domingo, 28 de enero de 2007

No hubo luna en agosto del 36


Justo Vila es uno de los intelectuales imprescindibles de Extremadura. Aúna la pasión del militante y la reflexión del hombre de cultura (o al revés, porque no hay meditación mayor que la del obrero). Él y yo nos hemos encontrado muchas veces en la vida y siempre yo de aprendiz: en el sindicato, en la política, en la educación, en la historia, en la literatura... Por eso puedo decir, con algo de guasa, parafraseando a Dalí sobre Picasso y sin que haga falta salvar distancias evidentes, que:
Justo es extremeño, yo también;
historiador, yo también;
de Comisiones Obreras, yo también;
fue del PCE y de IU , yo también;
es del PSOE, yo tampoco.

Reabrió la brecha de la Trinidad ―pero hacia el otro lado― cuando nos aproximó a lo que también pasó en estas tierras durante la guerra (más allá de héroes legionarios) con su Extremadura: la guerra civil, de 1983, pionera para todos los que después hemos llegado. Y aunque en los últimos lustros ha oficiado más en el altar de la imaginación que en el de la historia, sus novelas tienen la marca del cronista: La agonía del búho chico, La memoria del gallo e, incluso, Siempre algún día.

Por eso Justo Vila estaba casi predestinado a escribir una novela como ésta. Era evidente que su pasión por lo ocurrido en Badajoz en 1936 y su pericia como escritor acabarían coincidiendo alrededor de un texto.

A mi abuelo lo mataron en la plaza de toros de Badajoz. Así comienza esta novela, en boca del nieto de Rafael Alcántara, un maestro de escuela fusilado en agosto de 1936. Y en los siguientes párrafos nos relata toda la historia. Según la teoría de la novelística, a partir de ahí se habría acabado el misterio. Pero perdida la intriga, el autor somete a su novela a un reto importante: sostenerse viva no por lo que esconde sino por lo que cuenta. Las palabras de ese nieto constituyen uno de los ejes narrativos de la obra, junto a los recuerdos de Marcelo Rojas, un miliciano sobreviviente de la masacre de la plaza, y el diario del falangista Benito Albarrán. Esos tres narradores (y un omnisciente que a veces sobrevuela la trama) van enhebrando la novela, que arranca realmente con la toma de tierras por los campesinos en la madrugada del 25 de marzo de 1936 y finaliza tras la sangre de agosto del 36 vertida en y por esa misma tierra.

Quizás no sea yo la persona más idónea para hablar de esta novela. Aunque siempre poco, algo sé de lo ocurrido entonces y soy incapaz de imaginarme historias paralelas a la historia crucial de aquellos días. Creo que este libro le va a gustar sobre todo a los que no saben qué ocurrió durante la Guerra Civil en Badajoz. Y esto que digo no es demérito para la obra. Acerca de los hechos, la historia casi siempre necesita de lupas y la literatura de catalejos. Para quien conoce la textura de los árboles de poco vale mirar el bosque de lejos; en cambio, a uno le gustaría meter el ojo dentro de la lente para ver mejor aquello que nunca ha visto.

Lunas de agosto está magníficamente escrita (Justo escribe muy bien) y tiene muchos pasajes brillantes y de intensa emoción. He disfrutado leyéndola. Dice en su publicidad la editorial Del Oeste Ediciones que Lunas de Agosto es “la novela de la Guerra Civil en Badajoz”. Sin duda lo es. Y aunque tengo dudas sobre algún aspecto de la novela, se las contaré a solas al autor, porque para eso es mi amigo.


Por cierto, no hubo lunas a mediados de agosto del 36. Justo lo sabe. Si las hubiera habido todo se habría sabido y no harían falta novelas como ésta.


Lunas de Agosto se presenta el próximo jueves, 1 de febrero de 2007,
a las 19.30 horas, en el Palacio de Congresos de Badajoz.
La presentación la hará Juan Carlos Rodríguez Ibarra.

