miércoles, 24 de diciembre de 2014

El río José Luis y el río Olga

Leo Sala de espera, el libro último y póstumo de José Luis Sampedro. Me lo regala mi amigo Benito Morales. Son dos series de textos editados por su mujer, Olga Lucas, y publicados por Plaza y Janés en abril de este año, coincidiendo con el primer aniversario de la muerte del economista y escritor.

La primera serie es autobiográfica. Los textos reiteran e ilustran una metáfora muy querida por Sampedro, la manriqueña de la vida como río. Nos relatan la infancia del río José Luis en Tánger y en Cihuela (Soria), hasta los 13 años. La  segunda serie es más ideológica y reflexiva, con su visión de la vida, de la especie humana y de la sociedad. Cierra el libro una reproducción facsimilar de los manuscritos en los que trabajó el humanista durante los meses finales.

Sampedro escribía muy bien, aunque estos textos adolecen de una revisión que la editora ha preferido no hacer y que hubiera evitado alguna falta de concordancia y otros solecismos. Pero sentía y pensaba mejor aún que escribía. Y esas virtudes se aprecian en estos textos, los últimos que escribió antes de su muerte, que, según él mismo, se portó muy bien porque le dejó pensar.

De todas formas, sin desmerecer a José Luis Sampedro, lo más sorprendente de este breve volumen es la parte que escribe Olga Lucas, el río Olga, en la que cuenta también sus primeros trece años. Los de la hija de un español exiliado y una francesa, que nace y vive en Toulouse al final de la II Guerra Mundial hasta que su padre es deportado. Es conmovedor el relato del viaje de la madre y los hijos al final del otoño de 1955 hasta la ciudad checa de Ustí nad Labem para reencontrarse con el padre. 

domingo, 17 de agosto de 2014

LA CASA DE MI MADRE




LA CASA DE MI MADRE

A mi hermano Miguel Ángel

recorro las estancias de esta casa,
donde mi gente dejó parte de su historia:

en esta habitación murió mi abuelo
una Nochebuena de mil novecientos cincuenta y ocho;
la tía María, prostituta en Sevilla, acabó en esa otra
con un monedero de plata entre las manos.

Aquí, en el suelo, frente a la primera estantería de nuestros libros,
mi padre halló la muerte, al erguirse de la cama, presintiéndola.

Y allí, tras una puerta, una escalera renqueante
sube al cielo de todas las azoteas,
donde se agitan las sábanas o sudarios de tantas generaciones.

Nadie ha nacido en esta casa sólo hecha de óbitos:
es una estación término, una biografía de viejos

donde mi madre musita el capítulo final
como una diosa rota desde su pedestal con ruedas.

La casa de mi madre es como la línea de la muerte de mi mano,
que un día en Madrid me leyera Paco el brujo.

Es el rastro de mi vida, mi camino de vuelta


josemarialama
1/2 de agosto de 2014

sábado, 16 de agosto de 2014

El árbol de la vida

Mira que te mira Dios
Mira que te está mirando

Mira que te has de morir
Mira que no sabes cuando





Alegoría El Árbol de la Vida
1653

Ignacio de Ríes
(Flandes, 1612-Sevilla, 1661)

Capilla de la Concepción
Catedral de Segovia






jueves, 14 de agosto de 2014

Impresiones de un viaje castellano


Del 4 al 14 de agosto de 2014 recorrimos una de las muchas rutas que se pueden hacer por Castilla para ver arte. Tras el viaje, hay impresiones: los lugares visitados, los principales monumentos, las más notables piezas artísticas, las comidas y bebidas reseñables, las palabras sorprendentes, el trato con los amigos y las amigas… 

Ahí va parte de la relación, sin literatura, con la que nos entretuvimos Mercedes, Eva y yo durante el camino de vuelta.

