sábado, 30 de diciembre de 2006

Un nombre y un anónimo


Hace un par de años, cerré el texto de La amargura de la memoria con estas palabras:

Cuando aún queda en pie alguno de los símbolos de la barbarie, nos falta en cambio dignificar siquiera los de la humanidad y el sufrimiento. En el cementerio de Zafra, dentro del tercer patio, nos sorprenden dos jarrones colocados al pie de uno de los cipreses que en hilera guarecen la tapia izquierda del recinto. El árbol tiene atado con cables una especie de farol de chapa y cristal lleno de flores de plástico y con la fotografía enmarcada de una mujer joven. No hay ninguna inscripción, ningún nombre. En el suelo, entre las raíces del ciprés, se aprecian los restos de una tumba oculta por el acerado sólo abierto en los alcorques de cada árbol. Ahí, debajo del cemento y el olvido, yacen los restos de una mujer, Nieves González Gomato, asesinada el 20 de agosto de 1936 por los franquistas. Su humildísima tumba, sin nombre, sin fecha, sin lápida, negada en la última urbanización del recinto, es un símbolo de nuestra memoria de la guerra a la que durante casi setenta años también le han faltado los nombres, las fechas y el mármol perdurable.

El 16 de diciembre pasado nos reunimos en el cementerio de Zafra para reparar esa injusticia, esa injusticia tan simbólica de negar el nombre en una sepultura, la única sepultura sin nombre ni fecha de ese cementerio. La violonchelista extremeña Carmen Benito interpretó El Cant dels Ocells de Pau Casals y Libertad González, presidenta de la Asociación de Recuperación de la Memoria “José González Barrero” de Zafra, descubrió una lápida:

Al pie de este árbol yace Nieves González Gomato asesinada el 20 de agosto de 1936 por defender la libertad. Esta tumba nunca tuvo identidad ni historia hasta hoy. Aquí está ya su nombre inscrito en el mármol perdurable. Descanse por fin en paz.

Un nombre recobrado.
Mientras tanto, Justo Calderón –hijo de Luis Calderón, concejal de Zafra asesinado en 1936- sigue recibiendo esquelas y anónimos. Me ha enseñado el último:

Dice usted que se llama Justo, pues será en lo único que conozca usted lo que es justo. Memoria histórica. Será su memoria histórica y no la verdadera. Le envío algunos recortes de asesinados sin juicio a traición, cxon nocturnidad, sacados y encarcelados por ir a misa, o no tener callos en las manos. Usted por ejemplo como no tiene callos hubiera sido asesinado. Y ustedes y sus medios de comunicación, diciendo verdades a medias. No hay duda la izquierda tiene bula para todo en este país.
Señor Justo, sea Justo y no levante heridas ya sanadas. Y si algún iluminado quiere recordar algún asesinato, recuerde también a los del otro bando. Si no sabe donde encontrarlos lea algunos libros sobre las checas de Madrid y otro muchos que se están publicando.

Unos recobramos los nombres; otros lo ocultan.

(Fotografía de Víctor Pavón)

Historia y memoria


Alfonso Pinilla García es un joven profesor de historia de la Universidad de Extremadura del que sólo conozco su tesis doctoral, Del atentado contra Carrero al golpe de Tejero. El acontecimiento histórico en los medios de comunicación, y con el que compartí hace unos meses un debate organizado en Mérida por la Fundación Alternativas. El 19 de diciembre publicó en El Periódico Extremadura un artículo, “¿Historia contra memoria?”, en el que se mostraba muy crítico con los que denominaba “memoriadores”, que contraponía a los verdaderos historiadores. Hoy le contesta en el mismo medio Francisco Espinosa con el artículo “Historia y memoria”, que suscribo íntegramente y que reproduzco a continuación:

