Lo de hoy ha sido estupendo. El homenaje a un hombre pletórico, proteico, estupendo a sus 91 años mediados. ¡Qué tipo! Los Santos de Maimona, 12 de la mañana. Hemos intervenido: Ángel Bernal, Manuel Lavado, Juan Guardado, Juan Tovar, Antonio Zapata, Juan Santos Rincón y yo. Y todos rodeando a este portento de la naturaleza que es Manolo Llerena. En la foto, el homenajeado, mi amigo Juan Santos y yo. Aquí el texto que he leído en su homenaje.
Al final resulta que, como decía Miguel de Unamuno, aquí, después de irnos, solo dejamos memoria. Si acaso. Por eso merece la pena ejercer la generosidad de la memoria con los otros, con los que merecen la pena de los otros, con los buenos de todos nosotros. Esa generosidad que llamamos reconocimiento, homenaje, admiración, recuerdo vivo.
Deberíamos hacer más
homenajes. Basta con dedicar un tiempo a algunas de las mujeres, a algunos de
los hombres, que hay en nuestros pueblos para darnos cuenta de lo que nos
estamos perdiendo si no los conocemos más, del beneficio que nos hacen a todos
por vivir y haber vivido de cara a la gente. Y de cuánto merecen un
reconocimiento.
Homenajear a quien lo merece
sin ser poderoso ―aunque algún poderoso, pocos, también se lo merezca― es uno
de los ejercicios más honrados de la convivencia. Dicen que la solidaridad es
la ternura de los pueblos. Pues bien, el reconocimiento hacia los otros –no hacia los de arriba, sino
hacia los iguales- es la fe de vida de una comunidad, el certificado de su
verdadera convivencia.
Pero los homenajes hay que
hacerlos en vida de la gente. Las elegías se hacen sin que pueda quejarse
nadie. Y eso no vale. Para este empeño de reconocimiento ciudadano, público,
cívico, de poco sirve tener al homenajeado en horizontal. Tiene que estar en
pie.
Como hoy, felizmente, le
ocurre a Juan Manuel Llerena.
Estamos ante uno de los más
estimables intelectuales nacidos en esta Extremadura nuestra, y no solo por la
persistencia de sus 91 años sino por su excelencia, por su hondura. No sólo por
su largueza, sino por su anchura de vida.
Dijo Engels que en la mano
se concentra todo lo humano. Pero, en puridad, no es la mano lo que nos
distingue, sino el intelecto, la capacidad de entender y crear, aunque esa
actividad se aplique luego en lo cotidiano y en lo manual. Manolo Llerena pudo
estudiar porque, precisamente, a su padre no le hacían falta sus manos. Él es
una muestra de vida intelectual. Pero ni eso conlleva la frialdad que el tópico
atribuye a lo de cuello para arriba ni tampoco significa que su vida haya
seguido una única ruta.
La vida, el trayecto
intelectual de José Manuel Llerena tiene, al menos tres ejes: la actividad
docente, la tarea literaria y la reflexión y divulgación religiosa. Docencia,
literatura y religión o por seguir el orden cronológico de sus apetencias
durante su larga vida: religión, docencia y literatura. Y alguna incursión en
la política y en el teatro, entre otros afanes. Y todo eso apasionadamente.
Nacido en Los Santos de
Maimona, el 27 de diciembre de 1922, se crio entre Los Santos y Zafra. Fue estudiante
–según él malo, pero no me lo creo- del instituto republicano de Zafra, alumno
de José Pérez Gómez, de Lengua y Literatura; de José Perales Vidal, de
Historia; de Enrique Canito, de Francés; de Eliseo Ortega, de Filosofía... Aquí
vivió los años de la guerra, las heridas de la guerra, las muertes de la
guerra.
Y después Badajoz y Madrid. Se libró de la mili de
tres años de entonces gracias a ser hijo de sexagenario y sólo tener hermanas. Empezó
a trabajar, alrededor de 1943, como oficinista en la Delegación Nacional de
Juventudes de la Secretaría General del Movimiento. Gloria Fuertes, casi en la
mesa de al lado. Hizo la carrera de Filosofía
y Letras del 46 al 50. Después, asistió a un curso o dos de bibliotecario
en la Biblioteca Nacional. Y salió en la portada de ABC vestido de Juan Tenorio, uno de los personajes literarios que
promovió la Biblioteca Nacional en una fiesta hace, día arriba día abajo,
exactamente 61 años.
Alrededor de los años 50
asiste a reuniones en la casa encendida,
la casa de Luis Rosales. De la mano del poeta extremeño Alfonso Albalá y del
narrador madrileño Medarno Fraile. A mitad de camino entre su vocación y su
devoción, entre la carrera y las tertulias, en esos años cuarenta y cincuenta
del siglo pasado, conoce a Rafael Lapesa, a Dámaso Alonso, a Emilio García
Gómez, a Carlos Bousoño, a Alfonso Sastre, a Sánchez Ferlosio, a Juan Guerrero
Zamora…
De familia de hondas
convicciones religiosas, es hombre religioso, pero como él dice más de la parte
evangélica que de la dogmática. De joven fue colaborador desde el primer número,
y luego secretario, de Espiritualidad
Seglar, la revista del otro catolicismo
frente al nacionalcatolicismo del régimen. La publicación la pagaba el teólogo Enrique
Miret Magdalena y en ella confluyeron el filósofo José Luis Aranguren, el
notario ultra Blas Piñar, el primero falangista y luego comunista padre Llanos,
, el militar demócrata Luis Pinilla, el comunista Carlos París, Alfonso Prieto
―uno de los democristianos del Contubernio de Munich―, el sacerdote José María
Javierre, En el primer número de Espiritualidad
Seglar, Llerena escribe un artículo sobre un jesuita italiano, el padre
Lombardi, fundador del Movimiento por un Mundo Mejor, que acababa de dar una
conferencia en Madrid planteando una renovación del cristianismo.
