Supongo que, a la mayoría, la
isla de Jersey tan sólo le sonará, si acaso, a paraíso financiero. Es uno de esos sitios
del mundo donde se puede montar una empresa sin obligación de residir y sin
pagar apenas impuestos. Y eso anima mucho a algunos a situar allí capitales
evadidos de otros países de fiscalidad más rigurosa. Pero supongo que, a la
mayoría, ubicar esta isla en el mapa ya le será más difícil. Y es que es una
rareza geográfica, en el archipiélago del Canal, entre Inglaterra y Francia. Allí,
pegada a las costas de Normandía y hablando francés buena parte de sus
habitantes, la isla es, a pesar de eso, territorio inglés. Bueno, más o menos,
porque ya se sabe lo peculiares que son las posesiones que Su Majestad tiene
desperdigadas por el orbe. La isla de Jersey, a pesar de su cercanía, no forma parte
de la Unión Europea y fue el único trozo del Reino Unido que durante la II
Guerra Mundial cayó en manos de los nazis. Además, Jersey, la Cesarea de los
romanos y la cuna de las famosas vacas de su nombre, ha sido siempre lugar de
proscripción. Fue la Fuerteventura de Víctor Hugo, su “jardín del mar”, su
refugio de exiliado. A partir de 1852, tras el golpe de Estado de Luis
Napoleón, el gran escritor francés se aficionó allí a la práctica de “las mesas
giratorias”, del espiritismo. Y gracias a la güija creyó entrar en contacto con
las principales celebridades muertas de la historia e, incluso, alguna de ellas
le dictó sus versos.
Vale, ¿y Extremadura?
Pues, que estoy por solicitar el
hermanamiento entre esa isla extraña y esta tierra extrema. Porque allí
vivieron hace casi dos siglos algunos de los más clarividentes españoles del
siglo XIX, varios de ellos extremeños, huidos de España por la persecución
política de Fernando VII. Ahora que se habla tanto de los hombres de la
Constitución del 12, Jersey fue la isla de los liberales, el sitio donde muchos
de ellos esperaron con sus familias a que muriera el rey para volver a la
patria. Hasta cuatrocientos españoles vivieron en la isla, sobre todo a partir
de 1826, cuando la colonia española refugiada en el barrio londinense de Somers Town se trasladó masivamente a la
mayor de las islas de La Mancha. Frente a la más difícil vida urbana de
Londres, en Jersey los refugiados podían vivir de la agricultura y de la ganadería
y disfrutar, al menos, de un clima más benigno, aunque ventoso. Otra oleada de emigrados llegó a la isla,
también desde Londres, en 1830, cuando la entronización en París del rey
burgués Luis Felipe de Orleans hacía presagiar cambios en España.
En Jersey se convirtió a la
educación el médico zamorano de Valencia de Alcántara Pablo Montesino, después responsable
―como director
general de Educación a partir de 1836―
de levantar el sistema educativo del Estado liberal, fundador de la primeras escuelas
normales de maestros e impulsor de las escuelas de párvulos. Él escribió allí
su primera obra pedagógica ―aún
inédita― Las Noches de un emigrado mientras su
hijo Cipriano Segundo, que llegaría a ser el primer ingeniero español y, por su
matrimonio con la sobrina de Espartero, duque consorte de la Victoria,
correteaba por los campos. Allí vivió modestamente el magistrado de Serradilla
y luego ministro de la Gobernación, Diego González Alonso. Y allí escribió su
hija, Ignacia González Alonso, un delicioso tratado sobre Agricultura en Jersey en el que nos cuenta, entre otros detalles de
la vida de los isleños, cómo su padre criaba guarros que a los nueve meses
pesaban doce arrobas.
Aunque sin confirmación, algunas
fuentes sitúan también en Jersey durante algún momento del exilio a otros
extremeños: José Landero y Corchado, de Alburquerque, luego ministro de Gracia
y Justicia; Antonio González y González, de Villanueva del Fresno, que fue
presidente del Gobierno ―quizá
con demasiado dinero para el tipo de emigrado que recaló en Jersey― y el gran Bartolomé
José Gallardo, de Campanario, bibliófilo, también extraño para una isla con tan
pocos libros.
Jersey se merece un viaje, qué
digo: una peregrinación. En medio del Canal de la Mancha, en una noche ventosa,
con el oleaje pegando contra las rocas del islote, podríamos convocar a los
espíritus de un buen grupo de sabios liberales, varios extremeños, que se
refugiaron aquí, entre las mejores vacas del mundo, huyendo de la intolerancia
de sus compatriotas.
(Publicado en la revista Informe Semanal de Extremadura del 5 de mayo de 2012)
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