domingo, 30 de marzo de 2008

El ejército rehabilita a un general republicano


No sé si es el primer caso de rehabilitación oficial de un militar republicano en el ejército español, pero me ha sonado a eso. El pasado jueves la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra celebró en Madrid una ceremonia militar en la que se rehabilitó la figura de Toribio Martínez Cabrera, general de brigada fusilado por los franquistas en 1939. El acto estuvo presidido por el también general de brigada Alfonso de la Rosa, director del centro, y en su transcurso se depositó ­−como es tradición con los oficiales de Estado Mayor que mueren en acto de servicio− la faja de Estado Mayor del homenajeado en el Monumento a los Héroes de la Escuela.


Toribio Martínez Cabrera nació en 1874 en Andiñuela de Somoza (León). Ocupó durante su carrera militar varios destinos tanto en el frente de batalla (Cuba) como en los despachos. El 17 de julio de 1936 era comandante militar de Cartagena, donde sofocó la rebelión. Durante la guerra fue jefe del Estado Mayor del Ejército, inspector general del Ejército del Norte y gobernador militar de Madrid, desde donde apoyó el golpe de estado del coronel Casado en los últimos días de la guerra. No quiso salir de España, fue capturado por los franquistas en el consulado de Panamá en Valencia y tras un consejo de guerra sumarísimo fue fusilado en Paterna el 23 de junio de 1939.


La noticia de su rehabilitación me ha sorprendido. No creo que obedezca a un deseo de los mandos militares de acompañar la Ley de Memoria Histórica del gobierno Zapatero de una serie de actos de rehabilitación de los militares leales a la República. Me temo que en este caso hay circunstancias que convierten en un hecho excepcional lo que debería ser una norma. A mi parecer son tres, al menos, las circunstancias que han facilitado la rehabilitación.


- En primer lugar, Martínez Cabrera había sido director de ese centro, en 1934 y 1935, y durante la II República y la guerra fue considerado el “número uno de Estado Mayor”. Es por tanto “uno de los suyos”.
- En segundo lugar, el general era un hombre de “orden”, de centro, partidario de Portela Valladares –masón, como él- y miembro del Partido Centrista, en cuyas listas se presentó a diputado a cortes, sin ser elegido, en las elecciones de febrero de 1936. Además, había sido gobernador civil de Badajoz en una fecha tan poco republicana como 1921. Era un ferviente anticomunista y a pesar de ser un decidido partidario de la República estuvo detenido durante la guerra por las sospechas del PC acerca de su fidelidad. Por tanto, tampoco ideológicamente puede ser considerado por los militares alguien demasiado extraño.
- Y finalmente, la rehabilitación se ha realizado junto a la de su sobrino, el capitán Cabrera Rodríguez, militar del ejército franquista que murió en Asturias en el transcurso de una batalla con el ejército republicano. No digo que éste no merezca la rehabilitación (aunque me extraña que en los cuarenta años de dictadura no se produjera), sino que propiciando la coincidencia de ambas se hace más digerible la del general.


Si tenemos en cuenta todo esto, la rehabilitación de Martínez Cabrera pierde importancia simbólica. De todas formas, sea bienvenida y que cunda el ejemplo: recuperemos la memoria de los leales.

martes, 25 de marzo de 2008

El escritor y la violencia política de su país

Agradezco a Luciano Feria el envío de este artículo del novelista vasco Fernando Aramburu. Además de aludir a la posición del autor frente al terrorismo de ETA, el texto reflexiona sobre la condición del escritor (¿un tipo común y corriente o distinto al resto?), asunto que he discutido con Luciano muchas veces.

