No pudo hablar. Hace unos días que se enteró de la noticia y desde entonces ha repetido que si le hubiera tocado el gordo de Navidad no habría sentido tanta alegría. Pero hoy no ha podido hablar. Rafael Caraballo Cumplido, 86 años, ha recibido en Zafra y de manos de Libertad González el galardón “José González Barrero”, por simbolizar la lucha y los sufrimientos a los que se vieron abocados millares de españoles encarcelados durante la guerra civil y el franquismo. Y ni siquiera ha podido agradecerlo en público. El recuerdo de los sufrimientos pasados le ha atorado la garganta.
Nació en Peñarroya (Córdoba), aunque desde pequeño ha estado vinculado a Jerez de los Caballeros y Oliva de la Frontera. Tras el golpe de Estado de 1936 su familia se trasladó a Portugal, donde estuvo refugiada en campos de concentración y otras dependencias en Barrancos, Évora y Lisboa. El 10 de octubre de 1936 Rafael embarcó con sus familiares en el barco Nyassa y emprendió viaje junto a muchos otros españoles hacia Tarragona. A los 16 años se incorporó al frente de Aragón y meses después, encuadrado en el Ejército Popular de la República, estuvo en el Frente de Extremadura. Cerca de Puerto Peña, en la última zona extremeña republicana, le cogió el final de la guerra. Detenido en Siruela, fue encerrado en el famoso campo de concentración de Castuera durante un año. Y después siguió preso en Almendralejo, en Madrid, en Algeciras y en Conil de la Frontera, donde integró uno de los batallones de trabajadores (ver Espacios, lugares y personas de la Guerra Civil en la provincia de Badajoz, de Ángel Olmedo y Joxe Izquierdo, Diputación de Badajoz, 2005).
Rafael reúne en su vida muchas vidas; su experiencia resume los avatares de muchos republicanos extremeños durante la guerra y la posguerra. Tuvo el triste privilegio de embarcarse en el Nyassa junto a Puigdengolas, jefe militar republicano de Badajoz, y al gobernador civil, Granados; resistió en la Bolsa de la Serena hasta el final; sufrió el campo de concentración de Castuera al mando del cruel Navarrete y fue explotado en los batallones de trabajadores de la posguerra.
Es la primera vez en la vida que se le reconoce el sufrimiento. Todas sus hijas, todos sus nietos, todos sus bisnietos estaban delante. Y amigos, conocidos... Recordando juntos, recuperando algo que a nosotros se nos había hurtado y a él no se le había permitido esclarecer en público: la memoria, la puñetera memoria. Esa que a otros les pone de los nervios.
Nació en Peñarroya (Córdoba), aunque desde pequeño ha estado vinculado a Jerez de los Caballeros y Oliva de la Frontera. Tras el golpe de Estado de 1936 su familia se trasladó a Portugal, donde estuvo refugiada en campos de concentración y otras dependencias en Barrancos, Évora y Lisboa. El 10 de octubre de 1936 Rafael embarcó con sus familiares en el barco Nyassa y emprendió viaje junto a muchos otros españoles hacia Tarragona. A los 16 años se incorporó al frente de Aragón y meses después, encuadrado en el Ejército Popular de la República, estuvo en el Frente de Extremadura. Cerca de Puerto Peña, en la última zona extremeña republicana, le cogió el final de la guerra. Detenido en Siruela, fue encerrado en el famoso campo de concentración de Castuera durante un año. Y después siguió preso en Almendralejo, en Madrid, en Algeciras y en Conil de la Frontera, donde integró uno de los batallones de trabajadores (ver Espacios, lugares y personas de la Guerra Civil en la provincia de Badajoz, de Ángel Olmedo y Joxe Izquierdo, Diputación de Badajoz, 2005).
Rafael reúne en su vida muchas vidas; su experiencia resume los avatares de muchos republicanos extremeños durante la guerra y la posguerra. Tuvo el triste privilegio de embarcarse en el Nyassa junto a Puigdengolas, jefe militar republicano de Badajoz, y al gobernador civil, Granados; resistió en la Bolsa de la Serena hasta el final; sufrió el campo de concentración de Castuera al mando del cruel Navarrete y fue explotado en los batallones de trabajadores de la posguerra.
Es la primera vez en la vida que se le reconoce el sufrimiento. Todas sus hijas, todos sus nietos, todos sus bisnietos estaban delante. Y amigos, conocidos... Recordando juntos, recuperando algo que a nosotros se nos había hurtado y a él no se le había permitido esclarecer en público: la memoria, la puñetera memoria. Esa que a otros les pone de los nervios.
Si por su mente pasó aunque sólo fuese una pequeña parte de lo que vivió, y pudo pensar que todo acabó, que salió de todo aquello y podía contarlo y compartirlo con los suyos, con tantos, no me extraña que fuese incapaz de hablar. Lo que me extraña es que no cayese de rodillas llorando sin parar, lleno de dolor y de agradecimiento a no sé quién.
ResponderEliminarFelicidades (y cuidado con sus amigos).
Me parece que más de uno se va a poner de los nervios en el futuro a causa de la memoria histórica; es un hecho que tienen que aceptar, como en el pasado otros tuvieron que acoplarse a las circunstancias que les tocó vivir tan injustas.
ResponderEliminarMenos mal que llegan tiempos para el reconocimiento de esas personas que lo tuvieron todo en contra.
Gracias por el excelente post.
Saludos.
¿Sabéis lo mejor de todo esto? es que encima se lo tomaba con humor, al menos con nosotros. Nunca nos transmitió el odio que el y otras personas recibieron durante años de esta banda de criminales.
ResponderEliminarDe vez en cuando, como le sucedió en aquella ocasión, se venía abajo.
¡Lo que no habrán visto esos ojos! poca factura se han cobrado. Muy pocas.