miércoles, 24 de diciembre de 2014

El río José Luis y el río Olga

Leo Sala de espera, el libro último y póstumo de José Luis Sampedro. Me lo regala mi amigo Benito Morales. Son dos series de textos editados por su mujer, Olga Lucas, y publicados por Plaza y Janés en abril de este año, coincidiendo con el primer aniversario de la muerte del economista y escritor.

La primera serie es autobiográfica. Los textos reiteran e ilustran una metáfora muy querida por Sampedro, la manriqueña de la vida como río. Nos relatan la infancia del río José Luis en Tánger y en Cihuela (Soria), hasta los 13 años. La  segunda serie es más ideológica y reflexiva, con su visión de la vida, de la especie humana y de la sociedad. Cierra el libro una reproducción facsimilar de los manuscritos en los que trabajó el humanista durante los meses finales.

Sampedro escribía muy bien, aunque estos textos adolecen de una revisión que la editora ha preferido no hacer y que hubiera evitado alguna falta de concordancia y otros solecismos. Pero sentía y pensaba mejor aún que escribía. Y esas virtudes se aprecian en estos textos, los últimos que escribió antes de su muerte, que, según él mismo, se portó muy bien porque le dejó pensar.

De todas formas, sin desmerecer a José Luis Sampedro, lo más sorprendente de este breve volumen es la parte que escribe Olga Lucas, el río Olga, en la que cuenta también sus primeros trece años. Los de la hija de un español exiliado y una francesa, que nace y vive en Toulouse al final de la II Guerra Mundial hasta que su padre es deportado. Es conmovedor el relato del viaje de la madre y los hijos al final del otoño de 1955 hasta la ciudad checa de Ustí nad Labem para reencontrarse con el padre. 

sábado, 18 de octubre de 2014

Congreso de Escritores


domingo, 17 de agosto de 2014

LA CASA DE MI MADRE




LA CASA DE MI MADRE

A mi hermano Miguel Ángel

recorro las estancias de esta casa,
donde mi gente dejó parte de su historia:

en esta habitación murió mi abuelo
una Nochebuena de mil novecientos cincuenta y ocho;
la tía María, prostituta en Sevilla, acabó en esa otra
con un monedero de plata entre las manos.

Aquí, en el suelo, frente a la primera estantería de nuestros libros,
mi padre halló la muerte, al erguirse de la cama, presintiéndola.

Y allí, tras una puerta, una escalera renqueante
sube al cielo de todas las azoteas,
donde se agitan las sábanas o sudarios de tantas generaciones.

Nadie ha nacido en esta casa sólo hecha de óbitos:
es una estación término, una biografía de viejos

donde mi madre musita el capítulo final
como una diosa rota desde su pedestal con ruedas.

La casa de mi madre es como la línea de la muerte de mi mano,
que un día en Madrid me leyera Paco el brujo.

Es el rastro de mi vida, mi camino de vuelta


josemarialama
1/2 de agosto de 2014

sábado, 16 de agosto de 2014

El árbol de la vida

Mira que te mira Dios
Mira que te está mirando

Mira que te has de morir
Mira que no sabes cuando





Alegoría El Árbol de la Vida
1653

Ignacio de Ríes
(Flandes, 1612-Sevilla, 1661)

Capilla de la Concepción
Catedral de Segovia






jueves, 14 de agosto de 2014

Impresiones de un viaje castellano


Del 4 al 14 de agosto de 2014 recorrimos una de las muchas rutas que se pueden hacer por Castilla para ver arte. Tras el viaje, hay impresiones: los lugares visitados, los principales monumentos, las más notables piezas artísticas, las comidas y bebidas reseñables, las palabras sorprendentes, el trato con los amigos y las amigas… 

Ahí va parte de la relación, sin literatura, con la que nos entretuvimos Mercedes, Eva y yo durante el camino de vuelta.

LOS LUGARES:
Salamanca, Tordesillas (Real Monasterio de Santa Clara), Urueña (Iglesia de la Anunciada, Centro de Interpretación e-LEA Miguel Delibes), San Cebrián de Mazote (Iglesia de San Cebrián), Torrelobatón (Castillo), Wamba (Iglesia de Santa María; estatua de Wamba), Villalba de los Alcores (ruinas del Monasterio de Santa María de Matallana), Ampudia (Castillo), Herrera de Pisuerga (Canal de Castilla), Frómista (Iglesia de San Martín y esclusas del Canal de Castilla), Carrión de los Condes (Iglesia-museo de Santiago con Pantocrátor, Iglesia de Santa María del Camino, río Carrión), Villalcázar de Sirga (Iglesia de Santa María La Blanca), Paredes de Nava (Iglesia de Santa Eulalia, estatua de Jorge Manrique), Palencia (Iglesia de San Miguel, Iglesia de San Francisco, Catedral, biblioteca de la Diputación Provincial), Burgos (Cartuja de Miraflores, Arco de Santa María, Museo de Burgos, Catedral, Iglesia de San Nicolás de Bari, Iglesia de San Esteban-Museo de los retablos, Casa del Cordón), Hontoria de la Cantera (cantera), Quintanilla de las Viñas (huellas de dinosaurios, Ermita), San Pedro de Arlanza (ruinas del Monasterio), Covarrubias (Ermita de San Olaf, Colegiata), Lerma (Palacio de los Duques de Lerma), Santo Domingo de Silos (Monasterio), Aranda de Duero (Exposición “Las Edades del Hombre” en la Iglesia de Santa María La Real y en la Iglesia de San Juan, Casa de las Bolas), Calatañazor, Soria (Monasterio de San Juan de Duero, Ermita de San Saturio, Iglesia de Santo Domingo, estatua de Machado de Pablo Serrano, Iglesia de San Juan de Rabanera, ruinas de la Iglesia de San Nicolás, aula de Antonio Machado en el Instituto de Bachillerato, Alameda de Cervantes), Aza (puesta de sol), Castillejo de Robledo (Iglesia), Maderuelo (Ermita de la Vera Cruz), Ayllón (Iglesia de San Miguel), Las Hoces del Duratón (Iglesia de San Frutos), Turégano (Iglesia), Segovia (Iglesia de la Vera Cruz, Iglesia de Santa María La Real, Acueducto, Iglesia de San Justo, Iglesia de San Clemente, Iglesia de San Millán, Iglesia de San Martín, Alcázar, Iglesia de San Esteban, Casa museo de Antonio Machado, Catedral, Sinagoga).

LOS MONUMENTOS (top 10 ):
1.     El claustro y La duda, del monasterio de Santo Domingo de Silos, románico (BU).
2.     Ermita de Quintanilla de las Viñas, visigodo, siglo VII (Quintanilla de las Viñas, BU).
3.     Retablo mayor y sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, de Gil de Siloé de la Cartuja de Miraflores, gótico florido, siglo XV (Burgos).
4.     Iglesia de San Martín, románico, siglo XI (Frómista, PA).
5.     Cripta de San Antolín de la catedral de Palencia, siglos VII y XI, mozárabe y románico (Palencia).
6.     Los cuatro príncipes y Fernando III ofreciendo el anillo a su esposa Beatriz de Suabia en el claustro de la catedral de Burgos, románico, siglo XIII (BU).
7.     Portada de la iglesia de Santo Domingo, románico, siglo XII (Soria).
8.     Pinturas murales de la iglesia de San Justo, románico, (Segovia).
9.     Impronta y reproducciones de las pinturas románicas de la ermita de la Vera Cruz (Maderuelo, SG).
10.   Esclusas del Canal de Castilla, siglo XVIII y XIX (Frómista, PA).