No me consta la existencia de un código moral al que hayan de sujetarse los escritores en el desempeño de su labor literaria. Dicho de otro modo, la circunstancia de que un escritor sea un hombre de paz, respetuoso con sus congéneres y amante, pongamos, de la naturaleza y de los hábitos culturales en que se crió, no garantiza poco ni mucho la excelencia artística de sus obras, como tampoco la excluye el hecho de que él practique en su vida privada la ruindad.
Nadie está legitimado para exigir al escritor una conducta determinada. No digamos ya una determinada fe. Hacer tal cosa (y se hace con bastante más frecuencia de lo que muchos creen, a veces por la vía dulce de la subvención, del premio institucional o de prebendas varias) obliga al escritor a crear sus obras al dictado. Queda entonces irreparablemente desvirtuado el sentido primordial de su oficio, que no es otro que el ejercicio libre de la palabra escrita. Y un escritor sometido es una de las criaturas más dignas de lástima que se pueda uno imaginar.
En tanto que ciudadano, a un escritor lo afectan idénticos derechos y obligaciones que a los demás miembros del colectivo social. Pero un escritor no es, en cuanto tal, se diga lo que se diga, un ciudadano común y corriente, o al menos no lo es a la manera como sabemos que lo son el panadero o el dentista, pongo por caso, a quienes no se les hace objeto de reclamaciones morales cuando cuece el uno pan, empasta el otro una muela, por mucho que constituya un valor moral positivo el que despachen bien la tarea por la que se les remunera. Lo cierto es que ni el pan ni el empaste tienen la capacidad de repercutir ideológicamente en las conciencias de los comensales ni de los pacientes. El escritor, en cambio, dispone, si se empeña, de esa capacidad que puede llegar a convertirlo, a ojos de algunos, en un sujeto incómodo, incluso peligroso.
Para empezar, emplea un instrumento, la lengua, de propiedad colectiva, sin el cual está más que probado que el ser humano nunca sabrá definirse a sí mismo ni como individuo ni como elemento integrador de una masa social. El hombre no sabe ser sin lenguaje, una característica suya que lo hace desde la infancia vulnerable a la manipulación y al adoctrinamiento. También el escritor, aunque por falta de perspectiva no atinemos a calibrar con exactitud en qué medida, interviene en los hábitos lingüísticos y en los modos de pensar de los ciudadanos de su época y acaso de los del porvenir. Poco puede en apariencia hacer un escritor, con el solo ejercico de la palabra escrita, para introducir cambios y mejoras en la realidad; pero en su mano está, no obstante, analizarla y reproducirla en sus libros, dejando de ella su testimonio particular, sazonado de palabras más o menos perdurables, de pensamientos, de refutaciones, de imágenes y de todos esos recursos con que él elabora comúnmente su arte cuando no le falla el talento.
Así y todo, tanto como el escritor se encuentra delante de la realidad de su tiempo y toma de ella cuanto juzga necesario o útil para su arte, la realidad se encuentra asimismo delante de él interpelándolo a todas horas, formulándole preguntas a menudo relacionadas con sucesos trágicos o escandalosos. En tal sentido, el asesinato el otro día de ETA en Mondragón es una pregunta con su correspondiente expectativa de respuesta. La reacción inmediata por escrito compete al informador de prensa. Se supone que no hay titán de las letras capaz de redactar una novela de trescientas páginas a las pocas horas del crimen. Quizá un poema de urgencia, con el inconveniente añadido de su precaria difusión.
Pero tampoco caben muchas dudas acerca del hecho de que la respuesta de los escritores entraña no solo una opción moral voluntaria, sino también y sobre todo una opción artística. Y ya pocos ignoran que sobre la acción criminal de ETA la literatura vasca se ha expresado de manera insuficiente hasta la fecha, con notorios silencios, por cierto, que para algunos formarán parte acaso esencial de sus obras completas.
No se trata tan sólo de abordar en la obra personal, al modo de quien cumple un trámite, el tema de la violencia política con que hemos sido obligados a convivir, unos más de cerca que otros, por quienes la ejercen desde hace cuatro décadas largas, imbuidos de la convicción perversa de estar construyendo un paraíso nacional con todos los métodos que ponen a su alcance la demagogia, la destrucción y el mal. Es, más bien, una cuestión de simple dignidad, de grandeza de corazón y, si no es mucho pedir, de coraje. Porque un pueblo que tolera la violencia social no es un pueblo, sino un rebaño. Y un escritor que calla, una oveja amparada en las posibilidades de supervivencia que le aporta su docilidad.
Nadie es culpable de su miedo. A nadie se le puede exigir que se comporte como un héroe en su sociedad sometida al terror. Pero quizá constituya un comienzo de respuesta transmitirles a las generaciones futuras que no supimos o no nos atrevimos a afrontar las preguntas urgentes que nos planteó nuestro tiempo histórico. Que dicha tarea literaria queda en parte pendiente, y digo en parte porque sería injusto ignorar que algo de tinta admirable y lúcida, aunque poca, ha corrido. Que, sintiéndolo mucho, no acertamos ni a describir ni a interpretar con palabra libre la historia sangrienta de los vascos de ayer y hoy. Que la literatura de otros, ya que no la nuestra de ahora, tendrá que contar algún día, desde una perspectiva menos favorable, cómo se vivió y se sintió y se padeció individualmente aquel espantoso derrumbe moral de nuestro país asociado a la crueldad de una pandilla de fanáticos a los que no se pudo (¿no se quiso?) parar a tiempo.

