sábado, 27 de agosto de 2016

Marca Extremadura

Esta es una de las imágenes más importantes de la historia de Extremadura. Es conocida, aunque no toda la gente sabe su significado completo. Se trata de la miniatura que situó Elio Antonio de Nebrija, primer gramático de la lengua castellana, en la primera página de la segunda edición de uno de sus libros: Introductiones latinae. El ejemplar que abre la miniatura es, según Eustaquio Sánchez Salor, una reimpresión de 1493-94 de esa segunda edición y perteneció al placentino Juan de Zúñiga, último maestre de Alcántara y amigo del andaluz Nebrija.

Reproduce una de las lecciones del maestro Nebrija en la llamada Academia de Zúñiga, la corte renacentista de humanistas y letrados que el maestre de Alcántara creó en Zalamea de la Serena a finales del siglo XV. El centro de la imagen lo ocupa Nebrija, que tiene a su derecha a un asistente con un libro en las manos. A la izquierda de la imagen está Juan de Zúñiga, atendido por un paje y escuchando la disertación. En el lado derecho de la imagen varias personas asisten también a la clase. De pie, tres mujeres, las tres hermanas del maestre (Isabel, Elvira y María) y sentados, cuatro hombres. Uno de ellos, con bonete rojo, es el hijo de Nebrija, Marcelo de Lebrija, también escritor. Es posible que alguno de los otros tres, o el que está de espaldas, sea el maestro de capilla Solórzano, el mayor músico de España por entonces, el médico Juan de la Parra o el astrólogo judío Abasurto, Abraham Zacuto, autor del Tratado de las influencias del cielo. Ellos tres eran algunos de los más asiduos a la corte de Zúñiga y no es extraño que fueran retratados por el miniaturista.

Este emblema iconográfico de Extremadura resume una de las épocas más brillantes de la cultura en la región, cuando Nebrija escribió en Zalamea de la Serena la primera gramática castellana y el primer diccionario de la lengua. Expresa uno de esos episodios de excelencia cultural (hay más) que a algunos les extraña que sucedieran en Extremadura, cuya historia parece que sólo haya dado para miserias o para destellos de dudosa épica como la conquista de América.

Cualquier proyecto de imagen y promoción de Extremadura debe incorporar iniciativas de reconciliación con nuestro pasado. La mejor tarjeta de presentación es la trayectoria previa, siempre que −como es el caso− esté llena de experiencias prestigiosas. Esta imagen de la Academia de Zúñiga, con el maestro Nebrija impartiendo una lección a finales del siglo XV en Zalamea de la Serena, es una imagen de Marca Extremadura. 

sábado, 13 de agosto de 2016

El año sin verano


Hace doscientos años, en 1816, no hubo verano. Una enorme erupción, en abril de 1815, del volcán Tambora, en Indonesia, unido a otras circunstancias, provocó una bajada radical de temperaturas y la alteración del clima en todo el mundo. Nevó donde y cuando no tenía que nevar (¡en el centro de España, un 11 de agosto!), llovió copiosamente, las cosechas se malograron, los precios subieron y la escasez se extendió por todos lados. Durante los años siguientes, Turner pudo pintar sus cielos gracias a las cenizas en suspensión que dejó el Tambora.

A un grupo de jóvenes escritores ingleses el fenómeno les cogió en Suiza, a orillas del lago Leman. Lord Byron, Claire Clairmont, Percy Shelley, Mary Godwin y el doctor Polidori pasaban las tardes encerrados en Villa Diodati por culpa del mal tiempo. Del 16 al 19 de junio de 1816 idearon allí, a modo de juego, varias historias de terror. La de la jovencísima Mary Godwin fue el germen de uno de los principales personajes de terror conocidos: Frankenstein. Otro de los participantes, el doctor Polidori, publicó poco después su novela El Vampiro, primera del género vampírico al que pertenece Drácula.

La historia es sabida, aunque quizás no tanto las evidencias de ese año sin verano en lugares más anónimos. El año pasado se leyó en el Departamento de Física de la Universidad de Extremadura una tesis doctoral de María Isabel Fernández Fernández: El clima en la región de Zafra durante el período 1750-1840. A partir del rico fondo documental de Feria del Archivo Histórico Municipal de Zafra, la autora reconstruye la situación climatológica de Zafra desde mediados del siglo XVIII a mediados del XIX. La fuente básica son las cartas del contador del duque de Medinaceli en Zafra al propio duque, informándole de los aconteceres del Estado de Feria. Al comienzo de cada una de estas cartas semanales se describe el tiempo meteorológico.

