Un amigo de izquierdas me recrimina mi interés por los liberales del XIX: que si sólo querían implantar el librecambismo, que si eran miembros de las clases poderosas, que si eran élites con poco arraigo popular… Otro amigo de derechas me echa en cara lo mismo, pero por razones distintas: que si eran masones, que si dieron lugar al cuestionamiento de la monarquía, que si propagaron en España el relativismo ideológico de la Revolución Francesa…
Todas las corrientes ideológicas de nuestro actual espectro político ―salvo, quizás, las más extremas― deben algo al primer liberalismo decimonónico. En España, gracias a los trabajosos embates de 1812, 1820, 1834, 1854 y 1868, los liberales fueron abriendo los cauces de participación del Antiguo Régimen y sustituyéndolo por un sistema nuevo ―el Estado liberal― que, con la aportación del republicanismo y del movimiento obrero a lo largo del siglo XX, ha acabado sintetizándose en el modelo democrático actual.
La trascendencia del primer liberalismo es indudable. Y eso enaltece aún más a los extremeños que, en buena parte, lo encarnaron: Diego Muñoz Torrero o Francisco Fernández Golfín (a quienes les costó la vida); José María Calatrava, Álvaro Gómez Becerra, Antonio González y González o Juan Bravo Murillo (que presidieron gobiernos tras haber sufrido cárcel o exilio); Juan Justo García, Bartolomé José Gallardo o Diego González Alonso (que escribieron sobre las nuevas ideas o contra las antiguas), y otros que protagonizaron las sesiones de las Cortes o asumieron ministerios. Se viene diciendo últimamente y es verdad: nunca ha habido una época con más protagonismo extremeño en la política nacional.
Pero en Extremadura siempre existe alguna razón para resistirse a la unanimidad. Y, en esta ocasión, ese sempiterno motivo de discordia nos lo ofrece la bifronte personalidad de los primeros liberales. ¿A quiénes homenajeamos en este bicentenario de la Constitución liberal de 1812? ¿A los nuestros o a los otros?
Ante la duda, asistimos a incongruencias tales ―y es sólo un ejemplo― como que, con la intención de incorporar en la nómina de los liberales a alguno de “los suyos”, uno de mis amigos considere liberal a quien no lo fue. Será que piensa que don Diego Muñoz Torrero era demasiado izquierdista (¡Bendito sea Dios!), y que cree conveniente acompañarlo de alguien que él considera más de su cuerda. Y para eso, en vez de buscar a los más tibios o menos significados entre los liberales, busca directamente a alguno entre las filas contrarias, las absolutistas, y lo convierte en constitucionalista. ¡Si don Francisco María Riesco, inquisidor general del Tribunal de Llerena, levantara la cabeza y viera que alguno pretende convertirlo en liberal sólo por el hecho de haber sido diputado en Cádiz! Es que tiene que haber de todos los colores, me dice mi amigo. Sí, pero, para conmemorar la Constitución del 12 no parece muy oportuno homenajear a quienes se opusieron a ella. En fin. El desvalimiento de los liberales llega hasta ese punto de considerar tales a quienes nunca lo fueron.
Las conmemoraciones deben ser oportunidades para recuperar la memoria de acontecimientos o personajes que puedan servirnos para orientarnos en el presente. No puede ser más certero ese dicho que afirma que la vida sólo se vive mirando hacia adelante, pero sólo se entiende mirando hacia atrás. Espero que las celebraciones sobre 1812 que en estos días se prodigan no sirvan para encontrar nuevos motivos de polémica estéril entre las ideologías predominantes, y que todos reconozcamos en los liberales históricos parte de lo que hoy, políticamente, todos somos.
(Publicado en el diario HOY el 26/03/2012)