viernes, 31 de agosto de 2007

Desaparecidos. 30 de agosto



Por su interés, reproduzco la circular que me envía Cecilio Gordillo, coordinador de “Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía” de la CGT de Andalucía.


Desaparecidos. 30 de Agosto.
Proclamado por la ONU como día de los DESAPARECIDOS, el 30 de Agosto ha pasado sin pena ni gloria en nuestro calendario personal y en el de la mayoría de los medios de comunicación, sobre todo en la TVs (publicas y privadas) tan proclives a dar “cancha” en esto de las efemérides.
No ha ocurrido en otras partes del mundo, y para ello solo basta echar un ojo en internet a los resúmenes de prensa. ¿Afecta esto a los españoles en el 2007?.
Pues sí, y no deja de ser curioso si tenemos en cuenta que en los próximos días (si no se aplaza una vez más) en el Congreso de los Diputados volverán a reunirse los representantes de los Grupos para hablar sobre la Ley de la Memoria Histórica, donde el término “desaparecidos” solo se menciona en el Artº 13, y de pasada. Todo ello a pesar de ser una de las materias más importantes relacionadas con la Guerra Civil y el franquismo y que se debería aclarar, de una vez por todas y que algunos llevamos reclamando desde hace años. Los familiares de estos “desaparecidos” aún más, algunos desde los primeros días del Golpe del 18 de Julio de 1936.
Hemos intentado a través de “gestiones personales y peticiones escritas” ante Diputados y Alcaldes que incidan en sus respectivos partidos con iniciativas encaminadas a favorecer (dada la actitud obstruccionista de muchos jueces) la inscripción en los Registros Civiles (donde figura la fecha de nacimiento, pero no la de la muerte) así como a que figure la causa real y no la “impuesta” durante la Dictadura. Hasta ahora TODOS se han quitado de en medio, dejando una vez más, solos a las victimas (las familias) frente al Estado.
Un ejemplo, en Julio de 2005 presenté como coordinador de “Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía” de CGT.A una iniciativa, en este sentido, ante el Ayuntamiento de Dos Hermanas que en el Pleno de Septiembre de ese mismo año lo aprobó, sin embargo dos años después no sabemos nada sobre el grado de cumplimiento de ese Acuerdo de Pleno. Se proponía que dado que solo los familiares podían inscribir –fuera de plazo- a los desaparecidos, al menos los Ayuntamientos de donde eran vecinos o naturales, añadieran al Registro Civil, el Acuerdo de Pleno con los datos de esas personas “desaparecidas” que en la mayoría de los casos correspondían a fusilados, con todo lo que ello implica a la hora de hacer un censo oficial de represaliados (un alto porcentaje de investigadores e historiadores tienen a estos Registros como fuente fundamental). Lo paradójico de esto es que algunas instituciones subían –y hacen bien-a su galerías los retratos de “ilustres” a algunos representantes de esas instituciones, sin el menor sonrojo al enterarse de su situación –no existe apunte- en esos Registros. Algo similar ha sucedido con peticiones similares (realizadas en las mismas fechas) a la Consejería de Gobernación de la Junta (forma parte de la Comisión Interdepartamental de Memoria Histórica) para la elaboración de un informe jurídico sobre esta materia, así como al Comisario de la Memoria Histórica de Andalucía.
Silencio, siempre SILENCIO

Cecilio Gordillo Giraldo

jueves, 30 de agosto de 2007

Vilallonga


A finales de los 70 me caía simpático por sus enfrentamientos con el yernísimo, el marqués de Villaverde, y porque desde Paris coqueteaba con la izquierda. Después, José Luis de Vilallonga y Cabeza la Vaca, marqués de Castellvell, pasó a ser un aristócrata más, con sus libros ―la biografía del rey, entre otros― y sus ligues. Uno más de las revistas del corazón. La indiferencia se convirtió en aversión a finales de 2001 tras leer el capítulo que Preston dedica a la primera mujer de Vilallonga, Priscilla Scott-Ellis, en su libro Palomas de guerra, donde esclarece el comportamiento frívolo e indigno del marido. Luego, en 2003, Vilallonga confesó su participación en un batallón de fusilamiento franquista en Cataluña en el reportaje Las fosas del silencio, de Ricard Belis y Montse Armengou. Ni siquiera esa confesión final sirvió para que yo lo viera con otros ojos.



