Para un adulto la infancia es, a veces, sólo un pozo donde hay recuerdos que rescatamos con esfuerzo: el "Salón Romero" en llamas una mañana de domingo, y un crío de cuatro años apartando los visillos al otro lado de la plaza para ver el espectáculo del fuego; la academia de don Roberto, y la maestra doña Manuela Venera, con unas zanjas abiertas en medio del patio donde uno acabaría empujado por Fernando Sabido; un parque inmenso y bellísimo como jardín de nuestras andanzas de muchachos; la visita a la abuela Laura, la peseta de propina, y la pescadilla y el vasito de casera para que pase, hijo; los maletillas de la Plaza de Toros haciéndonos toreo de calle a cambio de unas latas de sardinas.
Quizás, más que un pozo, la infancia sea una calle donde hay recuerdos. Los niños nos bregábamos en la tierra, jugando al balón, haciendo recados, guerreando con pandillas rivales, a la salida del colegio o en la merienda, con una jícara de chocolate y un trozo de pan en la mano. Allí éramos niños. Frente a los de la Huerta Pablito, tirando piedras, o contra los de la Avenida jugando al fútbol en los portalones de Pina; lanzando el pinche en el parque o bajando con las bicis por la calle Canal; rondando a las niñas del edificio Alcázar o llamando a las puertas de todos los vecinos. La calle era un espacio abierto al mundo y a la vida.
Dice Ortega y Gasset que, frente al campo abierto, la plaza es la negación del campo, un espacio nuevo y cerrado. Pues bien, también mi infancia, además de ese espacio inicial y exterior, de ese campo abierto de la calle y del parque, tuvo un espacio interior, acotado, tan vital para mi crecimiento como la calle: la biblioteca de mi hermano mayor.
Desde que nací, desde que nacimos —porque esa suerte también le atañe a Miguel Ángel, el pequeño— el libro fue un objeto cotidiano en mi casa gracias a los centenares que poblaban las estanterías de “multimueble” del despacho de mi hermano Luis Ricardo, “el mayor”. Antes de los diez años ya pasaba allí yo buenos ratos, sentado en un sofá de skay, ojeando revistas, coleccionables, recortes de periódico o empezando a leer algunos libros. Buena parte de mi pasión por la literatura, por la lectura y por los libros se debe al conocimiento de ese espacio interior de mi infancia que fue la biblioteca de Luis Ricardo. Allí también descubrí que, aunque interior, ese sitio no era cerrado, sino que te proyectaba más allá del camino de Belén o de la fábrica de los Pons, más lejos incluso de la Rivera o del Puente Aragón. Buscar entre sus títulos algo sorprendente podía ser incluso más divertido que jugar al escondite. Contemplar las portadas y las láminas en color de algunos de ellos no tenía parangón con los programas en blanco y negro que entonces ofrecía la tele. Al abrir un libro podías llegar a correr más que cualquiera, a volar más alto que nadie, a navegar por mares que nunca habían sido surcados y a visitar territorios escasamente poblados. Y más aún: al abrir un libro podías apreciar la importancia de ejercitar ese músculo extraordinario de la imaginación y llenar el depósito de la cultura, donde nada pesa. No sé qué hubiera sido de mí sin esos libros pero sí sé lo que hicieron de mí.
(...)
Fragmento del texto introductorio a Años de ignorancia, inquietudes y esperanza (1946-1970) de Luis Ricardo Lama (edición de amigos, 2006). La imagen es Written Worlds, de Rob Gonsalves.
Quizás, más que un pozo, la infancia sea una calle donde hay recuerdos. Los niños nos bregábamos en la tierra, jugando al balón, haciendo recados, guerreando con pandillas rivales, a la salida del colegio o en la merienda, con una jícara de chocolate y un trozo de pan en la mano. Allí éramos niños. Frente a los de la Huerta Pablito, tirando piedras, o contra los de la Avenida jugando al fútbol en los portalones de Pina; lanzando el pinche en el parque o bajando con las bicis por la calle Canal; rondando a las niñas del edificio Alcázar o llamando a las puertas de todos los vecinos. La calle era un espacio abierto al mundo y a la vida.
