Hace un par de semanas terminé la biografía de Antonio Machado escrita por Gibson y cuya lectura ya he comentado aquí en dos ocasiones. El libro es estimable, pero no creo que sea la mejor semblanza que ha salido de la pluma del hispano irlandés. Sé que varios críticos la han alabado, entre ellos nuestro Santos Domínguez, pero a mí se me antoja una biografía “demasiado” literaria. Y no es esa la “marca de la casa”, porque la incursión de Gibson en el también poeta Lorca fue menos filológica. Quizás se me diga que don Antonio lo exigía. Puede ser. Pero creo que I. G. intenta hacer de la necesidad virtud, y suple con los comentarios de poemas pasajes de la vida de Machado de los que poco se conoce. Esta objeción no desmerece el conjunto, que alcanza momentos brillantes, como por ejemplo cuando trata la relación del poeta y Pilar Valderrama.
Mientras leía Ligero de equipaje se han ido cruzando otros libros, como El fuego secreto de los filósofos de Patrick Harpur, Ellos lo vivieron, de Francisco Pilo o la última edición de Las personas del verbo, de Gil de Biedma, editada por Círculo de Lectores, y cuya lectura siempre es un gozo, doble si se añade el prólogo de James Valender.
Harpur ha escrito en Atalanta un sugerente ensayo sobre la imaginación, al que dedicaré unas notas aparte en los próximos días. La de Pilo es la tercera edición “corregida y aumentada” de su libro sobre los “sucesos de Badajoz y su provincia durante los meses de julio y agosto de 1936”. La primera vez que el bueno de Pilo se acercó a la historia de la guerra civil en la capital pacense resultó simpática la tentativa. Neófito y profano, urdió una crónica mal escrita, nada profesional, pero muy fundada en testimonios orales y con descubrimientos interesantes. Aunque no una notable aportación bibliográfica, sí era una fuente a tener en cuenta. Lo de esta tercera edición ya no tiene tanta gracia. Sigue escribiendo mal, de forma inconexa, y le da vuelta a los mismos temas sin aprender dos cuestiones básicas para todo historiador: que antes de uno han escrito otros y hay que criticarlos (sin esa vocación historiográfica no hay progreso en esta ciencia), y que es una torpeza escribir la historia enjuiciando el valor o el miedo de los personajes (en las guerras hay poca épica). Sin duda venderá su libro, pero no creo que entre en la casa de Marc Bloch.
Concluido estos libros apresto otros para la lectura. El primero, En un bosque extranjero, del ya citado Santos Domínguez. Después, Alas, de Inma Chacón, de apariencia externa tan similar al Cuatro gotas de Dulce. También espera el último de Preston, La Guerra Civil Española, reedición muy ampliada; Los mejores cuentos, de Sergio Pitol, y La construcció de la identitat de Josep Fontana (yo también leo catalán en la intimidad... del autobús).