En la imagen, Vilallonga con su hijo, Jonh de Vilallonga Scott-Ellis

Si Extremadura tuviera costa



para Eva


Ahora ya no sé cómo moriré. Entonces, sí: en el mar. Los hombres moríamos en alta mar, lanzados al agua cuando las olas destruían nuestro barco o tras ser acuchillados por algún enemigo. Ni aquellos que llegaban a los cincuenta y abandonaban la pesca o la piratería, dejaban de morir en el mar. Un día, hartos de trasegar en las tabernas del muelle, erraban el camino de vuelta a casa y se dejaban hundir en las aguas, poco a poco. No levantaban la cabeza ni siquiera cuando las olas les cubrían la boca, les empapaban los cabellos y les anegaban el alma. Me lo contó mi padre; a él, el suyo, y así hacia atrás, generación tras generación. Eran costumbres de un pueblo de marinos.

Nadie sabe cómo ocurrió, pero un día desapareció el mar. Fue por entonces cuando, después del estupor e incapaces de resistir la añoranza, muchos hombres ―de eso hace más de cinco siglos― fueron a los puertos más cercanos y embarcaron. Querían volver a estar cerca del mar, rodeados de agua durante meses, y se enrolaron en unas naves que iban camino de poniente. Después del viaje, al llegar a tierra firme ―habitada por unos seres extraños― vivieron ya para siempre en una inmensa orilla alargada, al filo del mar o de la muerte.

Hace mucho tiempo que Extremadura dejó de vivir junto al mar. Ahora, Tentudía ya no es un acantilado rocoso asomado a las olas, sino una montaña ―la más alta del sur, sí― rodeada de encinas y de bosques de jaras. Tampoco las playas de La Serena son las de antes, y sólo las riberas de sus lagos ―donde parte del agua acabó refugiada― recuerdan la antigua placidez de la arena que citan los documentos antiguos. Y las calas del norte ―esa extraña solución de los valles del Ambroz, del Jerte y del Tiétar― no son ahora más que abismos frente a la nieve.

Ya no hay acantilados, ni playas, ni mar embravecido alrededor de esta vieja tierra. Y ya no sé cómo moriré. Pero si Extremadura tuviera costa, sé que moriría como mis antepasados; sé que, como ellos, buscaría para dejarla un lugar del horizonte donde fuera el mar ―tus ojos, amor, tus ojos― lo último que viera.



La imagen es del pantano de Orellana y el texto forma parte de la serie "Si Extremadura tuviera costa" leida en las mañanas de agosto en el programa "La Costa Oeste" de Canal Extremadura Radio.

miércoles, 29 de agosto de 2007

El dominio de los habilidosos


Arrasan los habilidosos. Los periódicos y las televisiones exhiben y glorifican continuamente a personas con alguna destreza: manejar una pelota dándole golpes con el pie, conducir vehículos a gran velocidad, encestar, cantar más o menos bien, tocar instrumentos musicales, desfilar, bailar, posar… Los ídolos sociales son ágiles, fuertes, bellos, habilidosos. Siempre ha sido un poco igual, aunque nunca se ha llegado a estos extremos. En otras épocas se valoraba más al sabio o al santo; hoy, al diestro. No sé si era mejor o peor antes. Pero creo que la actual exhibición de destrezas tiene mucho que ver con nuestro modelo de comunicación y de cultura, donde prima lo audiovisual. Espero que sea eso y no sólo que me estoy volviendo viejo.



Equilibrista I, Fabio Hurtado Arnaudón

martes, 28 de agosto de 2007

Umbral en negritas


Escribe como mea, dijo de él su paisano Delibes. Y aunque el elogio señalara más a la naturalidad con la que lo hacía también puede aplicarse a cierta condición casi testicular de su escritura o, mejor, de su carácter. Expresiones como “yo he venido aquí a hablar de mi libro” u ocurrencias como meterse en la cama ―pasados ya los sesenta― con tres chavalas a la vez para probar la viagra, pueden hacer olvidar al escritor.

Aunque no sería extraño porque siempre hubo en él ―como en Cela― cierta propensión a convertirse en uno de sus personajes. Me quedo con el autor de Las ninfas ―una de mis lecturas adolescentes―, con el que noveló a Franco (La leyenda del César visionario) mojando bizcochos en el chocolate mientras firmaba sentencias de muerte junto a Martínez Fuset, o con el escritor del elogio fúnebre al alcalde Tierno.