OTROS MONUMENTOS Y PIEZAS ARTÍSTICAS:
Casa Museo de Antonio Machado (Segovia); Capilla del Condestable de la catedral de Burgos, estilo gótico-florido, siglo XVI (BU); Fachada mudéjar del palacio del monasterio de Santa Clara, siglo XIV (Tordesillas, VA); Iglesia de la Anunciada, única muestra de románico lombardo fuera del antiguo reino de Aragón, siglo XII (Urueña, VA); Iglesia de San Cebrián, estilo mozárabe, siglo X (San Cebrián de Mazote, VA); Pantocrátor de la iglesia de Santiago, estilo románico, siglo XII (Carrión de los Condes, PA); Sepulcros góticos policromados del infante don Felipe, hijo de Fernando III el Santo, y de Leonor Ruiz de Castro, en la iglesia de Santa María la Blanca, siglo XIII (Villalcázar de Sirga, PA); Tablas de Berruguete del retrato mayor de la iglesia de Santa Eulalia, siglo XV (Paredes de Nava, PA); Escalera dorada de la catedral de Burgos, siglo XVI (BU); Portada de la iglesia de Santa María La Real, estilo Reyes Católicos, siglo XV (Aranda de Duero, BU); Claustro y ábside del monasterio de San Juan de Duero, estilo románico, siglo XII (Soria); Estatua de Antonio Machado de Pablo Serrano, siglo XX (Soria); Dragón de la iglesia de Castillejo de Robledo (Soria); Las hoces del Duratón; Santiago el Menor en el ábside la iglesia parroquial, estilo románico (Turégano, SG); Iglesia templaria de la Vera Cruz, estilo románico, siglo XIII (Segovia); Acueducto, estilo romano (Segovia); Torre de la Iglesia de San Esteban (Segovia).

Y LAS PERSONAS:
Enrique Santos Unamuno y Yole Ogando (Salamanca); Esther Zayas Arenales y Javier García Rojas (Burgos); Pilar Herranz y Andrés Martín (Soria); Manolo M. Belmonte y Mercedes Gómez del Barco, Vicente Tormo, Carmen García Rubio y Marta Cilleruelo, Libertad de la Cruz y José Luis de la Cruz, Nuria Arenales, Marco Zayas y José Manuel Zayas, Raquel de la Cruz y Edu Abajo, Yolanda de la Cruz y Antonio Anubla, Blanca Mesonero y Ana Abajo (Aranda de Duero). Y Mercedes Santos Unamuno, Eva Arenales y José María Lama.


La imagen es del relieve conocido como “La duda de Santo Tomás” en el claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos

viernes, 16 de mayo de 2014

Guerra y solidaridad en la frontera



Ayer fue presentado en Badajoz el libro Frontera y Guerra Civil Española. Dominación, resistencia y usos de la memoria, de la antropóloga portuguesa Dulce Simões. Aunque inicialmente estaba previsto que fuera Francisco Espinosa el presentador, al final me correspondió a mí esa función. He aquí el texto de la presentación que le hice: 

