siempre. Aunque en esta ocasión me faltan argumentos para
sostenerlo. Porque es verdad que en los últimos cuarenta años se ha practicado
poco en la región ―a diferencia de en España―el género autobiográfico. No hay que buscar las razones
en la idiosincrasia extremeña y sí en las ya citadas condiciones socioeconómicas.
Porque, en literatura, escribir sobre el yo puede entenderse como una
cualificación del escribir sobre los otros, y aquel tipo de textos sólo surgen
si de éstos hay suficientes muestras.
En definitiva, hay pocos libros autobiográficos escritos
en los últimos años por extremeños. Sin pretender ser exhaustivo, entre los
escritores están José Antonio Gabriel y Galán, que escribió Diario
1980-1993; el poeta Santos Domínguez Ramos, que tituló Memorial de un testigo sus notas autobiográficas editadas en 2002;
el cacereño asturiano José Luis García Martín, que nos ofrece desde hace años
sus diarios bajo distintos títulos, los últimos de los cuales han sido Para entregar en mano y Línea roja, y Luis Landero, que acaba de
publicar su novela autobiográfica El
balcón en invierno.
Entre los políticos han hecho incursiones en la escritura
autobiográfica, aunque con modalidades distintas, Manuel Veiga López (Confidencias y semblanzas, 1994),
Alberto Oliart (Contra el olvido,
1998), Alfonso González Bermejo (Los
primeros momentos, 2004), Enrique Sánchez de León (Extremadura, de todos, 2004) o Juan Carlos Rodríguez Ibarra (Rompiendo cristales, 2008).
Pero ya decía que las memorias no son sólo de
celebridades. También hay personas anónimas o de menor relevancia pública que
nos han ofrecidos sus recuerdos, la mayoría de ellos sobre la guerra y la
posguerra. Algunos de los textos de este tipo son: Recordando mi memoria, del barcarroteño Manuel Lobato Benavides; Hacia otros horizontes, de Luis Vasco
Durán, de Monesterio; Memorias de un
comunista, de Elías Zafra Viola, o Así
fue pasando el tiempo, de la miliciana extremeña María de la Luz Mejías
Correa.
El libro que el lector tiene entre sus manos, Memorias. Semblanza de una época, de
Vicente Herrera Silva, se inserta, pues, en esa edad de oro de la autobiografía
que vivimos en España desde hace cuatro décadas. Y lo hace compartiendo rasgos
de los tres tipos de autores de textos autobiográficos mencionados. Porque Vicente
Herrera es un hombre político, y por tanto su libro debería incluirse en el
grupo de las memorias de políticos. Pero él nació en 1936, en pleno “hachazo”
de la guerra, en una familia socialista en la que el padre estuvo ocho años en
la cárcel y la madre, tres. La importancia que cobra en su libro el contexto
hace que se convierta también en una de esas memorias ciudadanas de testigos de
la guerra y la posguerra. Y, finalmente, aunque Vicente no se dedica a la
literatura ni es un escritor profesional, éste no es el primer libro que firma
y ―como podrá comprobar el
lector―escribe magníficamente. Por
eso esta obra no está muy lejos de ser considerada una de esas autobiografías
de ilustrados que también mencioné anteriormente.
Memorias de un político, recuerdos de un niño de la
guerra y la posguerra, y autobiografía de un autodidacto. Esa es la triple
identidad de este libro, acorde a las tres facetas de la personalidad de su
autor.
Natural de Alconchel, donde nació el 3 de diciembre de
1936, Vicente Herrera ha sido alcalde de su pueblo natal, democráticamente
elegido, durante veinte años, desde 1979 hasta 1999. A partir de 1983 compaginó
la alcaldía, durante un cuatrienio, con el puesto de diputado provincial. En
1987 dejó la Diputación de Badajoz y pasó como diputado regional a la Asamblea
de Extremadura, donde se mantuvo durante tres legislaturas, en todas ellas como
miembro de la Diputación Permanente y portavoz del grupo parlamentario
socialista. Tras dejar la Asamblea y la
alcaldía en 1999, siguió siendo concejal de Alconchel y fue elegido de nuevo
diputado provincial, ejerciendo la vicepresidencia segunda de la Diputación y
la portavocía del grupo socialista hasta el año 2003. En septiembre de 2001
había sido nombrado miembro del Consejo de Dirección de El Socialista, el órgano de prensa del PSOE, tras asumir la
secretaría general del partido Jose Luis Rodríguez Zapatero y la dirección de
la revista Ludolfo Paramio. Estuvo vinculado a esta publicación durante seis
años, hasta 2007. Su último cargo político fue la presidencia del Consejo
Asesor de Radio y Televisión Española en Extremadura, que ejerció de 2004 hasta
2011.
