La sorpresa del limón
Durante años me dediqué a la formación. Coordiné cursos y talleres por media España dirigidos a profesionales de la educación o de la intervención sociocomunitaria y sobre metodología de la participación social o programación de actividades culturales... De 1985 a 1993 conocí el país como una especie de predicador laico y sin carreta, pregonando participación social y dinámicas de grupo.
Ayer, en Pamplona, volví a la docencia por una hora.
Di una charla con ocasión del Día del Emprendedor que organizaba el Centro Europeo de Empresas e Innovación de Navarra (CEIN), en el Baluarte, el Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra. El tema acomodaba al mundo de la empresa los afanes participativos y creativos de siempre. “Cinco minutos para convencer a un financiador o el papel de la sorpresa”, era el título. Nacho Escobar me había cedido el caso de cómo un limón había servido para convencer a un empresario. No voy a contarlo ahora, pero el ejemplo me venía al pelo para hablar a un público de jóvenes emprendedores acerca del uso de la sorpresa como procedimiento de persuasión de sus financiadores o clientes. Para crear ambiente, Manolo Romero y yo -con la complicidad de Nacho desde Mérida- habíamos colocado en cada mesa un limón —ochenta compramos en El Corte Inglés ante la mirada atónita de la cajera. Cuando los asistentes entraron, vieron toda la sala llena de sorpresas amarillas.
Ayer, en Pamplona, volví a la docencia por una hora.
Di una charla con ocasión del Día del Emprendedor que organizaba el Centro Europeo de Empresas e Innovación de Navarra (CEIN), en el Baluarte, el Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra. El tema acomodaba al mundo de la empresa los afanes participativos y creativos de siempre. “Cinco minutos para convencer a un financiador o el papel de la sorpresa”, era el título. Nacho Escobar me había cedido el caso de cómo un limón había servido para convencer a un empresario. No voy a contarlo ahora, pero el ejemplo me venía al pelo para hablar a un público de jóvenes emprendedores acerca del uso de la sorpresa como procedimiento de persuasión de sus financiadores o clientes. Para crear ambiente, Manolo Romero y yo -con la complicidad de Nacho desde Mérida- habíamos colocado en cada mesa un limón —ochenta compramos en El Corte Inglés ante la mirada atónita de la cajera. Cuando los asistentes entraron, vieron toda la sala llena de sorpresas amarillas.
Me sentí a gusto y disfruté de lo lindo en la charla. Después, las amigas de Pamplona nos invitaron a cenar en uno de los asadores de moda de la capital, Anttonenea: ensalada de mollejas de pato con habitas, espárragos asados, rapito al horno -todo regado con crianza navarra de Marco Real- y de postre, cómo no, sorbete de limón al cava.
2 comentarios:
El factor sorpresa en la venta no se si tendrá que ver con bajar (o encontrar bajas) las defensas del comprador. ¿Es compatible ese factor sorpresa con la deliberación? Creo en la satisfacción del comprador como único criterio de una buena venta, pues fideliza al cliente. Al menos en mi caso, me he arrepentido de una compra (de libros, por ejemplo), hecha sobre la marcha y luego he tenido de retrotraerla. No sé si esto tiene o no que ver con el factor sorpresa, que -en realidad- es un término militar/deportivo (pillar por sorpresa es tener una ventaja, disminuir la posibilidad de defensa del contrario). Un saludo.
La sorpresa no es ninguna añagaza para convencer, sino una manera muy legítima para hacerlo. Cuando Kafka comienza "La metamorfosis" con la inmesa sorpresa de que Gregorio Samsa se ha convertido en un enorme escarabajo no está trampeando con nadie: está sorprendiéndonos de tal forma que no podremos soltar el texto hasta acabarlo.
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