Mis vacaciones siempre comienzan “oficialmente” con un paseo de mañana por la calle Sevilla y una visita a mi tertulia de la tienda de curtidos de Cayetano Berciano. Es de los últimos establecimientos de este tipo que quedan en Extremadura, y su rareza no sólo es debida al género que vende sino a la naturaleza bifronte del lugar (mitad tienda, mitad mentidero), de su dueño (mitad comerciante, mitad intelectual) y de sus asiduos (más que clientes, hablanchines). En otra parte me he referido a este sitio: Allí recalamos alguna tarde a la semana varios conocidos. Mientras los niños juegan con imanes, se miran al "espejo zapatero" o comprueban la voracidad espacial de su estatura en la "pared medidora", el resto peroramos sobre lo divino y lo humano en una conversación trufada de dicterios, dichos latinos, citas eruditas y alusiones a personajes más o menos decentes de la Zafra de hoy y de ayer.
Esta mañana andaban por allí Francisco Croche de Acuña y Manuel Guillén, y sólo nos ha dado tiempo a comentar brevemente las últimas declaraciones de monseñor Cañizares identificando catolicismo y unidad de la patria española. O sea, el nacionalismo español como principio teológico.
Después mi amigo Cayetano Berciano, buen lector y un entendido en arte, me enseña el catálogo de una exposición pictórica en el que aparecen algunas obras de fray Juan Sánchez Cotán, el principal pintor de bodegones del Barroco español. Busca hasta dar con el famoso Membrillo, col, melón y pepino del Museo de Arte de San Diego, y durante varios minutos me describe con apasionamiento la exactitud en la colocación de las piezas de esta naturaleza muerta, su inquietante modernidad, y me habla de la maestría alcanzada por los pintores españoles de los siglos XVI y XVII. Comienzo mis vacaciones con una lección de arte a cargo de un singular comerciantes de curtidos.