Dice Ortega y Gasset que, frente al campo abierto, la plaza es la negación del campo, un espacio nuevo y cerrado. Pues bien, también mi infancia, además de ese espacio inicial y exterior, de ese campo abierto de la calle y del parque, tuvo un espacio interior, acotado, tan vital para mi crecimiento como la calle: la biblioteca de mi hermano mayor.
Desde que nací, desde que nacimos —porque esa suerte también le atañe a Miguel Ángel, el pequeño— el libro fue un objeto cotidiano en mi casa gracias a los centenares que poblaban las estanterías de “multimueble” del despacho de mi hermano Luis Ricardo, “el mayor”. Antes de los diez años ya pasaba allí yo buenos ratos, sentado en un sofá de skay, ojeando revistas, coleccionables, recortes de periódico o empezando a leer algunos libros. Buena parte de mi pasión por la literatura, por la lectura y por los libros se debe al conocimiento de ese espacio interior de mi infancia que fue la biblioteca de Luis Ricardo. Allí también descubrí que, aunque interior, ese sitio no era cerrado, sino que te proyectaba más allá del camino de Belén o de la fábrica de los Pons, más lejos incluso de la Rivera o del Puente Aragón. Buscar entre sus títulos algo sorprendente podía ser incluso más divertido que jugar al escondite. Contemplar las portadas y las láminas en color de algunos de ellos no tenía parangón con los programas en blanco y negro que entonces ofrecía la tele. Al abrir un libro podías llegar a correr más que cualquiera, a volar más alto que nadie, a navegar por mares que nunca habían sido surcados y a visitar territorios escasamente poblados. Y más aún: al abrir un libro podías apreciar la importancia de ejercitar ese músculo extraordinario de la imaginación y llenar el depósito de la cultura, donde nada pesa. No sé qué hubiera sido de mí sin esos libros pero sí sé lo que hicieron de mí.
(...)
Fragmento del texto introductorio a Años de ignorancia, inquietudes y esperanza (1946-1970) de Luis Ricardo Lama (edición de amigos, 2006). La imagen es Written Worlds, de Rob Gonsalves.
Describes de manera emocionada la buena alección indirecta del hermano mayor, sobre todo por la lectura, los libros. Soy el hermano mayor de cinco hermanos y algo sé. No tanto con los libros, sino por la vida en otros ámbitos. Debe ser verdad aquello que los hermanos mayores, los primogénitos abren caminos a los otros. Y gustosos, generosos siempre, con ese sentido de evitar a otros los escollos del camino, para abrir la vida a otros, aunque nosotros para abrirla hayamos usado la cabeza, porque las manos las teníamos atadas... Y el nosotros lo digo como miembro del colectivo de los primogénitos. No quisiera equivocarme ni meter la pata; pero, ¿qué es de tu hermano? Y, cómo me puedo hacer de ese libro, que ya es muy de mi interés.
ResponderEliminarGracias.
Bien sabes que suscribo lo que escribes sobre la biblioteca del hermano mayor, que nos hizo tanto. ¡Cuánta grata evocación de lugares y de nombres!
ResponderEliminarGracias. A ambos.
Precioso texto, sin duda. ¿No tendrá continuidad? Merecería esa alegría, amigo. Lo mismo algún editor se interesa de antemano por el resultado. A la vista de lo leído... Ya sabemos que no hace falta tener ochenta años para escribir unas, digamos, memorias.
ResponderEliminarTiene razón Alvaro, el texto es muy bonito y (por si eso sirve de aliciente) si crece y se hace mayor y acaba encuadernado ya tiene aquí a uno que lo comprará y recogerá en casa como hijo adoptivo.