LOS LUGARES:
Salamanca, Tordesillas (Real Monasterio de Santa Clara), Urueña (Iglesia de la Anunciada, Centro de Interpretación e-LEA Miguel Delibes), San Cebrián de Mazote (Iglesia de San Cebrián), Torrelobatón (Castillo), Wamba (Iglesia de Santa María; estatua de Wamba), Villalba de los Alcores (ruinas del Monasterio de Santa María de Matallana), Ampudia (Castillo), Herrera de Pisuerga (Canal de Castilla), Frómista (Iglesia de San Martín y esclusas del Canal de Castilla), Carrión de los Condes (Iglesia-museo de Santiago con Pantocrátor, Iglesia de Santa María del Camino, río Carrión), Villalcázar de Sirga (Iglesia de Santa María La Blanca), Paredes de Nava (Iglesia de Santa Eulalia, estatua de Jorge Manrique), Palencia (Iglesia de San Miguel, Iglesia de San Francisco, Catedral, biblioteca de la Diputación Provincial), Burgos (Cartuja de Miraflores, Arco de Santa María, Museo de Burgos, Catedral, Iglesia de San Nicolás de Bari, Iglesia de San Esteban-Museo de los retablos, Casa del Cordón), Hontoria de la Cantera (cantera), Quintanilla de las Viñas (huellas de dinosaurios, Ermita), San Pedro de Arlanza (ruinas del Monasterio), Covarrubias (Ermita de San Olaf, Colegiata), Lerma (Palacio de los Duques de Lerma), Santo Domingo de Silos (Monasterio), Aranda de Duero (Exposición “Las Edades del Hombre” en la Iglesia de Santa María La Real y en la Iglesia de San Juan, Casa de las Bolas), Calatañazor, Soria (Monasterio de San Juan de Duero, Ermita de San Saturio, Iglesia de Santo Domingo, estatua de Machado de Pablo Serrano, Iglesia de San Juan de Rabanera, ruinas de la Iglesia de San Nicolás, aula de Antonio Machado en el Instituto de Bachillerato, Alameda de Cervantes), Aza (puesta de sol), Castillejo de Robledo (Iglesia), Maderuelo (Ermita de la Vera Cruz), Ayllón (Iglesia de San Miguel), Las Hoces del Duratón (Iglesia de San Frutos), Turégano (Iglesia), Segovia (Iglesia de la Vera Cruz, Iglesia de Santa María La Real, Acueducto, Iglesia de San Justo, Iglesia de San Clemente, Iglesia de San Millán, Iglesia de San Martín, Alcázar, Iglesia de San Esteban, Casa museo de Antonio Machado, Catedral, Sinagoga).

LOS MONUMENTOS (top 10 ):
1.     El claustro y La duda, del monasterio de Santo Domingo de Silos, románico (BU).
2.     Ermita de Quintanilla de las Viñas, visigodo, siglo VII (Quintanilla de las Viñas, BU).
3.     Retablo mayor y sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, de Gil de Siloé de la Cartuja de Miraflores, gótico florido, siglo XV (Burgos).
4.     Iglesia de San Martín, románico, siglo XI (Frómista, PA).
5.     Cripta de San Antolín de la catedral de Palencia, siglos VII y XI, mozárabe y románico (Palencia).
6.     Los cuatro príncipes y Fernando III ofreciendo el anillo a su esposa Beatriz de Suabia en el claustro de la catedral de Burgos, románico, siglo XIII (BU).
7.     Portada de la iglesia de Santo Domingo, románico, siglo XII (Soria).
8.     Pinturas murales de la iglesia de San Justo, románico, (Segovia).
9.     Impronta y reproducciones de las pinturas románicas de la ermita de la Vera Cruz (Maderuelo, SG).
10.   Esclusas del Canal de Castilla, siglo XVIII y XIX (Frómista, PA).


OTROS MONUMENTOS Y PIEZAS ARTÍSTICAS:
Casa Museo de Antonio Machado (Segovia); Capilla del Condestable de la catedral de Burgos, estilo gótico-florido, siglo XVI (BU); Fachada mudéjar del palacio del monasterio de Santa Clara, siglo XIV (Tordesillas, VA); Iglesia de la Anunciada, única muestra de románico lombardo fuera del antiguo reino de Aragón, siglo XII (Urueña, VA); Iglesia de San Cebrián, estilo mozárabe, siglo X (San Cebrián de Mazote, VA); Pantocrátor de la iglesia de Santiago, estilo románico, siglo XII (Carrión de los Condes, PA); Sepulcros góticos policromados del infante don Felipe, hijo de Fernando III el Santo, y de Leonor Ruiz de Castro, en la iglesia de Santa María la Blanca, siglo XIII (Villalcázar de Sirga, PA); Tablas de Berruguete del retrato mayor de la iglesia de Santa Eulalia, siglo XV (Paredes de Nava, PA); Escalera dorada de la catedral de Burgos, siglo XVI (BU); Portada de la iglesia de Santa María La Real, estilo Reyes Católicos, siglo XV (Aranda de Duero, BU); Claustro y ábside del monasterio de San Juan de Duero, estilo románico, siglo XII (Soria); Estatua de Antonio Machado de Pablo Serrano, siglo XX (Soria); Dragón de la iglesia de Castillejo de Robledo (Soria); Las hoces del Duratón; Santiago el Menor en el ábside la iglesia parroquial, estilo románico (Turégano, SG); Iglesia templaria de la Vera Cruz, estilo románico, siglo XIII (Segovia); Acueducto, estilo romano (Segovia); Torre de la Iglesia de San Esteban (Segovia).