Prefiero a Umbral en vez de a Umbral en negritas.

lunes, 27 de agosto de 2007

Abel Manuel


Cada vez que firmo las notas de mi hijo lo hago desde cierta insuficiencia moral. Las mías fueron malísimas durante todo el bachillerato. Hice Ciencias a pesar de que lo mío eran las Letras, así que para septiembre siempre tenía que recuperar Matematicas y Física. Sólo saqué cabeza mediada ya la carrera. Pero mi condición de mal estudiante en el instituto no iba acompañada de desinterés hacia los profesores. A algunos de ellos los recuerdo con viva admiración y en algún caso dejaron en mí una huella, además de académica, personal.

Cuando Abel Manuel García Gutiérrez me dio clases de Filosofía en 6º de Bachillerato yo tenía entre catorce y quince años. Era la primera vez en mi vida que me hablaban en clase de Platón o de Aristóteles. Abel era un hombre joven, de poco más de treinta años, con una poblada barba que mantuvo toda su vida y un notable talante progresista. Aunque era leonés, le decíamos “el ruso” porque un día se presentó con un gorro de cosaco tras un viaje que hizo a Moscú. Pero su apodo también tenía algo que ver con su ideología, pues en aquellos primeros meses tras la muerte de Franco se decía ―y era cierto― que era comunista. Forofo del Atlético de Madrid, fue el único profesor que venía a jugar al fútbol con nosotros.

De Zafra se fue a Villalón de Campos y de allí a Valladolid, donde durante 18 años fue director del Instituto “Emilio Ferrari”. A mediados de los noventa se presentó como candidato a la presidencia de la Junta de Comunidades de Castilla y León por Izquierda Unida y no obtuvo escaño. Después dejó la política y se enfrascó en la escritura de un libro sobre la historia de la técnica. Dejó alguno otro publicado, como Ciencia, Tecnología y Sociedad, pensado para los alumnos de educación secundaria.

Hace poco me llegó -con mucho retraso- la noticia de su muerte. Uno de sus amigos, Juan José Abad Pascual, a quien conozco de Aranda de Duero, me dijo que murió en noviembre de 2005, a los 62 años, al poco de empezar a disfrutar su jubilación anticipada. Abad me ha enviado recortes de El Mundo y El Norte de Castilla que recogen la información de la muerte y varios obituarios sobre él.

Quiero dejar aquí constancia de mi gratitud hacia Abel Manuel. Aunque nunca volví a hablar con él después de 1976, siempre lo admiré. Era uno de esos maestros a los que ―como ha dicho Paul Claval― sus alumnos debemos más de lo que creemos. Nos enseñó a ver y a sentir, nos dio lo esencial de su filosofía y guardamos a menudo muchas actitudes debidas a su trato que parecen tan naturales que no se nota de donde vienen.

domingo, 26 de agosto de 2007

Gallardón, Rubianes, Lorca, Penón


Leo el perfil que le hace Millás a Alberto Ruiz Gallardón en El País de hoy. Tiene razón al señalar la doblez ideológica del alcalde. El mismo Gallardón que quiere ser diputado frente al sector duro del PP es el que cedió a los duros ―o demostró serlo él― vetando la presencia de Rubianes en el Teatro Español. Con este rollo de la disputa por ser diputado se nos puede olvidar aquello.

De la misma forma que con aquel rollo del veto por los insultos a España se nos olvidó ―al menos a mí― el nombre de la obra que iba a representar el actor gallego-catalán. Se trataba de Lorca eran todos, una pieza de teatro basada en textos de Ian Gibson, Eduardo Molina Fajardo, José Luis Vila Sanjuán y Agustín Penón.

Ayer, tomando una caña en Zafra con Paco Espinosa, salió a relucir el nombre de Agustín Penón y me contó sobre él cosas que no sabía, como el detalle de su entrevista con el “verdugo” de Lorca, el ex diputado de la CEDA Ramón Ruiz Alonso. El 15 de agosto de 1955 se entrevistó con él en Madrid, en la imprenta que regentaba. Aprovechando un momento en que Ruiz Alonso salió del despacho, Penón comprobó estupefacto que en las estanterías estaban las Obras completas de Federico García Lorca, cuya primera edición en España acababa de ser editada por la editorial Aguilar. Aún no sé qué dirá en su próximo libro Gibson del asunto (
El hombre que detuvo a García Lorca), pero parece que algo hubo de una íntima admiración del verdugo hacia el poeta. En alguna ocasión se ha hablado de la homosexualidad de Ruiz Alonso ―padre de las actrices Emma Penella, Elisa Montés y Terele Pávez― aunque, a quien se lo preguntó, él ya le respondió con aquello de trae a la mujer y a las hijas de quien ha dicho eso, y va a ver qué clase de hombre soy.