ResponderEliminarToca además un tema que me apasiona: el de las condiciones materiales, causas y derroteros de la lectura. Cómo llega uno a ser lector, o al revés, por qué le coge uno alergia a los libros. Pienso que sería un buen tema para un librito (por ejemplo esa colección tan bonita de ensayos literarios de la Editora) saber cómo llegaron a los libros distintos escritores.
Tengo una biblioteca muy curiosa sobre esto de la lectura y las bibliotecas (libros sobre la historia de las estanterías, memorias de editores, de libreros, estudios sobre las bibliotecas e el mundo clásico, etc). Pero la verdad, a la espera del tuyo, uno de los libros más bonitos sobre la lectura es de alguien que vivió muchos años en Extremadura (en Malpartida de Cáceres) y que algunos de vosotros conocereis: Hilario Jesús Rodriguez. Cuando estuvo por aquí era más que nada un crítico de cine en Re-bros puntilloso y con tendencia a escribir 20 páginas para contar cualquier cosa. Pero de repente con su "Contruyendo Babel" (Ed. TRopismos, Salamanca 2004) consiguió un libro poderoso y emocionante sobre la vida y los libros. La verdad es que es muy recomendable.
Por otra parte tu texto me ha hecho recordar por qué comencé a leer poesía: fue por culpa de Alvaro Valverde, que en este sentido cumplió el papel de tu hermano mayor. Y ni siquiero fue un libro, que entonces uno andaba a la quinta pregunta y no estaban las arcas para mucha librería, sino una lectura pública. Paso a contarlo sobre todo como ejemplo de que las lecturas y todo el programa que se desarrolla en Extremadura de Aulas literarias tiene su importancia y su aquel.
Creo que estoy hablando de 1984 o como mucho principios de 1985. En Plasencia fue una época extraña con actividades culturales que en cierto modo se adelantaron en unos años a los programas que luego fueron naciendo. Dentro de este clima de "cosa cultural" el bar Las Cuevas hizo algunas actividades (entre ellas aunque, parezca broma, teatro. Aunque el local debía medir como mucho cuarenta metros). Las lecturas poéticas solían ser plato fuerte y allá acudí en una noche gloriosa en que en un mano a mano poético Serafín Portillo y otro poeta llamado Gonzalo (no me acuerdo del apellido pero estudiaba medicina en Salamanca y llevaba en la cosa diez o doce años por lo que creo recordar que era Gonzalo "El médico"). Les separaba una botella de vino con dos vasos que fueron vaciando con parsimonia pero sin descanso. Entonces aún no se había extendido lo de la botellita de agua mineral.
Voy al grano: aquella noche el tal Gonzalo triunfó en plan Bisbal. Cada poema, recitado con mucho énfasis y repinando el verbo con abusos clamorosos de subjuntivos, era precedido de una explicación tan "poética" y exagerada como el propio poema: que si éste fue escrito en medio de una tormenta de alcoholes y orgias metafísicas y sexuales, que si ese otro lo clavé en un instante de estupefacción ante una sombra en la esquina del bar no se qué...en fin, nos rompimos las manos a aplaudir. Y el pobre Serafín oscurecido ante tamaño éxito de aquel entusiasta rapsoda...
Así que cuando se anunció en el aula de Cultura de la Calle Verdugo una lectura conjunta de Gonzalo con un tal Alvaro Valverde todos pensamos que el pobre Alvaro sería el ajusticiado. Allá fuimos varios amigos a escuchar (y ver, porque a gonzalo había que verlo que la cosa tenía mucho también de teatro) a nuestro astro. La sala estaba a reventar y esto que entonces no nos extrañaba ahora veinte años después me resulta realmente extraño. El presentador después de decir cuaatro cosas dio paso a Alvaro. Estaba claro, primero debía tocar el telonero y después ya vendrían los Rolling Stones.
