sábado, 31 de enero de 2009

Plaza Grande


Algunos de mis vecinos han salido hoy a la calle haciendo sonar la bocina de sus coches para protestar. He contado una treintena de vehículos. Se oponen a que el ayuntamiento de Zafra siga prohibiendo aparcar en la plaza Grande. Están convencidos de que eso perjudica sus negocios, situados en la misma plaza y en sus aledaños, como la calle Sevilla. Desde hace semanas hay carteles en algunos comercios. Dicen algo así como “Aparcamiento regulado ya. O esto se muere”. Me comentan que —como siempre ocurre— la protesta tiene varias caras: hay quienes la expresan con sosiego y quien es más exaltado. Aunque sin pasar del insulto. También me dicen que el partido de la oposición de derechas está detrás de algunos de los que protestan. No sé. Y si así fuera sería completamente lícito. El meollo del asunto está en que estos vecinos atribuyen el descenso de actividad de sus negocios a la imposibilidad de aparcar en la plaza. Y eso, si no hay violencias, es lo único que debe ser cuestionado.

Y yo lo cuestiono. Y muchos. Ahora me paseo más por la calle Sevilla y varios comerciantes me han comentado la evidente pérdida de clientes. Parece que peligran muchas tiendas. Pero las personas con las que hablo no lo atribuyen a la prohibición de aparcamientos, sino a la crisis económica. Esta crisis que empezó siendo financiera, que devino en crisis productiva y que, desde hace ya tiempo, se ha convertido además en crisis psicológica. Y que provoca que hasta quienes tienen guarecidos los riñones con un sueldo inconmovible de funcionario sean remisos a gastar.

En la psicología de la crisis también cabe que alguno atribuya a causas erróneas sus problemas. La mayoría de las zonas comerciales del mundo son peatonales y esa circunstancia propicia, más que dificulta, el tráfico de clientes. La propia calle Sevilla de Zafra es peatonal desde el año 1914 y a ese carácter le debe buena parte de su éxito. Por no hablar de las ventajas evidentes que para el patrimonio de todos —generador de la mayoría de los beneficios y atractivos de esta ciudad—resulta de la ausencia de vehículos en una plaza del siglo XVI.

En fin. No estoy de acuerdo con el motivo de la protesta. Con todo mi respeto a las razones de otros, estoy convencido de que la pérdida de la actividad económica en Zafra no se reduce a la plaza Grande y por tanto no puede aducirse como argumento una circunstancia que se limita a ese ámbito. Otros muchos comercios no están afectados por la prohibición pero no por eso dejan de tener problemas. La pérdida de la actividad económica no es exclusiva de la plaza Grande, ni de Zafra, ni siquiera de España. Uno tiende a creer que la razón de sus cuitas está en lo más inmediato o evidente, pero casi nunca es verdad. En este caso, me temo que tampoco. El problema de la crisis que estamos viviendo está -por desgracia- más allá de las plazas de nuestros pueblos, por muy grandes que sean esas plazas.

viernes, 16 de enero de 2009

Ateos proselitistas


El Roto, como siempre, da en el clavo. La insistencia de algunos por intentar convencer al resto de que Dios no existe me parece tan inconveniente como la de los otros por demostrarnos lo contrario. Hay un cierto tufo a creencia en la actitud de esos ateos, llamémosles, proselitistas.

Estoy completamente a favor de evitar que los espacios públicos, cívicos, se tiñan de religión, pero tampoco creo que haya que imponer el ateismo como un dogma, por mucho que se nos presente como "probablemente".

Las ideas deben ser públicas, pero creo que las creencias han de mantenerse en el espacio privado, íntimo, personal, de cada uno. Y tan creencia es creer en Dios como no creer en él.
No sé. O será que uno ni siquiera cree en el descreimiento.


jueves, 15 de enero de 2009

Liliana Herrero



Soy un ignorante en música, cantantes y coplas. Bueno: soy, en general, un ignorante… y también en música. El caso es que un día sí y el otro también descubro nuevos intérpretes. Eso sí, nuevos para mí aunque existan desde hace años. Así me ha ocurrido con Liliana Herrero, la cantante argentina. Una versión de la famosa “Palabras para Julia” a dúo con Mercedes Sosa me ha llevado a esta otra en la que interpreta en solitario y de forma personalísma la misma canción en la Casa Rosada, sede de la presidencia de Argentina.

