Afirma el dicho historiográfico que
la historia siempre la escriben los vencedores. Más allá de las evidencias a
que conduce verificarlo en historias concretas (y cualquiera de nuestras
guerras vale para el caso), la prueba más significativa es la de la propia
historia universal y el escaso papel que en las crónicas tiene la mujer. Ahí es
donde se comprueba que la historia la escriben los vencedores, esto es, los
hombres.
Si atendemos a lo que nos dicen
los historiadores de todas las épocas, la mitad de la humanidad habría estado
reducida al silencio y a la inacción durante siglos. Después de un supuesto
matriarcado remoto, la historia sería de los brutos. En sus aventuras con
bestias y otros brutos, poco lugar habría habido para aquella criatura de músculos
menos rotundos; si acaso, el papel subalterno de novia enamorada, amante esposa,
cuidadora del lar o beata. Pero la mirada no es inocente y el historiador forma
parte de la historia que relata. Así que una cosa es el silencio de los
historiadores sobre las mujeres y otra que estas hayan estado calladas durante
toda la historia.
En el oficio de Clío hay que
hacer un esfuerzo constante por adoptar esa perspectiva de género que se aplica
en otras materias. Sobre cualquier época, y a pesar de lo que digan las
fuentes, el historiador siempre debe preguntarse ¿y las mujeres? ¿qué hacían las mujeres?. Hay que individualizar,
singularizar mujeres en el relato de la historia; ponerles nombre y escuchar su
relato.
Y ya que hablamos desde un
periódico, y desde Extremadura, se me viene al magín la portuguesa, aunque
“española por elección”, Carmen Silva, primera mujer que dirigió un periódico
en España, vecina un tiempo de Badajoz, y que fue una de las mujeres más
destacadas de la llamada Guerra de la Independencia.
¿Heroína a lo Agustina de Aragón?
Pues, es cierto modo, sí, porque en su Lisboa natal, a mediados de 1808, salvó de
los franceses a los soldados españoles de la división del general Carrafa, que
habían sido desarmados y confinados en barcos. Con disfraces y otras argucias
consiguió que escaparan de los hombres de Junot y se incorporaran al Ejército
de Extremadura. Hubo de huir ella también de su país y llegó a Badajoz, donde
el presidente de la Junta de Extremadura, el general Galluzo, le concedió una
pensión y le permitió abrir un estanco para sobrevivir. Aquí conoció a un
médico militar al que se uniría de por vida: Pedro Pascasio Fernández Sardinó, redactor
del primer periódico extremeño, el Diario
de Badajoz, y fundador del segundo, Almacén
patriótico.
Pero Carmen Silva aunó la audacia
y la inteligencia. Tanto ella como su pareja militaban en el liberalismo más
extremo de entonces. Los avatares de la guerra les llevaron a Cádiz. Con su
compañero –con quien acabaría casándose para evitar maledicencias- fundó uno de
los periódicos más radicales: El
Robespierre Español. Amigo de las leyes. En julio de 1811, Fernández
Sardinó fue detenido por una de las críticas de su periódico. Desde ese momento
Carmen Silva asumió la dirección del medio y luchó por la libertad de su
marido. Desde el 27 de septiembre de 1811 hasta mediados de 1812 estuvo al
frente de la cabecera, convirtiéndose en la primera mujer que dirigió un
periódico en España. Además, la portuguesa mantuvo una tertulia política y
escribió artículos en otros medios.
Después, en 1814, como muchos
liberales, ambos abandonaron el país. Volvió a España en 1820 y se exilió de
nuevo un trienio después. Y en el Londres romántico de los años veinte del
siglo XIX se perdió la pista de su vida. No es posible que las empresas
periodísticas que, a partir de Cádiz, se le atribuyen en exclusiva a Fernández
Sardinó (El Español Constitucional, El Cincinato, El Telescopio...) sean exclusivamente suyas. Conociendo a Carmen
Silva, participaría en cada una de ellas y habrá sido sólo la memoria frágil de
la historia la que haya borrado su nombre.
Un silencio más sobre una mujer.
Aunque de ella hay un eco curioso: la
reina culta de Rumanía, Isabel de Wied (1843-1916), adoptó como seudónimo el de
“Carmen Sylva”, fascinada por la personalidad de la portuguesa, y con él firmó
sus numerosos libros. Por eso en Rumanía aún hay hoteles con su nombre.
[Publicado en Informe Semanal de Extremadura, 2 de junio de 2012]