Ayer, pregón en Zafra. Por el título ya supondréis cómo fue todo. Son actos sociales, pero también emocionales. Y a mí, me va la marcha. Soy churretín y este es el principal evento del churretinismo. Disfruté de lo lindo. Gracias a quienes os habéis interesado. Ahí va el arranque del texto:
Zafra debe casi todo al ingenio de quienes la habitan. Esta frase, hallada en un periódico antiguo, me da el pie de este pregón, con cuya lectura me honráis inmerecidamente.
No hay aquí, que sepamos, riqueza alguna en el subsuelo ni nuestros campos son tan extensos y feraces como para que la dedicación primordial de sus gentes hubiera sido agrícola o ganadera. Ni yacimientos que fundaran una opulencia minera ―como la que tuvo Azuaga― ni vides u olivos ―como en Los Barros― ni corretones cerdos entre las dehesas que, sacrificados y curados como en Jerez o Monesterio, asentaran una industria agroalimentaria pujante. Poco de eso hay en Zafra. Pero a falta de riquezas naturales ―y quizá por ello― aquí siempre se ha vivido del ingenio.
Poco a poco, allá por los siglos XII o XIII, a la gente le dio por bajar de El Castellar ―ese barco sin mar que cantara Felipe Álvarez― y poblar un lugar ventilado, sí, pero de escaso término, algún agua y veranos de fuego. Fundaron una ciudad sobre el puro ingenio, porque riqueza ―salvo la belleza del sitio― no había.
El ingenio de los comerciantes, que convirtieron las plazas Grande y Chica y la calle Sevilla en el zoco del sur de Extremadura. El de los obreros, cuyas manos y pericia fueron la materia prima de la economía local. El de los profesionales, que dotaron ―a una pequeña localidad― de servicios propios de una metrópoli. El de los escritores, que elevaron Zafra a la categoría de paisaje literario. Y el de la gente común y corriente, afanada en lo suyo pero sabedora de nacer y vivir en un lugar con encanto, en una ciudad con chispa.
Porque en Zafra hemos hablado mucho de duques y condes. Se ha historiado la plácida existencia de conventos e iglesias. Se ha seguido de cerca la vida de los poderosos. Pero casi nada se ha dicho de la gente común, de los desposeídos, de quienes sacaban adelante la vida sin más ayuda que la maña y la voluntad de Dios. Y ellos son los verdaderos depositarios del ingenio de la ciudad.
No hay aquí, que sepamos, riqueza alguna en el subsuelo ni nuestros campos son tan extensos y feraces como para que la dedicación primordial de sus gentes hubiera sido agrícola o ganadera. Ni yacimientos que fundaran una opulencia minera ―como la que tuvo Azuaga― ni vides u olivos ―como en Los Barros― ni corretones cerdos entre las dehesas que, sacrificados y curados como en Jerez o Monesterio, asentaran una industria agroalimentaria pujante. Poco de eso hay en Zafra. Pero a falta de riquezas naturales ―y quizá por ello― aquí siempre se ha vivido del ingenio.
Poco a poco, allá por los siglos XII o XIII, a la gente le dio por bajar de El Castellar ―ese barco sin mar que cantara Felipe Álvarez― y poblar un lugar ventilado, sí, pero de escaso término, algún agua y veranos de fuego. Fundaron una ciudad sobre el puro ingenio, porque riqueza ―salvo la belleza del sitio― no había.
El ingenio de los comerciantes, que convirtieron las plazas Grande y Chica y la calle Sevilla en el zoco del sur de Extremadura. El de los obreros, cuyas manos y pericia fueron la materia prima de la economía local. El de los profesionales, que dotaron ―a una pequeña localidad― de servicios propios de una metrópoli. El de los escritores, que elevaron Zafra a la categoría de paisaje literario. Y el de la gente común y corriente, afanada en lo suyo pero sabedora de nacer y vivir en un lugar con encanto, en una ciudad con chispa.
Porque en Zafra hemos hablado mucho de duques y condes. Se ha historiado la plácida existencia de conventos e iglesias. Se ha seguido de cerca la vida de los poderosos. Pero casi nada se ha dicho de la gente común, de los desposeídos, de quienes sacaban adelante la vida sin más ayuda que la maña y la voluntad de Dios. Y ellos son los verdaderos depositarios del ingenio de la ciudad.
