Hasta las 10 de la noche del viernes estuve ocupado con asuntos del trabajo, pero me llamó Eva, que había ido a escuchar a Adolfo García Ortega al Seminario Humanístico de Zafra, y llegué a tiempo para asistir a la cena ―yo ya había cenado― de amigos y amigas como Álvaro Valverde, Yolanda Gómez, Rosa Panea y Luciano Feria, acompañando a Adolfo.
Bajo la horterada con que camuflan ahora la claraboya decimonónica del casino de Zafra, hablamos de política y literatura hasta la una de la madrugada. Nos llevamos para casa el último libro de poemas de García Ortega, Te adoro Kafka, y al día siguiente le correspondo con la dedicatoria con que encabezo La amargura de la memoria, que le llevo al Parador de Zafra antes de que vuelva a Madrid. Álvaro, Yolanda y Alberto, su hijo, van camino de Jerez de los Caballeros.
A mediodía de ese sábado, en la llamada plaza de los escudos, concentración en protesta por la agresión a mujeres. Somos pocos ―ni siquiera un centenar―, y aún menos hombres. ¿Qué pasa con esta tragedia, que alguno sigue permitiéndose risitas y algún chiste? En media hora en la plaza oigo cuatro bromas de hombres ―algunos, amigos― sobre el tema. ¿Alguien se permitiría hacer chanzas a costa de las víctimas de ETA? Por cierto, ¿a quién se le habrá ocurrido hacer coincidir la manifestación de ayer en Madrid con el día en contra de la violencia de género?
Tengo un cansancio de días y hoy no perdono la siesta. Hacía meses.... Desde años no distingo entre el trabajo y el ocio. Creo que nunca he sabido lo que es un horario laboral estándar. Mezclo horarios y de eso siempre resulta cierto desorden escasamente burgués, que es lo que uno es ―querámoslo o no. Por ejemplo, sigo sin conseguir ponerme al día en la contestación de correos electrónicos. Lo de las cartas era más fácil, pero esto de los correos no hay quien lo lleve bien.
Plácida ―y ocupada― mañana del domingo y a mediodía nos vamos a Badajoz. Un amigo y compañero de trabajo, Javier Moreno Romagueras, nos ha invitado a los tres ―Juan viene― a comer en su casa con su mujer y su hija, Lourdes y Silvia. Hablamos de los niños y de la vida y todos tenemos una extraña sensación de descanso. De vuelta a casa, sorprendente reportaje de La 2 sobre globalización, terrorismo y guerra de Irak.
El domingo termina. He dejado pendiente un artículo sobre la subida de las columnas fascistas de Sevilla a Talavera de la Reina... y tengo que leer a Juan Huarte de San Juan y su Examen de ingenios para las ciencias.
Buen fin de semana. No es un saludo; lo aseguro.
Bajo la horterada con que camuflan ahora la claraboya decimonónica del casino de Zafra, hablamos de política y literatura hasta la una de la madrugada. Nos llevamos para casa el último libro de poemas de García Ortega, Te adoro Kafka, y al día siguiente le correspondo con la dedicatoria con que encabezo La amargura de la memoria, que le llevo al Parador de Zafra antes de que vuelva a Madrid. Álvaro, Yolanda y Alberto, su hijo, van camino de Jerez de los Caballeros.
A mediodía de ese sábado, en la llamada plaza de los escudos, concentración en protesta por la agresión a mujeres. Somos pocos ―ni siquiera un centenar―, y aún menos hombres. ¿Qué pasa con esta tragedia, que alguno sigue permitiéndose risitas y algún chiste? En media hora en la plaza oigo cuatro bromas de hombres ―algunos, amigos― sobre el tema. ¿Alguien se permitiría hacer chanzas a costa de las víctimas de ETA? Por cierto, ¿a quién se le habrá ocurrido hacer coincidir la manifestación de ayer en Madrid con el día en contra de la violencia de género?
Tengo un cansancio de días y hoy no perdono la siesta. Hacía meses.... Desde años no distingo entre el trabajo y el ocio. Creo que nunca he sabido lo que es un horario laboral estándar. Mezclo horarios y de eso siempre resulta cierto desorden escasamente burgués, que es lo que uno es ―querámoslo o no. Por ejemplo, sigo sin conseguir ponerme al día en la contestación de correos electrónicos. Lo de las cartas era más fácil, pero esto de los correos no hay quien lo lleve bien.
Plácida ―y ocupada― mañana del domingo y a mediodía nos vamos a Badajoz. Un amigo y compañero de trabajo, Javier Moreno Romagueras, nos ha invitado a los tres ―Juan viene― a comer en su casa con su mujer y su hija, Lourdes y Silvia. Hablamos de los niños y de la vida y todos tenemos una extraña sensación de descanso. De vuelta a casa, sorprendente reportaje de La 2 sobre globalización, terrorismo y guerra de Irak.
El domingo termina. He dejado pendiente un artículo sobre la subida de las columnas fascistas de Sevilla a Talavera de la Reina... y tengo que leer a Juan Huarte de San Juan y su Examen de ingenios para las ciencias.
Buen fin de semana. No es un saludo; lo aseguro.