Diarios de la guerra


Ha empezado a publicarse una selección de periódicos de la Guerra Civil. Con el nombre de Diarios de la Guerra, la editorial inglesa Albertas Limited ofrece semanalmente (y durante 52 semanas) entregas de dos o tres facsímiles de diarios españoles completos de 1936 a 1939. La primera la forman el suplemento extraordinario de ABC de Sevilla del 20 de julio de 1936 y un ejemplar del diario madrileño Claridad del 18 de julio. Los periódicos van acompañados de artículos que contextualizan los hechos narrados. En el primer número los firman Julio Aróstegui, Xavier Casals y Justino Sinova.
En una de las próximas entregas colaboro con un artículo, titulado "¿Objetivo Madrid?", sobre el avance de las tropas sublevadas desde Sevilla a Talavera de la Reina.

jueves, 25 de enero de 2007

Antropología del ayuno


Leo a Sándor Márai. Y esta mañana, a las siete menos cinco, me ha dado la clave de un ayuno mediático:
-¿Qué quiere decir -pregunté con profunda sorpresa-. ¿Qué significa eso de ayunar por él?
- En el pueblo lo hacían antiguamente -dijo bajando la mirada, como si no fuese del todo apropiado revelar a un extraño los secretos tribales -. Uno deja de hablar y de comer hasta que la otra persona lo hace.
- ¿Hace el qué?
-Lo que uno quiere.
-¿Y funciona?
Se encogió de hombros.
-Sí, funciona. Pero es pecado.
A él no le está funcionando, pero a "nosotros" tampoco. Lo suyo son los asesinatos y lo de otros, la venganza. Todo muy humano.

domingo, 21 de enero de 2007

Historiadores de la sospecha


Francisco Espinosa es un historiador y en su caso esa palabra expresa una dedicación intelectual, iluminadora, y una forma de compromiso, de lucha, de combate de las ideas. Para Espinosa el historiador es quien descubre debajo de la apariencia de los hechos, quien no se conforma con la explicación primera que ofrece la crónica. A veces se ha utilizado la expresión filósofos de la sospecha para agrupar y denominar a tres pensadores capitales en la historia contemporánea: Karl Marx, Friedrich Nietzche y Sigmund Freud, que se rebelaron contra las apariencias en sus interpretaciones sociales, culturales o psicológicas. Pues bien, tal como hubo filósofos de la sospecha podría hablarse en España de historiadores de la sospecha. Son aquellos que han desconfiado de la versión que dieron de la historia los vencedores de la contienda o los espectadores compasivos de ésta y han hurgado en los archivos hasta encontrar los suficientes trozos de la realidad como para reconstruir lo que realmente ocurrió. Fue un historiador de la sospecha Herbert Southworth, lo es Hilari Raguer y Francisco Moreno Gómez y Alberto Reig Tapia y Paul Preston. Y lo es también Francisco Espinosa. Uno de esos investigadores que ―en su análisis de la guerra y de la dictadura― se niegan a aceptar la engañosa evidencia que tejió durante décadas en la memoria de la gente la ideología y la propaganda del franquismo.
(...)
Contra el olvido. Así ha titulado Francisco Espinosa su último libro. Pero este enunciado no es sólo el título de una obra sino el resumen de la actitud vital e intelectual del autor ante su oficio. Si Lucien Febrve, el gran historiador francés fundador de la escuela de Annales, justificó su Combates por la historia como un título que recordara lo que siempre hubo de militante en su vida, este otro título, Contra el olvido ―aunque dista de ser una despedida historiográfica para un Espinosa en plena cúspide― se me antoja cercano al de Febrve. Debe ser cierto si tenemos en cuenta que el título del francés lo utiliza Francisco Espinosa para nombrar uno de los capítulos de este libro, pero además es que en ambos hay algo de lucha, y algo de concepción de la historia como lo que es: una extrema clarividencia


El jueves pasado no pude asistir en Zafra a la entrega del premio Dulce Chacón de novela a Ignacio Martínez de Pisón. Estuve en Badajoz presentando en el MEIAC el último libro de Paco Espinosa, Contra el olvido. Por cierto, mañana lee en la Universidad de Sevilla su tesis doctoral sobre la Reforma Agraria durante la II República en la provincia de Badajoz. Se la ha dirigido Antonio Miguel Bernal y el tribunal lo preside el maestro Josep Fontana. Tres lujos.