Fernando Aramburu

domingo, 23 de marzo de 2008

"El ángel rojo"


Ese fue el apelativo con que se le conoció en la España de los cuarenta, donde muchos prebostes franquistas vivían gracias a su benevolencia durante la guerra. El “ángel traidor”: así lo conocieron, en cambio, algunos presos de izquierdas en la cárcel de Porlier al ser encarcelado en abril de 1939, una vez que fue ocupada Madrid por las fuerzas franquistas. La Pasionaria lo acusó de quintacolumnista. Agustín Muñoz Grande se levantó en su consejo de guerra y tras presentarse como general del ejército de Franco testificó a su favor y lo salvó de una muerte segura.

Melchor Rodríguez García (Sevilla, 1893―Madrid, 1972) se había quedado huérfano a los diez años, muerto su padre en un accidente laboral. A los trece años fue calderero y poco después novillero (el Cossío lo cita como el único torero que fue político). Tras una cornada dejó los toros y se hizo chapista. Afiliado a la UGT y después a la FAI y a la CNT, asumió la presidencia nacional del sindicato de carroceros y empezó a recorrer cárceles, represaliado por su actividad sindical y política. Casi veinte años estuvo en prisión. Al final de su vida ostentó el dudoso record de haber sido uno de los pocos españoles encarcelado por los tres regímenes que le tocó vivir: la monarquía de Alfonso XIII, la II República y la Dictadura de Franco.

El 18 de abril de 1932 criticaba desde las páginas del periódico La Tierra los 166 muertos por la represión de las fuerzas del orden público republicano durante el primer año del nuevo régimen. Un año después, volvía a hacer recuento del segundo año: 121 muertos. En 1934 fue nombrado concejal del Ayuntamiento de Madrid. En noviembre de 1936 el ministro de Justicia anarquista Juan García Oliver, atendiendo a la larga y penosa experiencia carcelaria de Melchor, le nombró delegado de prisiones de Madrid y ejerció de manera efectiva el cargo desde el 4 de diciembre de 1936 hasta el 1 de marzo de 1937. Durante ese período acabó con las sacas incontroladas de presos fascistas, prohibiendo que hubiera traslados de encarcelados desde las 6 de la tarde a las 8 de la mañana. Estas medidas le granjearon enemigos entre las filas republicanas, señaladamente entre los comunistas, con uno de los cuales ―José Cazorla, que le sucedió en el cargo― mantuvo una dura polémica en la prensa.

Al final de la guerra participó en el golpe del coronel Casado y éste le nombró alcalde de Madrid el 28 de marzo, cuatro días antes del finalizar la contienda. Desde ese puesto fue el encargado de hacer el traspaso de poderes a Alberto Alcocer, primer alcalde franquista. Fue sometido a consejo de guerra y condenado a 20 años y un día, aunque ―gracias a la mediación de varias autoridades franquistas que se habían beneficiado de su labor humanitaria durante la guerra― sólo cumplió un par de años. Durante el franquismo fue vendedor de seguros, pero siguió con su actividad política y volvió a ser encarcelado durante algún tiempo debido a sus labores de propaganda. Siempre fue anarquista, aunque algunos juzgan excesiva su amistad con ministros y generales franquistas y le critican por haber aceptado alguna condecoración.


Murió el 14 de febrero de 1972 y su entierro fue un extraño acto al que asistieron falangistas y anarquistas, donde su féretro estuvo cubierto por la bandera rojinegra (única ocasión en que se pudo ver esto durante la dictadura) y en el que dicen que hasta se cantó A las Barricadas

A Melchor siempre le gustó escribir poesía. Una de las que compuso describía su pasión por la anarquía:

Belleza, Amor, Poesía,
Igualdad, Fraternidad,
Sentimiento, Libertad.
Cultura, Arte, Armonía.
La Razón, suprema Guía.
La Ciencia, excelsa Verdad.
Vida, Nobleza, Bondad.
Satisfacción, Alegría.
Todo esto es Anarquía,
Y Anarquía, ¡Humanidad!

