acude desde la sombra del lienzo,
como la idea previa a un poema.
En el gesto, aún, las leguas del viaje;
sobre los hombros, la capa;
y el sombrero, que hubo de cubrirlo,
asido próximo a la espada y abierto
como un pozo en el centro del cuadro.
El mensajero trae en la memoria
cien mujeres de postas, los paisajes,
ciertos seres fantásticos
y ese polvo de siglos que acompaña
cada verso o visita que el artista recibe.
Se sitúa en plena luz, donde el asombro
coincida con sus ojos, en el vértice
de la emoción y los juicios:
donde una palabra iluminada.
Inclina el rostro y la mano extendida
ofrece, silenciosa, el recado
a quien no vemos pero asiste.
¿Quién recogerá el aviso? ¿qué nuevas
anuncia el emisario que traslada una letras
más allá de este cuadro de Ricci?
Elude fray Juan la respuesta
y prefiere -como ahora el poeta-
entregar a su dueño, sin abrir, la noticia
como la idea previa a un poema.
En el gesto, aún, las leguas del viaje;
sobre los hombros, la capa;
y el sombrero, que hubo de cubrirlo,
asido próximo a la espada y abierto
como un pozo en el centro del cuadro.
El mensajero trae en la memoria
cien mujeres de postas, los paisajes,
ciertos seres fantásticos
y ese polvo de siglos que acompaña
cada verso o visita que el artista recibe.
Se sitúa en plena luz, donde el asombro
coincida con sus ojos, en el vértice
de la emoción y los juicios:
donde una palabra iluminada.
Inclina el rostro y la mano extendida
ofrece, silenciosa, el recado
a quien no vemos pero asiste.
¿Quién recogerá el aviso? ¿qué nuevas
anuncia el emisario que traslada una letras
más allá de este cuadro de Ricci?
Elude fray Juan la respuesta
y prefiere -como ahora el poeta-
entregar a su dueño, sin abrir, la noticia
Hoy, hojeando un catálogo antiguo de la colección pictórica del Banco Hispano Americano, me he vuelto a topar con el lienzo “El mensajero” de fray Juan Ricci (1600-1681). Este poema lo escribí hace diez años y se lo dediqué a Luciano Feria pero nunca lo había publicado junto a la imagen que lo inspiró. Un antojo que me permite el blog.
Estupenda primicia. Que se repitan los antojos. Abrazos.
ResponderEliminarGracias, Álvaro, pero la única primicia es publicarlo junto al lienzo. Ya había aparecido en alguna antología.
ResponderEliminarjosemarialama
A esa primicia me refiero. Eso por no hacer alusión a que cada nueva lectura es la primera. La primera que uno hace siendo el que (de nuevo) es.
ResponderEliminarGracias por el aviso. Leí con gusto tu poema inspirado en el cuadro de El Mensajero y he leído, igualmente, tu 'elogio del Macintosh', que así podríamos titular tu evocación nostálgica de esta excelente herramienta de trabajo. Yo estuve una vez enamorado de un Macintosh portátil, bellísimo, que vi en El Corte Inglés. Pero cuando, al día siguiente, fui a formalizar la compra, ya alguien se me había anticipado."Era blanco y rubio, como la cerveza"...como dice la copla.Y tenía en su piel el tatuaje de la simbólica manzana. No he vuelto nunca más a ver otro igual.
ResponderEliminarSaludos.
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