“Frontera” y “guerra” son, desgraciadamente, dos conceptos históricos básicos. Buena parte de la historia humana gira alrededor de las fronteras y las guerras. Porque buena parte de la historia trata de las naciones. Y estos son dos vocablos relacionados con las naciones. La frontera delimita el que, dicen, es principal valor de una nación: el territorio. Subraya y separa geográficamente la identidad propia de la ajena. Y la guerra es la reacción del poder cuando alguien amenaza ―sea desde el exterior o desde el interior― ese límite de cordilleras o ríos, de bosques o llanuras; esa verja imaginaria que guarda las riquezas, los campos sometidos, la mano de obra que atiende las haciendas.
La insistencia en las señas de identidad propias siempre acentúa las ajenas. La nación, esa que genera las fronteras y las guerras, es, así, un fenómeno político contradictorio. El nacionalista, que suele ser un luchador por la diferencia frente a los otros, es también un opresor que no permite más realidad interna dentro de su territorio que la extrema identidad.
Las luchas nacionalistas son siempre luchas entre nacionalistas; entre nacionalistas aparentemente simpáticos y nacionalistas aparentemente odiosos. El resto de los mortales asistimos a ellas sorprendidos de que se peguen los iguales. El romanticismo que nuestro mundo atribuye a los fenómenos nacionalistas obedece a la impresión que en la conciencia colectiva han dejado los acontecimientos protagonizados por la burguesía en los últimos siglos: pueblos en lucha frente a poderes ajenos; rebeliones de identidad frente a infames imperios; política de sangre y suelo; heroicidades por una bandera, por una lengua, por una patria…
“Frontera” y “guerra”, esos términos tan propios de cualquier nación, son también las dos primeras palabras del título del libro que hoy presentamos: Frontera y Guerra civil Española. Dominación, resistencia y usos de la memoria, editado por la Diputación de Badajoz. Pero, paradójicamente, este libro, que comienza con esas dos palabras y que habla de una frontera y de una guerra no trata, luego lo veremos, de naciones.
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Su autora es María Dulce Antunes Simões, nacida en la freguesía de Feijó, concelho de Almada. Doctora en Antropología, es autora del libro Barrancos na encruzilhada da Guerra Civil de Espanha. Memórias e Testemunhos, publicado en portugués por la Cámara Municipal de Barrancos en 2007 y en castellano por la Editora Regional de Extremadura en 2009. Acompañaban a Dulce en esa obra Francisco Espinosa, con un texto sobre Barrancos y el teniente Seixas, y las memorias de Gentil de Valadares, hijo del teniente.
Y es que Dulce, a pesar de haber nacido frente a Lisboa, al otro lado del Estuario del Tajo, ha centrado su interés como investigadora en la frontera, y más concretamente en la frontera alentejana. Su formación es de antropóloga de los movimientos sociales. Cursó su licenciatura en 2002 en el Instituto Universitario de Lisboa, ha sido becaria de la Fundación para la Ciencia y la Tecnología, ha realizado una estancia de formación e investigación en la Universidad “Pablo Olavide” de Sevilla, ha tenido relaciones profesionales con la Universidad Complutense de Madrid y, también en España, ha participado en encuentros académicos muy relevantes para su trabajo, como su asistencia, en 2004, a las jornadas sobre “Guerra civil: Documentos y memorias” de la Universidad de Salamanca. Además del libro citado, ha escrito varios artículos sobre la identidad y las relaciones sociales en la frontera.  
Además, ha participado como asesora en el documental “Los refugiados de Barrancos” de Producciones Morrimer, que a finales del año 2008 contribuyó a divulgar entre la población extremeña los sucesos de Barrancos durante la Guerra Civil Española y, a la larga, fue determinante para la concesión de la Medalla de Extremadura en 2009 a esa población fronteriza.
Conozco a Dulce desde la presentación de la edición portuguesa de su primer libro en Barrancos, el 13 de octubre de 2007. Desde entonces hemos coincidido en varias ocasiones. Tanto en Zafra, en 2009 (cuando se presentó la edición española de su obra o cuando celebramos con los miembros de Morrimer la edición del documental, en el que ambos habíamos colaborado) como de nuevo en Barrancos, en 2010, con motivo de la invitación que recibí para dar una charla en unas jornadas sobre la guerra de España. Menciono estos detalles de nuestra relación porque quien la propició, gracias a su “extensa red de contactos”, como la misma Dulce subraya en la “Introducción” de este libro, fue el historiador extremeño Francisco Espinosa, nuestro común amigo Paco,  que es quien debería estar aquí hoy presentando este libro, y a quien ―debido a una indisposición temporal― sustituyo por petición expresa tanto de él como de José Manuel Corbacho, coorganizador del acto, y de Dulce.
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La trayectoria intelectual y humana de Dulce Simões la han convertido en la que, por antonomasia, podríamos llamar la antropóloga de la frontera, una científica social centrada en el análisis, desde una acusada perspectiva sociocomunitaria, de los fenómenos de identidad, resistencia e hibridación cultural que se dan en la raya luso-española y específicamente en la que comparte Portugal con el sur de Extremadura y el norte de Andalucía.
Y la antropóloga de la frontera nos presenta hoy el que quizás sea su libro clave, en el que desembocan todos sus estudios anteriores, el resultado de su tesis doctoral en antropología, leída en diciembre de 2011 en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nova de Lisboa.
Dulce organiza el libro en seis capítulos, aunque internamente haya una cierta lógica dicotómica, dual, en la estructura de la obra. Los cuatro primeros son contextuales (dedicados al escenario y a los personajes) y los dos últimos conclusivos (centrados en la trama). Los cuatro epígrafes en los que la autora expone el escenario y los personajes que intervienen en la trama se dedican, en este orden, a la guerra (como escenario temporal), a la frontera (como escenario espacial), a los barranqueños (como personajes locales) y a los funcionarios del Estado Novo (como personajes estatales). Aunque ahora veremos cómo esta primera atribución, que atiende más al título dado a los epígrafes, cambia sustancialmente en algunos casos en el momento en que nos introducimos en cada uno de los textos.
Así, el capítulo primero, cuyo título remite a la guerra, no pretende relatar ni siquiera resumir un acontecimiento archiconocido y que en sus pormenores relacionados con la zona objeto de estudio será abordado más adelante, sino hacer una especie de introducción disciplinar, a veces metodológica, en ocasiones bibliográfica, y casi siempre ensayística, sobre el diálogo entre historia y antropología, la memoria colectiva, los movimientos sociales por la memoria, y los procedimientos de investigación aplicados en el texto. Son páginas escritas por una antropóloga que trabaja en parte con material histórico y que comparte con el lector las reflexiones que le suscita esa tarea.
Si el primer capítulo se anuncia diacrónico y deviene en sincrónico, en conceptual, el segundo capítulo, cuyo título ―al aludir a la frontera como escenario territorial del trabajo― aventura una descripción, acaba convirtiéndose en un relato. Se describe la frontera a partir, sobre todo, de su historia. Es aquí donde se nos presenta el municipio de Barrancos en la encrucijada de tres fronteras espaciales (nacional, provincial y regional), pero sobre todo en la encrucijada temporal de una frontera con múltiples pertenencias en el pasado. La singularidad de Barrancos, se nos dice, se construye a partir del habla, del dialecto barranqueño, de las peculiaridades rituales de su forma de entender la fiesta de los toros y de la cercanía del castillo de Noudar, pero también a partir de una historia original, distinta.
De los escenarios pasa Dulce Simões a los personajes. En el capítulo tercero se escribe acerca de la sociedad, del personaje local o cercano, y en el cuarto, del poder, de los representantes de ese lejano personaje estatal o supralocal. El apartado dedicado a la sociedad barranqueña es un notable análisis social en el que conocemos los lugares de socialización de los habitantes de Barrancos y reconocemos no sólo a ricos y pobres, propietarios y desposeídos, sino entre estos últimos a los trabajadores del campo y a los çivinas o trabajadores de la villa.  La autora describe pormenorizadamente los rasgos y las relaciones entre clases y estamentos sociales de la sociedad barranqueña. Como final de estos capítulos contextuales, el epígrafe cuarto, está dedicado a las evidencias del estado en el territorio durante el período objeto de estudio. Tras la descripción de la sociedad local, el apunte sobre los funcionarios del poder. Representantes u operarios con una función económica (como la guardia fiscal, atenta a evitar el contrabando) o con una función política (como la policía política, encargada del control de la disidencia). En ambos casos, funcionarios responsables de la represión, por parte del poder, de las resistencias sociales.
En el capítulo quinto llega Dulce Simões al centro de su relato. Nos describe aquí los detalles de la guerra en la frontera, en este trozo de frontera del Bajo Alentejo, que recibe –como otros puntos de Portugal- centenares de refugiados republicanos españoles que huyen de la represión del ejército sublevado en esas semanas y meses de mediados y finales de 1936. La historia es conocida, gracias en buena parte a la propia Dulce.
Unos mil extremeños del suroeste salieron de España en septiembre de 1936 buscando refugio en Portugal. En Barrancos ―que ya había recibido, aunque en menor número y con huéspedes distintos, algunos refugiados españoles de signo contrario en los meses de predominio del Frente Popular― fueron protegidos por el teniente de carabineros Antonio Augusto de Seixas (comandante de la Guardia Fiscal de Safara) que, tras mantenerlos varias semanas en dos campos de concentración improvisados, logró embarcarlos en Lisboa en el buque Niassa rumbo a Tarragona. Este éxodo de los extremeños hacia Barrancos fue el complemento de otro, el de los ocho mil que por las mismas fechas y escapando de los mismos pueblos del suroeste de la región huyeron en dirección contraria y acabaron diezmados cerca de Fuente del Arco.
La historia es conocida pero nunca hasta ahora se nos había contado con tal grado de detalle y precisión. La autora describe y analiza la sociedad e historia reciente de los pueblos españoles de donde salen, principalmente, los refugiados: uno andaluz, Encinasola, y otro extremeño, Oliva de la Frontera. Además, nos narra la peripecia humana de estos refugiados en los campos donde fueron internados. Y cómo se produce su salida hacia Lisboa y su embarque hacia Tarragona, tras sortear el teniente Seixas las dificultades impuestas por sus propios jefes. Este capítulo quinto es quizás, el más histórico del libro. Aunque sigue siendo la antropóloga quien escribe, la necesidad de relatar los hechos nucleares, la trama, hace que adopte el papel de historiadora aunque con continuas reflexiones y con el apoyo de testimonios orales con que complementar lo que cuentan los documentos oficiales o escritos. La preocupación de Dulce sigue siendo, a pesar del notable carácter histórico de estas páginas, la pervivencia de estos hechos en la memoria de sus protagonistas, la manera en que la sociedad de acogida vive la experiencia de los refugiados y las relaciones entre los vecinos.
El relato de la trama continúa, cronológicamente, en el capítulo siguiente y último, donde se rastrea la vida de los antiguos refugiados en el exilio o en la cárcel, la vuelta a sus poblaciones de origen tras la guerra y los instrumentos de dominación y resistencia que se perciben, analizando tanto la resistencia política de la subversión como la resistencia económica del contrabando.
El texto del libro –que ha traducido Susana Gil Llinás- se cierra con un nutrido apartado de fuentes y referencias bibliográficas, donde destacan las de carácter oral, entrevistas y testimonios de supervivientes y testigos de la historia, cuidadosamente registradas y referenciadas.
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Hay varios libros en este libro clave de Dulce Simões.
Es un libro sobre la guerra, sí, y un libro sobre la frontera. Es un libro sobre la guerra en la frontera, y en ese sentido es un libro de historia, ya que cuenta con esos dos parámetros convencionales, espacio y tiempo, de todo relato histórico, pero aunque utilice los acontecimientos alrededor de Barrancos como armazón de su relato, Dulce Simões está más interesada en la pervivencia de los hechos en el presente, en los hombres y mujeres del presente, que en la investigación de los hechos del pasado, aunque inevitablemente deba partir de ésta para averiguar aquella. Por eso es también, y fundamentalmente, un libro de antropología.
Y por eso, a pesar de ser un libro sobre un acontecimiento es, sobre todo, un libro sobre la memoria, sobre la memoria de ese acontecimiento en quienes lo vivieron y en quienes hoy viven en las localidades involucradas. Es un libro sobre los mecanismos de conservación de la memoria y su muestra en el rastro oral. Sobre esa memoria colectiva y cómo en ella también se dirime la pugna entre el poder y las gentes, sobre esa memoria colectiva y cómo en ella se aprecian los procesos de dominación del poder y las estrategias de resistencia de las gentes.
Según las propias palabras de Dulce:
En el pueblo de Barrancos, como en cualquier otro lugar, memoria y futuro, pasado y futuro son inseparables. En los lugares, como en la vida, el tiempo se abre bajo nuestros pasos y se proyecta en un presente detrás y delante de nosotros, sobre el antes y sobre el devenir. En contextos de aceleración histórica de cambio de experiencias traumáticas o de conflictos, los individuos inician una lucha por la comprensión de los acontecimientos que los empuja a recordar en función de las necesidades presentes, construyendo un sentido sobre un pasado que sea significativo para el futuro.
Este es un libro sobre el poder, sobre los mecanismos de dominación del poder, pero también un libro sobre la periferia, sobre los márgenes geográficos y sociales de una frontera apartada y de sus pobladores. Y, en este sentido, es un libro sobre lo local, sobre las comunidades locales, sobre lo rural y la ruralidad.
Decía al comienzo de mi intervención que el libro de Dulce, que comienza con esas dos palabras tan nacionalistas como “frontera” y “guerra”, no trata, paradójicamente, de naciones. Y es que este es un libro sobre pueblos, en el triple sentido que los diccionarios atribuyen a este vocablo. Un libro sobre el pueblo de la frontera, esto es, sobre el conjunto de los habitantes que habitan en la raya, más allá del país al que pertenezcan. Pero también es un libro sobre el pueblo, es decir, la gente común y humilde de esa zona. Y, finalmente, un libro sobre pueblos, y más concretamente sobre los de Barrancos, Encinasola y Oliva de la Frontera.
Pero aunque no sea un libro de naciones, es un libro sobre identidades. Un libro sobre la identidad más interesante que existe, que es la heterogénea, la identidad de la mixtura, de la mezcla, de la diversidad, de la frontera, de la impureza de las gentes que se mezclan con otras sobre el terreno frente al afán uniformizador de las naciones ideadas por los poderosos.
Y, finalmente, es también un libro sobre la solidaridad como valor de identidad de las comunidades locales. Aunque esa solidaridad sea analizada críticamente por la autora, que no oculta también los conflictos y los aspectos menos amables de ese roce convivencial entre barranqueños y españoles.
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Ese carácter dual de la obra de Dulce, del que hablaba antes y que se aprecia en esta enumeración de los posibles libros que contiene, sólo se trunca en el hecho incontrovertible de que es un libro sin dobleces, único en su calidad. Está hecho con un mimo exquisito, que aúna el detalle en la exposición de los hechos, el cuestionamiento crítico y la profundidad en el análisis, el adecuado auxilio de fuentes escritas y orales y el sustento de una bibliografía exhaustiva. Sorprende que en un libro tan sólido, tan científico, la autora ―y eso redunda en la excelencia de la obra― haya logrado no desaparecer. Porque no es necesario que en una obra científica desaparezca el autor, aunque hubo un tiempo en que se pensó que las ciencias humanas debían trasladar la asepsia de las ciencias físicas para lograr la solvencia. La introducción de frecuentes referencias personales, la mención a experiencias relacionadas con la memoria de los hechos, sentidos de cerca,  dota de carnalidad al análisis y da pistas sobre hasta qué punto para Dulce Simões ―como ocurre con los empeños intelectuales bien vividos―  este libro y la investigación que lo soporta no ha sido, no es, un mero episodio bibliográfico sino una experiencia biográfica gozosa.  