Y LAS PERSONAS:
Enrique Santos Unamuno y Yole Ogando (Salamanca); Esther Zayas Arenales y Javier García Rojas (Burgos); Pilar Herranz y Andrés Martín (Soria); Manolo M. Belmonte y Mercedes Gómez del Barco, Vicente Tormo, Carmen García Rubio y Marta Cilleruelo, Libertad de la Cruz y José Luis de la Cruz, Nuria Arenales, Marco Zayas y José Manuel Zayas, Raquel de la Cruz y Edu Abajo, Yolanda de la Cruz y Antonio Anubla, Blanca Mesonero y Ana Abajo (Aranda de Duero). Y Mercedes Santos Unamuno, Eva Arenales y José María Lama.


La imagen es del relieve conocido como “La duda de Santo Tomás” en el claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos

viernes, 16 de mayo de 2014

Guerra y solidaridad en la frontera



Ayer fue presentado en Badajoz el libro Frontera y Guerra Civil Española. Dominación, resistencia y usos de la memoria, de la antropóloga portuguesa Dulce Simões. Aunque inicialmente estaba previsto que fuera Francisco Espinosa el presentador, al final me correspondió a mí esa función. He aquí el texto de la presentación que le hice: 

“Frontera” y “guerra” son, desgraciadamente, dos conceptos históricos básicos. Buena parte de la historia humana gira alrededor de las fronteras y las guerras. Porque buena parte de la historia trata de las naciones. Y estos son dos vocablos relacionados con las naciones. La frontera delimita el que, dicen, es principal valor de una nación: el territorio. Subraya y separa geográficamente la identidad propia de la ajena. Y la guerra es la reacción del poder cuando alguien amenaza ―sea desde el exterior o desde el interior― ese límite de cordilleras o ríos, de bosques o llanuras; esa verja imaginaria que guarda las riquezas, los campos sometidos, la mano de obra que atiende las haciendas.
La insistencia en las señas de identidad propias siempre acentúa las ajenas. La nación, esa que genera las fronteras y las guerras, es, así, un fenómeno político contradictorio. El nacionalista, que suele ser un luchador por la diferencia frente a los otros, es también un opresor que no permite más realidad interna dentro de su territorio que la extrema identidad.
Las luchas nacionalistas son siempre luchas entre nacionalistas; entre nacionalistas aparentemente simpáticos y nacionalistas aparentemente odiosos. El resto de los mortales asistimos a ellas sorprendidos de que se peguen los iguales. El romanticismo que nuestro mundo atribuye a los fenómenos nacionalistas obedece a la impresión que en la conciencia colectiva han dejado los acontecimientos protagonizados por la burguesía en los últimos siglos: pueblos en lucha frente a poderes ajenos; rebeliones de identidad frente a infames imperios; política de sangre y suelo; heroicidades por una bandera, por una lengua, por una patria…
“Frontera” y “guerra”, esos términos tan propios de cualquier nación, son también las dos primeras palabras del título del libro que hoy presentamos: Frontera y Guerra civil Española. Dominación, resistencia y usos de la memoria, editado por la Diputación de Badajoz. Pero, paradójicamente, este libro, que comienza con esas dos palabras y que habla de una frontera y de una guerra no trata, luego lo veremos, de naciones.
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Su autora es María Dulce Antunes Simões, nacida en la freguesía de Feijó, concelho de Almada. Doctora en Antropología, es autora del libro Barrancos na encruzilhada da Guerra Civil de Espanha. Memórias e Testemunhos, publicado en portugués por la Cámara Municipal de Barrancos en 2007 y en castellano por la Editora Regional de Extremadura en 2009. Acompañaban a Dulce en esa obra Francisco Espinosa, con un texto sobre Barrancos y el teniente Seixas, y las memorias de Gentil de Valadares, hijo del teniente.
Y es que Dulce, a pesar de haber nacido frente a Lisboa, al otro lado del Estuario del Tajo, ha centrado su interés como investigadora en la frontera, y más concretamente en la frontera alentejana. Su formación es de antropóloga de los movimientos sociales. Cursó su licenciatura en 2002 en el Instituto Universitario de Lisboa, ha sido becaria de la Fundación para la Ciencia y la Tecnología, ha realizado una estancia de formación e investigación en la Universidad “Pablo Olavide” de Sevilla, ha tenido relaciones profesionales con la Universidad Complutense de Madrid y, también en España, ha participado en encuentros académicos muy relevantes para su trabajo, como su asistencia, en 2004, a las jornadas sobre “Guerra civil: Documentos y memorias” de la Universidad de Salamanca. Además del libro citado, ha escrito varios artículos sobre la identidad y las relaciones sociales en la frontera.  
