Justo Vila es uno de los intelectuales imprescindibles de Extremadura. Aúna la pasión del militante y la reflexión del hombre de cultura (o al revés, porque no hay meditación mayor que la del obrero). Él y yo nos hemos encontrado muchas veces en la vida y siempre yo de aprendiz: en el sindicato, en la política, en la educación, en la historia, en la literatura... Por eso puedo decir, con algo de guasa, parafraseando a Dalí sobre Picasso y sin que haga falta salvar distancias evidentes, que:
Justo es extremeño, yo también;
historiador, yo también;
de Comisiones Obreras, yo también;
fue del PCE y de IU , yo también;
es del PSOE, yo tampoco.
Reabrió la brecha de la Trinidad ―pero hacia el otro lado― cuando nos aproximó a lo que también pasó en estas tierras durante la guerra (más allá de héroes legionarios) con su Extremadura: la guerra civil, de 1983, pionera para todos los que después hemos llegado. Y aunque en los últimos lustros ha oficiado más en el altar de la imaginación que en el de la historia, sus novelas tienen la marca del cronista: La agonía del búho chico, La memoria del gallo e, incluso, Siempre algún día.
Por eso Justo Vila estaba casi predestinado a escribir una novela como ésta. Era evidente que su pasión por lo ocurrido en Badajoz en 1936 y su pericia como escritor acabarían coincidiendo alrededor de un texto.
A mi abuelo lo mataron en la plaza de toros de Badajoz. Así comienza esta novela, en boca del nieto de Rafael Alcántara, un maestro de escuela fusilado en agosto de 1936. Y en los siguientes párrafos nos relata toda la historia. Según la teoría de la novelística, a partir de ahí se habría acabado el misterio. Pero perdida la intriga, el autor somete a su novela a un reto importante: sostenerse viva no por lo que esconde sino por lo que cuenta. Las palabras de ese nieto constituyen uno de los ejes narrativos de la obra, junto a los recuerdos de Marcelo Rojas, un miliciano sobreviviente de la masacre de la plaza, y el diario del falangista Benito Albarrán. Esos tres narradores (y un omnisciente que a veces sobrevuela la trama) van enhebrando la novela, que arranca realmente con la toma de tierras por los campesinos en la madrugada del 25 de marzo de 1936 y finaliza tras la sangre de agosto del 36 vertida en y por esa misma tierra.
Quizás no sea yo la persona más idónea para hablar de esta novela. Aunque siempre poco, algo sé de lo ocurrido entonces y soy incapaz de imaginarme historias paralelas a la historia crucial de aquellos días. Creo que este libro le va a gustar sobre todo a los que no saben qué ocurrió durante la Guerra Civil en Badajoz. Y esto que digo no es demérito para la obra. Acerca de los hechos, la historia casi siempre necesita de lupas y la literatura de catalejos. Para quien conoce la textura de los árboles de poco vale mirar el bosque de lejos; en cambio, a uno le gustaría meter el ojo dentro de la lente para ver mejor aquello que nunca ha visto.
Lunas de agosto está magníficamente escrita (Justo escribe muy bien) y tiene muchos pasajes brillantes y de intensa emoción. He disfrutado leyéndola. Dice en su publicidad la editorial Del Oeste Ediciones que Lunas de Agosto es “la novela de la Guerra Civil en Badajoz”. Sin duda lo es. Y aunque tengo dudas sobre algún aspecto de la novela, se las contaré a solas al autor, porque para eso es mi amigo.
Por cierto, no hubo lunas a mediados de agosto del 36. Justo lo sabe. Si las hubiera habido todo se habría sabido y no harían falta novelas como ésta.
Lunas de Agosto se presenta el próximo jueves, 1 de febrero de 2007,
a las 19.30 horas, en el Palacio de Congresos de Badajoz.
La presentación la hará Juan Carlos Rodríguez Ibarra.
Justo es extremeño, yo también;
historiador, yo también;
de Comisiones Obreras, yo también;
fue del PCE y de IU , yo también;
es del PSOE, yo tampoco.
Reabrió la brecha de la Trinidad ―pero hacia el otro lado― cuando nos aproximó a lo que también pasó en estas tierras durante la guerra (más allá de héroes legionarios) con su Extremadura: la guerra civil, de 1983, pionera para todos los que después hemos llegado. Y aunque en los últimos lustros ha oficiado más en el altar de la imaginación que en el de la historia, sus novelas tienen la marca del cronista: La agonía del búho chico, La memoria del gallo e, incluso, Siempre algún día.
Por eso Justo Vila estaba casi predestinado a escribir una novela como ésta. Era evidente que su pasión por lo ocurrido en Badajoz en 1936 y su pericia como escritor acabarían coincidiendo alrededor de un texto.
A mi abuelo lo mataron en la plaza de toros de Badajoz. Así comienza esta novela, en boca del nieto de Rafael Alcántara, un maestro de escuela fusilado en agosto de 1936. Y en los siguientes párrafos nos relata toda la historia. Según la teoría de la novelística, a partir de ahí se habría acabado el misterio. Pero perdida la intriga, el autor somete a su novela a un reto importante: sostenerse viva no por lo que esconde sino por lo que cuenta. Las palabras de ese nieto constituyen uno de los ejes narrativos de la obra, junto a los recuerdos de Marcelo Rojas, un miliciano sobreviviente de la masacre de la plaza, y el diario del falangista Benito Albarrán. Esos tres narradores (y un omnisciente que a veces sobrevuela la trama) van enhebrando la novela, que arranca realmente con la toma de tierras por los campesinos en la madrugada del 25 de marzo de 1936 y finaliza tras la sangre de agosto del 36 vertida en y por esa misma tierra.
Quizás no sea yo la persona más idónea para hablar de esta novela. Aunque siempre poco, algo sé de lo ocurrido entonces y soy incapaz de imaginarme historias paralelas a la historia crucial de aquellos días. Creo que este libro le va a gustar sobre todo a los que no saben qué ocurrió durante la Guerra Civil en Badajoz. Y esto que digo no es demérito para la obra. Acerca de los hechos, la historia casi siempre necesita de lupas y la literatura de catalejos. Para quien conoce la textura de los árboles de poco vale mirar el bosque de lejos; en cambio, a uno le gustaría meter el ojo dentro de la lente para ver mejor aquello que nunca ha visto.
Lunas de agosto está magníficamente escrita (Justo escribe muy bien) y tiene muchos pasajes brillantes y de intensa emoción. He disfrutado leyéndola. Dice en su publicidad la editorial Del Oeste Ediciones que Lunas de Agosto es “la novela de la Guerra Civil en Badajoz”. Sin duda lo es. Y aunque tengo dudas sobre algún aspecto de la novela, se las contaré a solas al autor, porque para eso es mi amigo.
Por cierto, no hubo lunas a mediados de agosto del 36. Justo lo sabe. Si las hubiera habido todo se habría sabido y no harían falta novelas como ésta.
Lunas de Agosto se presenta el próximo jueves, 1 de febrero de 2007,
a las 19.30 horas, en el Palacio de Congresos de Badajoz.
La presentación la hará Juan Carlos Rodríguez Ibarra.