sábado, 26 de abril de 2014

Juan Manuel Llerena, un intelectual apasionado y apasionante


Lo de hoy ha sido estupendo. El homenaje a un hombre pletórico, proteico, estupendo a sus 91 años mediados. ¡Qué tipo! Los Santos de Maimona, 12 de la mañana. Hemos intervenido: Ángel Bernal, Manuel Lavado, Juan Guardado, Juan Tovar, Antonio Zapata, Juan Santos Rincón y yo. Y todos rodeando a este portento de la naturaleza que es Manolo Llerena. En la foto, el homenajeado, mi amigo Juan Santos y yo. Aquí el texto que he leído en su homenaje. 



Al final resulta que, como decía Miguel de Unamuno, aquí, después de irnos, solo dejamos memoria. Si acaso. Por eso merece la pena ejercer la generosidad de la memoria con los otros, con los que merecen la pena de los otros, con los buenos de todos nosotros. Esa generosidad que llamamos reconocimiento, homenaje, admiración, recuerdo vivo.
Deberíamos hacer más homenajes. Basta con dedicar un tiempo a algunas de las mujeres, a algunos de los hombres, que hay en nuestros pueblos para darnos cuenta de lo que nos estamos perdiendo si no los conocemos más, del beneficio que nos hacen a todos por vivir y haber vivido de cara a la gente. Y de cuánto merecen un reconocimiento.
Homenajear a quien lo merece sin ser poderoso ―aunque algún poderoso, pocos, también se lo merezca― es uno de los ejercicios más honrados de la convivencia. Dicen que la solidaridad es la ternura de los pueblos. Pues bien, el reconocimiento  hacia los otros –no hacia los de arriba, sino hacia los iguales- es la fe de vida de una comunidad, el certificado de su verdadera convivencia.
Pero los homenajes hay que hacerlos en vida de la gente. Las elegías se hacen sin que pueda quejarse nadie. Y eso no vale. Para este empeño de reconocimiento ciudadano, público, cívico, de poco sirve tener al homenajeado en horizontal. Tiene que estar en pie.
Como hoy, felizmente, le ocurre a Juan Manuel Llerena.
Estamos ante uno de los más estimables intelectuales nacidos en esta Extremadura nuestra, y no solo por la persistencia de sus 91 años sino por su excelencia, por su hondura. No sólo por su largueza, sino por su anchura de vida.  
Dijo Engels que en la mano se concentra todo lo humano. Pero, en puridad, no es la mano lo que nos distingue, sino el intelecto, la capacidad de entender y crear, aunque esa actividad se aplique luego en lo cotidiano y en lo manual. Manolo Llerena pudo estudiar porque, precisamente, a su padre no le hacían falta sus manos. Él es una muestra de vida intelectual. Pero ni eso conlleva la frialdad que el tópico atribuye a lo de cuello para arriba ni tampoco significa que su vida haya seguido una única ruta.
La vida, el trayecto intelectual de José Manuel Llerena tiene, al menos tres ejes: la actividad docente, la tarea literaria y la reflexión y divulgación religiosa. Docencia, literatura y religión o por seguir el orden cronológico de sus apetencias durante su larga vida: religión, docencia y literatura. Y alguna incursión en la política y en el teatro, entre otros afanes. Y todo eso apasionadamente.
Nacido en Los Santos de Maimona, el 27 de diciembre de 1922, se crio entre Los Santos y Zafra. Fue estudiante –según él malo, pero no me lo creo- del instituto republicano de Zafra, alumno de José Pérez Gómez, de Lengua y Literatura; de José Perales Vidal, de Historia; de Enrique Canito, de Francés; de Eliseo Ortega, de Filosofía... Aquí vivió los años de la guerra, las heridas de la guerra, las muertes de la guerra.

