sábado, 21 de octubre de 2006

La ola


Las lluvias de ayer son hoy un sol tibio que asoma entre las nubes. Ojalá vuelva a llover. Quizás a la espera, el día está mimoso. Dice mi madre que no hay sábado sin sol ni mocita sin amor. En fin, a lo nuestro:

Desde hace días quiero escribir sobre la ola, ese fenómeno colectivo del público de un estadio durante el cual los espectadores se convierten en el espectáculo. En la Wikipedia se duda sobre sus orígenes aunque se recoge la posibilidad de que fuera creado casualmente en un juego de la liga de hockey sobre hielo en Canadá en 1980.


Alguna vez he pensado que los del norte de América suplen su carencia de historia con la tendencia a creer que todo lo han inventado ellos. ¡Para qué hacen falta siglos si todo se origina aquí!, pensarán.

Estos días leo Los recuerdos de un anciano (1878), de Antonio Alcalá Galiano, uno de los mejores libros de memorias del siglo XIX español. En un pasaje describe los teatros de Madrid de 1806 y, hablando de uno de ellos (el de la Cruz) , dice: el espacioso patio, cuando estaba lleno, causaba a la vista y al oído un efecto por demás desagradable, viéndose en él lo llamado con propiedad oleadas, porque imitaba la gente empujándose el movimiento del mar, y aún podía mirarse como remedo de sus bramidos la gritería, que era consecuencia del atropellarse y estrujarse de los concurrentes, en un lugar, así, como de diversión, de tormento.

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