Además, ha participado como asesora en el documental “Los refugiados de Barrancos” de Producciones Morrimer, que a finales del año 2008 contribuyó a divulgar entre la población extremeña los sucesos de Barrancos durante la Guerra Civil Española y, a la larga, fue determinante para la concesión de la Medalla de Extremadura en 2009 a esa población fronteriza.
Conozco a Dulce desde la presentación de la edición portuguesa de su primer libro en Barrancos, el 13 de octubre de 2007. Desde entonces hemos coincidido en varias ocasiones. Tanto en Zafra, en 2009 (cuando se presentó la edición española de su obra o cuando celebramos con los miembros de Morrimer la edición del documental, en el que ambos habíamos colaborado) como de nuevo en Barrancos, en 2010, con motivo de la invitación que recibí para dar una charla en unas jornadas sobre la guerra de España. Menciono estos detalles de nuestra relación porque quien la propició, gracias a su “extensa red de contactos”, como la misma Dulce subraya en la “Introducción” de este libro, fue el historiador extremeño Francisco Espinosa, nuestro común amigo Paco,  que es quien debería estar aquí hoy presentando este libro, y a quien ―debido a una indisposición temporal― sustituyo por petición expresa tanto de él como de José Manuel Corbacho, coorganizador del acto, y de Dulce.
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La trayectoria intelectual y humana de Dulce Simões la han convertido en la que, por antonomasia, podríamos llamar la antropóloga de la frontera, una científica social centrada en el análisis, desde una acusada perspectiva sociocomunitaria, de los fenómenos de identidad, resistencia e hibridación cultural que se dan en la raya luso-española y específicamente en la que comparte Portugal con el sur de Extremadura y el norte de Andalucía.
Y la antropóloga de la frontera nos presenta hoy el que quizás sea su libro clave, en el que desembocan todos sus estudios anteriores, el resultado de su tesis doctoral en antropología, leída en diciembre de 2011 en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nova de Lisboa.
Dulce organiza el libro en seis capítulos, aunque internamente haya una cierta lógica dicotómica, dual, en la estructura de la obra. Los cuatro primeros son contextuales (dedicados al escenario y a los personajes) y los dos últimos conclusivos (centrados en la trama). Los cuatro epígrafes en los que la autora expone el escenario y los personajes que intervienen en la trama se dedican, en este orden, a la guerra (como escenario temporal), a la frontera (como escenario espacial), a los barranqueños (como personajes locales) y a los funcionarios del Estado Novo (como personajes estatales). Aunque ahora veremos cómo esta primera atribución, que atiende más al título dado a los epígrafes, cambia sustancialmente en algunos casos en el momento en que nos introducimos en cada uno de los textos.
Así, el capítulo primero, cuyo título remite a la guerra, no pretende relatar ni siquiera resumir un acontecimiento archiconocido y que en sus pormenores relacionados con la zona objeto de estudio será abordado más adelante, sino hacer una especie de introducción disciplinar, a veces metodológica, en ocasiones bibliográfica, y casi siempre ensayística, sobre el diálogo entre historia y antropología, la memoria colectiva, los movimientos sociales por la memoria, y los procedimientos de investigación aplicados en el texto. Son páginas escritas por una antropóloga que trabaja en parte con material histórico y que comparte con el lector las reflexiones que le suscita esa tarea.
Si el primer capítulo se anuncia diacrónico y deviene en sincrónico, en conceptual, el segundo capítulo, cuyo título ―al aludir a la frontera como escenario territorial del trabajo― aventura una descripción, acaba convirtiéndose en un relato. Se describe la frontera a partir, sobre todo, de su historia. Es aquí donde se nos presenta el municipio de Barrancos en la encrucijada de tres fronteras espaciales (nacional, provincial y regional), pero sobre todo en la encrucijada temporal de una frontera con múltiples pertenencias en el pasado. La singularidad de Barrancos, se nos dice, se construye a partir del habla, del dialecto barranqueño, de las peculiaridades rituales de su forma de entender la fiesta de los toros y de la cercanía del castillo de Noudar, pero también a partir de una historia original, distinta.