Y después Badajoz y Madrid. Se libró de la mili de tres años de entonces gracias a ser hijo de sexagenario y sólo tener hermanas. Empezó a trabajar, alrededor de 1943, como oficinista en la Delegación Nacional de Juventudes de la Secretaría General del Movimiento. Gloria Fuertes, casi en la mesa de al lado. Hizo la carrera de Filosofía y Letras del 46 al 50. Después, asistió a un curso o dos de bibliotecario en la Biblioteca Nacional. Y salió en la portada de ABC vestido de Juan Tenorio, uno de los personajes literarios que promovió la Biblioteca Nacional en una fiesta hace, día arriba día abajo, exactamente 61 años.
Alrededor de los años 50 asiste a reuniones en la casa encendida, la casa de Luis Rosales. De la mano del poeta extremeño Alfonso Albalá y del narrador madrileño Medarno Fraile. A mitad de camino entre su vocación y su devoción, entre la carrera y las tertulias, en esos años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, conoce a Rafael Lapesa, a Dámaso Alonso, a Emilio García Gómez, a Carlos Bousoño, a Alfonso Sastre, a Sánchez Ferlosio, a Juan Guerrero Zamora…
De familia de hondas convicciones religiosas, es hombre religioso, pero como él dice más de la parte evangélica que de la dogmática. De joven fue colaborador desde el primer número, y luego secretario, de Espiritualidad Seglar, la revista del otro catolicismo frente al nacionalcatolicismo del régimen. La publicación la pagaba el teólogo Enrique Miret Magdalena y en ella confluyeron el filósofo José Luis Aranguren, el notario ultra Blas Piñar, el primero falangista y luego comunista padre Llanos, , el militar demócrata Luis Pinilla, el comunista Carlos París, Alfonso Prieto ―uno de los democristianos del Contubernio de Munich―, el sacerdote José María Javierre, En el primer número de Espiritualidad Seglar, Llerena escribe un artículo sobre un jesuita italiano, el padre Lombardi, fundador del Movimiento por un Mundo Mejor, que acababa de dar una conferencia en Madrid planteando una renovación del cristianismo.
Sobre esta época dirá Manolo Llerena
Aunque  por parte de todos había descontentos con el régimen,  estas reuniones  no tenían nada  de políticas , de tal modo que agotado el franquismo, de la vasija que  estábamos cociendo fueron a parar  cachos  a todas las “sensibilidades”, desde  Blas Piñar, colaborador en varios números, hasta el propio Miret  para citar el alma del grupo.
Pero permítaseme  decir sin  fundamento, pues  luego  viviría lejos de todos ellos, que bastantes  que entonces  apuntaban a contestatarios  no pasarían de la democracia  cristiana  conservadora. Lo más difícid de la libertad  es  tener el valor de ejercerla cuando ya no estamos oprimidos.

También de esta faceta de divulgador de publicaciones religiosas, montó en Madrid en 1954 una editorial con Pepe Ruiz, un chófer del Parque Móvil del Ministerio, que era apoderado del entonces torero y después dramaturgo Salvador Távora. La editorial se llamó Ediciones del Pez y sacó dos libros. Uno del propio Miret Magdalena, ¿Qué eran los sacerdotes obreros?, y otro de un autor americano,  Leo J. Trese, Vaso de Arcilla.
Para Manolo Llerena, la docencia comienza, si mis datos no son erróneos, en Azuaga, a los 33 años, al ser nombrado director del Instituto Laboral, donde como luego veremos tuvo hasta que comprar autocares. Allí estuvo de 1955 a 1958. Uno de esos años, 1956, se casó en Madrid. Le viven 6 hijos.
Tras unos meses en la capital, en el Ministerio, pasó a La Carolina, desde 1959 a 1966. Y una tarde de domingo de octubre de 1966 llegó a El Ejido, en Almería, por entonces aún parte del municipio de Dalías, para poner en marcha el instituto. A Juan Manuel Llerena le encomendaban la puesta en marcha de centros educativos atendiendo a que, además de su formación docente y de sus clases de Lengua y Literatura, atesoraba una experiencia administrativa, burocrática, de sus años ministeriales en Madrid. Y ese Llerena gestor, experto en administración de centros, es otra de las facetas de una vida multiforme, que compagina ―agua y aceite― con su afición al teatro, y a su fomento en los centros docentes por los que ha pasado, por la que ha recibido el reconocimiento de sus alumnos.
Se jubiló en el instituto granadino “Mariana Pineda” de El Zaidín, adonde llega por traslado en 1979 después de algún rifirrafe político.
Manolo Llerena tiene mucha inquietud política. En sus textos hay frecuentes menciones a la política y a los problemas sociales. Suele abordar estos asuntos desde posiciones progresistas. De El Ejido fue concejal en los últimos años del franquismo por el tercio de entidades culturales, pero por poco lo linchan. Eran los años en los que El Ejido (y Manolo Llerena) reivindicaba su segregación del municipio de Dalías, al que pertenecía. Acabó consiguiendo su autonomía, pero no sin conflictos y disturbios de los que fue una de las víctimas nuestro homenajeado de hoy.
A Juan Manuel Llerena le hubiera gustado ser escritor, y lo es, pero no publicó su primer libro hasta que se jubiló. Aunque escribe desde joven. Llegó a presentar un libro, hoy perdido, al premio Adonais el año que ganó Valente, en 1954. Ya jubilado ha publicado tres libros de poemas: Desde El Ejido, La Realidad, el Tiempo y los Adjetivos, y El camino del Amarillo. No hablo de su poesía, que abordará luego Juan Santos Rincón, pero sí me gustaría señalar que sus textos memorísticos merecerían, sobre todo aquí, en Los Santos de Maimona, una edición patrocinada. No sabéis la que os estáis perdiendo por no tener ya editados esos magníficos Itinerarios de un adolescente o el resto de fragmentos de la memoria de Manolo Llerena que, en cierto modo, es la memoria de todos vosotros y vosotras, la memoria de Los Santos de Maimona de finales del primer tercio del siglo XX.
No sé si fruto de su larga vida o de la convicción de que –como decía al comienzo- sólo somos memoria, la obra literaria de Manolo Llerena es esencialmente memorística, está basada sobre todo en el recuerdo de lo vivido, de la pasión por lo vivido.
Y lo que él ha vivido apasionadamente ha sido mucho como hombre de letras, poeta, editor, gestor, escritor y maestro. En definitiva, como intelectual apasionado.

Manolo, gracias por tu vida. 

miércoles, 23 de abril de 2014

Zambrano




23 de abril, Día del Libro. Bajo al buzón y el heraldo me trajo Lo que dejó la lluvia, el último poemario de José Antonio Zambrano, publicado por Calambur con la colaboración de la Editora Regional de Extremadura. José Antonio nos leyó los poemas de este libro en Zafra el año pasado, 16 de marzo, en una de las sesiones ahora interrumpidas, ¡ay!, de "Poesía en el Dropo", los encuentros alrededor de poesía inédita cercana organizados por el Colectivo Manuel J. Peláez.

viernes, 18 de abril de 2014

La última resignación de Gabo


Esta mañana he vuelto a leer "La tercera resignación", el primer cuento del libro de relatos Ojos de perro azul, de Gabriel García Márquez. Fue el primero que leí de él, el día que cumplí 17 años, y con el que me enganché a su literatura. Y también fue el primero que él mismo vio publicado en su vida. Lo que fue una primicia para él lo fue también para mí.