Pero además de su vertiente política, Vicente Herrera tiene
una faceta profesional (es técnico en electrónica y mantuvo abierto durante
muchos años su taller en Alconchel) y otra vital o personal. Esta última es la
determinante y de la que nos ofrece en sus memorias unos pasajes más relevantes,
tanto sobre su infancia y juventud como sobre su personalidad adulta. Vicente Herrera
pasó sus primeros tres años en la cárcel, donde habían detenido a su madre.
Primero estuvo ocho meses en la cárcel de Olivenza y después más de dos años en
la de Badajoz.
A la
sombra del palacio de Godoy,
en la
cárcel provincial de Badajoz,
prisionera
de la guerra me encontraba
sin justicia, sin consuelo y sin amor.
Esa es la letra adaptada de un pasodoble famoso que su
madre recordaba. Hay mucha emoción en las primeras páginas de este libro, donde
el autor nos relata la vida en la cárcel de su madre, Carlota Silva Galán, y
sus sacrificios por sacar adelante una familia en la que faltaba el padre, Vicente
Herrera Díaz, encarcelado por sus ideas políticas. Para todo ser humano son
importantes sus padres, pero cobran un sentido especial en la peculiar
peripecia vital de Vicente: un niño cuyos primeros años los vive en la cárcel
junto a su madre, y cuya infancia, ya en libertad, transcurre con la ausencia
del padre, también encarcelado. No es extraño que dos de los capítulos
principales de este libro se titulen así: “Mi madre” y “Mi padre”.
La vida en Alconchel de una familia de represaliados
políticos no fue fácil. Gracias a la memoria y a la pluma de Vicente Herrera
conocemos cómo, a pesar de las sombras, fueron saliendo para adelante y cómo
vivió también los gozos de la infancia: los juegos de la edad, las travesuras,
los primeros hallazgos y el descubrimiento de un entorno rural con sus
personajes y sus lugares, sus ritos y sus aventuras.
El autor extrae de la experiencia de la infancia su paso
por la escuela y configura un capítulo aparte con los recuerdos escolares. Lo
hace en consonancia con el papel que la escuela tuvo en la forja de su
carácter. La figura de don Guillermo, el maestro, le marcó de por vida:
…la extraordinaria influencia que supuso su paso por mi
vida, porque aparte de lo que me enseñara ─que fue mucho para la obligación que tenía─ lo verdaderamente
importante es que me enseñó a aprender. Despertó en mí la curiosidad por
averiguar el porqué de las cosas, a darle la vuelta y a buscar contradicciones,
algo que después me he dado cuenta de que es muy útil para el desarrollo
cognitivo y que, dicho sea de paso, algún desasosiego ha causado a quienes han
tenido que bregar conmigo.
Si don Guillermo le hizo interesarse por la cultura y el
conocimiento, la afición a los útiles y a las herramientas le surgió gracias a
las visitas a la fragua-carpintería de Feliciano, otro maestro, pero carpintero.
Esos dos maestros le proporcionaron el gusto por el trabajo intelectual y por
el trabajo manual que, si para muchos son contrarios, para Vicente Herrera son
complementarios y siempre han ido parejos a lo largo de su vida.