Sobre esta época dirá Manolo
Llerena
Aunque por parte de todos había descontentos con el
régimen, estas reuniones no tenían nada de políticas , de tal modo que agotado el
franquismo, de la vasija que estábamos
cociendo fueron a parar cachos a todas las “sensibilidades”, desde Blas Piñar, colaborador en varios números,
hasta el propio Miret para citar el alma
del grupo.
Pero
permítaseme decir sin fundamento, pues luego
viviría lejos de todos ellos, que bastantes que entonces
apuntaban a contestatarios no
pasarían de la democracia cristiana conservadora. Lo más difícid de la
libertad es tener el valor de ejercerla cuando ya no
estamos oprimidos.
También de esta faceta de divulgador de
publicaciones religiosas, montó en Madrid en 1954 una editorial con Pepe Ruiz,
un chófer del Parque Móvil del Ministerio, que era apoderado del entonces
torero y después dramaturgo Salvador Távora. La editorial se llamó Ediciones del Pez y sacó dos libros. Uno
del propio Miret Magdalena, ¿Qué eran los
sacerdotes obreros?, y otro de un autor americano, Leo J. Trese, Vaso de Arcilla.
Para Manolo Llerena, la docencia comienza, si mis datos no son
erróneos, en Azuaga, a los 33 años, al ser nombrado director del Instituto
Laboral, donde como luego veremos tuvo hasta que comprar autocares. Allí estuvo
de 1955 a 1958. Uno de esos años, 1956, se casó en Madrid. Le viven 6 hijos.
Tras unos meses en la
capital, en el Ministerio, pasó a La Carolina, desde 1959 a 1966. Y una tarde
de domingo de octubre de 1966 llegó a El Ejido, en Almería, por entonces aún
parte del municipio de Dalías, para poner en marcha el instituto. A Juan Manuel
Llerena le encomendaban la puesta en marcha de centros educativos atendiendo a
que, además de su formación docente y de sus clases de Lengua y Literatura,
atesoraba una experiencia administrativa, burocrática, de sus años
ministeriales en Madrid. Y ese Llerena gestor, experto en administración de
centros, es otra de las facetas de una vida multiforme, que compagina ―agua y
aceite― con su
afición al teatro, y a su fomento en los centros docentes por los que ha pasado,
por la que ha recibido el reconocimiento de sus alumnos.
Se jubiló en el instituto
granadino “Mariana Pineda” de El Zaidín, adonde llega por traslado en 1979
después de algún rifirrafe político.
Manolo Llerena tiene mucha
inquietud política. En sus textos
hay frecuentes menciones a la política y a los problemas sociales. Suele abordar
estos asuntos desde posiciones progresistas. De El Ejido fue concejal en los
últimos años del franquismo por el tercio de entidades culturales, pero por
poco lo linchan. Eran los años en los que El Ejido (y Manolo Llerena)
reivindicaba su segregación del municipio de Dalías, al que pertenecía. Acabó
consiguiendo su autonomía, pero no sin conflictos y disturbios de los que fue
una de las víctimas nuestro homenajeado de hoy.
A Juan Manuel Llerena le hubiera gustado ser escritor, y lo es, pero no publicó su
primer libro
hasta que se jubiló. Aunque escribe desde joven. Llegó a presentar un libro, hoy
perdido, al premio Adonais el año que
ganó Valente, en 1954. Ya jubilado ha publicado tres libros de poemas: Desde El Ejido, La Realidad, el Tiempo y los
Adjetivos, y El camino del Amarillo. No hablo de su poesía, que abordará luego Juan Santos Rincón, pero
sí me gustaría señalar que sus textos memorísticos merecerían, sobre todo aquí,
en Los Santos de Maimona, una edición patrocinada. No sabéis la que os estáis
perdiendo por no tener ya editados esos magníficos Itinerarios de un adolescente o el resto de fragmentos de la
memoria de Manolo Llerena que, en cierto modo, es la memoria de todos vosotros
y vosotras, la memoria de Los Santos de Maimona de finales del primer tercio
del siglo XX.
No sé si fruto de su larga
vida o de la convicción de que –como decía al comienzo- sólo somos memoria, la
obra literaria de Manolo Llerena es esencialmente memorística, está basada
sobre todo en el recuerdo de lo vivido, de la pasión por lo vivido.
Y lo que él ha vivido
apasionadamente ha sido mucho como hombre de letras, poeta, editor, gestor,
escritor y maestro. En definitiva, como intelectual apasionado.
Manolo, gracias por tu vida.