En sus memorias primeras, Vivir para contarla, García Márquez escribe lo siguiente, tras saber -el 13 de septiembre de 1947- que el cuento se había publicado en El Espectador:

Mi primera reacción fue la certidumbre arrasadora de que no tenía los cinco centavos para comprar el periódico.
La lectura de hoy, con GGM de corpore in sepulto, me ha resultado un tanto tétrica, más allá del tono macabro del relato. Todo sea por el maestro que "sabrá entonces que va a subir por los vasos capilares de un manzano y a despertarse mordido por el hambre de un niño en una mañana otoñal".

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Diez años sin Dulce

No sé qué oculta disciplina de la ética se ocupa de la extraña virtud del bien morir. Los únicos casos de ese sosiego último los conozco por boca de hagiógrafos o de cronistas bélicos, cuya imaginación supongo ha de suplir con largueza la escasa dignidad de tanto héroe acabándose. Ni siquiera Ferrater Mora resuelve mis dudas –y ya es insólito. Como en tantos casos, ha sido la propia vida la que me sirvió de maestra. O, mejor, la propia muerte… la muerte de Dulce.
Tengo la costumbre de escribir en los libros. Levanto así el argumento de un futuro relato, en el que un joven buscara quién fue su padre hojeando uno a uno los libros de su biblioteca; descubriendo en las anotaciones perdidas de las hojas finales de un poemario, de un ensayo o de un libro de historia una fecha memorable, un encuentro, los amores y las muertes amigas de su progenitor. Suelo aprovechar para ello esas páginas en blanco que los impresores sitúan antes y después del cuerpo del texto, entre éste y las cubiertas del libro, aunque no desecho algún hueco al final de un capítulo que termina nada más comenzar una página.
Mi ejemplar de La voz dormida de Dulce Chacón tiene varias notas que describiré en el mismo orden en que fueron escritas. La primera está en la página que reproduce el título y el nombre de la autora. Dice enviado por la editorial el 29 de julio de 2002 y con ella pretendía contradecir el colofón, que declara que la novela se terminó de imprimir en el mes de septiembre de 2002. Ya sospechaba de la exacta coincidencia de algunos colofones con señaladas conmemoraciones de vírgenes y santos. Desde entonces la sospecha es certeza sobre la impostura de esta mancha triangular que cierra algunos libros.
La segunda anotación la hice unos días después, tras la lectura de la obra, y también en la misma página: argumento, voluntad de estilo y compromiso ético, escribí. Esas tres ideas me sirvieron dos meses después para hilvanar el texto de presentación que, con Dulce al lado, hice en Zafra de La voz dormida el 20 de septiembre de 2002. De ese día es precisamente la tercera anotación, aunque ya no mía, sino de la propia autora: la dedicatoria manuscrita que sigue a la genérica del libro (A los que se vieron obligados a guardar silencio) con unas palabras que ahora como entonces me sonrojan: con mi más íntima gratitud, con mi más íntima emoción por la lectura de estas páginas. Con todo mi cariño. Dulce.
Al bajar esa noche del estrado tras la presentación se me acercó un hombre mayor –otra voz dormida- para hablarme de la guerra en Zafra. Se presentó como hijo de republicano y me dio su dirección, que anoté en la última página, en blanco, del libro de Dulce.
Pero es la quinta anotación la esencial. Está escrita al final, a la vuelta de esa extensa dedicatoria donde Dulce desgranó todos los afectos que tejió gracias al libro. Y en ella digo: hoy me han dicho que te mueres, Dulce, y debe ser que ya todos estamos perdiendo la cabeza, el corazón, el alma…, que ya todos estamos perdiendo la vida misma si es verdad que tú, Dulce Chacón Gutiérrez, te estás muriendo más rápido que el resto de este mundo moribundo.  La escribí, enrabietado, el 11 de noviembre de 2003. Ese día había visitado Zafra Antonio Chacón, su hermano, para hablar con el alcalde, advertirle de que Dulce estaba herida de muerte e iniciar los preparativos del entierro de las cenizas en su pueblo. Manuel Peláez, primer teniente de alcalde y amigo, subió a casa y me dio la estúpida noticia.
No tuve coraje para llamarla. Ni a ella ni a Miguel Ángel, su compañero. Durante los veintitantos días que duró su agonía sólo pude suponer en qué pensaría, sólo aventurar cuál sería su actitud ante la muerte inevitable.
El día 5 de diciembre, en Madrid, visité la capilla ardiente junto a Luciano Feria y Manuel Peláez. Hablamos con algunos familiares de Dulce, musitando nuestra desolación. Ángeles, la mujer de Antonio Chacón, se nos acercó triste. Con una extraña tranquilidad nos dijo que a partir de esta muerte tendría que reflexionar mucho sobre la vida y sobre las creencias. Nos dijo que lo más impactante de la muerte de Dulce había sido su manera de encararla. Le sorprendía que una mujer agnóstica como ella no hubiera dejado de sonreír durante todo ese mes de noviembre en que el cáncer le fue royendo las entrañas. Una actitud que, para Ángeles, rotunda creyente, sólo era comprensible en quien sabe del más allá, en quien cree en otra vida que sigue a ésta y cuyo anhelo modera la ruptura absoluta de la muerte. Las palabras de Ángeles nos estremecieron. Le extrañaba la serenidad de Dulce ante una muerte entendida no como tránsito sino como fin. Y nos lo confesaba con una ternura inusitada.
La sonrisa de Dulce durante los días de agonía, que Ángeles nos hizo imaginar con sus palabras, expresaba esa rara virtud del bien morir que no es exclusiva de quien cree en mundos más allá de la muerte sino que también es propia del que logró construir el suyo en este lado de la vida, y se fue tranquila de haber vivido.
No he logrado evitarlo. Hoy, ahora mismo, al concluir este texto sobre quien tan pronto nos dejó y con tanta belleza concebida, he abierto el libro de Dulce por la página 217 –donde hay un hueco, y habla de Zafra, de José González y de Libertad- y he escrito los versos que ella, la mujer que iba a morir, ideó para este instante:
Olvidad mi nombre.
Sed sólo labios.



[Este texto lo publiqué en el volumen "Homenaje a Dulce Chacón en el Aula José María Valverde" de Cáceres en 2003 con el título de "La virtud del bien morir". La fotografía, bastante mala, corresponde a la presentación del libro de Dulce Chacón "La voz dormida" en el Seminario Humanístico de Zafra en septiembre de 2002. En la imagen aparece también Santiago López Vázquez]

miércoles, 1 de mayo de 2013

El rapto de Europa

Y poco a poco, el miedo quitado, ora sus pechos le presta
para que con su virgínea mano lo palme, ora los cuernos, para que guirnaldas
los impidan nuevas. Se atrevió también la regia virgen,
ignorante de a quién montaba, en la espalda sentarse del toro:
cuando el dios, de la tierra y del seco litoral, insensiblemente,
las falsas plantas de sus pies a lo primero pone en las ondas;
de allí se va más lejos, y por las superficies de mitad del ponto
se lleva su botín. Se asusta ella y, arrancada a su litoral abandonado,
vuelve a él sus ojos, y con la diestra un cuerno tiene, la otra al dorso
impuesta está; trémulas ondulan con la brisa sus ropas.