Uno de los pasajes más intensos de este libro está a
caballo entre el capítulo dedicado a la escuela y el que trata sobre la
adolescencia y juventud del protagonista. En él nos narra el drama personal que
a un joven de once años le supuso no poder continuar los estudios debido a la
situación económica de su familia. Cursar el bachillerato se había convertido
en una obsesión, pero finalmente no pudo hacerlo. Sobre esa frustración,
superándola, edificó Vicente Herrera su proyecto de vida. La falta de formación
académica la suplió sobradamente con una formación autodidacta basada en la
lectura, en la escritura, y en la conciencia y la reflexión sobre su entorno. Y
este autodidactismo ha pasado a ser, por encima de cualquier otro, el rasgo
principal de su carácter. Así lo entendió su compañero de escaño Desiderio
Guerra Corrales cuando en 1997 hubo de elegir un detalle de la personalidad de
Vicente como motivo del retrato parlamentario rimado que le dedicó en Pido la palabra:
Portavoz
Vicente Herrera,
singular
autodidacto,
a la oposición
altera
cuando
les menciona “el pacto”.
A pesar del notable currículum político de Vicente
Herrera, es significativo que el papel que ocupa en este libro la experiencia
vivida en ese campo sea menor que la de su otra vida. Apenas tres capítulos se
dedican a esos treinta y dos años que transcurren desde 1979 hasta 2011, ni
siquiera un quinto de las páginas de este volumen, mientras que al relato de su
vida hasta 1979 ―sus cuarenta y tres años primeros― dedica cuatro quintas
partes.
Vicente Herrera es un hombre culto y eso se nota en cada
una de las páginas de este libro. Y un hombre inquieto, apasionado. La mezcla
de esos dos rasgos se muestra en algunas de las ocurrencias de su vida, como
cuando leyó un diccionario de la A a la Z, el Aristos, de la editorial Sopena, o cuando su afición al cine le
convirtió en socio empresarial del cine local. Ni todos los aficionados al cine
acaban de empresarios del sector, ni todos los amantes de la lectura se leen un
diccionario entero. Ambas son evidencias de que la cultura de Vicente Herrera
es la de un hombre de acción. Cultura en movimiento, apasionada, comprometida…
que configuran una personalidad casi proteica que le hacen participar en una
tuna (la Tuna Miraflores de Alconchel), “fabricar” un modelo propio de
televisor (el VIHESI), ejercer la alcaldía de su pueblo durante veinte años, ser
uno de los pioneros en Extremadura de la exhumación de restos de represaliados de
la guerra civil (el 24 de septiembre de 1981 aprobó el Ayuntamiento de
Alconchel una propuesta suya en ese sentido) o coordinar en 2010 una
publicación sobre su paisano Francisco
Vera, huellas de su vida y su obra. Todo en uno.
Por eso, quizás, Vicente Herrera también ha escrito en
este libro muchos libros en uno, y todos ellos escritos con solvencia, con
emoción y rigor, y con rasgos de humor que añaden atractivo a su lectura. Memorias. Semblanza de una época es, en
parte, un libro de historia, porque en algunos de sus capítulos relata los
hechos de un tiempo, la posguerra, desde la perspectiva de una familia de
represaliados políticos. También es un relato antropológico porque habla de un
espacio, el medio rural, y de la vida de sus gentes. Es, por otro lado, una
autobiografía en sentido estricto cuando nos cuenta los avatares de un joven
empeñado en superar su situación socioeconómica mediante la liberación de la
cultura y la educación. Y, finalmente, son las memorias de un político que nos
permiten disponer de una fuente primaria sobre el papel de los primeros
ayuntamientos democráticos y la creación de la autonomía extremeña.
En definitiva,
Memorias. Semblanza de una época es una crónica de la posguerra, una semblanza
de lo rural, una historia de vida y las memorias políticas de un singular autodidacto.
[Prólogo de Memorias. Semblanza de una época, de Vicente Herrera Silva]
Escrito por
josemarialama
a las
07:44
2
comentarios
sábado, 7 de febrero de 2015
Los supervivientes de la lengua... de Morán
Se lo acabo de decir a mi hermano Miguel Ángel: leo con fruición El cura y los mandarines de Gregorio Morán. El polémico ensayo de este periodista cercano a historiador me atrapa. Debo reconocer que las barbaridades que dice de unos y de otros escritores (de 1962 para acá) son, por excesivas y generalizadas, sospechosas, pero me cautiva la cultura de este hombre, al que conozco de algunos de sus libros anteriores, como el soberbio Miseria y grandeza del Partido Comunista de España, y por sus artículos, las "Sabatinas intempestivas" en La Vanguardia.