Ya sabemos que una cosa es la Historia y otra la Memoria. La oposición entre ambas que planteaba hace unos días Alfonso Pinilla en un artículo titulado "¿Historia contra Memoria?" (19/12/2006) no existe como tal. Por otra parte no es cierto que "el memoriador inventa" y "el historiador conoce". La unión de las dos palabras, "memoria histórica", que tanto rechazo produce en algunos, quiere decir simplemente recuerdo de la historia que cada uno ha vivido o conoce de primera mano. El que Alfonso Pinilla llama el memoriador no inventa sino que recuerda. Para el que en vez de recordar inventa, existen otras palabras. El caso es que, por mucho que a algunos les fastidie, la gente tiene derecho a recordar. Resulta que tanto la historia como la memoria de los vencidos fueron prohibidas por la dictadura y que luego la transición, con su mensaje de fondo de que reconciliación equivalía a olvido y memoria a rencor, sofocó de nuevo la posibilidad de recordar y puso trabas de todo tipo a la investigación del golpe militar y de la represión, empezando por la destrucción de archivos. El autor hace suya la conocida opinión de Santos Juliá de que el modelo de transición no sólo no dio lugar a ignorancia alguna del pasado sino que todo se investigó hasta el fondo. Quizás por esto, y puesto que la Historia se supone que ha ido viento en popa desde la transición, no se explica Alfonso Pinilla la algarabía creada por la irrupción de la Memoria.
XEL DISCURSOx del profesor de la Uex alberga un visible, aunque no manifiesto, deseo de que la Historia no salga de la Academia (o quizás más bien de que vuelva a ella). Pero yo siento decirle, y hablo pensando en el país en general, que si tal cosa ha ocurrido ha sido en parte porque la Academia olvidó su función social. No son "las nuevas condiciones políticas del presente las que han vuelto a anteponer la Memoria a la Historia". Los movimientos en pro de la Memoria Histórica comenzaron hace diez años, bastante antes de que los partidos políticos se implicaran en el asunto a favor o en contra. Tampoco existe una "vergonzosa guerra de esquelas", lo que sí existe son unos sectores alentados desde la extrema derecha política y mediática que no admiten que los vencidos recuerden públicamente y por una vez a sus muertos. Sabiendo todo lo que el franquismo hizo durante décadas por sus caídos, esta cruzada contra la memoria de los vencidos resulta escandalosa. Pero cumple su objetivo: impone el concepto de que existe una guerra de esquelas . Dos bandos.
Para Alfonso Pinilla no resulta sorprendente que "ante la memoria de los vencidos resurja la de los vencedores". En realidad la memoria de los vencedores nunca ha dejado de estar ahí y de hecho es la memoria predominante en nuestro país, un país cuajado de lugares de memoria franquistas y que, para colmo, tiene que sobrellevar a una Iglesia que, pasada la transición, no ha dejado de recordar año a año a sus mártires. En España hay lugar, mucho lugar, para la memoria de los vencedores pero muy poco para la memoria de los vencidos. Y respecto a la conocida máxima de Orwell que se cita resulta evidente que está fuera de sitio. El pasado aquí todavía tiene dueño y el problema es precisamente que hay quienes, controle quien controle el presente, no están dispuestos a perderlo. Quizás lo que perturbe a la poderosa derecha española es el horror vivido que transmite la memoria histórica de las víctimas del fascismo. La derecha preferiría el silencio absoluto sobre el pasado, silencio al que llama "espíritu de la transición".
Nosotros, los historiadores, que sabemos que casi todo lo que queda en los archivos es memoria de los vencedores, tenemos el deber de recoger con especial cuidado la memoria de los vencidos, de los nadie, cuya voz no suele aparecer en la historia. Los tiempos en que la Academia controlaba la Historia ya han acabado. Ahora la cosa se ha complicado un poco y para investigar la historia del golpe militar, de la guerra y del fascismo no basta con acudir al archivo, sino que, mientras podamos, hay que recoger la memoria viva del fascismo de labios de quienes lo padecieron. Es necesario insistir en que, aunque la base sean los documentos, hay hechos, aspectos y matices del pasado a los que sólo podemos acceder por la Memoria, especialmente cuando lo que nos ha llegado de los vencidos ha sido filtrado por los vencedores. Lo que hemos aprendido, después de tantos años, los investigadores de nuestro pasado reciente es que la Historia y la Memoria se necesitan mutuamente y se complementan.
En última instancia, el problema no es entre Historia y Memoria sino entre Historia y Propaganda. Pero en esta lucha, al menos hasta el momento y salvo honrosas excepciones, la Academia se mantiene al margen.

(Mano en la cueva del Castillo, Cantabria)

jueves, 21 de diciembre de 2006

Los reformistas de Franco


Los politicos moderados que formaban parte del régimen de Franco entre los años sesenta y setenta y que apoyaban la reforma política del sistema fueron un factor esencial para el éxito de la transición democrática en España. Esa es, en palabras de la propia autora, la principal conclusión de este libro.

Así planteada, la tesis no es excesivamente sorprendente. Más allá de grados, hay cierto acuerdo al considerar la transición política en España fruto de un pacto entre dos posibilismos: el de los franquistas que apostaban por la reforma y el de los antifranquistas que preconizaban la ruptura. Lo que salta a los ojos es arrancar el proceso en fecha tan insólita para la historia democrática española como 1964 y convertir a Manuel Fraga -y no a Suárez o al propio rey- en el principal representante del reformismo franquista. Aunque es indudable el papel de Fraga en los últimos tres lustros de la dictadura, pocos -salvo los afines- le habían reconocido el protagonismo que le otorga Cristina Palomares. Además, la autora de Sobrevivir después de Franco, doctora de Historia en la London School donde también ejerce Paul Preston (que le prologa el libro), coloca a los partidos de izquierda en el patio de butacas, asistiendo a un espectáculo en el que actúan de comparsas.