De los escenarios pasa Dulce Simões a los personajes. En el capítulo tercero se escribe acerca de la sociedad, del personaje local o cercano, y en el cuarto, del poder, de los representantes de ese lejano personaje estatal o supralocal. El apartado dedicado a la sociedad barranqueña es un notable análisis social en el que conocemos los lugares de socialización de los habitantes de Barrancos y reconocemos no sólo a ricos y pobres, propietarios y desposeídos, sino entre estos últimos a los trabajadores del campo y a los çivinas o trabajadores de la villa.  La autora describe pormenorizadamente los rasgos y las relaciones entre clases y estamentos sociales de la sociedad barranqueña. Como final de estos capítulos contextuales, el epígrafe cuarto, está dedicado a las evidencias del estado en el territorio durante el período objeto de estudio. Tras la descripción de la sociedad local, el apunte sobre los funcionarios del poder. Representantes u operarios con una función económica (como la guardia fiscal, atenta a evitar el contrabando) o con una función política (como la policía política, encargada del control de la disidencia). En ambos casos, funcionarios responsables de la represión, por parte del poder, de las resistencias sociales.
En el capítulo quinto llega Dulce Simões al centro de su relato. Nos describe aquí los detalles de la guerra en la frontera, en este trozo de frontera del Bajo Alentejo, que recibe –como otros puntos de Portugal- centenares de refugiados republicanos españoles que huyen de la represión del ejército sublevado en esas semanas y meses de mediados y finales de 1936. La historia es conocida, gracias en buena parte a la propia Dulce.
Unos mil extremeños del suroeste salieron de España en septiembre de 1936 buscando refugio en Portugal. En Barrancos ―que ya había recibido, aunque en menor número y con huéspedes distintos, algunos refugiados españoles de signo contrario en los meses de predominio del Frente Popular― fueron protegidos por el teniente de carabineros Antonio Augusto de Seixas (comandante de la Guardia Fiscal de Safara) que, tras mantenerlos varias semanas en dos campos de concentración improvisados, logró embarcarlos en Lisboa en el buque Niassa rumbo a Tarragona. Este éxodo de los extremeños hacia Barrancos fue el complemento de otro, el de los ocho mil que por las mismas fechas y escapando de los mismos pueblos del suroeste de la región huyeron en dirección contraria y acabaron diezmados cerca de Fuente del Arco.
La historia es conocida pero nunca hasta ahora se nos había contado con tal grado de detalle y precisión. La autora describe y analiza la sociedad e historia reciente de los pueblos españoles de donde salen, principalmente, los refugiados: uno andaluz, Encinasola, y otro extremeño, Oliva de la Frontera. Además, nos narra la peripecia humana de estos refugiados en los campos donde fueron internados. Y cómo se produce su salida hacia Lisboa y su embarque hacia Tarragona, tras sortear el teniente Seixas las dificultades impuestas por sus propios jefes. Este capítulo quinto es quizás, el más histórico del libro. Aunque sigue siendo la antropóloga quien escribe, la necesidad de relatar los hechos nucleares, la trama, hace que adopte el papel de historiadora aunque con continuas reflexiones y con el apoyo de testimonios orales con que complementar lo que cuentan los documentos oficiales o escritos. La preocupación de Dulce sigue siendo, a pesar del notable carácter histórico de estas páginas, la pervivencia de estos hechos en la memoria de sus protagonistas, la manera en que la sociedad de acogida vive la experiencia de los refugiados y las relaciones entre los vecinos.
El relato de la trama continúa, cronológicamente, en el capítulo siguiente y último, donde se rastrea la vida de los antiguos refugiados en el exilio o en la cárcel, la vuelta a sus poblaciones de origen tras la guerra y los instrumentos de dominación y resistencia que se perciben, analizando tanto la resistencia política de la subversión como la resistencia económica del contrabando.
El texto del libro –que ha traducido Susana Gil Llinás- se cierra con un nutrido apartado de fuentes y referencias bibliográficas, donde destacan las de carácter oral, entrevistas y testimonios de supervivientes y testigos de la historia, cuidadosamente registradas y referenciadas.
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Hay varios libros en este libro clave de Dulce Simões.