Y de repente Alvaro comenzó a leer los poemas de Territorio. Sólo tras muchos años de persecución y gracias a internet conseguí comprar el libro, y tal vez ahora no se comprenda el impacto que causó en los que allí estábamos, pero la cosa fue tremenda. Con una voz muy normal y clarita y sin meneo de manos ni visajes de cara, Alvaro fue leyendo los poemas y en la sala se hizo un silencio acojonante: allí estaba pasando algo. Aquellos poemas entraron como se suele decir hasta los pies... Después con las aguas detenidas y demás libros ya vino el reconocimiento y todo eso, pero para los que estuvimos allí en aquella sala, Alvaro se convirtió por decirlo así "otra cosa" y descubrimos que la poesía era algo serio y que no tenía que ver con el carnaval. Después de su lectura le tocó al pobre Gonzalo (que sin duda pensaba que dónde se había metido) y no parecía el mismo... todos aquellos introitos y todo el ringorango con el que aliñaba los poemas, desaparecieron: antes de cada poesía pedía perdón y decía que aquello no era nada, sólo un pequeño apunte y los mismos versos que en Las Cuevas retumbaban en el techo aquí en la calle Verdugo parecían dichos por alguien que estaba tumbado en una guillotina.. Fue tremendo. Al salir caminábamos como quien ha descubierto de repente que los adoquines que pisa son de oro. En cualquier caso creo que no se puede entender la historia la literatura en Extremadura sin ese "Territorio" que nos descubrió a muchos dónde estaba la poesía. Lo dicho, hay cosas que hacen que uno quiera leer y en mi caso fue esa lectura de Alvaro en el Aula. Corrí a leer a T.S Eliot al que él citaba en un poema y las pasé canutas y sufrí como cochinillo pero poco a poco le tomé el gusto a lo bueno.
A veces uno comienza a leer porque pilla libros donde el hermano o a través de comics o de mil maneras, pero yo he escrito este rollo para defender que también la palabra escuchada y las lecturas públicas y todas esas cosas que a veces se critican como dispendio o comidilla de colegas, tienen su importancia y a veces se recuerdan veinte años después y parece que no hubiera pasado ni un día.
En fin. espero con impaciencia esa memorias tuyas Jose María. Hace poco compré un libro "Memorias de una ex-monja psiquiatra" de Angeles Nuñez (editorial Everest 2006) porque tenía la portada más horripilante que ser humano halla podido crear: luego resultó ser un retrato al óleo de la autora hecho por uno de sus pacientes que en contraportada la pintaba también vestida de monja en diálogo consigo misma vestida de bata blanca. La ex-monja resultó ser coleccionista de arte. Al ver las fotos de su boda, con sus tres hermanos (todos frailes y monjas), con el Papa etc (aún no he leido el libro sólo he visto los santos como se suele decir) he pensado que no hay vida que no tenga como cuenta siempre Trapiello su novela dentro. Espero saber en qué quedo lo de los libros del hermano mayor y si le desgraciásteis muchos tijera en mano o aún no se había inventado en vuestra época eso del collage en el colegio que tanto libro ha podado.
Un saludo a todos y perdonad la extensión. Lo que pasa es que en verano no se vende nada y uno anda aquí pasando este pasar.
Por alusiones. Javier, había olvidado completamente sa lectura en el Club del Verdugo (GHB dixit) y desconocía ese combate previo Portillo-Lalo en Las Cuevas (un templo cultural donde nunca tuve acceso). Por cierto, Lalo (Gonzalo "el médico") es sobrino de José Antonio García Blázquez, el premio Nadal placentino.
ResponderEliminarEn fin, no puedo por menos que agradecerte la parrafada (dicho con todo cariño). Lo importante es leer poesía, poco importa cómo consiga uno ese delicioso vicio. Saludos.
