Se lo acabo de decir a mi hermano Miguel Ángel: leo con fruición El cura y los mandarines de Gregorio Morán. El polémico ensayo de este periodista cercano a historiador me atrapa. Debo reconocer que las barbaridades que dice de unos y de otros escritores (de 1962 para acá) son, por excesivas y generalizadas, sospechosas, pero me cautiva la cultura de este hombre, al que conozco de algunos de sus libros anteriores, como el soberbio Miseria y grandeza del Partido Comunista de España, y por sus artículos, las "Sabatinas intempestivas" en La Vanguardia.
El cura y los mandarines tiene errores importantes. Como confundir a dos hombres de Ínsula, esa revista verde entre el erial: José Luis Cano y Enrique Canito, este último catedrático de francés del instituto republicano de Zafra (en la página 211 atribuye a Cano el sobrenombre de "Canito", mezclando en una única persona dos personalidades). Pero, a pesar de este y otros fallos, la lectura del libro merece la pena.
Es tal el número de sus damnificados que, en ese campo de batalla lleno de muertos y heridos por sus invectivas, me sorprendió mucho, como indemne elogiadísimo, Ángel Álvarez de Miranda. El casi desconocido historiador y escritor español de la mitad de siglo, padre de un reputado académico de la Lengua actual, es de los pocos que no es criticado en un libro del que debo escribir una nota de la que ya tengo el título: "Los supervivientes de la lengua... de Morán", o algo así. Y la encabezaré (por aquello de la A y del orden de aparición en la obra) con AAM.