Otro sindicalista y anarquista, Cecilio Gordillo, está impulsando desde la CGT de Sevilla un homenaje nacional: Injusta o intencionadamente olvidado, los abajo firmantes reivindicamos su figura y su ejemplo y pedimos apoyo a personas, entidades, organizaciones e instituciones, para realizar un acto nacional de homenaje donde lo importante no sean las banderas, sino los valores que defendió Melchor Rodríguez. Pedimos públicamente:
- A los ayuntamientos de Madrid y Sevilla que en cada una de estas capitales se de su nombre a sendas calles.
- Al Ayuntamiento de Madrid que incluya su retrato en la Galería de alcaldes de la capital y un Pleno reconozca su labor.

Las adhesiones pueden enviarse a Confederación General del Trabajo. C/Alcalde Isacio Contreras 2B. Local 8. 41003 SEVILLA Fax: 954 564992. Correo electrónico: spcgta@cgt.es

viernes, 21 de marzo de 2008

Encuentro fortuito


El otro día, en el acto sobre Machado celebrado en Zafra, María del Carmen Rodríguez del Río, profesora de literatura del Instituto durante muchos años y ahora concejala de cultura culminaba su intervención con el poema de Aquilino Duque “El último viaje de Antonio Machado”:

(…)

Soldado, tú que avanzas hacia la primavera
con el cuatro de espadas ceñido de laureles,
¿no has encontrado acaso junto a la carretera
una maleta llena de papeles?

No dispares, soldado, contra tanta grandeza.
Ordena el alto el fuego.
Bájate del caballo, descubre tu cabeza
y lee esos papeles aunque los quemes luego.

Así sabrás quién iba con tanto fugitivo,
Y si amas a España, y si buscas su gloria,
Pide para tus sienes no el laurel: el olivo.
Ven a hablarnos de paz, pero no de victoria


Enrique Baltanás, que nos acompañaba en la mesa, giró la cabeza y asintió complacido por la referencia de la concejala a su amigo Aquilino. Yo también la giré y no tanto por el poema sino porque se me vino a la cabeza un libro no leído de Duque.

Estos encuentros literarios fortuitos son como los personales. Paseando reconocemos a alguien. Su rostro trae aparejado algún otro recuerdo, un tiempo que ya no existe, un lugar, un suceso... Con Maricarmen y su alusión a Aquilino Duque me ocurrió algo parecido. Al día siguiente busqué en mi biblioteca y rescaté El mono azul, la novela con la que el sevillano ganó el premio nacional de Literatura en 1975 y que le había valido el segundo puesto del Nadal el año anterior. Una obra elogiada por muchos y considerada muestra de la novelística de los “narraluces”, como se denominó a un grupo de prosistas andaluces (Alfonso Grosso, Ortiz de Lazagorta, Luís Berenguel…) que a mediados de los 70 del siglo pasado consiguieron cierto éxito con algunas de sus novelas

Voy por la mitad y me interesa. Más por la prosa que por el armazón narrativo o por el argumento ―aunque sea sobre la guerra civil. Es uno de esos novelistas que describe más que narra y escribe mejor que describe. O sea que escribe, y bien, aunque ―como en sus poemas― se desboque a veces en facundia.

Aquilino Duque es un escritor a contracorriente, un “disidente poético”, cuya literatura ha quedado solapada en ocasiones por su ideología antidemocrática y aristocrática. Esteta precursor de los novísimos y después poeta político antiprogresista, ha escrito contra el divorcio, la amnistía, la transición, el comunismo, la democracia y hasta contra el cine. A finales de los setenta se borró de Alianza Popular al considerar insuficientemente contraria la actitud de ésta frente a la Constitución de 1978.

