El viernes 16 de noviembre estuve en Badajoz en una mesa redonda con los otros tres ganadores del premio Arturo Barea: Gregorio Torres Nebrera, Cayetano Ibarra y Moisés Domínguez. Este último, con la intención según dijo de “dinamizar la mesa”, me recriminó públicamente ―sin que viniera a cuento― que en La amargura de la memoria hubiera denominado carro de combate al blindado que entró en Zafra el 7 de agosto de 1936, y llegó a insinuar que yo había dicho en mi libro que esa tanqueta cañoneó Zafra. Le dije que me parecía bien que pretendiera animar el cotarro pero no que lo hiciera a mi costa, y que no pensaba tener ninguna discrepancia con él allí sobre el asunto. Efectivamente, me equivoqué en el libro al utilizar los términos “carro de combate” para lo que no fue más que un blindado. En modo alguno pretendía así dar una impresión de mayor poderío al ejército que invadió la ciudad. Consideré, erróneamente, sinónimos ambos nombres. El blindado que entró en Zafra no era más que una furgoneta con cuatro chapas. En la segunda recriminación fue Moisés Domínguez el equivocado, ya que nunca en mi libro he dicho que desde el blindado se cañoneara la ciudad, pues los proyectiles partieron de la batería de 75 mm. que iba con la columna.
De todas maneras, me da la impresión de que hay algunos que cuando se señala la luna miran el dedo o que cuando se habla de los asesinatos y de la represión están más interesados en averiguar el tipo de arma utilizada. Más que historiadores, parecen expertos en archiperres.
Tras la mesa redonda se presentaba el libro que había ganado la última edición del Arturo Barea: Tiempo perdido. La guerra civil en Almendral (1936-1939), que yo suponía del propio Moisés Domínguez. Pero la sorpresa fue saber que el libro, aunque en su momento fue presentado en solitario al premio, lo firmaban otras dos personas, una de ellas miembro del jurado que le había concedido el galardón. La explicación de los hechos que se da en el prólogo es confusa y nada convincente:
Es preciso aclarar que inicialmente se concedió el galardón a Moisés Domínguez Núñez, por su trabajo Guerra Civil en Almendral. Con posterioridad, a petición de dicho autor, ante la ingente documentación que se ha descubierto sobre la contienda en esa localidad después de haber culminado su investigación, que en nada empaña el trabajo original, sino todo lo contrario: lo enriquece notablemente, solicitó la colaboración de los otros dos autores, Francisco Cebrián y Julián Chaves, que correspondieron afirmativamente a su llamamiento.
Digámoslo claro: que no estuviera presentable para su publicación es la única explicación verosímil para que un libro, con cuyo original una persona ha resultado premiada en un concurso, acabe finalmente firmado por tres. Según parece ha hecho falta la participación de estas otras dos personas para dejar el texto en estado de revista. Y si es así supongo que el texto original no lo estaba suficientemente. Mi pregunta es: ¿si la obra tenía tales deficiencias que no podía publicarse sin más, por qué fue merecedora del premio? ¿Quizás para evitar el descrédito que temían los patrocinadores de haberlo dejado desierto? Creo que hay más riesgo de descrédito si un premio como este se otorga indebidamente.
No dudo de la buena voluntad de todos: Moisés Domínguez, convencido de que así saldría un mejor libro; Francisco Cebrián y Julián Chaves, deseosos de colaborar en el mejor acabado posible de la obra, y los organizadores del premio, con ganas de que los libros que salgan con su sello tengan la calidad deseable. Pero la buena voluntad no enmascara los errores. Y este es uno de ellos. Flaco favor se hace al Arturo Barea con estos mejunjes y menos aún se lo hacen las personas involucradas. Si alguien gana un premio con un texto, debe ser esa persona quien firme su publicación. No hay vuelta de hoja; cualquiera que le demos es también tiempo perdido.