Fin de semana en Salamanca y un descubrimiento: Federico Beltrán Massés (1885-1949). Una exposición en la Casa Lys, “Enigma y seducción”, me descubre casi entero al pintor catalán, a quien sólo conocía por algún cuadro aislado. Simbolista en sus inicios y después seguidor del Art Decó, Massés llenó sus lienzos de erotismo. Uno de sus motivos pictóricos más repetidos fue la mujer, vestida o desnuda, pero siempre de belleza inquietante, como esta Salomé pintada en 1932 que forma parte de los fondos propios de la Casa Lys y se ha convertido en uno de sus emblemas. En más de una ocasión la osadía de sus imágenes le generó problemas con la más pacata opinión pública, como cuando en 1915 su obra La Maja Marquesa fue rechazada en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid.
Una de las facetas de Beltrán Massés que más me ha sorprendido es la de retratista de celebridades norteamericanas. Visitó los Estados Unidos de América a mediados de los años veinte, y su amistad con el actor Rodolfo Valentino le procuró varios encargos glamourosos de artistas cinematográficos de Hollywood.
Tampoco deja indiferente saber que durante la guerra vivió en París y que tras ella acabó siendo delegado de Bellas Artes de la de Falange Española en la capital francesa.
Sus cuadros ofrecen una mezcla extraña de costumbrismo y cosmopolitismo, con mantillas, abanicos y majas en unos y edificios metropolitanos y escenas orientales en otros. Cautiva la seducción y la sensual indolencia de sus composiciones, y sorprende su modernidad, que nos remite a unos años ―los felices veinte― en los que el mundo occidental también creía haber llegado al final de la historia.
Es curioso que esta exposición de la Casa Lys coincida con otra en Salamanca, en la sala “Santo Domingo de la Cruz”: “Mis contemporáneos”, colección de retratos de Daniel Vázquez Díaz (1882-1969), coetáneo de Beltrán Massés. Dos retratistas: uno de hombres y otro de mujeres, uno adusto y otro sugerente, uno apolíneo y otro dionisiaco, según nietzscheana expresión de Luis Alberto de Cuenca en el catálogo de esta soberbia exposición de un pintor para mí recobrado.
Una de las facetas de Beltrán Massés que más me ha sorprendido es la de retratista de celebridades norteamericanas. Visitó los Estados Unidos de América a mediados de los años veinte, y su amistad con el actor Rodolfo Valentino le procuró varios encargos glamourosos de artistas cinematográficos de Hollywood.
Tampoco deja indiferente saber que durante la guerra vivió en París y que tras ella acabó siendo delegado de Bellas Artes de la de Falange Española en la capital francesa.
Sus cuadros ofrecen una mezcla extraña de costumbrismo y cosmopolitismo, con mantillas, abanicos y majas en unos y edificios metropolitanos y escenas orientales en otros. Cautiva la seducción y la sensual indolencia de sus composiciones, y sorprende su modernidad, que nos remite a unos años ―los felices veinte― en los que el mundo occidental también creía haber llegado al final de la historia.
Es curioso que esta exposición de la Casa Lys coincida con otra en Salamanca, en la sala “Santo Domingo de la Cruz”: “Mis contemporáneos”, colección de retratos de Daniel Vázquez Díaz (1882-1969), coetáneo de Beltrán Massés. Dos retratistas: uno de hombres y otro de mujeres, uno adusto y otro sugerente, uno apolíneo y otro dionisiaco, según nietzscheana expresión de Luis Alberto de Cuenca en el catálogo de esta soberbia exposición de un pintor para mí recobrado.
Salomé, Federico Beltrán Massés, óleo/lienzo, 1932. Colección Museo Art NOuveau y Arte Decó de Salamanca