La conversación con Paco me ha despertado la curiosidad por
Agustín Penón (Barcelona,1920-San José de Costa Rica, 1976). Ruiz Alonso le calificó, años después de la entrevista, como “mariquita yanqui”; aunque español, se nacionalizó norteamericano; alguien ha dicho que fue un espía de la CIA, y sus papeles, recogidos en una maleta y legados a su compañero, el dramaturgo William Layton, han vuelto a Granada, donde ahora están custodiados por su amiga, la escritora Marta Osorio.

Una tormenta de verano


Lo de ayer fue espectacular. A las once de la mañana se hizo de noche. Se encendió el alumbrado público de toda la ciudad, activado por los sensores de luz. El cielo se entoldó. Una especie de gorra negra cubrió toda Zafra. Y empezó a diluviar. Me acordé de los documentos antiguos cuando dicen que llegó la noche en pleno día.

Hoy hablará la prensa ―casi siempre desmedida y lenguaraz― de cambio climático, pero no todo lo que ocurre es extraño. Aún hay fenómenos normales, aunque esta normalidad les haga menos atractivos para la venta. Una tormenta de verano, por ejemplo.


A Change of Scenery de Rob Gonsalves.

viernes, 24 de agosto de 2007

Nueva York


Como vamos dentro de poco a Nueva York hemos empezado a leer algunas cosillas relacionadas. Eva está con Llámame Brooklyn, de Eduardo Lago. Y yo el otro día compré en Cáceres República de Nueva York (año cero), una colección de artículos del periodista canario Samuel Toledano. El librito se vende con cierta aureola de radicalismo (ataque frontal contra una de las ciudades que con más exactitud simboliza las contradicciones del modo de vida de la sociedad occidental), pero a mí me está resultando bastante insípido. Salvo una frase:


Allá, en Nueva York, no hay nadie de fuera. Basta con pisar el asfalto para ser neoyorquino. No lo dudes, serás ignorado como uno más.

martes, 21 de agosto de 2007

Memoria e imaginario



Me llama José Antonio Zambrano para decirme que en la tercera de ABC de hoy aparece un artículo, “Memoria e imaginario”, de Ricardo García Carcel. Por teléfono me lee las últimas frases: Hoy la memoria histórica no es otra cosa que una mercancía electoral, presuntamente rentable, y el historiador-profeta ha muerto en el siglo XX, víctima de su propio trascendentalismo. En el escenario de la verosimilitud, como expectativa máxima, alternativa a la verdad imposible a la que renuncia el actual relativismo, los historiadores han perdido su batalla con los novelistas históricos. El imaginario se ha impuesto sobre la memoria.

Por esas palabras he creído que el artículo se refería al debate entre novela e investigación histórica y he recordado alguna conversación con
Santos Domínguez. Pero, después de leerlo, nada tiene que ver. Ricardo García Cárcel, catedrático de historia moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona y coautor ―junto a García de Cortázar y otros― de la serie televisiva Memoria de España, hace una aportación más ―aunque endeble― a la crítica de la memoria histórica. Y en esta ocasión lo hace fijándose, además de en la guerra civil, en la recuperación de historias nacionales o territoriales distintas a la de España como Estado-nación.

Dos párrafos sirven ―con el de cierre― para resumir el texto:

1.º
Hijos prudentes en nombre de la memoria de unos hechos cercanos y dolorosos; nietos erráticos en nombre de una memoria vindicativa que tiene mucho de imaginario redentorista.

2.º La debilidad del Estado-nación ha generado una historia oficial débil, con escasa capacidad para impregnar al conjunto de la sociedad a la que más que recordar ha gustado soñar.