Ovidio, Metamorfosis


Europa es, antes que nada, un territorio que engloba a otros. Por eso hablar de Europa obliga al europeo, primeramente, a hablar de la nación a la que pertenece y de su sentimiento hacia ella. El sentimiento de pertenencia territorial suele parecerse a las muñecas rusas, contenidas unas en otras. En nuestro caso, uno sería de Zafra y extremeño, español, europeo y, finalmente, ciudadano del mundo. Esto es inevitable, pero esta múltiple pertenencia no suele ser del agrado de todos. Más allá de la merma obligada que se sufre al convivir con otros, sean personas o naciones, los hay a quienes les basta la tribu inmediata y consideran extraño todo lo que no sea ésta. Si ni siquiera se sienten cercanos a los del pueblo de al lado, ¿cómo considerar tales a los de un lejano país centroeuropeo?

Y también hay quienes entienden de tal forma su nacionalidad que la creen contraria a lo europeo. En el caso de España, algunos han construido su sentimiento  nacional alrededor de una supuesta tradición que sería ajena a Europa, al suponer que de ésta sólo han venido innovaciones y moderneces que atentan contra la esencia nacional. España tiene una larga tradición de cierto patrioterismo retrógrado y neofóbico (sucedáneo del patriotismo) que siempre ha mirado a Europa con recelo.

Y es que, además de territorio, Europa es una cultura o un conjunto de culturas que a lo largo de la historia ha impulsado buena parte del progreso humano.  En casi todos los siglos Europa ha sido avanzadilla de las ideas y centro generador del progreso del mundo. Sin necesidad de caer en el eurocentrismo, hay que reconocer que la historia del mundo es, en buena parte, la historia de Europa. Y ésta es, a su vez, la historia de la filosofía, de la política, de la ciencia, de la literatura, del arte, de la técnica...

La Europa-territorio y la Europa-cultura intentaron encarnarse en un proyecto político pretendidamente unitario ya avanzado el siglo XX. Tras las dos guerras, a modo de superación del belicismo histórico, los europeos fundaron entre sí una relación política interdependiente que, también, planteaba cierta alternativa a las dos grandes potencias –norteamericana y soviética- que se repartían el mundo en la segunda mitad del siglo.

Por eso Europa es también un proyecto político. O lo era. Porque lo que en el ánimo de alguno se concibió como la Europa de los ciudadanos o la Europa de los pueblos ha acabado siendo exclusivamente la Europa de los mercados. Sin duda, eso también formaba parte del proyecto político: crear un espacio propicio al intercambio de mercaderías. Pero, al igual que un país no puede entenderse solo por las expectativas económicas generadas para sus habitantes, tampoco Europa debe reducirse a sus aspectos mercantiles. Además, el capitalismo financiero que nos asola ha acabado reduciendo esas mercaderías a dinero, a un intercambio de préstamos entre bancos, y de bancos hacia gobiernos, que ha agudizado –por culpa de tanta estúpida y perversa austeridad- las diferencias territoriales en vez de colmatarlas, y ha trasladado el foco de decisión desde la política a la economía.

El proyecto europeo nació con la intención de asumir colectivamente buena parte de las políticas de los estados. Se trataba de hacer política común. Pero entre los recelos nacionales y los abusos financieros el espacio de decisión política europea se ha tornado esquelético. Ya no hay más noticias de Europa que las económicas.

Y resulta paradójico que algunos de esos sucesos que conmocionan la reciente historia europea estén ocurriendo en el Mar Egeo y en sus inmediaciones. Sus aguas bañan la costa oriental de Grecia, convertida en un país símbolo de hasta dónde puede llegar la voracidad del mercado cuando agarra los despojos de un país exánime. Y no muy lejos de allí está Chipre, cuyas vergüenzas han sido exhibidas hace pocas semanas como ejemplo de lo que puede pasarnos si nos portamos mal.

La paradoja consiste en que ese Mar Egeo, donde ahora se dirime buena parte del futuro de Europa, fue también el escenario de su pasado mitológico, donde la literatura clásica situó uno de sus más bellos relatos: el rapto de Europa.

Europa, hija de Agenor, rey de Tiro, y de Argíope, jugaba con sus amigas en la orilla del mar. Pretendida por Zeus, éste –para engañarla- se convirtió en un bellísimo toro “blanco como la nieve, con grandes papadas y pequeños cuernos como gemas entre los cuales –dice Robert Graves- corría una sola raya negra”. Su mansedumbre convenció a la muchacha, que se acercó a él y llegó a montarlo, confiada. Eso lo aprovechó el dios para meterse en el agua y llevarla a Creta. Convertido en águila, la violó. Aunque los hermanos de Europa salieron en su búsqueda, no lograron encontrarla. De Zeus tuvo Europa tres hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón, hasta acabar casándose con Asterión, rey cretense, que los crió como si fueran suyos.

La metáfora viene dada. Con otros, tengo para mí que –desgraciadamente- el único dios de este mundo que hemos creado es el dios del dinero, el dios del capital, y por tanto Zeus bien podría ser ese capitalismo triunfante que hace apenas cinco años parecía haber logrado el fin de la historia. Así, el rapto de Europa sería el de la cultura o civilización europea por el fascinante toro blanco en que se convirtió el capitalismo de los últimos años. A todos nos cautivó la mansedumbre de la fiera, todos acariciamos esos “pequeños cuernos como gemas”. Hasta ser raptados.

Europa ha sido alternativamente espacio de cultura y campo de batalla, el territorio amigo del progreso y el territorio enemigo de las guerras. Pero, hoy,  Europa es sólo un mercado. Un mercado sin poder político, porque de él han desaparecido los políticos. Sólo quedan los prestamistas.

¿Qué nos queda a los europeos y a las europeas? ¿Qué podemos hacer para liberar del rapto a Europa? ¿Qué debemos hacer para refundarla?

Recordemos que Zeus hizo a Europa tres regalos: un autómata de bronce llamado Talos; un perro de caza, Lelaps, que no dejaba escapar ninguna presa, y una jabalina que daba siempre en el blanco.

Se me antoja que el autómata es la expresión de la tecnología, que en nuestro tiempo se encarna de manera paradigmática en las nuevas formas de comunicación que giran alrededor de internet. Ese es nuestro Talos, nuestra protección, la posibilidad de difundir cualquier información inmediatamente de un confín a otro de Europa y del mundo. Lelaps, el perro de presa que todo lo captura, puede ser la capacidad de auto organización de la gente. Nada hay que escape a la posibilidad de decisión de la ciudadanía. Y, finalmente, disponemos también de una jabalina infalible: la cultura, el conocimiento, que es lo único que da siempre en el blanco.

La salvación de Europa pasa por la recuperación de la política frente a la economía, por la sumisión de los prestamistas, por el reequilibrio de los territorios, por recobrar el proyecto político y cultural originario, por liberarla del rapto cometido por el dios del dinero. Quizás nos sirvan para eso los mismos regalos ofrecidos por el raptor. 