Indago y me entero que ahora esparce su ideología en un
blog, en la revista digital de la Hermandad del Valle de los Caídos y, ―¡cómo no!― en Libertad Digital. En fin. Siempre he defendido que el escritor es un artesano más y que, si no nos cuestionamos la ideología del zapatero que repara nuestro calzado, no debemos hacerlo con quien nos cultiva el gusto. Aprovecharé el encuentro fortuito, seguiré leyendo El mono azul y me olvidaré de la ideología ultramontana de su autor.

sábado, 15 de marzo de 2008

La edad del candidato


La idoneidad de un candidato a presidente del gobierno es también una cuestión de edad. Ideología, imagen pública, capacidad de comunicación, solidez en los argumentos, pero también edad. Esa es, al menos, la experiencia de los últimos lustros en España. Salvo el caso de Leopoldo Calvo Sotelo, que nunca fue candidato electoral a la presidencia pues llegó a ella como sustituto de Adolfo Suárez, todos los presidentes que en España han sido se instalaron en la Moncloa con 43 años como máximo. Suárez, Aznar y Zapatero lo hicieron a esa edad y Felipe González incluso antes, a los 39.

La primera vez que Mariano Rajoy se presentó lo hizo a los 49 años; la segunda vez, hace unos días, con 52. Si, como ha asegurado, se vuelve a presentar en 2012 tendrá ya 57 años.

Es una edad magnifica, pero raro sería que los españoles decidieran nombrar presidente del gobierno a alguien con esos años. Uno de los argumentos de Rajoy para defender su continuidad ―que Aznar y Gonzalez lo lograron a la tercera― olvida un detalle importante: ellos tenían quince años menos.

jueves, 13 de marzo de 2008

"Estos días azules..."


Creo que a Fernando Pérez le hubiera gustado el acto que mañana viernes día 14 de marzo se celebrará en Zafra. Él fue uno de los que más reivindicó su papel de ciudad machadiana debido a que José Álvarez Guerra, filósofo y político decimonónico natural de aquí, fue bisabuelo del poeta. Lo supimos por Oreste Macrí y lo divulgaron en Extremadura Francisco Croche de Acuña y el propio Fernando.

Este origen zafrense de parte de la familia de Machado es el motivo principal de la actividad que el Área de Cultura y Acción Ciudadana de la Diputación de Badajoz, con la colaboración del Ayuntamiento de Zafra, tiene previsto celebrar mañana en el Centro Cultural Santa Marina a partir de las 20.00 horas. Una especie de homenaje a Antonio Machado con motivo del 69 aniversario de su muerte, ocurrida en Collioure el 22 de febrero de 1939.

Alrededor del famoso verso encontrado en su gabán (Estos días azules y este sol de la infancia), se organiza un acto que comenzará con una conferencia titulada "Tres estampas de la vida de Antonio Machado", de Enrique Baltanás, escritor, doctor por la Universidad de Sevilla, y autor del libro "Los Machado. Una familia, dos siglos de cultura española". A continuación, Pablo de Naverán, profesor del Conservatorio Superior de Música, interpretará al violonchelo "El canto de los pájaros", de Pablo Casals, y finalmente la Escolanía, también del Conservatorio, bajo dirección de Alonso Gómez, dará lectura a poemas y canciones del poeta. Isabel Barceló ha diseñado el acto y me ha pedido que lo presente.


Esta actividad se plantea como un preludio de las que se realizarán el año próximo, coincidiendo con el 70 aniversario de la muerte del poeta, y que también tendrán a Zafra como centro principal en la región.

martes, 11 de marzo de 2008

Los mejores análisis



El primero es el que hace El Roto en nombre del PP. Ahí demuestra él su humor.







Y el segundo, el de Izquierda Unida, en nombre propio. Y ahí lo demuestran ellos, porque han enviado este video a los medios junto a una nota de valoración sobre las elecciones



miércoles, 5 de marzo de 2008

Conferencia de Matilde Muro


Matilde Muro es una escritora cacereña residente en Trujillo con más de una docena de libros publicados. Aunque con alguna incursión en la historia, varias muestras sobre “literatura de viajes” por Extremadura (Las Hurdes, Jerte, La Vera…), y numerosos artículos en prensa, ella es conocida sobre todo por su dedicación a la historia de la fotografía en Extremadura. Es autora de La memoria quieta, sobre la fotografía en Trujillo, y fue la comisaria de la exposición "La Fotografía en Extremadura: 1847-1951", que el MEAIC expuso durante el año 2000. El catálogo de esa exposición, firmado también por Muro, es uno de los mejores y más interesantes libros publicados en Extremadura.

Mañana jueves, día 6 de marzo, Matilde Muro imparte una conferencia en Badajoz a las 20 h. en el Salón de Actos del Museo Iberoamericano de Arte Contemporáneo de Badajoz. El título es “Las imágenes del silencio (Fotografía e imagen durante la II República y la Guerra Civil en Extremadura)” y la organización corre a cargo de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura, cuyo presidente ―el abogado José Manuel Corbacho Palacios― será el presentador del acto.