Gracias a la investigación de María Isabel Fernández sabemos que 1816 también fue en Zafra un año sin verano, de muchas lluvias y temperaturas frías, por culpa de la erupción del Tambora. Lo que nunca sabremos es si las inclemencias del tiempo facilitaron, también aquí, algunas veladas literarias de jóvenes ideando historias. Si las hubo, no alcanzaron la trascendencia de esas noches suizas en las que nació Frankenstein. 

sábado, 6 de agosto de 2016

Ochenta años

Todos los 7 de agosto, de madrugada, recuerdo la salida, aún a oscuras, de los hombres del comandante Castejón desde Los Santos a Zafra. Eran las 3 de la madrugada. Recuerdo que ese día nadie, de los que no se habían marchado, pudo dormir. Las sábanas blancas colgaban de los balcones. Recuerdo a mi bisabuela Lola, que colgó el sacudidor de trapos blancos “para que hubiera paz”. El alcalde, Pepe González, había reunido en la plaza a la gente la noche anterior para recomendar que no se resistiera a las tropas. Aún había esperanza de que eso evitara la masacre. Recuerdo el cañoneo a las 5 de la mañana sobre la estación, donde un tren partía. Los proyectiles del artillero Fernando Barón buscaban también la Fábrica de la Luz, cerca del cuartel de la Guardia Civil, y recuerdo el estruendo de alguno al impactar en la esquina de la calle Ancha.

Después, a las 7 de la mañana, se me viene siempre a la cabeza Cirilo, único resistente, empuñando el arma subido a un cinamomo hasta caer abatido por los soldados. Recuerdo a las tropas entrando en el Campo de Sevilla. Y al capitán Fuentes en la puerta de Santa Marina. No hizo falta que liberara a nadie porque la guardia había sido levantada a primera hora, antes de marcharse del pueblo las autoridades republicanas.

A las 8 de la mañana recuerdo a las tropas en el Ayuntamiento. El nombramiento de la Gestora, con los ricos del pueblo. Y las primeras listas. Y las discusiones para poner y quitar nombres. Y las primeras 500 pesetas encima de una mesa para evitar una captura. Recuerdo las puertas abiertas de las casas para que los moros no las echaran abajo. Y cuando alguna encontraban cerrada, la rapiña en el interior, los muebles volando por los balcones y la mercadería en la puerta. Una máquina de coser, algún reloj: “¡Paisa, barato, barato!”.

A las 11 recuerdo la misa en La Candelaria. El templo abarrotado y los “detente bala”, hechos con las monedas de El Rosario, en los pechos de los militares. Y a don Daniel en el púlpito. Y a Juan Galán concelebrando antes de unirse a las tropas y de pedir su pistola. Recuerdo al medio centenar de personas capturadas, en círculo, en el centro de la plaza Grande, esperando. Y a la gente alrededor, con brazaletes blancos, mirándolas. Y a los soldados deambulando con las armas en la mano. Y a Castejón sentado en un sillón que le había sacado a la calle don Tomás, el farmacéutico.

Nunca se me olvida el calor de las 12 de la mañana de ese día. Y la comitiva por la calle Sevilla de vuelta a Los Santos. La gente aplaudiendo, atemorizada, o escondida tras los visillos. Y la cuerda de presos, atados en grupos de siete u ocho, con las caras desencajadas: Antonio Amaya, Ángel Caño, Bárbara Bizarro, Luis Mata, Diego Luna, Paca Infante, Luis Madroñero, la “Reverte”, Antonio Guerrero, Teodomiro Trujillo, Julián Vitorique, los Coronel, los Montaño… Y don Rafael, el modelista, fuera de la cuerda, pero sin querer separarse de doña Juana, la maestra, también apresada.

Recuerdo ese mediodía de hace ochenta años como si fuera hoy. Los camiones, los caballos, las tropas… Aún oigo el sonido atroz de las balas de los fusilamientos, que cada cinco minutos detenían la marcha de los “conquistadores”, y veo alejarse por la carretera de Los Santos la polvareda de la historia fatal de ese día.


[Zafra en agosto de 1936. Dibujo de Justo Calderón]