El cura y los mandarines tiene errores importantes. Como confundir a dos hombres de Ínsula, esa revista verde entre el erial: José Luis Cano y Enrique Canito, este último catedrático de francés del instituto republicano de Zafra (en la página 211 atribuye a Cano el sobrenombre de "Canito", mezclando en una única persona dos personalidades). Pero, a pesar de este y otros fallos, la lectura del libro merece la pena.
Es tal el número de sus damnificados que, en ese campo de batalla lleno de muertos y heridos por sus invectivas, me sorprendió mucho, como indemne elogiadísimo, Ángel Álvarez de Miranda. El casi desconocido historiador y escritor español de la mitad de siglo, padre de un reputado académico de la Lengua actual, es de los pocos que no es criticado en un libro del que debo escribir una nota de la que ya tengo el título: "Los supervivientes de la lengua... de Morán", o algo así. Y la encabezaré (por aquello de la A y del orden de aparición en la obra) con AAM.
Escrito por
josemarialama
a las
10:17
0
comentarios
miércoles, 7 de enero de 2015
ÁLBUM DE IMÁGENES DE LA ESPAÑA DECIMONÓNICA
Uno de los
libros de viajes fundamentales sobre la España del siglo XIX es el Manual para viajeros por España y
lectores en casa de Richard
Ford, escrito a partir del viaje que este adinerado inglés hizo con su familia
en 1830-1833. Se sabía que Ford había hecho algunos dibujos a su paso por las
ciudades, pero sólo se habían publicado los de Granada y Sevilla en ediciones
de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. También ha habido alguna
exposición parcial, desde la de Londres de 1974, pero nunca hasta ahora se
había dado a conocer en España una selección significativa de los quinientos
dibujos y acuarelas que hizo sobre ciudades y pueblos españoles y que son propiedad de la familia Ford.
De ahí la
importancia de la exposición RICHARD FORD. VIAJES POR ESPAÑA (1830-1833) que,
con más de doscientos dibujos y acuarelas, ofrece la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando, en colaboración con la Fundación MAPFRE, y que está
abierta en la sede madrileña de la calle de Alcalá de la academia desde el 25
de noviembre pasado hasta el próximo 1 de febrero. La exposición está
acompañada de un magnífico catálogo con la reproducción de las imágenes
expuestas.
Los
dibujos de Richard Ford son, como dice el comisario de la exposición, Francisco
Javier Rodríguez Barberán, el registro de un mundo desaparecido. Unos años
antes de la invención de la fotografía, Ford nos ofrece un catálogo de la
apariencia urbana de la España decimonónica, un interesantísimo álbum
prefotográfico de España.
Como
ejemplo del interés de esta exposición he elegido un dibujo, hasta ahora inédito, de Zafra, hecho por Richard Ford el
17 de mayo de 1832.
Escrito por
josemarialama
a las
13:45
0
comentarios
miércoles, 24 de diciembre de 2014
El río José Luis y el río Olga
Leo Sala de espera, el libro último y póstumo de José Luis Sampedro. Me
lo regala mi amigo Benito Morales. Son dos series de textos editados por su
mujer, Olga Lucas, y publicados por Plaza y Janés en abril de este año,
coincidiendo con el primer aniversario de la muerte del economista y escritor.
La primera serie es
autobiográfica. Los textos reiteran e ilustran una metáfora muy
querida por Sampedro, la manriqueña de la vida como río. Nos relatan la
infancia del río José Luis en Tánger
y en Cihuela (Soria), hasta los 13 años. La
segunda serie es más ideológica y reflexiva, con su visión de la vida,
de la especie humana y de la sociedad. Cierra el libro una reproducción
facsimilar de los manuscritos en los que trabajó el humanista durante los meses
finales.
Sampedro escribía muy bien,
aunque estos textos adolecen de una revisión que la editora ha preferido no
hacer y que hubiera evitado alguna falta de concordancia y otros solecismos. Pero
sentía y pensaba mejor aún que escribía. Y esas virtudes se aprecian en estos
textos, los últimos que escribió antes de su muerte, que, según él mismo, se
portó muy bien porque le dejó pensar.
Escrito por
josemarialama
a las
10:20
0
comentarios
Suscribirse a:
Entradas (Atom)