García Cárcel debería preguntarse si la inexistencia en España de unas cuantas referencias históricas asumidas por todos no se debe, precisamente, al sectarismo y la fabulación con que se nos han presentado por el poder. Es la falta de verosimilitud del relato oficial lo que lo hace débil. Su alejamiento de la verdad es lo que convierte en falaz, por ejemplo, la visión franquista de la II República. Ante ella, la reacción prudente, de caballo de cartón, de algunos no fue ni eficaz ni justa. La alternativa historiográfica ―que siempre ha existido― se ha generalizado, es cierto, en el tiempo de los nietos. Y deben ser alabados por ello.


No debe calificarse de imaginario o novelesco lo que refuta la historia oficial: es historia alternativa y, a veces, la única verdaderamente verosímil.


Anselm Kiefer, La sacerdotisa mayor, 1986-1989

lunes, 20 de agosto de 2007

El moro y el ruso de Pedro G. Romero: Archivo F. X.



A finales de julio de 1936 un grupo de mineros quemó la talla barroca de Santiago “Matamoros” de la iglesia de Castaño de Robledo (Huelva). Tras la guerra se sustituyó por otra estatua similar pero, para no molestar a los magrebíes que habían ayudado a limpiar España, en vez del moro a quien acomete el santo se ordenó al escultor que hiciera la imagen de un ruso con una antorcha en la mano como símbolo del rojerío incendiario ya sometido. La nueva talla ―con una extraña pinta de cosaco de la I Guerra mundial vestido con tabardo― fue colocada en la misma posición que el sarraceno: con la mano levantada protegiéndose del golpe de espada del apóstol. Parece ser que, muerto Franco, el cosaco fue suprimido para que los comunistas o los rusos no se molestaran y se ocultó para siempre en una de las dependencias de la iglesia.

La historia es una de las que reconstruye ―junto a la imagen que acompaña a estas líneas― el artista Pedro G. Romero (Aracena, 1964) en una singular publicación (Archivo F.X. Documentos y materiales) cuyo primer número apareció el pasado mes de mayo, con pie de imprenta en Salónica y artículos en español, inglés y griego. La revista da cuenta de algunos de los textos e imágenes generados por un proyecto, con el mismo nombre, en el que está trabajando este escultor desde hace años. El Archivo F. X. utiliza un acrónimo traducido universalmente como “efectos especiales” para nombrar un fondo documental de imágenes sobre la “iconoclasia política anticlerical” en la España contemporánea, especialmente durante la guerra civil. En él se recopilan fotografías y películas sobre esculturas despedazadas, lienzos acuchillados, estancias quemadas, templos desmontados piedra a piedra... retratos, caricaturas y emblemas del nihilismo. No hay glorificación ni censura, es sólo el testimonio casi exclusivamente factográfico de una violencia hacia las imágenes tan vieja como la propia religión. Ahora bien, la iconoclasia la relaciona Romero con las vanguardias artísticas y a partir de ella construye una reflexión sobre el arte y la irreverencia, sobre la memoria y el símbolo.
La publicación incluye artículos del propio Pedro G. Romero, de José Bergamín, de Francisco Espinosa y reseñas de libros de Isaac Rosa, Antonio-Prometeo Moya, Fernando Báez, Fernando R. de la Flor y Manuel Delgado.

En este mundo de imitaciones sorprende toparse con proyectos distintos. Además de esta especie de revista, hay más referencias, sobre todo de una exposición en la Fundación Tapiés. Me interesa muchísimo. Si alguien quiere acompañarme:






miércoles, 15 de agosto de 2007

Camilo Mortágua y Santa Liberdade


Camilo Tavares Mortágua era gerente del grupo de desarrollo local Terras Dentro, que actuaba en el Alentejo central portugués. Como yo era su homónimo en el grupo de Tentudía tuvimos varios encuentros, tanto en Portugal como en España. Nos habíamos conocido en la localidad portuguesa de Cuba en 1994, en una muestra de programas comunitarios LEADER. Camilo era bastante mayor que el resto de los gerentes y tenía cierta aureola legendaria. Sobre él se oían historias de militancia revolucionaria, de agitador el 25 de abril como militante de LUAR (Liga de Acción y de Unión Revolucionaria) e incluso se decía que había llegado a secuestrar un barco como acto de propaganda contra la dictadura de Salazar.