Una pena no poder estar mañana en Badajoz para escucharla. Que quien pueda, no se lo pierda.



En la imagen las autoridades locales religiosas, militares y politicas de Zafra posan en 1937-38 junto a un grupo de magrebíes en la puerta del Alcázar de los Duques de Feria, reconvertido en Hospital Musulmán. Un buen ejemplo de integración de emigrantes, de alianza de civilizaciones y de colaboración entre la Iglesia y el poder político. La fotografía es propiedad de Manuel Peláez y la publiqué en mi libro La amargura de la memoria.

sábado, 1 de marzo de 2008

Suspendido por decisión judicial el Foro de Mayores de Zafra


A esta hora debería estar interviniendo en el I Foro sobre Actualización Social y Cultural de los Mayores de Extremadura, pero se ha suspendido por órdenes de la Junta Electoral tras una denuncia del Partido Popular.

En el mes de noviembre del año pasado,
Martín González me comentó la idea de hacer un foro de este tipo en Zafra y me convenció para que participara. Martín tiene 72 años y es un tipo muy activo, aunque esté jubilado. Es presidente de la Hermandad de Donantes de Sangre de Badajoz. Concienciado por su propia experiencia personal ―ya que, junto a su mujer, cuida a dos personas mayores de 90 años y hasta hace poco también a su madre, que murió con 101 años― impulsa desde hace años una cooperativa para construir un complejo residencial para mayores en Valverde de Burguillos. Esa zona de retiro tendría todos los servicios necesarios para asegurar una vida relajada a él y al resto de asociados y, como él dice, sin darles la murga a los hijos. Han comprado ya el terreno y están intentando conseguir una treintena de socios para empezar las obras.

La obsesión de Martín es romper la idea de la vejez como etapa inactiva de la vida. Llevaba cuatro meses preparando este Foro. Quería que yo diera la charla inaugural y había invitado también a expertos en el tema y altos cargos de la Consejería de Sanidad y Dependencia de la Junta. Había involucrado en el acto al Ayuntamiento de Zafra, como entidad organizadora y, como colaboradoras, al Hogar de Mayores, al Instituto de la Mujer, a AUPEX, al Centro de Desarrollo Rural, a la Junta de Extremadura y a otras instituciones regionales y locales. Los actos querían amenizarse con la magia de Manuel Martín Matito, los monólogos de Juan Pedro Cotano Colchón y el teatro de un grupo de la Universidad de Mayores de Zafra.

Todo estaba ya organizado, pero anteayer Guillermo Fernández Vara aceptó la invitación para abrir los actos como presidente de la Junta de Extremadura. Y digo “pero” porque a partir de ahí el foro pasó a estar en el punto de mira del Partido Popular. Floriano anunció una impugnación ante la Junta Electoral al considerar que era una actividad partidista encubierta. Ayer
hizo efectiva la denuncia y la Junta Electoral les ha dado la razón. Los actos se han suspendido.

No me parece acertada la decisión de las autoridades judiciales. La semana pasada, ya en período electoral, el presidente de la Junta de Extremadura participó en los Coloquios Médicos Quirúrgicos que se celebraron en Zafra y nadie denunció los hechos. ¿Es que los médicos son del PP o se les considera menos manipulables que los mayores? Por otro lado, un día sí y otro no, se celebran durante la campaña manifestaciones de cazadores, de agricultores o de funcionarios de justicia delante de organismos oficiales y sedes de partidos políticos y, sorprendentemente, ningún juez ha visto en ellas ánimo partidario o electoral alguno (eso sí, salvo en la manifestación del Día de la Mujer Trabajadora del 8 de marzo en Madrid, que
ha sido suspendida).

No me parece justo que ―más allá de las inauguraciones y otros actos claramente partidarios― se obligue a las instituciones a paralizar toda su actividad social durante las campañas. Sobre todo, cuando no se trata a toda la gente con el mismo rasero y cuando otras entidades y grupos escasamente neutrales pueden, desde púlpitos o tractores, hacer campaña electoral sin impedimento alguno. En fin. Espero que la nueva convocatoria y celebración de este Foro pasadas ya las elecciones convenza definitivamente a algunos de que no era un acto electoral.