A partir de ahora, no volveré a ignorarla.

martes, 13 de enero de 2009

Los poetas, el florero y un soneto


En un cuadro muy bello de Fantin-Latour, titulado “Ángulo de mesa”,
que creo que actualmente está en Manchester,
existe un retrato de busto de Rimbaud a los dieciséis años.

Estas palabras de Paul Verlaine, en el prefacio a la primera edición (1886) de Iluminaciones de Arthur Rimbaud, aluden a un lienzo de Henri Fantin-Latour que hoy está en el Museo D’Orsay de París. Es un cuadro de poetas pintado en la primera mitad de 1872. Bonnier, Blémont, Aicard (de pie) y Verlaine, Rimbaud, Valade, y d'Hervilly. Acompañando a los dos principales simbolistas del momento, algún parnasiano y algún zutista. En la esquina derecha aparece el único que no era poeta, el periodista y político radical socialista Camille Pelletan, que llegó a ser ministro de Marina en los primeros años del siglo XX.

Según parece, otro escritor —Albert Mérat— se negó a aparecer junto a Verlaine y Rimbaud y fue sustituido por el florero de la derecha del cuadro. Luis Antonio de Villena (Amores iguales. Antología de la poesía gay y lésbica, Madrid, 2002) cuenta que Mérat había escrito en 1869 un libro de sonetos, L’Idole, con unas composiciones bastante cursis dedicadas a distintas partes del cuerpo femenino (ojos, boca, dientes, nariz, frente, cuello…). Como reacción, los dos amantes escribieron en los primeros meses de 1872 un pornográfico soneto al ojo del culo que provocó las iras de Mérat y su negativa a posar en el famoso cuadro. Los cuartetos son de Verlaine y los tercetos de Rimbaud.

Oscuro y arrugado como un clavel violeta
entre el musgo respira humildemente oculto,
húmedo aún del amor que la pendiente sigue
de las nalgas blancas al borde de su abismo.

Hilillos parecidos a lágrimas de leche
lloraron, bajo el áfrico cruel que les empuja,
a través de coagulitos de marga rojiza,
para llegar ahí donde llama el declive.

Mi boca se acopla frecuente a su ventosa,
y mi alma, del coito material celosa,
de él hace salvaje lagrimal, nido de llanto.

Es la oliva extendida y la flauta mimosa,
es el tubo al que cae la garrapiña célica,
Canaán femenino de humedades abiertas.

miércoles, 7 de enero de 2009

Las "memorias" de Queipo de Llano


Hay dos aspectos reseñables del libro Queipo de Llano. Memorias de la Guerra Civil ordenado y preparado para la edición por Jorge Fernández-Coppel y prologado por José Alcalá Zamora y Queipo de Llano. El primero es su escaso interés.

Sólo merece la pena por algunos detalles desconocidos de los enfrentamientos de Queipo con Franco y otros personajes de la dictadura como Serrano Suñer o los generales Varela y Beigbeder. También aporta informaciones inéditas sobre sus relaciones tormentosas con los italianos durante las campañas de Málaga y Sevilla. Pero, más allá de esos, son pocos los datos novedosos de unas memorias que obvian la principal razón —junto a las famosas charlas radiofónicas—por la que se conoce al general Queipo de Llano: la dirección de la represión en el sur de España. Apenas hay alusiones a alguno de los miles de fusilamientos que se llevaron a cabo en su demarcación durante la guerra. Ni siquiera para justificarlos. Quizás el motivo sea, como señala el propio editor en la Introducción, que estas no son las memorias originales. Los textos ordenados y mecanografiados por Queipo no aparecieron en su archivo. El libro se ha montado, según sus propios autores, a partir de dos diarios manuscritos desde el 18 de julio de 1936 hasta el final de su estancia en Roma, y a ellos se han añadido cartas y otros textos sueltos.