Después me enteré mejor de su historia y el otro día ―aprovechando las santas vacaciones y gracias a mi amigo Jordi Pedrosa― puede por fin ver Santa Liberdade, de la Productora Cinematográfica Galega, una película documental estrenada en 2004 con dirección y guión de Margarita Ledo Andión. Según cuenta el filme, en la madrugada del 22 de enero de 1961 el trasatlántico Santa María, conocido como el galgo del mar, que hace la línea de La Guaira a Vigo, desaparece en aguas del Caribe con más de mil personas a bordo. El navío, asaltado por un comando del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación, DRIL, enarbola como bandera la oposición a las dictaduras de Franco y Salazar. Un triunvirato formado por los exiliados Pepe Velo, republicano gallegista, el capitán portugués Enrique Galvâo, y por Xosé Fernández, el comandante Soutomaior, es el responsable de este hecho político sin precedentes.


El documental se monta a partir de los testimonios ―entre otros― de tres de los 24 miembros del comando: Camilo Mortágua (que tenía 27 años entonces y era la mano derecha de Galvâo), Federico Fernández (hijo del comandante Soutomaior) y Victor Velo (hijo de Pepe Velo), que se reencuentran cuarentaytantos años después. La cinta se apoya en grabaciones realizadas en Brasil, Venezuela, Francia, Portugal y Galicia, y exhibe excepcionales imágenes tomadas por uno de los pasajeros a bordo del barco durante el secuestro. El relato es apasionante y está bien contado. El barco ―rebautizado como Santa Liberdade― partió de Venezuela, fue secuestrado en alta mar, y desviado hacia Recife, Brasil, donde el 3 de febrero de 1961 terminó la aventura con la concesión de asilo por las autoridades brasileñas.

Una hermandad revolucionaria ibérica entre antifascistas lusos y gallegos, en nombre del general portugués Humberto Delgado, puso en un brete publicitario a las dos dictaduras, sobre todo debido a la comprensión que hacia los hechos mostraron tanto el gobierno brasileño como el norteamericano del presidente Kennedy, a pesar de que en el asalto murió uno de los tripulantes y otro resultó herido.

El documental se ve con esa mueca de incredulidad que en la cara nos dibuja la ignorancia. Unos hechos relevantes pero olvidados de nuestra historia reciente (la prensa española minimizó la participación de españoles) y de los que yo sólo sabía en parte, aunque conociera a uno de sus protagonistas,
Camilo Mortágua.




Un complemento de la película es el libro, escrito en catalán,
de Xavier Montanyá, Pirates de la Llibertat (editorial Empuries, 2004)

sábado, 11 de agosto de 2007

Pepe González en Valencia del Ventoso



Un alto en las vacaciones. Salgo de “Las Golondrinas” para ir a Valencia del Ventoso. El nuevo alcalde, Lorenzo Suárez, me invita a participar en las “Primeras Jornadas de Historia Local”, organizadas por el Ayuntamiento dentro de un ciclo de actividades de verano al que han llamado “La Rosa de los Vientos”. El título de mi charla es “José González Barrero, un valenciano en la Zafra de la II República”. Me ha agradado que el salón estuviera lleno. Es señal del interés que sus paisanos tienen por quien fuera alcalde de Zafra.

Después de hacerlo muchas veces en Zafra, tenía ganas de hablar de Pepe González también en su pueblo. Aunque, como les he comentado a los asistentes, he sentido cierta extrañeza al hacerlo. Hablar allí de alguien de allí, y hacerlo yo, que no lo soy, es un poco raro. Es una de esas extrañas circunstancias a la que nos ha llevado el olvido impuesto acerca de los que hace más de 70 años lucharon en estas tierras por el ideal de una sociedad más justa, más libre, más igualitaria, e incluso ―como en el caso de González― dieron la vida por ella. Hay que ir descubriéndolos hasta a los de su propio pueblo.

En primera fila, Trini y Libertad, sus dos hijas vivas. No fueron las únicas que le nacieron. Lo he recordado en la charla con una anécdota que tiene a Libe como protagonista. Después de Trinidad, José González Barrero tuvo otras tres hijas. A una de ellas le puso de nombre República y se le murió al poco tiempo. A otra hija la llamó España y también se le murió, a los quince días de vida. Finalmente tuvo otra hija a la que llamó Libertad. En plena guerra, agobiado por la violencia y el desastre, antes de ser asesinado por aquellos a los que protegió, decía: Se me murió (la) República, se me murió España y sólo me quedó (la) Libertad.
En la fotografía, José González Barrero en diciembre de 1934
en la cárcel de Alicante, recluido tras ser destituido
como alcalde de Zafra. Allí estuvo hasta febrero de 1936.