Es un libro sobre la guerra, sí, y un libro sobre la frontera. Es un libro sobre la guerra en la frontera, y en ese sentido es un libro de historia, ya que cuenta con esos dos parámetros convencionales, espacio y tiempo, de todo relato histórico, pero aunque utilice los acontecimientos alrededor de Barrancos como armazón de su relato, Dulce Simões está más interesada en la pervivencia de los hechos en el presente, en los hombres y mujeres del presente, que en la investigación de los hechos del pasado, aunque inevitablemente deba partir de ésta para averiguar aquella. Por eso es también, y fundamentalmente, un libro de antropología.
Y por eso, a pesar de ser un libro sobre un acontecimiento es, sobre todo, un libro sobre la memoria, sobre la memoria de ese acontecimiento en quienes lo vivieron y en quienes hoy viven en las localidades involucradas. Es un libro sobre los mecanismos de conservación de la memoria y su muestra en el rastro oral. Sobre esa memoria colectiva y cómo en ella también se dirime la pugna entre el poder y las gentes, sobre esa memoria colectiva y cómo en ella se aprecian los procesos de dominación del poder y las estrategias de resistencia de las gentes.
Según las propias palabras de Dulce:
En el pueblo de Barrancos, como en cualquier otro lugar, memoria y futuro, pasado y futuro son inseparables. En los lugares, como en la vida, el tiempo se abre bajo nuestros pasos y se proyecta en un presente detrás y delante de nosotros, sobre el antes y sobre el devenir. En contextos de aceleración histórica de cambio de experiencias traumáticas o de conflictos, los individuos inician una lucha por la comprensión de los acontecimientos que los empuja a recordar en función de las necesidades presentes, construyendo un sentido sobre un pasado que sea significativo para el futuro.
Este es un libro sobre el poder, sobre los mecanismos de dominación del poder, pero también un libro sobre la periferia, sobre los márgenes geográficos y sociales de una frontera apartada y de sus pobladores. Y, en este sentido, es un libro sobre lo local, sobre las comunidades locales, sobre lo rural y la ruralidad.
Decía al comienzo de mi intervención que el libro de Dulce, que comienza con esas dos palabras tan nacionalistas como “frontera” y “guerra”, no trata, paradójicamente, de naciones. Y es que este es un libro sobre pueblos, en el triple sentido que los diccionarios atribuyen a este vocablo. Un libro sobre el pueblo de la frontera, esto es, sobre el conjunto de los habitantes que habitan en la raya, más allá del país al que pertenezcan. Pero también es un libro sobre el pueblo, es decir, la gente común y humilde de esa zona. Y, finalmente, un libro sobre pueblos, y más concretamente sobre los de Barrancos, Encinasola y Oliva de la Frontera.
Pero aunque no sea un libro de naciones, es un libro sobre identidades. Un libro sobre la identidad más interesante que existe, que es la heterogénea, la identidad de la mixtura, de la mezcla, de la diversidad, de la frontera, de la impureza de las gentes que se mezclan con otras sobre el terreno frente al afán uniformizador de las naciones ideadas por los poderosos.
Y, finalmente, es también un libro sobre la solidaridad como valor de identidad de las comunidades locales. Aunque esa solidaridad sea analizada críticamente por la autora, que no oculta también los conflictos y los aspectos menos amables de ese roce convivencial entre barranqueños y españoles.
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Ese carácter dual de la obra de Dulce, del que hablaba antes y que se aprecia en esta enumeración de los posibles libros que contiene, sólo se trunca en el hecho incontrovertible de que es un libro sin dobleces, único en su calidad. Está hecho con un mimo exquisito, que aúna el detalle en la exposición de los hechos, el cuestionamiento crítico y la profundidad en el análisis, el adecuado auxilio de fuentes escritas y orales y el sustento de una bibliografía exhaustiva. Sorprende que en un libro tan sólido, tan científico, la autora ―y eso redunda en la excelencia de la obra― haya logrado no desaparecer. Porque no es necesario que en una obra científica desaparezca el autor, aunque hubo un tiempo en que se pensó que las ciencias humanas debían trasladar la asepsia de las ciencias físicas para lograr la solvencia. La introducción de frecuentes referencias personales, la mención a experiencias relacionadas con la memoria de los hechos, sentidos de cerca,  dota de carnalidad al análisis y da pistas sobre hasta qué punto para Dulce Simões ―como ocurre con los empeños intelectuales bien vividos―  este libro y la investigación que lo soporta no ha sido, no es, un mero episodio bibliográfico sino una experiencia biográfica gozosa.  