(Artículo publicado en Papeles del Foro, Boletín de Opinión del Foro Zafrense, número 4, mayo de 2013. Ilustración: "El rapto de Europa" de Fernando Botero).

sábado, 23 de febrero de 2013

Concurso de microrrelatos Manuel J. Peláez



El Colectivo Manuel J. Peláez, constituido en el año 2010 con el fin de contribuir a la participación ciudadana y al desarrollo cultural, se honra en llevar el nombre de Manuel J. Peláez García (Zafra, 1952-2008), profesor e historiador, hombre de la cultura que hizo de la tolerancia y de la alegría su razón de vida. En su memoria se convoca un concurso literario de microrrelatos. Estas son las bases:

1.- Podrá participar cualquier persona, presentando un máximo de dos microrrelatos, originales e inéditos.
2.- El texto será de tema libre, escrito en castellano y con una extensión mínima de 9 palabras y una extensión máxima de 317 palabras, incluyendo las del título.
3.- Todos los textos se enviarán por correo electrónico (en el que no se podrá desvelar la identidad, ni directa ni indirectamente, del autor) a la dirección
premiomicrorelato@colectivomanueljpelaez.org y no estarán firmados. En caso de resultar ganador, el jurado se pondrá en contacto con el mismo a través del correo desde el que se haya enviado el texto. El plazo de recepción de los textos finaliza el 31 de marzo de 2013.

4.- Habrá un único premio en metálico de 1000 euros para el ganador. Además del premio en metálico, el texto ganador será publicado, junto a los considerados finalistas, en una antología.
5.- El jurado estará formado por 7 miembros y lo presidirá Fernando Valls. Los otros seis miembros serán propuestos por el Colectivo Manuel J. Peláez. Su fallo será inapelable.
6.- El premio será entregado el 16 de junio de 2013, en acto público que se celebrará en Zafra (Badajoz). El ganador deberá asistir para hacerse acreedor al premio.
7.- La participación supone la aceptación de estas bases.

El cartel es obra de la pintora Carmen Álvarez, natural de Zafra y amiga de Manolo Peláez.

jueves, 21 de febrero de 2013

Rodríguez de las Heras en Zafra


Antonio Rodríguez de las Heras estuvo en Zafra el pasado 14 de febrero invitado por el Colectivo Manuel J. Peláez. Transcribo a continuación la presentación que le hice y la acompaño de una fotografía antigua de Antonio (de 1985) realizada por nuestro común amigo, fallecido en 1997, Antonio García.

Una actividad más, la segunda, del ciclo de debates organizado por el Colectivo Manuel Peláez. El mes pasado recibimos a un hombre de teatro y de cultura, Juan Antonio Hormigón. Y hoy está con nosotros un hombre de ciencia y de cultura, ARdH.

Antonio Rodríguez de las Heras es gallego. Catedrático de Historia contemporánea y director del Instituto de Cultura y Tecnología de la Universidad Carlos III de Madrid.

Comenzó su carrera docente en la Universidad de Extremadura donde estuvo desde 1974 a 1992 como profesor de Historia y director del Seminario de Investigación del Conflicto. Fue profesor asociado de La Sorbona y de Paris VIII. Desde 1992 es catedrático de la Universidad Carlos III, donde ha sido también decano de la facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación.

Entre otras actividades y responsabilidades, es director del Laboratorio del Centro EducaRed de Formación Avanzada, miembro del Consejo de Dirección de la revista Telos, director del master en Dirección de Empresa Audiovisual, y cofundador de la Asociación internacional de Historia de la Computación. Forma parte de algunos consejos de dirección de masters universitarios, revistas e instituciones educativas.

Es autor de varios libros. Últimamente los escribe sobre todo electrónicos, como Por la orilla del hipertexto y Los estilitas de la sociedad tecnológica. Pero también los tiene de formato más convencional, como Navegar por la información, que le hizo merecedor del premio FUNDESCO de Ensayo en 1990, el que dedicó a la vida de Filiberto Villalobos, ministro republicano de Instrucción Pública -que fue su tesis doctoral-, o Historia y crisis, publicado en Valencia en 1976.


Esta podría ser una sintética y académica ficha de quien hoy nos acompaña. He presentado muchas veces a Antonio. Desde hace más de treinta años he tenido la suerte de presentárselo personalmente a muchos amigos, que están aquí entre nosotros. Y también lo he presentado, en público, en algunos sitios. Sitios bastante raros y ajenos al ámbito universitario al que él pertenece, pero del que se escapa siempre que puede. Sitios que, en cualquier caso, además de expresión de la vida errática que uno lleva son también evidencia de la extrema curiosidad intelectual y humana que él tiene.

Lo he presentado en un pueblo andaluz, en una nave llamada Jehova, y llena de creyentes católicos dispuestos a debatir sobre creencias e increencias; en alguna Escuela de Verano de Renovación Pedagógica; en un pueblo extremeño durante un encuentro de Universidades Populares, aquí, en Zafra, en una sesión del Seminario Humanístico... Y hasta en un Congreso al que pusimos el pomposo nombre de Congreso Internacional de la Sociedad de la Imaginación.

Así que me permitiréis que, además de los datos oficiales que os he comentado, diga también algo más personal. Ya llevo demasiadas presentaciones para ceñirme sólo a formalidades.

Si no fuera excesiva petulancia por mi parte, diría sin arrobo que este señor es mi maestro. Pero aunque él sea historiador y yo también, no me refiero a él exclusivamente como maestro de historia. Lo mío está más cerca de la historia discursiva y a él hace ya mucho tiempo que le interesan otros discursos, más conceptuales. Me refiero a que Antonio me enseñó a pensar. En los últimos días varias personas me han dicho que lo consideran uno de los mejores oradores de España. Creo que es una definición injusta, y no porque piense que haya que ampliar el ámbito territorial donde gobierna su facundia, sino porque eso de la oratoria me parece que no es más que mera técnica y lo suyo, en el fondo, es el método.

Esa, la diferencia entre teoría, método y laboratorio fue de las primeras cosas que nos enseñó en los últimos años de la carrera allá a comienzos de los ochenta. Desde poco antes sus alumnos conocíamos qué era eso de un ordenador gracias a su Seminario de Investigación del Conflicto, donde dos enormes Appel II presidían, para escándalo de algún biempensante, el trabajo de unos jóvenes historiadores. Después nos enseñó la profunda cientificidad de la historia en el babelismo –según sus palabras- de las ciencias sociales y humanas. Y también la diferencia entre ideología y mentalidad, entre complicación y complejidad, entre poder y autoridad... Y también la estupidez de compartimentar el conocimiento, el necesario mestizaje de cualquier investigación, la importancia de la interdisciplinariedad, la esterilidad de la especialización... Y también la importancia del arte y de la literatura en el trabajo intelectual

Y hasta nos enseñó el poder prospectivo de la historia cuando en clase de historia contemporánea de España, en cuarto de carrera, nos habló de la inevitabilidad de un golpe de Estado dibujándonos gráficos en la pizarra y, en ese mismo momento, pasadas las 6 y 30 de la tarde del 23 de febrero de 1981, una compañera entró nerviosa en el aula diciéndonos que Tejero se había subido, pistola en mano, a la tribuna del Congreso de los Diputados.

Motero, coleccionista de Torres de Babel, interesado en las innovaciones tecnológicas, preocupado por la educación, por los libros, por la fotografía, por la prensa, activo usuario de redes sociales, y frecuentador de estos rincones de comunicación que son las aulas, los salones, los auditorios... En ellos, Antonio siempre es un ejemplo de palabra certera y bien dicha, pero también y sobre todo de pensamiento veraz y solvente en estos tiempos de tanta filfa y artificio. Maestro...