Pero además de su irrelevancia, lo que también destaca de estas memorias es la torpe edición de Fernández-Coppel. En algunos pasajes del libro cuesta trabajo distinguir las palabras directas de Queipo de las de su hijo Gonzalo, y ambas de los comentarios del editor. Apenas se ha utilizado algún signo diacrítico para diferenciar a los tres autores que aparecen en los textos. Las notas a pie de página no son, en la mayoría de los casos, más que insustanciales anotaciones sobre la trayectoria militar de algunos de los personajes que aparecen en el libro. No hay ninguna introducción que contextualice los hechos o los enjuicie con un mínimo espíritu crítico. En fin, no estamos realmente ante una edición de las memorias de Queipo sino ante la transcripción —suponemos— de unos diarios y unos documentos publicados sin ningún aparato crítico.

Ya que parece imposible mayor variedad en la orientación ideológica monocolor de la mayoría de las obras de historia editadas por La Esfera de los libros, la editorial dirigida por Imelda Navajos debería al menos cuidar más la edición de los libros que saca a la calle.

sábado, 3 de enero de 2009

Los refugiados de Barrancos


El 28 de noviembre del año pasado se estrenó en Barrancos (Portugal) el documental Los refugiados de Barrancos, de Producciones Morrimer. Estaba invitado al acto pero no pude ir porque esa misma tarde presentaba a Francisco Moreno y Alberto Reig en Villafranca de los Barros, en unas jornadas de memoria histórica organizadas por Paco Espinosa.

El estreno del documental fue, como digo, hace ya más de un mes pero el DVD está fechado en 2009, siguiendo la costumbre editorial de añadir un dígito más a la fecha de las ediciones que salen a la calle en los meses finales del año, para que no pierdan tan pronto su carácter novedoso. En este caso ese celo editorial no hubiera hecho falta. La novedad del trabajo del solvente equipo de Llerena pervivirá muchos años.

Con este excelente documental, que continúa y completa La columna de los ocho mil, Producciones Morrimer (integrado fundamentalmente por Ángel Hernández, Antonio Navarro, Fernando Ramos, Paco Freire y Pedro J. Martín) vuelve a realizar una original aportación al proceso de recuperación de la historia reciente de Extremadura, relatando en imágenes otra de las historias perdidas de la guerra civil en la región. En esta ocasión se trata de la peripecia de un millar de huidos del suroeste de la provincia de Badajoz, refugiados en el pueblo portugués fronterizo de Barrancos y que lograron sobrevivir gracias a la humanidad del teniente de carabineros Augusto Seixas y a la solidaridad de los barranqueños.

No puedo hablar mucho de Morrimer porque no soy imparcial. Me siento muy comprometido con su trabajo. Espinosa y yo colaboramos en La columna de los ocho mil y, tras finalizarlo, les sugerimos este nuevo tema con el objeto de disponer de relatos audiovisuales de los dos principales éxodos de 1936 provocados por la guerra en Extremadura: el del sureste, hacia Castuera, y el del suroeste, hacia Portugal. Es sorprendente que un grupo no profesional con escasos medios haya acometido dos obras de esta magnitud con la notable pericia con la que lo han hecho.

Morrimer ha redondeado este magnífico documental —en el que ha colaborado también la antropóloga portuguesa María Dulce Simoes— recuperando una canción popular portuguesa cuyos primeros versos resuenan detrás de cada una de estas tragedias de nuestra historia:

Soy la triste y pobre España desvalida
Son mis hijos quienes me han devorado

jueves, 1 de enero de 2009

Un poema a primeros de año


Hay cosas que me aburren:
los espárragos y las fábricas,
las reuniones y la política,
aquello donde el hombre aparece y no se encuentra.
Me enternecen la libertad y la tierra recién arada,
la ahijada y la tierra,
la sementera y la tierra,
la sazón y la tierra,
cada cosa en su sazón y en su sitio.
Tengo la suerte de tener labranza y amigos,
brazos abiertos, es decir, familia,
suelo de los míos, es decir, pasado.
Habrá, pues, que dejarse de historias que se venden,
de máscaras que se compran,
de patrias no del corazón,
de tesoros sin cotización celestial,
aunque vivir sea equivocarse,
y la poesía oficio de tartamudos,
donde se encuentran a veces y en la oscuridad
hombres de buena voluntad
que buscan a Dios entre las sombras
y en la perplejidad lo encuentran,
y en el temblor, la luz,
y la esperanza de un refrigerio orillas suyas,
con un agua suya para más sed,
y gloria sin tasa,
y deseo deseado y aliviado.
José Antonio Muñoz Rojas