Quizás ambas conclusiones sean lógicas en un estudio que acaba cuando empieza la actividad legal de los partidos políticos de izquierda, hasta entonces sometidos a la clandestinidad, y que además se limita a estudiar la evolución dentro -y no fuera- del régimen franquista. En cualquier caso, conviene contrastar la lectura de este libro de Palomares con ensayos radicalmente opuestos -como La sombra de Franco en la transición, de Alfredo Grimaldos-, moderadamente contrarios -como El triunfo de la democracia en España, de Paul Preston- o complementarios -como La oposición democrática al franquismo, de Javier Tusell.

Más allá de sus discutibles planteamientos de fondo, el libro es un buen trabajo, está bien escrito, y se apoya en un importante esfuerzo documental. Una obra importante para el estudio del tardofranquismo.

El foie-gras extremeño


Según leo en la prensa (hace tres días lo publicó Le Monde, ayer El Pais y hoy ha salido en el Telediario), el Comité Interprofesional de Palmípedos de Foie-Gras, que agrupa a los productores franceses, ha puesto el grito en el cielo porque un empresario extremeño del paté llame foie-gras a su producto, cuando para obtenerlo no maltrata a los patos cebándolos a la fuerza, que parece ser el distintivo de esa delicatessen. Supongo que a los franceses les importaría un pito el asunto si el foie-gras extremeño no hubiera ganado un premio “Coup de Coeur” a la innovación en el Salón Internacional de la Alimentación de París (SIAL).

El empresario es Eduardo Sousa Holms, dueño de La Patería de Sousa, una fábrica de paté de Fuente de Cantos. Lo conozco desde que montó la empresa, a finales de los noventa, porque el suyo es un proyecto de desarrollo rural, que inicialmente fue financiado con fondos de la iniciativa comunitaria Leader II desde el Centro de Desarrollo Comarcal de Tentudía, que dirigí desde 1996 a 2003.

La capacidad comercial de Sousa es sorprendente. Baste decir que a pesar del poco más de un lustro de actividad de la empresa, la publicidad con que se anuncia asegura que son “artesanos del paté desde 1812”. Y es que Sousa trabaja con recetarios familiares que se remontan a esa fecha, cuando —según una tradición de cierto tufillo francófobo— las tropas de Napoleón saquearon la biblioteca del convento de Alcántara y uno de los libros de recetas de los frailes acabó en manos de la duquesa de Abrantes, mujer del general Junot, que las difundió entre sus amistades de Paris. Aunque desconozco la conexión entre la familia danesa de Eduardo y Laura Junot, la pasión que pone Sousa en la historia disculparía su veracidad, pues si non e vera e ben trovata.

Conozco a pocos pequeños empresarios extremeños que hayan apostado tanto por la comunicación y el marketing para situar sus productos. Pero la eficacísima campaña de comunicación de Sousa no es engañosa, pues se basa en productos de calidad contrastada. Lo único que hace es reforzar esa excelencia con declaraciones apetecibles para la prensa (como solicitar la denominación de origen para el paté de pato extremeño) o alianzas de atractivo mediático (ya se coló en “El Club Gourmet” de El Corte Inglés y últimamente lo ha hecho en los almacenes "Harrods" de Londres). Y ahora esta polémica en el mismísimo Paris. Lo dicho: un buen producto y un tipo listo.

domingo, 17 de diciembre de 2006

Consejo Social de la Universidad


Me llamaron hace unas semanas para preguntarme si me importaba que mi nombre fuera propuesto para el Consejo Social de la Universidad de Extremadura que preside Alberto Oliart. Formaría parte de la terna que elige la Asamblea de Extremadura y que, junto a otros representantes sociales, se integra en este órgano. De las tres personas, una la elige el PSOE, la otra el PP y la tercera se decide por acuerdo de ambos partidos. Me proponían para esa última plaza.

Dije que sí y el pasado día 14 la Asamblea de Extremadura aprobó la terna. Desde 1997, cuando terminé con mis diez años de concejalía, no ejerzo responsabilidad pública alguna. El Consejo Social de la Universidad dista mucho de ser un foro político de primera línea y quizás por eso me interesa. Ya hablaré aquí de esa experiencia.