sábado, 26 de abril de 2014

Juan Manuel Llerena, un intelectual apasionado y apasionante


Lo de hoy ha sido estupendo. El homenaje a un hombre pletórico, proteico, estupendo a sus 91 años mediados. ¡Qué tipo! Los Santos de Maimona, 12 de la mañana. Hemos intervenido: Ángel Bernal, Manuel Lavado, Juan Guardado, Juan Tovar, Antonio Zapata, Juan Santos Rincón y yo. Y todos rodeando a este portento de la naturaleza que es Manolo Llerena. En la foto, el homenajeado, mi amigo Juan Santos y yo. Aquí el texto que he leído en su homenaje. 



Al final resulta que, como decía Miguel de Unamuno, aquí, después de irnos, solo dejamos memoria. Si acaso. Por eso merece la pena ejercer la generosidad de la memoria con los otros, con los que merecen la pena de los otros, con los buenos de todos nosotros. Esa generosidad que llamamos reconocimiento, homenaje, admiración, recuerdo vivo.
Deberíamos hacer más homenajes. Basta con dedicar un tiempo a algunas de las mujeres, a algunos de los hombres, que hay en nuestros pueblos para darnos cuenta de lo que nos estamos perdiendo si no los conocemos más, del beneficio que nos hacen a todos por vivir y haber vivido de cara a la gente. Y de cuánto merecen un reconocimiento.
Homenajear a quien lo merece sin ser poderoso ―aunque algún poderoso, pocos, también se lo merezca― es uno de los ejercicios más honrados de la convivencia. Dicen que la solidaridad es la ternura de los pueblos. Pues bien, el reconocimiento  hacia los otros –no hacia los de arriba, sino hacia los iguales- es la fe de vida de una comunidad, el certificado de su verdadera convivencia.
Pero los homenajes hay que hacerlos en vida de la gente. Las elegías se hacen sin que pueda quejarse nadie. Y eso no vale. Para este empeño de reconocimiento ciudadano, público, cívico, de poco sirve tener al homenajeado en horizontal. Tiene que estar en pie.
Como hoy, felizmente, le ocurre a Juan Manuel Llerena.
Estamos ante uno de los más estimables intelectuales nacidos en esta Extremadura nuestra, y no solo por la persistencia de sus 91 años sino por su excelencia, por su hondura. No sólo por su largueza, sino por su anchura de vida.  
Dijo Engels que en la mano se concentra todo lo humano. Pero, en puridad, no es la mano lo que nos distingue, sino el intelecto, la capacidad de entender y crear, aunque esa actividad se aplique luego en lo cotidiano y en lo manual. Manolo Llerena pudo estudiar porque, precisamente, a su padre no le hacían falta sus manos. Él es una muestra de vida intelectual. Pero ni eso conlleva la frialdad que el tópico atribuye a lo de cuello para arriba ni tampoco significa que su vida haya seguido una única ruta.
La vida, el trayecto intelectual de José Manuel Llerena tiene, al menos tres ejes: la actividad docente, la tarea literaria y la reflexión y divulgación religiosa. Docencia, literatura y religión o por seguir el orden cronológico de sus apetencias durante su larga vida: religión, docencia y literatura. Y alguna incursión en la política y en el teatro, entre otros afanes. Y todo eso apasionadamente.
Nacido en Los Santos de Maimona, el 27 de diciembre de 1922, se crio entre Los Santos y Zafra. Fue estudiante –según él malo, pero no me lo creo- del instituto republicano de Zafra, alumno de José Pérez Gómez, de Lengua y Literatura; de José Perales Vidal, de Historia; de Enrique Canito, de Francés; de Eliseo Ortega, de Filosofía... Aquí vivió los años de la guerra, las heridas de la guerra, las muertes de la guerra.

Y después Badajoz y Madrid. Se libró de la mili de tres años de entonces gracias a ser hijo de sexagenario y sólo tener hermanas. Empezó a trabajar, alrededor de 1943, como oficinista en la Delegación Nacional de Juventudes de la Secretaría General del Movimiento. Gloria Fuertes, casi en la mesa de al lado. Hizo la carrera de Filosofía y Letras del 46 al 50. Después, asistió a un curso o dos de bibliotecario en la Biblioteca Nacional. Y salió en la portada de ABC vestido de Juan Tenorio, uno de los personajes literarios que promovió la Biblioteca Nacional en una fiesta hace, día arriba día abajo, exactamente 61 años.
Alrededor de los años 50 asiste a reuniones en la casa encendida, la casa de Luis Rosales. De la mano del poeta extremeño Alfonso Albalá y del narrador madrileño Medarno Fraile. A mitad de camino entre su vocación y su devoción, entre la carrera y las tertulias, en esos años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, conoce a Rafael Lapesa, a Dámaso Alonso, a Emilio García Gómez, a Carlos Bousoño, a Alfonso Sastre, a Sánchez Ferlosio, a Juan Guerrero Zamora…
De familia de hondas convicciones religiosas, es hombre religioso, pero como él dice más de la parte evangélica que de la dogmática. De joven fue colaborador desde el primer número, y luego secretario, de Espiritualidad Seglar, la revista del otro catolicismo frente al nacionalcatolicismo del régimen. La publicación la pagaba el teólogo Enrique Miret Magdalena y en ella confluyeron el filósofo José Luis Aranguren, el notario ultra Blas Piñar, el primero falangista y luego comunista padre Llanos, , el militar demócrata Luis Pinilla, el comunista Carlos París, Alfonso Prieto ―uno de los democristianos del Contubernio de Munich―, el sacerdote José María Javierre, En el primer número de Espiritualidad Seglar, Llerena escribe un artículo sobre un jesuita italiano, el padre Lombardi, fundador del Movimiento por un Mundo Mejor, que acababa de dar una conferencia en Madrid planteando una renovación del cristianismo.
Sobre esta época dirá Manolo Llerena
Aunque  por parte de todos había descontentos con el régimen,  estas reuniones  no tenían nada  de políticas , de tal modo que agotado el franquismo, de la vasija que  estábamos cociendo fueron a parar  cachos  a todas las “sensibilidades”, desde  Blas Piñar, colaborador en varios números, hasta el propio Miret  para citar el alma del grupo.
Pero permítaseme  decir sin  fundamento, pues  luego  viviría lejos de todos ellos, que bastantes  que entonces  apuntaban a contestatarios  no pasarían de la democracia  cristiana  conservadora. Lo más difícid de la libertad  es  tener el valor de ejercerla cuando ya no estamos oprimidos.