(...)
La imagen es el arquillo del pan. El aleph de Churretilandia.
Nunca son desmedidos los elogios a tu churretinismo. Lo que te digo es lo que me ha parecido y aparece, y eso siempre es opinión, que entra en el campo del sentimiento, los sentidos, las emociones... Creo que en esa pieza recuerdas el ser de Zafra, a mí siempre me ha parecido así Zafra, en su sentido espiritual o de realidades últimas, y llevándolo a lo llano, quintaesencia del churretinismo. Sublimas, o tus llamadas son a lo sublime, por eso que "me ha fascinado" no es exagerado, u otras apreciaciones... He aplicado el método aquel del análisis de textos o discursos, ¿el de las regulaciones?, que en el Seminario para la Investigación del Conflicto, en Cáceres, se hacía y me sale un perfil de esa índole. Y por encima.
ResponderEliminarSalud
Nos quedamos con las ganas de leerlo completo. Desde luego se te nota la pasion por Churretilandia. Anda cuelgalo completo, porfa!
ResponderEliminarJosemaría. He llamado a tu hermano M.A.para no ponerte una calle sino dos. Incluso puesto a poner a mi me gusta más una urbanización con iglesia y todo;sobre todo con restaurantes para luego inventarnos la historia de "... aquí comía Don José María, que fue ministro de la V Regencia hasta la venida de la III República, aquella que empezó en el El Humilladero...
ResponderEliminarPor cierto The Police actuó anoche en Barna. ¿Sabes dónde cenaron? ¿...? Cierto: en LA CLARA, donde compartimos mesa la semana pasada.
El menú,que publica hoy la prensa, un poco más turístico que el nuestro. Parece que fueron porque se lo recomendó Ferrán Adrià ¿?. El mil hojas de fuagrás con huevo campero no se te puede escapar en la siguiente visita. En una vakería tal vez. Aunque entiendo que tú pidieras riñones; tenías que reforzar el espíritu para poder predicar en Churretilandia.
Nada, hasta la inauguración de tu urbanización, corazón.
Honorio
Me ha gustado el comienzo y mucho. Te voy a decir por qué; visitando el Musée D'Orsay de París, me encontré unos estudios escultórico para un proyecto de monumento al trabajador, al obrero. No se llegó a realizar nunca. El estudio data de finales de XIX principios del XX (cito de memoria). Siempre me he preguntado por la abundancia de monumentos a "hombres ilustres" incluidos guerreros crueles y la ausencia de monumentos a los trabajadores. Y tu retomas la idea (ya se lo preguntó Brecht en un famoso poema) de reconocer algo de lo que tenemos y disfrutamos hoy a la persona corriente que pasa desapercibida y a la que tanto debemos por su trabajo y esfuerzo...
ResponderEliminarEspero que nos brindes la continuación del discurso.
Saludos
El elogio del ingenio no deja de ser elogio de la picaresca, la picaresa española reciclada, asentada y hecha virtud, y costumbre, o sea moral, lo cual no es precisamente elogio de Zafra...
ResponderEliminarEn ninguna de las acepciones de "ingenio" del Diccionario de la Real Academia se relaciona ingenio directamente con picaresca. Me parece una interpretación un tanto rebuscada. Hay muchas acepciones que convierten lo del ingenio en un elogio.
ResponderEliminarjosemarialama
ingenio.
(Del lat. ingenĭum).
1. m. Facultad del hombre para discurrir o inventar con prontitud y facilidad.
2. m. Individuo dotado de esta facultad. Comedia famosa de un ingenio de esta corte.
3. m. Intuición, entendimiento, facultades poéticas y creadoras.
4. m. Industria, maña y artificio de alguien para conseguir lo que desea.
5. m. Chispa, talento para ver y mostrar rápidamente el aspecto gracioso de las cosas.
6. m. Máquina o artificio mecánico.
7. m. Máquina o artificio de guerra para atacar y defenderse.
8. m. Instrumento usado por los encuadernadores para cortar los cantos de los libros.
¡Cómo huele a rojo!
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