Premjeet


Desde hace cinco días alojamos en casa a un muchacho de Malasia. Por sugerencia de unos amigos nos asociamos a AFS Intercultura, una organización internacional de voluntariado sin ánimo de lucro que promueve actividades de acogida de estudiantes extranjeros. Hemos empezado con el programa de invierno, que consiste en acoger durante los meses de diciembre y enero a un chaval de algún país del hemisferio sur (para que coincida con sus vacaciones de verano). Durante dos meses convive con nosotros, asiste a clase en el instituto, aprende castellano y se relaciona con Juan. El chico se llama Premjeet y es natural de Georgetown, de la provincia malasia de Penang. Tiene quince años, su padre es malayo y su madre india, habla inglés y es un punjabi sikh. Las cenas (cuando nos vemos al cabo del día) son para todos una experiencia educativa: nos contamos costumbres, nos reímos con las trampas que provocan los idiomas y aprendemos algo de tolerancia y cultura de la diferencia. Muy recomendable.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Las víctimas


La justicia no puede estar en manos de las víctimas. En ningún caso. La civilización es, en este sentido, el empeño de que la gente no se tome la justicia por su mano. Creo que ese principio debe regir tanto para la recuperación de la memoria histórica como para el proceso de paz contra los terroristas de ETA. La justicia no es la venganza. Y comprendo el dolor, pero las decisiones políticas no deben tomarse con esa espuela clavada en los ijares.



(Ilustración de Héctor Germán Santarriaga)

domingo, 3 de diciembre de 2006

Las esquelas


A mi amigo Justo le han dado hoy un montón de esquelas publicadas en El Mundo y, con mala intención, le han dicho que se las hiciera llegar a la presidenta de la Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica de Zafra. Justo es el vicepresidente de esa asociación. Molesto, se ha ido a casa con las esquelas y ha escrito un texto:

Un conocido mío me manda unas esquelas mortuorias recortadas de periódicos, las cuales son recordatorios del 70 aniversario de la muerte de algunas personas de derechas que fueron asesinadas por “las hordas marxistas” en Paracuellos del Jarama. Incluso me envía la esquela de una señora fallecida este año, viuda de un capitán de la Legíón, “muerto en combate en Aaiun, el 13 de enero de 1958” (por si no lo sabe le aclaro que Aaiun es de Marruecos).
Este conocido que me envía las esquelas está completamente confundido. Nuestra Asociación no pretende abrir viejas heridas, sino todo lo contrario. Sólo pretendemos que las víctimas del bando perdedor de la guerra civil recobren la dignidad perdida, enterrada con ellos en fosas comunes, en descampados, en cunetas, en pozos de minas abandonadas. Sólo de esta forma, es decir, haciendo justicia a la memoria, recobrando el honor, se podrá cerrar para siempre el capítulo pendiente de la guerra civil.
Naturalmente que el bando republicano también cometió asesinatos, pero la mayoría de estas víctimas, a las que me refiero respetuosamente, pudieron ser enterradas dignamente, recibieron toda clase de honras fúnebres y homenajes y sus nombres fueron escritos en los muros de las iglesias, en las Cruces de los Caídos, incluso algún religioso fue canonizado; los soldados alemanes, que lucharon al lado de Franco, tienen un cementerio en las proximidades de Yuste, y en la cabecera de sus tumbas en el suelo tienen verticales lápidas con sus nombres y fecha de su muerte. Los soldados italianos también tienen otro cementerio.
Sin embargo los españoles que murieron por pertenecer a un gobierno legal, que defendía la libertad, la igualdad y la prosperidad, fueron condenados al olvido, en fosas de silencio, intocables, guardadas por el miedo.
La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, aprobada por la ONU en 1948 dice que todos tenemos derecho a un enterramiento digno, y yo pienso que es lógico que los hijos o los nietos de esos miles de hombres y mujeres que están en fosas comunes en toda la geografía española, pretenden recuperar los restos de sus familiares, sin rencores, sin odios, para enterrarlos dignamente.
Las esquelas mortuorias a que me refería al principio me han hecho pensar en algo que no queremos recordar y es que los franquistas asesinaron en Zafra a unas 200 personas y que los “rojos” no mataron a nadie y defendieron a las personas de derechas que estaban en peligro en aquellos turbulentos días. Nosotros ya hemos pasado la página de la guerra civil, pero seguiremos atendiendo y distinguiendo a todos aquellos que sufrieron los rigores de la guerra y a los que deseen recuperar la memoria histórica.

Justo Calderón tiene ya 82 años y su nombre es de esos que sólo ponían los republicanos de entonces, como el de Libertad, la destinataria final del montón de esquelas. Justo es hijo de Luis Calderón, un concejal de Zafra que fue asesinado por los fascistas en 1936. Su padre sufrió una parálisis por la tensión vivida al huir de Zafra. Los falangistas lo capturaron en Fregenal de la Sierra. No pudo escaparse de la cama de la clínica en la que convalecía. Incapaz de ponerse de pie, sus verdugos lo fusilaron en el suelo.
A Justo no le hace falta que nadie le de esquelas. A diferencia de muchos que ahora siguen publicándolas, él es uno de los que durante cuarenta años no pudo hacerlo.

Supongo que a eso se refiere la viñeta de El Roto.