Un libro que no saldrá en Babelia


Un español en Francia, Luis Negró Acedo, profesor de Literatura de la Universidad de Caen, acaba de publicar un estudio sobre el tratamiento de la cultura en el diario El País durante la transición: El diario El País y la cultura de las elites durante la Transición (Foca, Madrid, 2006). En él analiza el discurso cultural de la sección Opinión, la sección Cultura del periódico y los suplementos sobre libros y literatura desde 1976 a 1982. Para Negró El País, periódico de la burguesía liberal española, desarrolló un discurso cultural acorde con su programa político:

En las páginas culturales de El País la idea de consenso que (...) partía del principio de evitar la ruptura, y más aún la puesta en cuestión del franquismo, se tradujo en una forma cierta de continuidad cultural , impuesta a su vez por el hecho de que entre sus accionistas y dirigentes había nombres que procedían del mundo cultural de la dictadura, aunque ello no impidiera que la continuidad fuera puesta en tela de juicio en la misma página en la que se alababa a algunas de sus figuras.

Luis Negró repasa críticamente las firmas del periódico y desmenuza la contribución a la estrategia cultural del periódico de escritores como Julián Marías, José Luis López Aranguren, Fernando Savater, Juan Goytisolo o Julio Caro Baroja, pero también de los que llama “antiguos fascistas”: Antonio Tovar, Pedro Laín Entralgo, José María Alfaro, José María de Areilza, Emilio Romero o Dionisio Ridruejo.

Es un libro que no creo que salga en Babelia.

miércoles, 10 de enero de 2007

Pancarta blanca


Lo he escuchado hoy en la radio. Se refería a la manifestación convocada este sábado en Madrid por la asociación de ecuatorianos FENADEE y los sindicatos UGT y CCOO. Alguien ha preguntado qué ocurriría si no hubiera ninguna pancarta, ningún lema. ¿Acudiría a ella la AVT? ¿Dejaría de dudar el PP?
Me temo que no.
¿Y si fueran españolas las víctimas? ¿Se atrevería la AVT a despreciar a los convocantes? ¿Seguiría dudando el PP?
Me temo que no.
En fin, "por la paz y contra el terrorismo".

lunes, 1 de enero de 2007

El cuentahílos


He vuelto a leer la palabra en unos versos de Adolfo García Ortega:

Pasaba horas con un cuentahílos recorriendo las fronteras de África
en
los mapas de los atlas. Viajaba con los nombres. Era feliz.

Pertenece al poemario Te adoro Kafka, recién publicado por Pre-Textos (Valencia, 2006). Mi cuentahílos no es para ver mapas, sino fotografías antiguas, pero el viaje es similar. Hace tiempo se lo encargué a un relo
jero de Monesterio y me lo trajo de Sevilla. Lo guardo en una bolsita de piel y lo saco ante alguna imagen de años para escrutar rostros y escudriñar intenciones y gestos en sepia. La pequeña lupa me aproxima el pasado.

De incursiones en el tiempo y de viajeros y de viajes van los poemas de este libro de García Ortega. Poesía discursiva, narrativa ―como la de su admirado Joseph Brodsky― e intensa. Casi todos los motivos del poemario están en el largo y bello poema que abre el volumen. Un relato de la historia de amor de Frank Kafka en Riva, en septiembre de 1913. El raro episodio con la suiza, como le llamó Max Brod: una chica de dieciocho años, G.W., que conoció entre Felice y Felice.

En ese poema pórtico está todo el libro: los viajes (los viajes le obsesionan porque lo prometen todo), los hoteles que guardan para el viajero un lugar detenido entre tanto
tráfago (como nos dimos todo / sin cesar / en ese cuarto de hotel / de Paris / que yo conozco), el amor (tu mano en mi muslo a veces / roza mi sexo levemente), la profusión de lugares y nombres de un texto teñido de culturalismo…

Y la anécdota, que el poeta convierte en espuela del poema, en excusa y conclusión de cada verso:

Dicen que salió a fumar y ver las estrellas como nunca,
pero no se había quitado el uniforme. Eso le mató, dicen.

La anécdota pasa a ser la principal mirada sobre la realidad que ofrece el libro, ese detalle de los hechos y los sitios que muestra la pequeña lupa del cuentahílos.