También de esta faceta de divulgador de publicaciones religiosas, montó en Madrid en 1954 una editorial con Pepe Ruiz, un chófer del Parque Móvil del Ministerio, que era apoderado del entonces torero y después dramaturgo Salvador Távora. La editorial se llamó Ediciones del Pez y sacó dos libros. Uno del propio Miret Magdalena, ¿Qué eran los sacerdotes obreros?, y otro de un autor americano,  Leo J. Trese, Vaso de Arcilla.
Para Manolo Llerena, la docencia comienza, si mis datos no son erróneos, en Azuaga, a los 33 años, al ser nombrado director del Instituto Laboral, donde como luego veremos tuvo hasta que comprar autocares. Allí estuvo de 1955 a 1958. Uno de esos años, 1956, se casó en Madrid. Le viven 6 hijos.
Tras unos meses en la capital, en el Ministerio, pasó a La Carolina, desde 1959 a 1966. Y una tarde de domingo de octubre de 1966 llegó a El Ejido, en Almería, por entonces aún parte del municipio de Dalías, para poner en marcha el instituto. A Juan Manuel Llerena le encomendaban la puesta en marcha de centros educativos atendiendo a que, además de su formación docente y de sus clases de Lengua y Literatura, atesoraba una experiencia administrativa, burocrática, de sus años ministeriales en Madrid. Y ese Llerena gestor, experto en administración de centros, es otra de las facetas de una vida multiforme, que compagina ―agua y aceite― con su afición al teatro, y a su fomento en los centros docentes por los que ha pasado, por la que ha recibido el reconocimiento de sus alumnos.
Se jubiló en el instituto granadino “Mariana Pineda” de El Zaidín, adonde llega por traslado en 1979 después de algún rifirrafe político.
Manolo Llerena tiene mucha inquietud política. En sus textos hay frecuentes menciones a la política y a los problemas sociales. Suele abordar estos asuntos desde posiciones progresistas. De El Ejido fue concejal en los últimos años del franquismo por el tercio de entidades culturales, pero por poco lo linchan. Eran los años en los que El Ejido (y Manolo Llerena) reivindicaba su segregación del municipio de Dalías, al que pertenecía. Acabó consiguiendo su autonomía, pero no sin conflictos y disturbios de los que fue una de las víctimas nuestro homenajeado de hoy.
A Juan Manuel Llerena le hubiera gustado ser escritor, y lo es, pero no publicó su primer libro hasta que se jubiló. Aunque escribe desde joven. Llegó a presentar un libro, hoy perdido, al premio Adonais el año que ganó Valente, en 1954. Ya jubilado ha publicado tres libros de poemas: Desde El Ejido, La Realidad, el Tiempo y los Adjetivos, y El camino del Amarillo. No hablo de su poesía, que abordará luego Juan Santos Rincón, pero sí me gustaría señalar que sus textos memorísticos merecerían, sobre todo aquí, en Los Santos de Maimona, una edición patrocinada. No sabéis la que os estáis perdiendo por no tener ya editados esos magníficos Itinerarios de un adolescente o el resto de fragmentos de la memoria de Manolo Llerena que, en cierto modo, es la memoria de todos vosotros y vosotras, la memoria de Los Santos de Maimona de finales del primer tercio del siglo XX.
No sé si fruto de su larga vida o de la convicción de que –como decía al comienzo- sólo somos memoria, la obra literaria de Manolo Llerena es esencialmente memorística, está basada sobre todo en el recuerdo de lo vivido, de la pasión por lo vivido.
Y lo que él ha vivido apasionadamente ha sido mucho como hombre de letras, poeta, editor, gestor, escritor y maestro. En definitiva, como intelectual apasionado.

Manolo, gracias por tu vida. 

miércoles, 23 de abril de 2014

Zambrano




23 de abril, Día del Libro. Bajo al buzón y el heraldo me trajo Lo que dejó la lluvia, el último poemario de José Antonio Zambrano, publicado por Calambur con la colaboración de la Editora Regional de Extremadura. José Antonio nos leyó los poemas de este libro en Zafra el año pasado, 16 de marzo, en una de las sesiones ahora interrumpidas, ¡ay!, de "Poesía en el Dropo", los encuentros alrededor de poesía inédita cercana organizados por el Colectivo Manuel J. Peláez.

viernes, 18 de abril de 2014

La última resignación de Gabo


Esta mañana he vuelto a leer "La tercera resignación", el primer cuento del libro de relatos Ojos de perro azul, de Gabriel García Márquez. Fue el primero que leí de él, el día que cumplí 17 años, y con el que me enganché a su literatura. Y también fue el primero que él mismo vio publicado en su vida. Lo que fue una primicia para él lo fue también para mí.

En sus memorias primeras, Vivir para contarla, García Márquez escribe lo siguiente, tras saber -el 13 de septiembre de 1947- que el cuento se había publicado en El Espectador:

Mi primera reacción fue la certidumbre arrasadora de que no tenía los cinco centavos para comprar el periódico.
La lectura de hoy, con GGM de corpore in sepulto, me ha resultado un tanto tétrica, más allá del tono macabro del relato. Todo sea por el maestro que "sabrá entonces que va a subir por los vasos capilares de un manzano y a despertarse mordido por el hambre de un niño en una mañana otoñal".