sábado, 10 de noviembre de 2007

La mujer y el fraile


Hay una historia de mi infancia que nunca he logrado reconstruir del todo y por eso tampoco he sido capaz de olvidarla. Tenía unos catorce años y, no sé cómo, traté durante un tiempo a una ricachona bohemia y a un fraile. Ambos ya eran mayores. Ella era una mujer enjuta, solitaria, fumadora, llena de joyas, viajera de un lado para otro. Cuando pasaba por Zafra se hospedaba en el Parador. A veces se le veía, acodada y bebida, en las barras de los bares de la plaza Grande. Él era un viejo misionero claretiano que, tras muchos años en América y África, vivía entonces en el convento de El Rosario.

A los tres nos unían los sellos. Y nos reuníamos para intercambiarlos en una de las estancias del cenobio. Recuerdo vagamente alguna conversación de política (eran los últimos meses del franquismo) y una referencia al asesinato de John F. Kennedy (que el fraile atribuía a su condición de católico). Ambos me trataban como si yo fuera un adulto y me contaban algunas de sus peripecias por el mundo. Tras varios encuentros, aquella relación se acabó y nunca más supe de ellos.

La historia es extraña y mi memoria la conserva hecha jirones. Quizá por ello nunca he sido capaz de quitármela de la cabeza. Merecería el sosiego de un recuerdo nítido. Sólo así podría olvidarla.

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