
[Texto básico leído ayer en el patio del Ayuntamiento de Zafra en el entierro civil de Manuel Peláez]
Estamos aquí para despedir a Manolo Peláez. Y lo vamos a hacer como él expresamente había pedido, con una ceremonia en el patio del Ayuntamiento de Zafra, acompañando todos ─amigos, amigas, compañeros y vecinos─ a Mercedes, a sus hijas, a sus hermanos, a su familia.
Este patio es hoy un reflejo de lo que fue la vida de Manolo, porque en la memoria de cada uno de nosotros guardamos un trozo de ese camino que él recorrió. Tenía amigos y amigas de toda condición, de toda ideología, de toda creencia. Era una de esas personas que conoce a todo el mundo y a quien todo el mundo conoce. Y esa riqueza de sus afectos era el fruto de la tolerancia. La tolerancia consiste en querer al otro porque es distinto a nosotros. Hacerlo igual a nosotros para quererlo no es más que una variante del egoísmo. Esa tolerancia y el profundo respeto que Manolo profesó hacia quienes no eran iguales a él quizás sea el rasgo más relevante de su carácter y la principal lección que nos ofrece hoy a todos.
La personalidad más pública de Manolo Peláez, y en la que más pudo ejercer esa tolerancia, fue la de concejal. Aunque la política siempre le interesó, y vivió con intensidad los últimos años del franquismo y la transición, sólo en los últimos lustros se presentó a elecciones locales y acabó asumiendo responsabilidades institucionales. Concejal del Ayuntamiento de Zafra desde 1997, fue candidato a la alcaldía en 1999 y cuando hubo de retirarse debido a su enfermedad ─en marzo de 2004─ era primer teniente de alcalde de la Corporación. La vocación política de Manolo era la lógica consecuencia de su generosidad. Parecía como si ésta no estuviera completamente satisfecha si se reducía al círculo de sus afines, de amigos y familiares. Necesitaba centenares, miles de personas, los vecinos de una ciudad entera, para estar cumplida. De eso puede dar fe uno de sus amigos de la política, Manuel García Pizarro, alcalde de Zafra.
Si la política fue una de sus vocaciones, su profesión fue la docencia y la historia. Y, en ambas, sobresalió otra de sus virtudes principales, la responsabilidad, el rigor, la madurez de quien sabe que en el oficio se labran los caracteres de cada uno. Fue historiador y disfrutó investigando, siempre alrededor de la historia de Zafra y casi siempre a partir de las fuentes del Archivo Histórico Municipal. También se implicó en el fomento de la cultura de Zafra, como hizo desde la Asociación de Amigos del Museo y del Patrimonio, que presidió hasta ayer. Y sobre todo fue profesor. Ejerció la enseñanza desde el año 1978 y en los institutos de Azuaga, Barcarrota, Villafranca de los Barros, el “Zurbarán” de Badajoz, Fregenal de la Sierra y Zafra. El “Suárez de Figueroa” ─el mismo donde había estudiado─ fue su centro de trabajo durante más de veinte años. Allí le conocieron centenares de alumnos y profesores, que supieron -como Toni Amaya- de su buen hacer.
La tolerancia, la responsabilidad y la alegría. Porque Manolo era todo lo contrario a un cenizo, te alegraba la vida con sus bromas, vestido de otro en Carnavales –su disfraz de señorona era memorable– o llamándote por teléfono y pegándotela diciendo que era no sé quién. Estoy convencido que él quiere que le recordemos así, haciendo bromas y charlando, como charló con Reme durante las mañanas de los últimos años, o con Carmen Álvarez o con Luciano Feria. Un buen tipo que nos hizo a todos sus amigos y amigas ser un poco mejores por haberlo conocido.
Además hablaron Manuel García Pizarro, Toni Amaya,
Luciano Feria, Carmen Santos y Lupe García, pero aún no tengo sus textos completos.
Y Diana Vara tocó el violín.
Otros blogs con comentarios sobre la muerte de Manolo: Pura tura y El Coro de los grillos.