sábado, 25 de octubre de 2008

Éxtasis o ciencia


Quien escribe dispone de varias vías para comunicar lo que conoce pero habitualmente sólo de dos para conocer lo que ignora. Quien escribe sabe que la realidad sólo le es dada, como decían los antiguos, mediante el éxtasis o mediante la ciencia, a través de la imaginación o gracias a la inteligencia.

El dilema es falso, como todo lo simple, pero ayuda a explicar lo que pretendo: un escritor, una escritora, accede a lo que persigue, a lo que busca encerrar en el texto, bien con el vuelo sublime de la fantasía o bien con el bisturí de la razón. Ambos utensilios siempre están cerca, sobre la mesa; de ambos hará uso el escritor, pero dispondrá de uno más que de otro según su carácter. El novelista y el historiador —pongamos por ejemplo, porque el poeta es cosa aparte y lo suyo es síntesis pura, ciencia en éxtasis—, la novelista y la historiadora, decía, descubren lo que ignoran yendo de la invención a la conjetura. Se dividen el terreno de la realidad sin que descarten armonizar sus instrumentos, pero cuidadosos de no acabar haciendo un uso exagerado del ajeno. Suele ser difícil que el historiador fabule sin que le motejen de poco riguroso y no es habitual que un novelista alcance los laureles sin alejarse un tanto de la realidad que relata. Son normas ya acordadas del oficio.

El error consiste en convertir estas opciones del escritor para acceder a la realidad en sendas de tránsito obligado para volver de ella. De ahí los géneros. Según ellos, el historiador estaría obligado a utilizar, en el discurso para exponer lo indagado, la misma frialdad metodológica que usó para la indagación. Y el novelista no podría decirnos lo que le deparó la fantasía y la emoción con más expresión que la emocionada y fantasiosa. Para el primero la imaginación estaría vedada y para el segundo sería obligatoria; la verdad sería la virtud del historiador y el vicio del novelista (…)


(No sé por qué se me ha venido hoy a la cabeza este texto,
que abre la presentación que hice de la novela
La voz dormida de Dulce Chacón, el 20 de septiembre de 2002 en Zafra)

2 comentarios:

  1. Sondeando en Internet sobre la obra "el mensajero" de Fray Juan Ricci he encontrado tu precioso poeme escrito hace unos doce años y publicado en tu blog en 2006.

    He aprovechado para ver entradas más recientes y me parece muy interesante, el mio es la dirección siroco-encuentrosyamistad.blogspot.com, al cual te invito y me gustaría me dieras permiso para publicar tu hermoso poema sobre el lienzo de Ricci el cual tenemos en la Un iversidad de Málaga expuesto hasta el 30 de noviembre.

    Un abrazo

    Por cierto ´´esta entrada de "Extasis o ciencia" es impresionante al igual que el libro nuestra malograda Dulce;O)

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  2. La consciencia de la realidad, percibida por los sentidos, es lo que llamamos realidad, que no deja de ser puro pensamiento, y ese pensamiento sólo es vehiculable por el lenguaje, y en concreto por una lengua… Con lo que podríamos decir que la realidad es esa lengua y sus desarrollos. De ahí, por ejemplo, que los clásicos consideraran al traductor como traidor, porque en puridad es imposible traducir una obra literaria, esto es artística, de una a otra lengua sin cometer traición, también por ejemplo.

    La suprema importancia del lenguaje no se toma hoy en serio, sobre todo en los niveles de formación de las personas. Perdiéndose el tiempo en ortografías y menudencias mezquinas para que la gente no conozca, no controle, no domine las lengua y por ende no controle su realidad, la realidad. Si recordamos hay teorías del lenguaje que lo ponen como determinante para la evolución del mono que es el hombre, en un ser inteligente y consciente de sí mismo, que se piensa, y si andamos erguidos es debido a que la necesidad de fonación en la formación del lenguaje lo impuso para desarrollar la necesidad de hablar (Lenemberg et altera dixit).



    Vengo a decir que me sitúo en otra perpectiva poética. Tal vez en la que entronca con Góngora, o con Virgilio, a los lejos, o con la version homérica de la “Odisea”, o la vision de ésta en el mundo musulmán con Aladino como Ulises… Mi perpectiva es que en literatura la única realidad es la lengua, el uso de la lengua para crear “otra realidad”, una realidad que es mero espejo –y como espejo lo opuesto- a lo que llamamos realidad percibida por los sentidos y pensada con la lengua como vehículo y soporte. Que es, en última instancia, lengua.

    Y si recordamos la literatura primigenia, que era oral, y cada orador o literato un creador por la forma, el modo de hacerlo, y ese modo, esa forma era incluso cantada…



    Donde quiero llegar es a contradecir la afirmación, un tanto chocante, de que “Quien escribe sabe que la realidad sólo le es dada, como decían los antiguos, mediante el éxtasis o mediante la ciencia, a través de la imaginación o gracias a la inteligencia”. No, la realidad se da a través de la lengua, y se transmite por ella, en ella, para ella, desde ella. Tanto la imaginación como la ciencia se vehiculan sólo a través de la lengua, se manifiestas lengua y solo lengua, sus usos, sus artilugios, sus utilidades a la hora de poner en pie un imaginario o una teoría… Lo que un autor, o autora, pretende encerrar en el texto es sólo eso: texto…

    ¿A qué seguir? Es evidente que el texto de Lama levanta acta de una cierta visión de la literatura comercial, llena de modos, modas, manías y poco rigor artístico o poético, referido a la materialidad única del texto: la lengua, y huyendo de esa “espiritualidad” evanescente de “lo que se cuenta”. Personalmente considero que la narración de la historia –sea en la maldita y maniaca novela histórica, sea en los estudios sesudos de los historiadores- no deja de ser el antiguo género menor de la épica, epopeya y etc.



    La única verdad sería el lenguaje y sus laberintos, quimeras, realidades y volver a empezar. No puedo por menos de recordar a James Joyce, no en su Ulises sino en la deriva lógica de esa realidad verbal: Finnegans Wake. Así como no olvidar que cualquier novela considerada obra maestra, pongamos El Quijote, o Escuela de mandarines, de Miguel Espinosa, no pueden ser narradas más que como lo están, en la disposición de la lengua tal y como está en ellas. Recuerdo el juego de Borges sobre Pierre Menard, autor del Quijote, como apostilla irónica a todo esto.

    Desde estas perpectivas la auténtica literatura de creación se está elaborando en catacumbas, por órfebres entregados en cuerpos y almas en un amor infinito, que pasa de los premios, los ringorrangos, los comercios, la vesania del Mercado y el negocio editorial capitalista, el marketing de los agentes literarios como agentes de policía, la soflama de críticos rellenos de opiniones y creencias y sin criterios sólidos o, al menos, una escala de valores basada en lo que la gente antes de nosotros hizo como literatura, escritura, narrativa. Con esa humildad y con esa grandeza.

    Un saludo y gracias

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