Álvaro te agradezco tus palabras y de paso quería plantearte, a tí y a quien quiera entrar al trapo claro, un problema que tiene que ver con esto de la lectura y las bibliotecas. Uno cae en ese vicio, como tu dices, de la lectura ni se sabe por qué: a través de una tradición familiar, por hacerse el interesante en la adolescencia y ligar más dándose un aire intelectual, por timidez y aislamiento... Lo dicho, por los mil caminillos del señor llega uno al libro. Pero aquí viene mi pregunta: una vez uno ya tiene el mono y quiere su dosis de libro: en Extremadura (y en general en españa)¿no hay pueblos o a lo mejor incluso pequeñas ciudades sin una sólo librería digna de ese nombre?. Y si esto es así ¿puede uno hacerse adicto a algo que no puede comprarse?. Por poner un ejemplo y ser más claro, los que nacimos en Plasencia debemos esta alegría de los libros a una librería como Cervantes (puedo hacer publicidad porque ya cerró y ahora es solo un recuerdo) en la que se podía bichear como un ratón. Por que creo que una librería no es esa tienda en la que uno entra a comprar un libro como el que recoge cerezas, sino aquellas en las que de repente vemos aparecer mil libros distintos que nos esperaban agazapados y uno como de garulla va comprando lo que ni imaginaba que existiera. Querría saber si hay librerías en los pueblos o en lugares por poner nombre como Miajadas (creo que más de 8000 habitantes), Jaraiz, Moraleja...no sé. Me imagino que nacer en estos sitios y ser lector es un poco una heroicidad. ¿cual es el número de habitantes que hacen viable una librería más o menos digna y con sus fondos?. Creo que cuando no se tiene un hermano mayor al que asaltar, hay un problema y las bibliotecas públicas tienen un reto terrible. Me imagino Alvaro que por tu experiencia en el Obsevatorio de la lectura, sabrás exactamente cual es el paño.
ResponderEliminarRecxuerdo como una de las cosas más extrañas en las que he participado, un congreso en elk que los gestores culturales pensábamos en Almendralejo sobre el "problema" de la animación a la lectura y los que organizaban el evento (que era al parecer retransmitido a la vez por internet, según se dijo para que si alguien en Australia estaba interesado pudiera seguir nuestros debates) nos llevaron a un "taller" práctico de la cosa y allí salió un cuentacuentos y contó y accionó de lo lindo, tras él, un cantautor cantó loas al libro y luegop visitamos una exposición de cuadros sobre personaje sde libros...en fin que cuando pregunté con bastante coña que si no había que hacer nada con libros -aún no había aparecido en escena nada parecido a ellos-, contestaron que no había que presionar a los niños y que lo importante era introducirles en el "mundo de los libros". Como si el mundo ese estuviera hecho de muchas cosas pero no de papel.
En fin, creo que es importante pensar en el libro también como cosa real y física y me da que en muchos lugares de nuestra tierra es más raro verlo campar que ver aparecer a Bin Laden en Benidorm.
Sí, Javier, la pregunta no es baladí, que diría aquélla. Con un poco de suerte emprenderemos pronto un estudio que nos dé el mapa de situación exacto sobre las librerías en Extremadura. Si en casi todas partes el panorama es desolador, supondrás (presupondremos) que aquí la cosa no será mejor. Al revés: venimos de la incuria y eso no se soluciona en veinte años. Los lectores siempre echamos de menos tener una librería a mano. Como mal menor, la Junta y la Consejería de Cultura han llevado a cabo un ejemplra relazanmiento de las bibliotecas municipales públicas. No es poco. Lo ideal: que coexistan bibliotecas y librerías.
ResponderEliminarAh, celebremos, como placentinos, que exista "El Quijote", dignísma sucesora de "Cervantes".
Fe de erratas: Donde dice: "la Junta y la Consejería de Cultura han llevado a cabo un ejemplra relazanmiento de las bibliotecas municipales públicas" debe decir: "la Junta y la Consejería de Cultura han llevado a cabo un ejemplar relanzamiento de las bibliotecas municipales públicas". Cómo se le pone la lengua a uno. Perdón.
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