Hay una historia de mi infancia que nunca he logrado reconstruir del todo y por eso tampoco he sido capaz de olvidarla. Tenía unos catorce años y, no sé cómo, traté durante un tiempo a una ricachona bohemia y a un fraile. Ambos ya eran mayores. Ella era una mujer enjuta, solitaria, fumadora, llena de joyas, viajera de un lado para otro. Cuando pasaba por Zafra se hospedaba en el Parador. A veces se le veía, acodada y bebida, en las barras de los bares de la plaza Grande. Él era un viejo misionero claretiano que, tras muchos años en América y África, vivía entonces en el convento de El Rosario.
A los tres nos unían los sellos. Y nos reuníamos para intercambiarlos en una de las estancias del cenobio. Recuerdo vagamente alguna conversación de política (eran los últimos meses del franquismo) y una referencia al asesinato de John F. Kennedy (que el fraile atribuía a su condición de católico). Ambos me trataban como si yo fuera un adulto y me contaban algunas de sus peripecias por el mundo. Tras varios encuentros, aquella relación se acabó y nunca más supe de ellos.
La historia es extraña y mi memoria la conserva hecha jirones. Quizá por ello nunca he sido capaz de quitármela de la cabeza. Merecería el sosiego de un recuerdo nítido. Sólo así podría olvidarla.
A los tres nos unían los sellos. Y nos reuníamos para intercambiarlos en una de las estancias del cenobio. Recuerdo vagamente alguna conversación de política (eran los últimos meses del franquismo) y una referencia al asesinato de John F. Kennedy (que el fraile atribuía a su condición de católico). Ambos me trataban como si yo fuera un adulto y me contaban algunas de sus peripecias por el mundo. Tras varios encuentros, aquella relación se acabó y nunca más supe de ellos.
La historia es extraña y mi memoria la conserva hecha jirones. Quizá por ello nunca he sido capaz de quitármela de la cabeza. Merecería el sosiego de un recuerdo nítido. Sólo así podría olvidarla.
Piensa que fué un sueño...
ResponderEliminar...y los sueños, sueños son...
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