Ayer presentó en Zafra el dramaturgo Agustín Iglesias (Madrid, 1953) su
último libro, Matilde Landa no está en
los cielos, en un acto organizado por el Colectivo Manuel J. Peláez. Tras
la morosa presentación de Juan Antonio Hormigón, secretario general de la
Asociación de Directores de Escena de España, el grupo de teatro La Oveja Negra
hizo una magnífica lectura dramatizada de varias de las escenas del libro, para
acabar el autor hablando y dialogando con el público sobre su obra.
Se trata de un texto de teatro basado en una historia real, en el que se
recrean varias conversaciones enlazadas, a modo de combate dialéctico, entre dos
mujeres muy distintas: Matilde Landa (dirigente comunista, natural de Badajoz,
recluida tras la Guerra Civil en Palma de Mallorca) y Bárbara Pons (una de las
catequistas de Acción Católica encargadas de su evangelización en la cárcel).
Agustín Iglesias convierte a ambos personajes en arquetipos de las dos Españas:
una empeñada en catequizar a la otra, quien se resiste a su bautismo hasta el
punto de preferir quitarse la vida a doblegarse.
Es un texto duro y brillante, escueto y sobrio, con alguna innovación formal
(los personajes llegan a interpelar al narrador y a cuestionar al autor) y de
tiempo (Bárbara y Matilde saltan al futuro y hablan del presente). Una obra ideológica
y de gran fuerza dramática, en la que el escritor, actor y director de la
compañía Guirigai (con sede en Los Santos de Maimona) ha dejado la huella de su notable experiencia teatral.
Y lo ha hecho a partir de la fascinante personalidad de la extremeña
Matilde Landa (1904-1942), en quien desemboca una larga tradición de
insurrección intelectual y política que enlaza lo mejor de nuestra historia y
ejemplifica la larga lucha de varias generaciones contra el oscurantismo y la carcundia. Ella encarna no sólo la tradición de los partidos obreros sino la
del republicanismo de fin del siglo XIX (de la que su padre, Rubén Landa, fue
uno de los principales representantes en Extremadura) y del liberalismo
decimonónico (con notables muestras en su tía abuela, Carolina Coronado; en su
bisabuelo, Nicolás Coronado −secretario progresista de la Diputación de
Badajoz−, y en su tatarabuelo, el doceañista Fermín Coronado).
Si su tatarabuelo Fermín fue asesinado en la cárcel de Almendralejo por
los esbirros de Fernando VII, si su abuelo Nicolás también sufrió cárcel por
mandato del rey felón y si su padre hubo de exiliarse en Francia tras
participar en la insurrección republicana de Badajoz en 1883, Matilde acabó
saltando en 1942 al patio de una cárcel para evitar un bautismo con el que
pretendían “limpiar” no sólo sus convicciones, sino las de sus antepasados. Agustín Iglesias revive a Matilde Landa y convierte la dramática peripecia personal de esta mujer en el símbolo de la resistencia cívica, aún hoy, de una de las Españas históricas.